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Número 75

Sobre Faulkner / Ricardo Piglia

Sobre Faulkner / Ricardo Piglia

Faulkner pertenece a la tradición de los grandes escritores «reaccionarios» del siglo XX como Borges, Pound, Mishima o Céline, definidos básicamente por el anticapitalismo y en consecuencia por el antiliberalismo. Son escritores que, desde posiciones y criterios distintos, han resistido el proceso de mercantilización de la sociedad y han defendido valores precapitalistas y en muchos casos han sido antidemocráticos. Creo que Faulkner es el que mejor ha dramatizado estos conflictos en su obra. De hecho construyó un mito sobre los valores perdidos y el horror al dinero. La tensión entre los Sartoris y los Snopes define, como sabemos, la gran saga social de Faulkner (Flag in the dust, Sanctuary, The Hamlet, The town, The mansion). Los valores vencidos del Sur, la óptica «arcaica» y aristocrática, son el fundamento de una crítica violentísima a la moral pragmática del capitalismo. Muchos elementos arcaizantes de la novela «latinoamericana» (centralmente García Márquez) heredaron del autor sureño esa perspectiva.
Siempre me pareció fundamental lo que dice Faulkner en la Introducción de 1933 a The Sound and the Fury: «Escribí este libro y aprendí a leer». La idea de que escribir cambia el modo de leer y de que un escritor construye la tradición y arma su genealogía literaria a partir de su propia obra. No importa el canon «objetivo» de los libros: el canon de un escritor tiene que ver con lo que escribe (o con lo que quiere escribir). La red de Faulkner incluye, digamos, la traducción inglesa de la Biblia por el rey James, la prosa de Conrad, ciertos climas de Nathaniel Hawthorne, las técnicas de Joyce, etc., pero lo único que permite unir estos textos y armar una trama (o una tradición) es la escritura de Faulkner. El lugar desde el que leía la cultura (el contexto periférico y afrancesado del Sur) lo ayudó a definir una posición: estaba fuera de lugar y veía todo desde fuera y no tenía nada que ver con la vida literaria del Este. Podía leer de otro modo («como un campesino», según él mismo decía con una ironía muy sofisticada) porque estaba en otro lugar. Esa combinación de leer «como un escritor» (y no como un intelectual) y leer «como un campesino» (y no como un hombre de letras) hace de Faulkner un lector extraordinario. Por ejemplo todo lo que dice sobre la literatura contemporánea es muy inteligente. Joyce debe ser el autor más estudiado del siglo XX, pero nadie lo leyó tan bien como William Faulkner.
En Absalom, Absalom!, Quentin investiga la historia del Sur y la historia de Sutpen por medio de Rosa Colfield, y las teorías se mezclan con los hechos y las versiones. Como en Faulkner, a menudo, la primera persona es plural, la investigación es siempre más compleja y más abierta.
Lo que no está narrado, según enseña Faulkner, lo que sostiene secretamente la intriga sólo debe ser revelado parcialmente y nunca por el propio novelista. Una noción «faulkneriana» de la experiencia parece indicar que los hechos siempre vienen filtrados. Los acontecimientos no son nunca directos, cuando llegan ya han sido interpretados, por relatos de otros, por versiones inciertas, por voces que llegan del pasado y también, muy a menudo, por libros. (La Biblia en ese sentido funciona como un modelo, una suerte de plan o una rejilla que permite juzgar y comparar la experiencia cotidiana y prepararse a vivir lo que no se conoce). «Hay que leer el Ulysses con fe», decía Faulkner en la entrevista de la Paris Review: hay que leer la literatura con fe, es decir como un modelo de la vida, como un oráculo personal. Y eso han sido los libros de Faulkner para muchos de nosotros: formas de la experiencia, acontecimientos importantes en la vida personal.
Creo que lo que más me impresiona de Faulkner es la autonomía del que narra: importa más la voz del narrador que la historia propiamente dicha. A menudo el narrador alucina, divaga, se va por las ramas, se olvida de lo que estaba narrando y vuelve a empezar. Una especie de narrador amnésico, medio borracho, perdido en el relato. Es extraordinario. La utopía en Faulkner es la búsqueda de un mundo que se ha perdido, que se trata de recordar y reconstruir como si estuviera sumergido en las ruinas del presente. La utopía importa porque es la antirrealidad, porque es un modo de no aceptar el mundo tal cual es y aspirar a otra cosa. Por eso es un gran novelista (el gran novelista del siglo XX), porque aspira a una realidad más verdadera que la realidad en la que vivimos.
Onetti ha sido el escritor «latinoamericano» más influenciado por Faulkner. Me parece que saca de éste la figura de un narrador que no entiende lo que narra y también la certidumbre de que el tono de la prosa define la trama (y no al revés). Para mí lo mejor de Onetti está en las nouvelles: ahí es único, más literario y más virtuoso que Faulkner, un narrador excepcional, capaz de fragmentar una historia hasta convertirla en un destello de luz en un vaso. Jorge Malabia, como Quentin Compson, es un hijo de Stephen Dedalus (que a su vez es hijo del príncipe Hamlet): el joven poeta, que detecta el mundo práctico y se niega a actuar. No me gusta como termina sus días, prefiero el final de Compson, que se suicida (pero la degradación es el modelo de la tragedia para Onetti). «Él, Jorge Malabia, había cambiado. Compraba tierras y casas y las vendía. Ya no sufría por cuñadas suicidas y por poemas imposibles. Ahora era un hombre abandonado por los problemas metafísicos, por la necesidad de atrapar la belleza con un poema o un libro». El astillero me parece ligado a Santuario. La mujer con zapatos de hombre viene de ahí, lo mismo que la casilla de Gálvez. La idea de que las historias se heredan de generación en generación está por supuesto en Absalom, Absalom! y en toda la obra de Faulkner.