Los fundamentos bíblico-cristianos de la concepción de la feminidad en Fausto de Goethe / Anna Rossell
(Conferencia en el marco del congreso “Los hábitos del deseo”, UAB, 2004. Publicada en las actas del congreso)
I. PRELIMINAR
Quiero abordar en esta exposición el tema amoroso en Fausto, el gran poema dramático de Goethe. Teniendo en cuenta que el autor aborda en esta obra el periplo de la vida humana, personificada en el personaje de Fausto, es lícito preguntarse qué lugar ocupa en la vida del individuo masculino la relación amorosa.
La primera impresión que domina cuando se lee Fausto es que la relación amorosa parece simplemente una anécdota en la vida del protagonista. Curiosamente el autor le dedica sólo dos capítulos de su magna obra. A pesar de la agitación que domina a Fausto cuando piensa en Margarita, a pesar del desasosiego que domina su deseo de ella en el episodio amoroso de la primera parte y a pesar de la atracción irresistible que ejerce sobre él la belleza de Helena en el episodio de la segunda parte, llama la atención que en ninguno de los dos episodios el autor se detenga en la descripción del sentimiento en la entrega amorosa de Fausto. En ambos episodios la relación amorosa da como fruto un hijo, pero nada sabemos sobre qué significa para Fausto esta unión, nada sabemos de su pasión. Las dos relaciones amorosas están caracterizadas por el apasionamiento del deseo, no por la entrega ni por la unión. Parece sintomático que Goethe no se adentre en la esencia de la unión amorosa, sobre todo si tenemos en cuenta que esta unión es la culminación de la relación humana y que Goethe estudia en la obra la esencia de la naturaleza humana, las inquietudes y las pasiones que dominan al ser humano encarnado en un hombre. Así pues me planteo si esta gran ausencia puede considerarse un síntoma del carácter fáustico-goethiano.
Fausto, cuyo nombre proviene del latín “feliz”, es paradójicamente el ser más infeliz del mundo. Aparece en escena por primera vez dominado por la inquietud, lamentándose de su ignorancia: A Fausto le domina un ansia inagotable de saber. Sumido en este estado de profundo desasosiego se le aparece Mefistófeles y le propone el conocido pacto.
Es importante preguntarse qué beneficio se promete obtener Fausto de este pacto: Lo que le cautiva es la promesa de que obtendrá reposo y paz para su espíritu eternamente inquieto. En el pacto con Mefistófeles lo que Fausto manifiesta es un intenso deseo de liberarse de este anhelo de saber inagotable que le atormenta. Fausto describe más concretamente aún los síntomas de su malestar: ¡Ah! Me doy ahora cuenta de que al hombre nada perfecto se le ofrece. Junto a este arrobamiento, que me transporta cada vez más cerca de los dioses, me diste el compañero de quien no puedo ya privarme, a pesar de que, frío y procaz, me humilla a mis propios ojos y con un soplo de su palabra reduce tus dones a la nada. Con empaño atiza en mi pecho un violento fuego que me arrastra hacia aquella hermosa imagen. Así, ando vacilante del deseo al goce, y en el goce suspiro por el deseo (p. 149) So tauml’ich von Begierde zu Genuss/Und im Genuss verschmacht’ ich nach Begierde (p. 98). (1)
Es precisamente cuando Mefistófeles le propone “gozar del mundo” como oposición a “pensar o reflexionar sobre el mundo” que Fausto se aviene a pactar y a vender su alma; es entonces cuando dice las famosas palabras: Si alguna vez me tiendo a descansar sobre un lecho ocioso, perezca yo al instante; si con halagos puedes engañarme hasta el punto de estar yo satisfecho de mí mismo, si logras seducirme a fuerza de goces, sea ése para mí el último día.[…] Si un día le digo al fugaz momento: “¡Detente, eres tan bello!”, puedes entonces cargarme de cadenas; entonces consentiré gustoso en morir. Entonces podrá doblar la fúnebre campana; entonces quedarás eximido de tu servicio; podrá pararse el reloj, caer la manecilla y finalizar el tiempo para mí (p. 102-103).
Werd ich beruhigt je mich auf ein Faulbett legen,/So sei es gleich um mich getan!/Kannst du mich schmeicheld je belügen,/Dass ich mir selbst gefallen mag,/Kannst du mich mit Genuss betriegen:/Das sei für mich der letzte Tag!/[…]//Werd ich zum Augenblicke sagen:/Verweile doch! Du bist so schön!/Dann magst du mich in Fesseln schlagen, /Dann will ich gern zugrunde gehn!/Dann mag die Totenglocke schallen,/Dann bist du deines Dienstes frei,/Die Uhr mag stehn, der Zeiger fallen,/Es sei die Zeit für mich vorbei (p. 52).
Fausto manifiesta aquí que sólo en el reposo podría entregarse al placer y que él tiende al no-reposo –a la actividad- y por tanto al no-placer. Fausto está diciendo que él no puede gozar y que éste es su deseo vehemente. Pero de sus palabras se desprende un tono de desafío, es como si retara al Diablo, como si quisiera decir “si lo consigues te entregaré mi alma. ¡Veremos si puedes!”
Fausto está marcado por dos anhelos opuestos que para él se excluyen mutuamente: por un lado, el deseo de saber, de ambicionar metas más altas; pero por otro lado le obsesiona el anhelo de reposar, de ser feliz. La aspiración eterna de saber parece excluir el placer. Esta aspiración es una inagotable fuente de insatisfacción que se le impone a pesar suyo.
Fausto está incapacitado para el goce. Esto lo confirma Mefistófeles que en el momento del pacto le propone “gozar del mundo” en lugar de “pensar o reflexionar sobre el mundo”. “Gozar del mundo” significa, en el contexto inmediato en que se pronuncian estas palabras, salir del enclaustramiento de su estudio, disfrutar de la primavera al aire libre, mezclarse con la gente. Fausto ya intuye cuál es su problema incluso momentos antes de descubrir la presencia de Mefistófeles que se ha presentado ante él bajo la apariencia de un perro: Haciendo un diagnóstico de su situación Fausto comenta: Abandoné el campo y los prados, cubiertos por una densa noche, que con santo temor lleno de presentimientos despierta en nosotros el alma superior. Adormecidos están ahora los ímpetus desordenados […] (p. 93).
Verlassen hab ich Feld und Auen,/Die eine tiefe Nacht bedeckt,/Mit ahnungsvollem, heilgem Grauen/In uns die bessre Seele weckt./Entschlafen sind die wilden Triebe/Mit jedem ungestümmen Tun (p. 39).
Así pues Fausto se lamenta de que una actividad desenfrenada mantiene adormecidos sus instintos más impetuosos. A aquella oposición excluyente entre reflexión y goce debemos añadir ahora la de actividad y goce. Porque, según Fausto, es la actividad la que adormece sus instintos.
La aspiración fáustica a saber más y más se ha interpretado a menudo como una voluntad de emular a Dios y, por lo tanto, como un rasgo condenable. Por ello muchos críticos consideran el Fausto de Goethe como una obra anticristiana. Personalmente pienso que, al contrario, Fausto es una obra impregnada de cristianismo puesto que de ella se desprende una concepción negativa de la relación amorosa, en el sentido de que ésta supone una pérdida, supone la condena del alma. Quisiera apoyar brevemente esta hipótesis con algunos argumentos:
II. FAUSTO COMO OBRA CRISTIANA
En primer lugar el eterno anhelo de sabiduría de Fausto no tiene por qué interpretarse como un deseo de emular a Dios, sino como una tendencia natural de Fausto hacia Dios, como una manifestación de que la criatura humana participa en cierta medida de la esencia divina. Así lo dice la Biblia: Entonces dijo Dios: ‘Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza …’ Fausto -la criatura humana- participa de la esencia de Dios en su aspiración de sabiduría absoluta; lo que diferencia al humano de Dios es precisamente el hecho de que aquél está condenado a quedarse eternamente en la aspiración, en el anhelo.
Tampoco su Creador entiende aquella eterna ansia de saber como un acto de rebeldía, ni siquiera como un rasgo de carácter que pudiera conducirlo a la perdición. Mefistófeles es el único que entiende este gesto de Fausto como un desafío a su Creador. En el prólogo, que se desarrolla en el cielo, asistimos a una conversación entre Dios y Mefistófeles en la que éste llega a un acuerdo con Dios para poner a prueba a Fausto. Pero las palabras de Dios dan a entender claramente que Él sabe que Fausto no caerá en la tentación de Mefistófeles. Incluso parece que Dios utiliza al Diablo para facilitar la salvación del alma de Fausto puesto que el Creador comenta para sí: […] de todos los espíritus que niegan, el burlón es el que menos me molesta. Harto fácilmente puede relajarse la actividad del hombre, y éste no tarda en aficionarse al reposo absoluto. Por esta razón le doy gustoso una compañía que lo seduzca e influya y obre como diablo […] (p. 73).
Von allen Geistern, die verneinen,/Ist mir der Schalk am wenigsten zur Last./Des Menschen Tätigkeit kann allzu leicht erschlaffen,/Er liebt sich bald die unbedingte Ruh;/Drum geb ich gern ihm den Gesellen zu,/Der reizt und wirkt und muss als Teufel schaffen (p. 15).
Y Fausto no decepciona a Dios, porque su alma no se condena. ¿Y por qué? Los ángeles en su parlamento final responden a esta pregunta: Se ha librado del Maligno el noble miembro del mundo de los espíritus. “Aquel que se afana, siempre aspirando a un ideal, podemos salvarlo” (p. 357).
Gerettet ist das edle Glied/Der Geisterwelt vom Bösen:/Wer immer strebend sich bemüht,/Den können wir erlösen (p. 346). Lo que Dios premia es el perpetuo camino hacia el ideal, no el hecho de llegar a él. Fausto no se ha librado nunca de aquel impulso de su corazón que lo obliga a la actividad constante, que le impide el descanso y con él el goce y la felicidad. Fausto no puede entregarse al amor.
Fausto muere, pero no porque se cumplan los términos de su pacto con el Diablo. Mefistófeles no puede llevarse su alma precisamente porque Fausto no ha conseguido nunca el placer. Y salva su alma por esta misma razón. Concluimos pues que Dios premia aquella actuación del hombre que excluye el goce y por tanto el amor.
Fausto no ha experimentado en toda su vida ningún instante de placer que le impulsara a pronunciar las palabras con las que se comprometió a entregar su alma al Diablo: “¡Detente, eres tan bello!” (p. 103) Verweile doch! Du bist so schön! (p. 52).
Cuando, ya anciano, Fausto expresa este deseo lo hace refiriéndose a un momento hipotético, refiriéndose a un tiempo futuro en el que sueña construir un mundo paradisíaco de hombres libres, tätig frei (p. 335). Se trata en realidad de una situación imaginaria, de nuevo la manifestación de un anhelo: Quisiera ver una muchedumbre así en continua actividad, hallarme en un suelo libre, en compañía de un pueblo también libre. Entonces podría decir al fugaz momento: “Detente; ¡Eres tan bello!” […] En el presentimiento de tan alta felicidad, gozo ahora del momento supremo (p. 351).
Solch ein Gewimmel möcht ich sehen,/Auf freiem Grund mit freiem Volke stehn!/Zum Augenblicke dürft ich sagen:/’Verweile doch, du bist so schön!/ … Im Vorgefühl von solchem hohen Glück/Geniess ich jetzt den höchsten Augenblick (p. 335).
Debemos concluir pues que Fausto no ha experimentado realmente el placer de la entrega amorosa a Margarita ni a Helena. Si lo hubiera hecho Mefistófeles hubiera ganado la partida. Fausto no ve satisfecha su ansia de reposo; esto hubiera significado parar el tiempo, eternizar el momento, y, por lo tanto, la muerte y la condena. Consecuentemente el placer de la entrega amorosa comporta automáticamente muerte y condena. La vida se le presenta a Fausto en términos tan radicales como la alternativa: VIVIR ATORMENTADO (y hay que añadir Y SALVAR EL ALMA) vs. MORIR HABIENDO EXPERIMENTADO EL PLACER (y hay que añadir Y CONDENARSE).
Ante esta opción Fausto no parece realmente libre: Su naturaleza le impide la elección en tanto que el anhelo perpetuo se impone a pesar suyo. Pudiera decirse que Fausto desea el placer, pero es incapaz de obtenerlo. Ni siquiera con la ayuda sobrenatural del Espíritu del Mal, porque Mefistófeles se esfuerza por conseguirle una cita nocturna con su amand en la noche clave en que se consumará su unión, una escena que tiene un evidente paralelismo con la escena bíblica de la tentación de Adán: Porque Adán-Fausto es tentado por la Serpiente-Mefistófeles que se sirve de Eva-Margarita. La aceptación de la manzana por parte de Adán supone el principio de todos los males, porque ello supone el pecado original y la posibilidad de condenarse.
III. FAUSTO Y EL PSICOANÁLISIS
En mi opinión el rasgo más eminentemente cristiano del Fausto de Goethe es precisamente esta concepción subyacente del placer como pérdida, una concepción completamente asumida por el protagonista que por ello se hace merecedor del premio divino.
Es muy interesante la coincidencia de la actuación de Fausto con la interpretación que la teoría psicoanalítica ha hecho de los mitos de la creación. Emilio García Estébanez en su obra ¿Es cristiano ser mujer? (2), en la que hace un recorrido por los materiales con los que la ideología patriarcal construye el edificio arquitectónico en que se basan las grandes mitologías, dedica un capítulo a la interpretación psicoanalítica basado en el libro de Dorothy Dinnerstein The Mermaid and the Minotaur (3). La autora ve en la construcción de la sociedad patriarcal una consecuencia de la relación que experimenta el individuo primero con su madre y después con su padre en la infancia: La madre, experimentada por el niño como un ser omnipotente de cuya voluntad depende su existencia, ejercerá sobre el varón un doble efecto de placer y de frustración del que difícilmente conseguirá liberarse. Así, una vez conseguida su autonomía, el varón sentirá temor de volver a ponerse en manos de lo femenino. Esto marcará para siempre su relación con el otro sexo porque entregarse al placer irá inconscientemente asociado a entregarse a aquel poder omnipotente y a la posibilidad de perder la autonomía.
García Estébanez alude a algunas de las estrategias que la ideología patriarcal pone en marcha para compensar este temor. Una de ellas es la de sobrevalorar la acción. Así la productividad aparece como una manera de encubrir la frustración del placer al que el hombre no podría entregarse. Quiero recordar aquí el lema que Fausto ha adoptado como guía de su vida: En el principio era la acción (p. 94) / Im Anfang war die Tat.
Otra cita significativa de García Estébanez recoge la idea del reposo como posibilidad para el placer carnal amoroso: […] el acto fundacional del mundo patriarcal está marcado por la ruptura con lo corpóreo, ruptura ésta que se refleja conspicuamente en los mitos cosmogónicos en los que el demiurgo procede a separar violentamente las cosas que va creando de la masa primordial con que están mezcladas […] Se abraza el mundo espiritual soltándose del corporal. La pérdida de este último […] nos priva de las satisfacciones que le son propias […]. Cuerpo y espíritu se viven como opuestos, como irreconciliables, incluso como antagónicos, ya que la presión corporal, la sentida como pesantez o la sentida como nostalgia de volver al reposo y regodeo de la carne, se perciben como una amenaza para el espíritu y sus empresas (pp. 63-64).
En cuanto al placer, en cuanto a lo femenino, Fausto no lo alcanza, sólo lo anhela. Quizá en este sentido haya que entender las palabras del Coro Místico con que concluye la obra: Todo lo perecedero no es más que figura. Aquí lo inaccesible se convierte en hecho; aquí se realiza lo inefable. Lo eterno-femenino nos atrae a lo alto (p. 359).
Alles Vergängliche/Ist nur ein Gleichnis;/Das Unzulängliche,/Hier wird’s Ereignis;/Das Unbeschreibliche,/Hier ist’s getan;/Das Ewigweibliche/Zieht uns hinan (p. 351).
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Anna Rossell (Barcelona) Licenciada en Filología Alemana por la Universidad de Barcelona, cursó el Doctorado en la Universidad de Bonn.
(1) Las citas se refieren a las siguientes ediciones: Johann W. Goethe, Fausto, trad. de J. Roviralta Borrell, Editorial Arte y Literatura, Ciudad de la Habana, 1980 y Johann Wolfgang Goethe, Faust. Der Tragödie erster und zweiter Teil, Deutscher Taschenbuch Verlag (Band 9), München, 1969.
(2) Emilio García Estébanez, ¿Es cristiano ser mujer?, Siglo XXI de España editores, Madrid, 1992, pp. 51-67.
(3) Dorothy Dinnerstein, The Mermaid and the Minotaur. Sexual Arrangenments and Human Malaise, New York, Harper and Row, 1976.