Categorías
Número 52

Los héroes del archivo adjunto / Álvaro Ojeda

Revista Malabia número 52 con sombra

Los héroes del archivo adjunto / Álvaro Ojeda

Los poetas. La fragilidad de su discurso. Un blasón de biromes y servilletas. Historias antiguas de enfrentamientos con el poder. Los poetas como archivo adjunto de los hombres, hombres ellos mismos, tela en la que cortan los sastres del poder.

Los héroes del archivo adjunto

Un par de ejemplos. Ovidio, 43 a.C.-17 d.C., desterrado por el emperador Augusto en Tomos, colonia romana sobre el Mar Negro.

Motivo del destierro: la práctica de las artes adivinatorias fuera del control oficial, el intento de seducción de Julia, la hija de Augusto por medio de su libro Ars amatoria que contravenía las leyes que penaban el adulterio. Conocer el destino, amar libremente, desobedecer el poder establecido. Muere entre bárbaros que no hablan latín.

“Compuse versos jocosos pero un triste castigo ha venido tras mis bromas poéticas. En fin, no encuentro a uno solo de entre tantos escritores al que haya llevado a la ruina su Musa: el único que encuentro soy yo. Si alguien se acuerda aún por ahí del exiliado Ovidio y mi nombre sobrevive sin mí en Roma, que sepa que yo, postergado bajo estrellas que nunca tocan al mar, vivo en medio de la barbarie. Pues bien, a pesar de la gran extensión que tiene el inmenso orbe, no se ha encontrado otra tierra sino ésta para mi castigo”.

Oscar Wilde, 1854-1900, es condenado a dos años de prisión tras un turbio proceso en donde se mezclaron amor, moral, hipocresía y disciplinamiento en dosis inmedibles pero letales.

Había escrito: “El pasado no tiene ninguna importancia. El presente no tiene ninguna importancia. Sólo el futuro importa. Pues el pasado es lo que el hombre no debería de haber sido. El presente es lo que no debería ser. El futuro es lo que son los artistas”.

Ambos poetas son sólo una brizna, el destello de un finísimo hilo de propiedades inherentes al texto poético. Propiedades peligrosas por disfuncionales a los grandes destinos de las naciones, de la historia, del hombre. Gozosamente inútiles para los inútiles poetas. Inútiles en la utilidad momentánea, vigente y defendida hasta como recurso educativo, de los nuevos e inútiles archivos adjuntos, los del engarce no deseado, esas cadenas de correos electrónicos que llevan y traen pulsiones de olvido, inmaterialidades de alcoba, páginas de pena, páginas de oscura improcedencia. Oscar Wilde escribió en su prefacio a El retrato de Dorian Gray: “todo arte es absolutamente inútil”, parafrasearlo significaría decir: para las utilidades mundanas, el arte no pertenece, no figura en ninguna cadena productiva, no genera bienes. Es que el poeta hace escoria de la perla y perla de la escoria. No es arte por el arte, no es torre de marfil, es legítima enunciación que no puede adaptarse a las leyes de mercado, a las modas, al consumo, a las cadenas que repiten y preparan lectores, espectadores, consumidores de ocasión.

Por un lado el poeta y por otro el poder. Por un lado el inútil poder del poeta, y por otro el destino de capilla, bula o dogma. Abolido el futuro del mal pensamiento, asentado el presente del bien pensar dentro de un léxico domeñado y denotativo, otorgadas algunas concesiones que el devenir impone a la Musa del orden, disuelta la Musa del desorden dentro de las opíparas comensalías que los poetas suelen también aceptar, poco queda del sacrificio heroico del lenguaje para decir lo inefable o sea, lo necesario, cuando arrecia el violín del diablo de Raúl González Tuñón (1905-1974) y “por el agujero que coses en tu media” se abre un sol avieso, desconfiado, malévolo.

El archivo adjunto de las palabras desaparecidas desde la pluma de los que han sido arrojados un Viernes a la noche en el Royal Station Hotel del poeta inglés Philip Larkin (1922-1985).

“Desde los altos racimos de bombitas, esparcida, la luz cae oscuramente sobre sillas solas de colores distintos, que se miran una a otra. Por la puerta abierta, el comedor declara una más grande soledad de vasos y cuchillos y una alfombra de silencio. El conserje lee un diario vespertino que ha sobrado. Pasan horas, y los viajantes ya se han vuelto a Leeds dejando ceniceros llenos en la Sala de Reuniones. Las lámparas alumbran pasillos sin zapatos.
Qué aislado es esto, como una fortaleza…
El papel con membrete, hecho para escribir a casa (si hubiera casa) cartas del exilio:
Cae la noche.
Olas se pliegan detrás de las aldeas”.

El escenario de las desapariciones llevado a términos poéticos: fortaleza de la soledad, un conserje, (¿Dios?) que lee noticias abandonadas, alfombras sin pasos, sillas abandonadas, cigarrillos, penumbra de bombitas iluminando nada, viajantes fugados los poetas, casas sin residentes, la noche de la soledad desplegada ante la memoria y los sentidos. Un nuevo Hades, un infierno de indiferencia. Perverso logro humano por estas costas del Plata. Cartas con membrete que no llegaron pero que sin embargo, han llegado. Desde ese escenario de hombres desaparecidos es preciso definir poesía y poder, causa del destierro y brazo secular.

Dice T. S. Eliot (1888-1965) de la primera:

“Podríamos afirmar que el poeta como poeta sólo indirectamente tiene una obligación frente a su pueblo: su obligación directa es con su lengua, conservarla primero, y ampliarla y perfeccionarla en segundo término. Al expresar lo que otras gentes sienten, transforma también el sentimiento haciéndolo más conciente: y hace que las gentes sepan mejor lo que ya sienten, enseñándoles por lo tanto algo sobre sí mismos”.

Una relación biunívoca, de ida y vuelta, que conlleva la obligación de ser porta viático de una lengua para compartirla, ampliada, con todos los hablantes de la misma.
Sobre el poder, la voz la toma Luce Fabbri (1908-2000) definiendo la acción y la transmutación de las palabras en órdenes de mando.

“Algunos partidos se han vuelto prisiones, otros iglesias; casi todos han tomado el carácter de ejércitos, y, surgidos de una común aspiración ideal, tienden a sustituir las ideas por palabras y a no contar a los hombres, sino los votos, los carnés o los fusiles. Tales son los partidos organizados para la conquista del poder”.

El conflicto entre la preservación y el enriquecimiento de una lengua y su envilecimiento por razones de estado, se hace irremediable. De un lado los poetas y las ideas expresadas por la lengua que nos hace reconocernos dueños de una provincia de sentimientos; del otro la realidad tangible del poder y sus proclamas castradas, vetustas, inhumanas. Se puede desaparecer por conflicto con el poder dictatorial, por el uso de una lengua alternativa a la oficial; se puede desaparecer porque se utiliza al poeta en el recuento de causas que siempre lo tocan pero que él generalmente no logra domeñar, entonces la lengua es oficial pero en dirección contraria a la oficial, generando un nuevo oficialismo alternativo; se puede desaparecer por ser un torpe paniaguado de la inmoralidad o del hoy por hoy, sacrificando la pluma al dictado.

Ese conflicto entre poesía y poder produjo el holocausto de 103 escritores argentinos desparecidos, emblema, signo y sacramento de la muerte de las palabras y de sus recreadores y con ellos, y en ellos, casi como en una fórmula religiosa, la muerte de un mundo, un mundo alternativo, distinto, inusual.

103 escritores de los que la SEA –Sociedad de Escritoras y Escritores de la Argentina, presidida por el poeta y editor Víctor Redondo- ha recogido 71 en sus textos en un volumen titulado Palabra Viva por la sencilla razón de que los 32 restantes han desaparecido también en la materialidad ominosa y textual durante el saqueo de los grupos de operaciones, que hasta la sombra de la escritura arrasaron. Textos de famosos y textos de desconocidos comprendidos entre 1974 y 1983. Textos que son poemas, ensayos, cuentos, cartas. Textos como memoria de una sorda opacidad perdida “en el sótano interminable de la noche” como escribió Enrique Courau, desaparecido en 1976, del que poco se sabe, con dos libros editados y dedicados con vigorosa inocencia, a la clase obrera, argentina y peronista, cumpliendo así con el precepto eliotiano de pertenencia y emotividad. Son poemas desde el vientre de la casa, la casa que es la patria, y desde su sótano de capillas y bruma. Laguna Estigia: o somos el transporte o somos transportados, podría haber escrito Luce. ¿De qué lado estuvieron estos 103 archivos de la muerte?

Elecciones, nuevas desapariciones

Una tarea ingrata consiste en ordenar y seleccionar textos de poetas desaparecidos, porque implican una nueva desaparición, pero debe -necesaria y penosamente-, hacerse por razones de abordaje y orden mínimo. En ese sentido se ha preferido no volver sobre los más notorios y trabajar sobre los menos conocidos.

1) Poetas de la Arcadia perdida y recuperada

De 103 escritores sobreviven 71 y de 71 se despegan algunos pocos, como emblemas de esta fuga de muerte. Se elige, no se desentierra, porque no hubo inhumación, hubo vacío. Se opta por el orden alfabético, por la empatía simple y llana. Empatía en el dolor, en el horror, nombres que no se conocen o se conocen muy poco, nombres fugados.

Jorge de la Cruz Agüero tenía 17 años cuando lo hizo desaparecer la triple A, gobierno legítimo y peronista, escribe en su poema Extremaunción:

“Tal vez si los últimos seres
que quedaron sobre esto
bajaran
sencilla humildemente los ojos
hacia adelante
la libertad sería
en serio
un pedazo de eternidad”

Parece posible leer el poema desde su esforzado final de esperanza. El poeta ha obtenido su eternidad en los otros, así lo siente, con una simple cordialidad de gestos, en concreto bajar la mirada. De todas maneras la decisión final de salvación que asoma en el título sacramental, indica una aspiración, no una certeza, como corresponde a la idea de camino construido entre todos. Pero el poema es una catábasis, un descenso al infierno, horizonte del poeta y del héroe. Sin dudas este adolescente toca sin saberlo su destino pero también se interna en la tradición poética más tangible. Por ese mismo desconocimiento quiebra el poema en un verso -“hacia adelante”- que puede leerse al menos de dos maneras y que esperó, probablemente, la decisión final del poeta.

En otros casos la poeta Lucina Álvarez, desaparecida a los 31 años, elige el tópico de la Arcadia perdida y recuperada. El lugar es Montevideo, una feria, la multitud pacífica y a la vez esencial, que permite avizorar otra región.

“Azul montevideano casas bajas de postal de puerto
el cuero y la verdura y unas tuercas irrisorias
empecinada en sus cositas un día de domingo
la feria de la calle larga:
en Tristán Narvaja está Latrinoamérica”

La constante del lugar deseado tiene su contra cara en el ominoso lugar presentido. Ambos son cauces recurrentes en todos los poetas, tengan o no militancia política, como si el sueño se desdibujara con firme presentimiento.

“Algún nombre extraño extrañamente bello
paseaba sus rincones me decía nosotros
y yo ya lo sabía
lo sabría
cuando un día hoy, me dijeran
me dirían que lo atrapó la sombra”.

Tiempos verbales de duda en un escenario de calculada, tímida esperanza.

Es más que el riesgo asumido de la lucha contraria a un sistema, es la profética corazonada de la desgracia, surgida de una aleve realidad que se impone al deseo. Hasta un obispo comulga con esta tradición de muerte representada por la ciudad como entidad formal, versus el campo como entidad pastoril, arcádica. Enrique Angelelli, obispo de La Rioja, escribía poesía y lo hacía de una manera entre criolla y hippie.

“Estoy pelando la leña
para encontrarle el alma al palo.
Por eso huyo de la ciudad
donde es difícil encontrarle el alma a este palo”.

La imagen podría corresponder a una letra de Javier Martínez del mítico grupo Manal, a su Avellaneda blues o a la canción Una casa con diez pinos o a nuestro Días de Blues con su Vámonos al campo, incluso la alusión al palo que se desnuda para buscar esa esencia humana y natural, connota la asociación con la expresión “ser del mismo palo” de la misma cofradía, la de los humanistas solidarios, la de la heterotopía, la de los desaparecidos. Tres edades diferentes, Angelelli había nacido en 1923 y tenía 43 años cuando fue asesinado, pero la misma convicción de la cercanía de la muerte en tanto el hombre se acerca a la esencia de lo que es la verdad: una búsqueda dolorosa, errática, marginal.

Poetas de escenarios, de locaciones, lo que buscan a tientas, los hallará sin voz para decirlo y ese será el peor de los castigos. Sin embargo el futuro es de los artistas, aunque no estén.

2) Poetas del barrio perdido como Arcadia inexacta

Osvaldo Domingo Balbi, nacido en 1944, había publicado 4 libros de poesía. Fue secuestrado en 1978 frente a sus hijos, mientras remontaba un barrilete. Un símbolo de su esencia poética. Un descendiente de Tuñón, un compadre de Gelman, un pariente de Borges con el barrio como sublimación de la ternura por algo avieso. Un afincado en el signo volador del barrilete.

“Desenrollar los barriletes de los cables
Caminar las veredas desparejas
Atornillar el maullido de los gatos al silencio de la noche
Amanecer tantas veces como amaneceres entren en una sola historia

Desnudar el odio y el amor
Odiar el oscuro calor de las iglesias
Y sacarle la lengua a Dios
Por ser el primer gil que se tragó lo del paraíso”

El infinito en el baldío. La metafísica de la desconfianza con el poder instituido, la tradición revisitada y la necesidad de su remoción. Por eso dirá en un verso la síntesis de lo mínimo para alcanzar el universo.

“Me acuerdo de una noche del baldío
Había estrellas en tus ojos.

Nos contabas de Carlitos
Y las luces y los coches
Y las minas por venir

Como él, decías
Me voy a acordar de ustedes
(como él acaso para la limosna)

Y quedamos convencidos
Era fácil creerte. Tan fácil
Como creer en el misterio de las estrellas.

Tenías que llegar.
Pegar el salto por encima de nosotros.
Vos no ibas a ser
zapatero. Ni guarda. Ni lustrabotas.

Vos ibas a ser famoso”.

El poema se llama Cantor nacional y marca las ilusiones y las limitaciones del mito popular del estuario del Plata. Se denuncia y se desnuda la dulce ensoñación que mece al muchacho que ambiciona un porvenir de gloria. Poca cosa pero mucha, el poeta denuncia los mitos incumplidos en el pobre cantor que nunca llegará, como adiestrando al lector y oyente, en otra forma de plenitud, menos azarosa, menos romántica. Un sueño tironeado por un método, pero un sueño siempre. Y el tango como poética de la gloria y de la desconfianza. El tango nunca será un bolero.

Miguel Ángel Bustos desaparecido en mayo del 76, poeta y dibujante, con 5 libros de poesía publicados, es un contemporáneo y no sólo en el tiempo, de Gelman. Sus temas son la madre como metonimia y metáfora de la patria, -meta y camino, permanencia y cambio- y en esa búsqueda utiliza los procedimientos vallejianos de la reconstrucción fragmentaria y la sintaxis caprichosa. La poesía refleja la duda más que la huella a seguir, o si se desea una certeza en la duda y una enorme y elegíaca pena de estar vivo.

“Espero tu venida madre, tu bebida a mis dientes.
De tan abajo es largo venir.
Arriba, la niebla la araño arriba. No quedes tan niña. Sube.
Se irá la noche, gatéame”.

La renovación del nacimiento, la vuelta atrás, el impulso por ser de otra manera el ser mismo.

“Madre. Éste es el segundo en que te llamo y en vos llamo a todas las dulces bocas ojos de leche de las mujeres que se mueren.
Quero saber
Siempre habrá una luna de polvo y hueso para mí. Si no he de tener un sol éste será mi último vuelo en mi última venida a los cielos”.

La intensa plenitud del invaginamiento anacrónico, la vuelta al útero nutricio, hace oscilar al cambio social que se desea, en una cuerda floja. Como una suerte de esperanza que remite al pasado pero que se sabe pasado y un porvenir que se siente desolado.

“Qué podrías decirme
cuando sea uno bajo la gran luna de polvo y hueso”.

Ni siquiera ese destino de resto le fue concedido, pero de alguna dolorosa y profética manera volvió el poeta al refugio nutricio de la madre, de su madre: aire, tierra, fuego, agua.

No sólo la argentinidad tocó a los argentinos. La argentinidad como concepto de violencia sobre sí, ejercida como una forma de convivencia desde el fusilamiento de Dorrego en 1828, despojado de gobierno y vida, en un juego de sinsentidos perpetuamente reciclados. La colectividad japonesa perdió, durante la demencia de los años de la Junta, a 14 seres humanos. Uno de ellos, Juan Carlos Higa, parece haber perdido dos veces su patria: la de origen y la adoptiva, doble dolor que no cesa. Se tiene un lugar para volver y un lugar para descansar definitivamente. El lugar es el mar, el mar de Alfosina Storni (1892-1938) a quien el poeta nacido en 1947 y desaparecido en mayo de 1977 le dedica un extenso poema. Extrañamente Higa parece describir la poesía de Storni desde su propia desaparición o desde su propio hundimiento en el mar.

“Qué lastima Alfonsina
no haber traído conmigo tus poesías
tus palabras me hubieran
aliviado
y algún consuelo hubiera encontrado mi alma”.

La poesía como consuelo y el mar como destino, monstruosamente lo fue en muchos casos y la distancia entre el deseo poético para conjurar la angustia, se mezcla con esa argentinidad de alevosía y sevicia.

“Yo también quisiera dar mi amor al mundo
¿te das cuenta Alfonsina?”

Así escribe Higa su militancia amorosa perdida en el mar de Alfonsina. Antes había escrito en un poema que se llama Para quedarme en todos estos versos.

“Si yo me llamara juan ternura
qué distinto sería todo…
dejaría de ser yo para ser todos”

Lo fue entre otros, monstruosamente, está dicho.

3) Los poetas premonitorios

La premonición omnipresente. Un poeta, Roberto Santoro, secuestrado en 1977, que quiere desde aquel presente vital volver, volver siempre, como si ya fuera una sombra funesta, un Aquiles perdido en el Hades.

“pero quedar amarrado a buenos aires
a su fatal tristeza
a su agonía
y saber que hay un tango en cada traje
uno anda solo
volvé
si yo pudiera

como un hombre que se fue
no estoy
no sé
no doy un paso más
hoy algo no funciona

volver
se fue
estaba en la vereda

y nunca dijo nada
se fue
me voy
echar el resto por la calle”

Santoro asoma con una definición que no excluye al pedido anterior de volver pero lo relativiza, hombre sensato al fin, hombre vencido pero nunca vencido, como quería su compatriota Almafuerte.

“Lo humano
es que el hombre no incline su rodilla”

A esos lugares de desolación fue arrebatado el poeta y con el poeta el mundo, nada es gratuito, nada pasa inadvertido, todo daño al hombre es un daño general, un daño ubicuo. Escribe Alcira Fidalgo, secuestrada en 1977, escribe, anuncia, profetiza:

“Hace meses que los aguardo
a la sombra de una piedra.
Fija la vista en el horizonte
atento el oído
tenso el cuerpo, la espada lista.
Y no llegan
¿en qué lugar de este mar
de arena y sol
se han perdido?”

Y para enfatizar la definición dual de la espera, el mar preanuncia la muerte pero la espera puede ser la espera en la construcción de la espada, la pluma, la escritura, una especie de amplificada y original catacresis, escribe:

“¿Dónde están mis molinos de viento?”

Quizás la mejor poeta de esa ambivalencia en el eje esperanza victoria y destrucción y pérdida, sea Ana María Lanzillotto, desaparecida en 1976, que parece discurrir entre la anunciación y la búsqueda de la consumación del destierro en la muerte, como quien ansía el fin de los tiempos con su desmesura de alegría y su dolor de parto.

“Y por eso me voy de este lugar de brujos,
de gente bella, de tinieblas.
Donde mis esperanzas abortan
mis caminos terminan
y no soy capaz de conceder al tiempo
ni segundos de mi sangre
que se enfría y se calienta porque sí.
Este lugar hechizado y hechizador
que no tiene espacios ni rincones
donde dormir, mirar sin decir nada.
Estoy de más en el mecanismo complicado
de este país hostil
que me presta la última ternura
justo al abrirse mi esperanza.
Y me voy hacia el olvido
porque no debo quedarme un minuto más
tapándoles el sol como si nada”.

Un reproche hacia el futuro desde el grito poético indiferente del presente, una ficción casi cínica, una advertencia, y el uso del verbo abortar como telón de fondo de algo triste, terriblemente triste. La poeta sobra en un país que se convierte en un campo de exterminio.

Antes de finalizar esta incompleta y caprichosa recorrida, hay que leer a los poetas que siguieron escribiendo incluso luego de la desaparición forzosa. Poemas robados a la muerte, como los del poeta desaparecido en el gulag estalinista, Osip Mandelstam (1891-1938).

Ana María Ponce logra que sus poemas, ya que no su cuerpo, se escurran desde la operativa del secuestro, la tortura y la muerte y ahora están aquí, exhumados. Son poemas escritos en octubre de 1977 y la poeta estaba desaparecida desde mayo de ese mismo año.

“Quiero saber cómo se ve el mundo
me olvidé de su forma
de su insaciable boca
de sus destructoras manos
me olvidé de la noche y del día
me olvidé de las calles recorridas.
Quiero saber cómo es el mundo
no recuerdo los rostros
ni los árboles, ni las luces,
ni las fábricas, ni las plazas,
ni el dolor de afuera,
ni la risa de entonces.
Quiero saber cómo se ve el mundo,
hace tanto que no estoy,
hace tanto que mis pies
no se cansan por los recorridos,
hace tanto que mis ojos
no se queman con la luz,
hace tanto que sueño
la inasible situación de la libertad,
hace tanto, pero tanto,
que no tengo natural alimento,
de vida, de amor, de presente,
y estoy, a pesar de todo esto,
a pesar de no creerlo,
estoy juntando unas palabras,
unas infieles palabras,
que me dejen recordar
cómo podría verse el mundo…”

El poema finaliza con puntos suspensivos, por razones imaginables, pero también por razones estéticas y nuevamente premonitorias. La suspensión de la muerte, eso es la desaparición, una suspensión permanente de la muerte y una doble permanencia: la muerte y, elusivamente, una permanencia en la levedad de la desaparición y en el caso de los dueños de las palabras, porque los poetas deben intentar ser los dueños de las palabras para custodiar la lengua madre de los hombres, un acto de servicio extra.

La poesía viene desde entonces, desde Paul Celan y Auschwitz, en archivo adjunto y con ellos vamos nosotros, los de afuera, los libres. Ellos son los héroes y el mundo moderno los ha arrasado en su devenir intangible y feroz. Ya pasó todo. Todo ha pasado. Nada queda, salvo la vida que fluye y funciona como diversión, excusa o perpetuidad aparente. Pero los poetas están allí, siguen estando en ese extraño limbo de la muerte fugada, difusa, esbozada. Son ellos los poetas y las poetas que han señalado la ominosa destrucción que nosotros mismos nos hemos echado encima y que permanece todavía latente, inexcusable, y paradójicamente viva en el osario de la culpa, en la gehena bíblica, en los restos desorganizados y permanentes de nuestras patrias.

La literatura estriba en ese archivo adjunto y la literatura se ocupa de la vida y la vida necesita de la vida y del grito y de la voz y de la confesión en voz pequeña y dulce y poderosa.

Álvaro Ojeda

____________________


Parque de los Aliados (Montevideo), 24 de mayo de 2008.
Leído a los 2 meses de escrito en la Casa de los Escritores del Uruguay.