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Número 68

Mario Benedetti / Varios autores

Revista Malabia número 68

Mario Benedetti / Varios autores

Escritor de ficción, ensayista y periodista uruguayo (1920-2009). Su prolífica obra incluye más de ochenta títulos, traducidos la mayoría a más de veinte idiomas. Tras el Golpe de Estado en Uruguay en 1973 se ve obligado, debido a la represión desatada contra quienes compartían sus convicciones políticas, a renunciar al claustro en la Universidad para el que había sido elegido. Poco tiempo después deberá abandonar el país. Residió durante un período de diez años en diversos lugares (Buenos Aires, Perú, Cuba y España). El alejamiento de su tierra también lo fue de su mujer, que debió quedarse en Uruguay a cuidar a las madres de ambos. A principios de 1985 regresa, iniciando el período de desexilio, tema de muchas de sus obras.

Un año después de su fallecimiento, en el 2010, la bancada del Frente Amplio manejó un proyecto, que no se llevó a cabo, de ponerle su nombre al aeropuerto de Montevideo. Al tratarse de un intelectual comprometido, la idea generó polémica. Las reacciones de especialistas en literatura consultados sobre el tema constituyen un buen documento socio cultural.




Óscar Brando (Profesor de Literatura Hispanoamericana en el IPA y crítico literario en Brecha y El País Cultural)

Sería una originalidad uruguaya ponerle el nombre de un escritor a un aeropuerto. No conozco mucho, pero el de Santiago creo que no se llama Neruda ni el de Lanzarote, Saramago, por citar dos premios Nobel. Pienso en Montevideo y me acuerdo del Parque Rodó, que para todos es el parquerrodó y ni nos damos cuenta de que homenajea a un escritor, o en el teatro Florencio Sánchez. Sospecho que hay otros lugares más adecuados para darles el nombre de un escritor: un paseo (que en Montevideo se usan poco) como una peatonal, pero ¿dónde?; un parque, ¿pero cuál?; quizá un espacio más recoleto y montevideano. Creo que hay miedo de quedarse corto. No hay que apurarse a los homenajes, no se trata de cláusulas gatillo, se puede esperar un poco y con eso se pone a prueba la memoria histórica. Para homenajes hay liceos, casas de la cultura (¿hay casas de la cultura?), calles, bibliotecas municipales. Ya se verá.

¿Deberíamos tener en cuenta la calidad? Esa cuestión la determinará el lector especializado, siempre en el caso de que siga vigente la jerarquía de escritores, buenos y malos, y críticos y especialistas que juzguen esa distinción. Obviamente, estamos hablando de un homenaje público a un señor que fue escritor. Eso desborda el juicio riguroso de la crítica literaria y se derrama sobre un reconocimiento social, colectivo, que lo impone. Su entierro (veinte mil personas) parecería señalar que sí obtuvo ese reconocimiento, pero imaginemos a un periodista en la cola hacia el féretro preguntando: «¿Usted vino porque Benedetti era un gran escritor?» Si un día me preguntan sobre las virtudes literarias (todavía creo en las virtudes literarias, me parece que se puede seguir distinguiendo buena y mala literatura y que eso no es un ejercicio trivial) responderé, pero no ahora. En caso de acudir a especialistas para poner el nombre de un escritor o artista a un lugar público, tengo más claro a quién no consultar que a quién sí. El plebiscito sale muy caro, dirá la Corte Electoral, y no es recomendable consultar a la Junta Departamental. Preguntarle a los escritores es lo que se está haciendo, supongo, y está bien para la prensa sensacionalista, que espera reacciones desmelenadas para vender miles de periódicos (ambas, infelices ambiciones). A los escritores habría que pedirles que escriban bien para hacernos sufrir menos a los lectores (lo mismo dicen los escritores de los críticos) y que no opinen sobre sus colegas, por lo menos públicamente. Todos sabemos cuál es el juicio que en general merece Benedetti entre sus pares uruguayos, salvo hipocresías. Yo no sé qué hay que hacer, porque a veces los plebiscitos obtienen resultados tan poco razonables que se hace necesario una ley para cambiar su mandato. Entonces me quedo sin argumento. Que lo haga el que tiene potestades para hacerlo, excepto, insisto, que sea la Junta Departamental de Montevideo, ante lo cual me rindo y solicito una consulta al Tribunal de La Haya, aunque salga más cara que una votación popular.



Daniel Vidal (Profesor del Departamento de Literatura Uruguaya y Latinoamericana de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Udelar)

Se trata de un buen homenaje a un escritor de los siglos XX y XXI que alcanzó una popularidad nacional. En literatura la calidad es un concepto subsidiario del valor literario. No creo en eso. Creo que existen distintas estéticas y singularidades textuales. Benedetti, como todos los escritores, tiene una obra despareja, unida por idéntica prioridad comunicacional antes que por el acento en el trabajo poético de tipo experimental. Ésa fue su apuesta y ése fue su triunfo. Hay que rascar mucho para encontrar un escritor que se haya comunicado con decenas de miles de uruguayos como lo hizo él. Los especialistas no pueden tener más o menos voz que otros individuos de la sociedad. En todo caso, debería haber una consulta popular para definir el tema.



Emilio Irigoyen (titular del Departamento de Letras Modernas de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Udelar, ex periodista cultural en Búsqueda)

Personalmente, la elección de Benedetti me parece buen reflejo de la relación que nuestra sociedad está teniendo con lo que suele llamarse «la cultura». Se trata de una relación que el propio gobierno nacional, para sorpresa de muchos, en algunos casos parece compartir y estimular. No se destaca algo porque se considere particularmente valioso, o avanzado, o «progresista», en el sentido elemental de esta palabra (es difícil decir en qué la obra de Benedetti, hoy, podría contribuir a progreso o avance alguno), sino porque es «representativo”, y eso quiere decir, básicamente, conocido, aceptado y querido. Como en el fútbol, Benedetti no es el que mejor juega, nadie está diciendo eso; pero es al que la gente más quiere, aquel con el que más puede identificarse. Forlán juega mejor que todos los demás, seguramente, pero no es el ídolo total que, por «calidad» de juego, correspondería que fuera. Los rubios exitosos, en Uruguay, nunca han tenido esa fortuna. La gente no termina de identificarse del todo con ellos.

De manera similar, la gente tampoco se termina de identificar con alguien por lo excelente que es en lo que hace. Benedetti no es un escritor que haya producido textos de una particular «calidad». Pero los uruguayos no nos identificamos con alguien, no lo sentimos como nuestro, el mejor o más “representativo” de nosotros mismos, porque produzca cosas de alta calidad (se trate de poemas, goles, engranajes o lo que sea). Otras culturas eligen homenajear a quienes consideran los autores de las obras de mayor calidad (el mejor científico, el mejor poeta, etcétera). Nosotros estamos eligiendo homenajear a los más «representativos», concepto que, en el peor de los casos, suele confundirse con el de «los más vendidos». La Intendencia (donde parece que de cultura se sabe cada vez menos y se la valora cada vez menos) declara a Mercedes Vigil «ilustre» porque mucha gente la lee. Por cierto, quizás ello se deba a que los jerarcas municipales parecen tener un conocimiento muy limitado del idioma: una de las acepciones de «ilustre» es «célebre» (es decir, famoso), y quizá por eso la intendencia cree que «ciudadano ilustre» quiere decir, simplemente, «ciudadano famoso». Se comprende, pues, que otorguen tal distinción a una escritora aunque tenga, ella también, un conocimiento limitado del idioma. Más que «aunque», pareciera que se lo dan «porque» maneja un idioma bastante limitado; quizá sea el manejo del idioma que los jerarcas culturales montevideanos son capaces de entender.

No hay un estándar único para medir la «calidad», mucho menos cuando se trata de objetos simbólicos, como es el caso con la literatura. En la mayoría de los terrenos en que a menudo ella se mide, casi nadie diría que Benedetti produjo literatura «de primera calidad». Si comparamos la sofisticación de su escritura, o su capacidad para hacernos pensar o sentir cosas novedosas, o de maneras novedosas, o bien de expandir las posibilidades del lenguaje, o las de la poesía, la narrativa o el teatro, o, para decirlo en breve, su capacidad para decir algo de una manera más intensa, o más precisa, o más abarcadora de lo que ha sido dicho antes, en fin, si comparamos la obra de Benedetti, en cualquiera de estos aspectos, con la de muchos otros escritores uruguayos, no es de los «mejores». Su calidad, medida en esos términos, dista bastante de la de un narrador como Onetti, un dramaturgo como Sánchez o un poeta como Herrera y Reissig. Está lejos de ser un peso pesado. Ahora bien, si se piensa la calidad en términos, por ejemplo, de la capacidad de su poesía para comunicar poéticamente algo, para un gran número de personas, muchas de las cuales tienen muy poca relación con la poesía escrita, entonces es un escritor importantísimo. Si se mide la calidad en términos de lo que pueda emocionar, por ejemplo, entonces la valoración dependerá de qué emocione a cada uno. Y a la mayoría de las personas Benedetti las emociona más que Herrera, Delmira Agustini o cualquiera de nuestros poetas vivos. En el fondo, creo que nadie que sepa algo de poesía o de literatura te dirá que Benedetti es importante por su calidad. Yo diría que lo es por su representatividad. El arte (y la literatura, como cualquier otra arte) tiene esa doble dimensión: por un lado, es una actividad «puntera» (igual que la ciencia y la tecnología: el artista, como el científico o el inventor, es alguien que produce algo que abre nuevos caminos, que resuelve problemas, que amplía horizontes) y, por otro lado, es una actividad que nos representa, con cuyos resultados nos identificamos. En esto es distinta que la ciencia, porque uno no se siente identificado con lo que un físico descubre ni siente que ese físico o que el inventor de un nuevo tiempo de engranaje nos «represente» en modo alguno. Podemos poner a un científico en los billetes como homenaje, pero nadie va a decir: «fulano es el científico de la patria», como se dice que Zorrilla es el poeta de la patria, o Blanes su pintor. Como «artista puntero» Benedetti tuvo, en cierto momento, mucha relevancia, pero no puede compararse a la que tuvieron otros artistas, como el propio Sánchez, por ejemplo, ya que hablamos de homenajes. Como «representante» quizás tenga más chance de figurar entre los primeros.

Para decidir algo siempre se consulta. Difícilmente alguien (se trate de una empresa, de un grupo político o de otro agente) tome una decisión como ésta sin consultar a «especialistas». Lamentablemente, los únicos especialistas que a la mayoría de las empresas les importan son los conocedores del mercado y los creativos publicitarios; en el caso de los políticos están además los viejos conocidos, los compañeros de militancia o las «personalidades de la cultura», a las que no se consulta por ser especialistas, sino por ser «figuras relevantes». Cuando se trata de cultura, casi siempre la noción de «especialista» que se maneja es una «figura destacada», una «importante personalidad». Uno no puede imaginarse que se siguiera ese criterio para Economía, Salud, Educación, Defensa, o cualquier otra área de la función pública.



Soledad Platero (crítica literaria en El País Cultural)

Yo no termino de entender qué tienen de bueno estos homenajes. No sé por qué un aeropuerto tiene que tener un nombre distinto del lugar donde esté emplazado, y mucho menos entiendo por qué ese nombre tiene que ser el de una persona. No me parece lindo que las ciudades tengan nombre de persona (felizmente son pocas) y no veo por qué sus puertas de entrada o salida tendrían que tenerlo. No creo que el homenaje guarde una correspondencia directa con la «calidad como escritor». Si ya de por sí me parecen raros los homenajes de este tipo, no puedo ni imaginar que la calidad de un escritor pueda guardar alguna proporción con espacios públicos, del tipo «para un gran escritor, un gran aeropuerto». Está claro que estos homenajes no tienen nada que ver con la literatura. Mario Benedetti fue un escritor pero, según lo que yo entiendo de la lógica de estos homenajes, podría haber sido un jugador de fútbol, un cantante de tango o un esforzado explorador de las cumbres del Himalaya.



Juan Fló (Titular de la sección Estética de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Udelar)

Que a un aeropuerto le den el nombre de un artista o de un escritor es un poco una usurpación de lugar. Las calles, como son miles, permiten una especie de diccionario biográfico. Pero que a los edificios los llamen con un nombre me parece de mal gusto. Si se llamara Onetti sería exactamente igual. Para ponerle nombre a las calles no se hace un plebiscito, lo hace la Junta Departamental. No se pueden hacer consultas públicas, ni siquiera a los especialistas, los nombres van y vienen, las modas también. Los instrumentos políticos representan una opinión pública más o menos estadística.



Wilfredo Penco (presidente de la Academia Nacional de Letras)

Un aeropuerto es una puerta de entrada y de salida. Un gran cartel como referencia obligada para tripulantes y pasajeros a la hora del despegue y el aterrizaje. Para los que llegan y los que se van, el nombre de Benedetti puede ser bien representativo de lo que fue y es el éxodo uruguayo (que él integró) y de la manera como Uruguay se muestra al mundo, porque en el mundo, y en diversas lenguas, hoy nos conocen mucho más y en buena medida gracias a él. Se sabe bien que tuvo intensa actividad política y fue un notorio propagandista de izquierda. Y es probable que esa situación haya incidido en los términos de su celebridad. No obstante, creo que se lo recordará sobre todo por su labor literaria, del mismo modo que a Carlos Roxlo o Javier de Viana, ambos conocidos militantes nacionalistas, y a Justino Zavala Muniz, encumbrado y gran batllista. Desde hace mucho tiempo Benedetti no está limitado al ámbito de los especialistas. Fue y sigue siendo un fenómeno en términos sociales. Una cara inconfundible de la idiosincrasia uruguaya lleva su nombre.



Stephen Gregory (Investigador de la universidad australiana de New South Wales, especialista en la ensayística de Benedetti)

Un aeropuerto internacional no parece tener mucho que ver con Benedetti ni con su obra. Supongo que es todo un honor, pero ¿un homenaje a qué, exactamente? ¡La única contribución de Benedetti al respecto sería el número de viajes en avión que hizo! Supongo que habría un letrero enorme en luces de neón con su nombre. ¿Será el equivalente (pos)moderno de ser estatua a caballo en un parque o una plaza? ¿Benedetti como monumento nacional? ¿O simplemente un nombre cuyo oficio o papel humano y social ha sido olvidado?

Resumen de una publicación de La Diaria, Montevideo 2010