Categorías
Número 68

Peter Handke / Datos y entrevistas

Revista Malabia número 68

Peter Handke / Datos y entrevistas

Escritor austríaco nacido en 1942. Descendiente de eslovenos, aprendió el idioma y tradujo a varios escritores del país. Siempre inquieto y crítico, denunció en los ochenta el crecimiento de la extrema derecha en Austria. Comienza a ser polémico en los noventa por sus críticas a los ataques de la OTAN en los Balcanes, y particularmente a los bombardeos alemanes sobre Belgrado. Es fácil colegir por sus opiniones que esta primera participación de Alemania en una guerra después de la Segunda Guerra Mundial le recordaba el nazismo y la impunidad de los croatas, que colaboraron con esa ideología funesta. Su posicionamiento fue considerado pro serbio, pese a que él no se cansó de afirmar que no apoyaba a nadie, sólo se limitaba a negarse a la criminalización de un pueblo en particular.

La campaña efectiva contra su persona se desató en 2006, cuando un jurado de la ciudad de Düsseldorf le otorgó el Premio Heine. Las protestas, que el alcalde de dicha ciudad llamó «caza de brujas», fueron de tal intensidad que Handke se vio obligado a renunciar a la tan merecida distinción. En el 2019 la Academia Sueca le otorgó el Premio Nobel, lo que acentuó la persecución contra su persona y actividad cultural. Al galardón se opusieron varios países: Bosnia y Herzegovina, Croacia, Macedonia del Norte, Turquía, Afganistán.

El escritor tuvo también sus defensores en el mundo de la cultura, entre ellos Win Wenders, Kusturica, Modiano, Nigon y Ogier.

Para dar la palabra a Handke publicamos a continuación algunos pasajes de sus entrevistas.

Hoy la literatura está en peligro de volverse periodística, de resultar indistinguible del periodismo. (…) En el periodismo todo es receta, todo son moldes y pautas que se pueden aprender. La literatura no se puede aprender. Como mucho, se puede aprender lo que no hay que hacer.

Los periodistas se hacen los tontos para poder vender de alguna manera una afirmación inequívoca. Una vergüenza. En cuanto al tema de Yugoslavia, al menos en Alemania y Austria, ahora con la llegada de tantos refugiados, no sólo de Siria sino también de Albania y de Kosovo, hay cada vez más políticos que reconocen que este problema se remonta a la guerra de la Otan de 1999. Aunque en ninguna parte hay tanta estupidez como entre los políticos occidentales. Se cometieron muchas estupideces por parte de Occidente, empezando en Irak. Ahora dicen que eso empezó con la guerra de Irak, pero yo siempre digo que empezó con Yugoslavia, con esos bombardeos humanitarios. Yo sigo esperando que todos los que en aquel entonces levantaron sus aullidos contra mi posición me digan que hicieron una estupidez. Esto nunca sucederá, caerán en la tumba sin haberse dado ni cuenta. Esos, los que dejaron que los pueblos se mataran entre sí, son los verdaderos criminales. La estupidez nunca muere. Sin embargo, hace morir a los demás.

Hay una diferencia muy grande entre el silencio y la mudez. Las sociedades de hoy están más amenazadas que nunca por hacer enmudecer al individuo.

La utopía se ha convertido en algo extremadamente difícil, en especial en la épica; tal vez en el poema sea aún factible. En parte porque la utopía se confunde fácilmente con la literatura new age o fantasy, con El señor de los anillos y libros por el estilo. ¿Qué se puede hacer cuando mis proyecciones utópicas, que desde el principio están en la obra, se confunden con new age o con una religiosidad indebidamente apropiada?

El escritor tiene que convencer por su ingenuidad, por su añoranza y, naturalmente, también tiene que haber meticulosidad. Además, debe ser un literato de verdad. Un escritor se muestra para mí no tanto en lo que hace, sino en cómo evita la escritura facilona. (…) La utopía y el cuento de hadas no es lo que la gente quiere. Kierkegaard ya decía que las personas están desesperadas al no poder salir de la banalidad del día a día, pero ese día a día les ayuda a su vez a disimular su desesperación.

Me parece horroroso la manera en que se comportan hoy los escritores. Todos se han vuelto tan oficiales, se comportan como dignatarios, como cardenales. Eso nunca le debe pasar a un escritor. Constantemente dan entrevistas, ahora están en Irak, después en Sarajevo o en Perú. Están en todas partes y tienen que escribir artículos para los periódicos. Ya no tengo ninguna confianza en esa gente. El escritor debe vivir secretamente. Aunque yo también he tenido una época, cuando tenía alrededor de los cuarenta, en la que los amigos me llamaron en broma el escritor nacional austriaco. Durante unos años creí que podía hacer de portavoz para la cartera «Pueblo y escritura». Y llegué a pronunciar discursos, no me avergüenzo de ello. Pensé que debía participar y hacer lo mismo que los escritores internacionales, como Vargas Llosa. No puede ser. El escritor debe ser un niño, un ser confuso, un buscador. No tengo esquemas literarios como Umberto Eco, que los usa, pero no se percibe ningún yo oculto, ningún secreto furtivo, ningún daimon escondido. El daimon es algo extraordinario cuando se convierte en forma, cuando se expresa en la escritura. Sin él la escritura no funciona. Y lo malo es que ahora todos los escritores están obligados a entregar materiales bien elaborados, que se leen bien párrafo por párrafo, sin duda, pero esto no es una lectura. La lectura es un proceso increíblemente misterioso, es una expedición. Los árabes decían de sus místicos que viajaban con sus palabras, eran viajes nocturnos pero completamente iluminados. Y escribir también es un viaje nocturno durante el cual las palabras, las frases y los párrafos producen luz. Y esto se ve muy poco hoy día.