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Número 66

La literatura de los Estados Unidos / Nick Ravangel

Revista Malabia número 66

La literatura de los Estados Unidos / Nick Ravangel

La cultura estadounidense es, en sus comienzos, peculiar. Tiene sus raíces en el calvinismo y el puritanismo, por lo que la tradición relacionada con las letras no era propicia a la libertad creativa. Su lugar de arranque es Boston, capital del estado de Massachusetts, donde se instala la Universidad de Harvard en 1636. Dadas las circunstancias el Modernismo tardará en llegar, porque el severo mundo religioso que había permitido la caza de brujas en el siglo XVII estaba ahí y la literatura debía ser una parte más de la expresión religiosa. La Reforma protestante era el verdadero camino hacia la redención humana, enfrentada al apego a los bienes materiales demostrada por la Iglesia de Roma. Los sentimientos volcados en las letras eran entonces el amor filial, la compasión y la comunión mística, con la Biblia como guía de actitudes y comportamientos. Quien se apartara y buscara autonomía era considerado un hereje continuador de las brujas perseguidas. Y quien se escapara del lenguaje desnudo y racional entrando en el boato y lo florido estaba emulando el oropel católico.

A principios del siglo XVIII, con la Independencia, las letras conocen un verdadero despertar. Los escritores relevantes de esa época son James Fenimore Cooper (The last of the Mohicans – El último de los mohicanos), el poeta Longfellow, Nathaniel Hawthorne (The scarlet letter– La letra escarlata), Edgar Allan Poe y los filósofos Waldo Emerson y Henry Thoreau.

Al comenzar la guerra civil (1851) la literatura se hallaba preparada para iniciar una nueva etapa. Sus representantes fueron entonces Herman Melville (Moby Dick) y Mark Twain (Tom Sawyer – Huckleberry Finn) en prosa y Walt Whitman y Emily Dickinson en poesía.

A finales del siglo aparece un escritor politizado que no ha cesado de estimular las ansias de aventuras de sus lectores: Jack London, nacido en 1876 (The call of the wild – El llamado de lo salvaje). Pero la literatura estadounidense «moderna» tiene sus orígenes, curiosamente, en París, en el 27 de la Rue de Flerus, domicilio de Gertrude Stein, mecenas del movimiento literario. Por allí pasaron Picasso -que la inmortalizó en un cuadro-, Juan Gris, Apollinaire, Max Jacob. Matisse, Braque y todos los expatriados de Estados Unidos con Hemingway a la cabeza.

El hábito de expatriarse –generalmente en Europa- estaba tan establecido en los Estados Unidos que constituía una tradición. Las circunstancias de la fundación del país –una colonia dependiente de Europa, en su caso de Inglaterra- lo hizo inevitable en los primeros tiempos. Benjamin Franklin, que pasó gran parte de su vida en el viejo continente, decía que como los Estados Unidos no tenían riqueza suficiente, los “genios” tenían que irse allí.

Durante el siglo XIX los mayores escritores del país –Hawthorne, Cooper, James, Wharton, Irving, Harte y Stephen Crane– pasaron largos períodos en Europa, al que Hawthorne llamaba el viejo hogar. Henry James se hizo ciudadano inglés.

A principios del siglo XX, Ezra Pound y T. S. Elliot –que se nacionalizó también- llegaron a Londres a conducir su revolución poética, mientras Gertrude Stein elegía París en busca de “gloria”. En los años 20 una gran parte de la generación literaria (la llamada “Lost generation”, Generación perdida) siguió los pasos de Stein y establecieron una gran colonia estadounidense en París, que se mantuvo allí durante muchos años.

La expatriación era una manera de adquirir experiencia literaria y, más tarde, de protestar contra el provincianismo y la represión de la vida norteamericana. Hay un largo debate sobre ello en las letras estadounidenses y se asocia el movimiento con la insatisfacción literaria de los escritores del país. Al principio la oposición era entre la “civilización” europea y la falta de ella en los Estados Unidos, pero luego varió: era la libertad europea y las oportunidades ofrecidas por la bohemia allí, en claro contraste con las limitaciones de la sociedad norteamericana.

La bohemia literaria no arrancaba de esta generación de escritores, estaba bien establecida en Europa desde antes de que Murger escribiera Scènes de la vie de Bohême en 1851, popularizando y ritualizando su vida de desordenada pobreza. Muchos de los escritores de vanguardia en Estados Unidos, particularmente en Chicago, San Francisco y Nueva York (y los expatriados a Europa) establecieron una fuerte marca de neo-bohemia en la literatura del país.

La bohemia puede ser definida –de manera muy general- como característica de sociedades en las que no existe un rol fijado para el escritor, lo que lo estimula a buscar una manera propia de vida y a encontrar a otros colegas que también la compartan. Y como los niveles de calidad están determinados por otros escritores, surge la discusión técnica, lo que alienta al escritor bohemio a buscar una literatura experimental y de vanguardia.

La bohemia ha sido un fuerte movimiento en Estados Unidos desde Poe en adelante, incluyendo a Walt Whitman y a Ezra Pound. La conexión de la bohemia estadounidense con París es muy importante en los años 20 debido a los expatriados, y su marca estética y simbolista es evidente en las primeras obras de Faulkner, Stevens y muchos otros.

El efecto de la expatriación es importante, porque al contrario de los miedos de los comienzos, cuando se creían peligrosos un posible servilismo cultural y la europeización de las letras norteamericanas, el efecto fue que se logró hacerlas cosmopolitas e internacionales, un ideal expresado por James y Pound.

A mediados del siglo XX se produce el efecto contrario: escritores como Nabokov, Auden, Isherwood y los perseguidos por el nazismo se han expatriado en los Estados Unidos. La literatura beat es una fase posterior de este movimiento y su corriente más conservadora y respetable se mantuvo en publicaciones como el New Yorker.


The Lost Generation (La Generación Perdida)

“Ustedes son una generación perdida”. La frase se le atribuye a Gertrude Stein, que la habría utilizado en un epígrafe del libro The sun also rises (1926) de Ernest Hemingway. Pese a que este último la rechazó y Gertrude negó haberla usado, la frase quedó como descripción de la generación literaria estadounidense de los años 20, particularmente esa parte que se expatrió a París para vivir una vida bohemia. Esa frase sugiere el sentido de alienación y la incerteza filosófica que se ha tenido al definir las características de la escritura norteamericana de aquellos años. Sugiere, además, su extensión a la mayoría de escritores de ese período (una generación) y, sobre todo, nos advierte de que esos escritores habían perdido contacto con las actitudes y normas de sus predecesores. La generación estaba alienada, separada, perdida (pese a que lo único que se necesitaba para encontrarla era viajar a París). Ha habido muchas crónicas de esa alienación masiva, pero pocas explicaciones. Uno de los que trata de hacerlo es Malcolm Cowley, quien nos dice: la generación perdida se ha separado de las anteriores generaciones de escritores y de su sociedad, lo que la ha llevado a una rebelión cuyo carácter no es político sino artístico. Pertenecen en su mayoría a la clase media, y al asociar su arte a la bohemia, el liberalismo y el radicalismo, lo entienden como una forma de romper con su clase social. Como carecían de un interés social definido, tenían el sentido de no pertenecer al poder, típico de la clase media, y desconfiaban además de la acción política, encontraron en Francia el lugar ideal para desarrollar su credo, que no era otro que el formalismo literario. Pronto comprendieron que los intelectuales de clase media franceses estaban más desmoralizados en su propio país que ellos en el suyo, y eso condujo a algunos hacia la acción política y la extrema tensión, y a otros al suicidio.

Fue, sin ninguna duda, un período muy productivo para las letras norteamericanas y eso no debería olvidarse aunque algunos críticos, como Cowley y Samuel Putnam remarquen la dudosa calidad de gran parte de la producción (y también lo numeroso del grupo), a pesar de incluir a Ernest Hemingway, Ezra Pound, John Dos Passos, Fitzgerald y muchos escritores más de gran importancia. Hemingway daba en cierta forma la razón a Putnam, distinguiendo entre quienes llegaban a París a vivir la bohemia y los escritores.

Pese a ello, la fuerte atmósfera experimental generó numerosas tertulias y revistas y una fuerte conexión con el surrealismo y Dadá. La importancia del período está marcada por la buena literatura que dio a luz.

Un escritor que no debería dejar de citarse dentro de la Bohemia es Henry Miller. Perpetuo bohemio en Europa, dejó obras importantes (Trópico de Cáncer – Trópico de Capricornio – Sexus – Plexus – Nexus). Su método personal, descarnado y violento, encuentra muchas veces un gran lirismo dentro de una enorme sensualidad.


Beat Generation

Grupo de escritores muy activo en los cincuenta, centrado alrededor de William Burroughs, Allen Gisberg, Jack Kerouac y más tarde Lawrence Ferlinghetti, Gregory Corso y Meter Orlovski.

El término beat fue usado por primera vez en su forma literaria por Kerouac y en un periódico, The New York Times, por John Holmes. Para definirlos de alguna forma, los beats significaban la crítica a la complacencia norteamericana al régimen de Ike-Nixon, una expresión de nuevas formas de prosa y poesía y una exploración de la conciencia, que se unía a la discrepancia bohemia ya existente en el Greenwich Village neoyorkino, en North Beach (San Francisco) y en Venice West (Los Ángeles) para producir una forma distinta de hacer literatura y de vivir, basada en el no alinearse en el sistema, la pobreza, la anarquía, el individualismo y la vida comunitaria. Una relajación de las actitudes del “square” (puritano, clase media, respetable) hacia el sexo, las drogas y la religión, oponiéndole la uniformidad del “beat” (más tarde fundido en el “hip”).

La palabra “beat” tiene muchos significados, incluyendo deprimido (hasta el punto del escape salvaje de la vida convencional), exhausto, consagrado en la pobreza y feliz en la alegría y la iluminación mística (con referencias literarias a Whitman, Blake y Rimbaud y asociación con el jazz de Lester Young y Charlie Parker) y la vida espontánea (con referencias al budismo zen, los cultos de los indios peyote y experiencias visionarias).

En literatura los trabajos claves son: On the road de Kerouac; Riprap de Gary Zinder; Pictures from the gone world de Ferlinghetti (así como otros trabajos producidos en su librería City lights de San Francisco); Gasolina de Corso y Junkie y The naked lunch de Burroughs. Pero hubo otras figuras significantes del movimiento publicando en diversas revistas.

Quienes se mantuvieron en esta corriente recibieron el nombre de “beatniks”, un término denigratorio aparentemente inventado por Herb Caen del Chronicle de San Francisco y enseguida aceptado por una burguesía asustada y su prensa sensacionalista. Era aplicado a un estereotipo juvenil caracterizado por una manera de vestir descuidada que se volvió moda y relacionado con una actitud proclive a la holgazanería, el desenfreno sexual, la violencia y el vandalismo.

El movimiento beat, que no tenía ninguna característica política clara, se diluyó en la segunda mitad de los 60 en la llamada contracultura, encarnada por los hippies, el rock, las luchas antirracistas y el rechazo a la guerra de Vietnam.


Literatura de escritores de raza negra

Dada la situación que vivieron los negros en los Estados Unidos, su literatura es muy diferente a la de los escritores blancos, lo que la conforma en una corriente en sí misma. En español sólo tenemos el término negro para referirnos a las personas de raza negra (aunque haya quien use los denigratorios “negrito” y “moreno” y el patético “gente de color”). En inglés existen “negro” y “black”. Por tratarse de una traducción de ese idioma, y para hacer entendible el artículo, mantenemos los términos originales.

“Negro”, como “indio”, es un término utilizado por los colonialistas blancos europeos para designar a seres humanos indígenas o importados a los que intentaban retener en condiciones de servilismo. “Negro” es un estereotipo que muchas de sus víctimas han aceptado, incluso cientos de años después de la primera importación de esclavos. “Negro” quería decir –y todavía lo quiere decir para muchos blancos- una persona a la que puede usar como parte del trabajo barato dentro del mito del mundo occidental cristianizado, en el que algunos hombres que están más cerca de las bestias pueden ser llamados negros para asociarlos con la oscuridad, el diablo y el infierno, y colocados con las eternamente subterráneas fuerzas de lo sexualmente potente y naturalmente débil.

Pero en los 50 y 60, los negros de Estados Unidos, y del mundo, comenzaron a llamarse a sí mismo “blacks” quitándole la connotación maligna al término. El movimiento en literatura continuó el desenvolvimiento desde la esclavitud a la liberación posterior a la Guerra Civil, creciendo desde la incipiente protesta hasta el revolucionario “Black power” (Poder negro). La información sobre la raza negra creció considerablemente en ese último período en incontables documentos sobre el período de esclavitud.

Naturalmente, la mayoría de los negros han sobresalido en el campo del entretenimiento, tanto en el deporte como en la música y el cine, siendo pocos aquellos dedicados a las letras. Es lógico que sólo una mínima parte de ellos pudieran sustraerse o trascender a las duras tareas físicas, a los ghettos de las ciudades, a la ausencia de educación y libertad y a la deliberada situación de subordinación desde la infancia. Incluso la música creada por negros, que ha sido siempre superior a la escritura, fue limitada a una expresión racial durante los doscientos años anteriores a la Guerra Civil y acabada ésta fue producida como entretenimiento o usada para estudios sociológicos. El abismo entre música folklórica rural y composiciones de artistas como Charles Parker, Ornette Coleman o Cecil Taylor, es exactamente el mismo abismo entre la semi anónima permitida del negro “invisible” y la manifestación pública del importante y sofisticado arte minoritario. La división entre las corrientes en literatura ocurrió entre los 20 y los 60, entre la así llamada Harlem Renaissance y la literatura del Black Power, entre la literatura con largas tentativas de imitar y competir con las formas generales y la literatura enfocada a la protesta y la revuelta sin limitarse a esas formas. Este desenvolvimiento fue paralizado por los medios de comunicación y de producción, que estaban en manos de los blancos. pero desde 1960 los libros escritos por negros o sobre negros pasaron a ser un buen negocio y su número creció considerablemente.

El Black Muslim movimiento, tan fuerte en los 60, perdió poder a raíz del asesinato de Malcolm X. Black americans son una minoría y si su literatura tiene que ser diferenciada de la de Estados Unidos en general, el problema de su definición puede ser sólo hecho como parte del proceso de cambio histórico en la situación de los negros.

Principales autores: James Baldwin, Ralph Ellison, Chester Himes, LeRoi Jones, Richard Wright.


La novela negra
Texto de Ricardo Piglia

Las reglas del policial clásico se afirman sobre todo en el fetiche de la inteligencia pura. Se valora antes que nada la omnipotencia del pensamiento y la lógica imbatible de los encargados de proteger la vida burguesa. A partir de esa forma, construida sobre la figura del investigador como el razonador puro, como el gran racionalista que defiende la ley y descifra los enigmas (porque descifra los enigmas es el defensor de la ley), está claro que las novelas de la serie negra eran ilegibles: quiero decir, eran relatos salvajes, primitivos, sin lógica, irracionales.

Porque mientras en la policial inglesa todo se resuelve a partir de una secuencia lógica de presupuestos, hipótesis, deducciones, con el detective quieto y analítico, en la novela negra no parece haber otro criterio de verdad que la experiencia: el investigador se lanza, ciegamente, al encuentro de los hechos, se deja llevar por los acontecimientos y su investigación produce fatalmente nuevos crímenes; una cadena de acontecimientos cuyo efecto es el descubrimiento, el desciframiento. Son dos lógicas, puestas una a cada lado de los hechos. En el medio, entre la novela de enigma y la novela dura, está el relato periodístico, la página de crímenes, los hechos reales.

El policial norteamericano se mueve entre el relato periodístico y la novela de enigma. La figura que define la forma del investigador privado viene directamente de lo real, es una figura histórica que duplica y niega al detective como científico de la vida cotidiana. Maurice Dobb cita varios documentos sobre la situación social en Estados Unidos en los años 20 que permiten ver surgir al investigador privado en las grandes ciudades industriales como una policía privada contratada por los empresarios para espiar y vigilar a los huelguistas y a los agitadores sociales. (El confidente de la ley: en un sentido, desde Dupin, el detective es un confidente, el hombre de confianza de la policía). Pero al mismo tiempo hay un modo de narrar en la serie negra que está ligado a un manejo de la realidad que yo llamaría materialista. Basta pensar en el lugar que tiene el dinero en estos relatos. El que representa la ley sólo está motivado por el interés, el detective es un profesional, alguien que hace su trabajo y recibe un sueldo (mientras que en la novela de intriga el detective es generalmente un aficionado que se ofrece “desinteresadamente” a descifrar el enigma); en segundo lugar, el crimen, el delito, está siempre sostenido por el dinero: asesinatos, robos, estafas, secuestros, la cadena es siempre económica (a diferencia, otra vez, de la novela de enigma, donde en general las relaciones materiales aparecen sublimadas: los crímenes son “gratuitos”, justamente porque la gratuidad del móvil favorece la complejidad del enigma.

Escritores destacados: James Cain (The postman always rings twice – El cartero siempre llama dos veces); Raymond Chandler (The long goodbye – El largo adiós); Dashiell Hammett (The maltese falcon – El halcón maltés); Chester Himes (The third generation – La tercera generación); Ross Mc Donald (The chill– El escalofrío).


Los escritores «sociales»

John Steinbeck mostró desde muy joven una gran curiosidad por los problemas sociales, en especial la pobreza. Pero sus historias, lejos de quedarse en un lamento, tienen una gran dosis de ilusión y esperanza, por eso su obra, de enorme valor documental, encierra la certeza de que, a pesar de todo, la vida vale la pena. Sus relatos más conocidos son Grapes of wrath (Viñas de ira), llevada al cine con éxito, y Of mice and men (De ratones y hombres).

John Dos Passos es más duro y objetivo que Steinbeck. Manhattan transfer es su gran obra maestra, un acercamiento sociológico a la gran ciudad y también un experimento narrativo en el que se funden textos, collages, anuncios, conversaciones.

Howard Fast recorrió durante la gran depresión el país realizando diversos trabajos y convirtiéndose en un activista de la izquierda. Sus obras, la mayoría históricas, tienen que ver, mayormente, con procesos revolucionarios. Espartaco, un gran éxito cinematográfico, es un ejemplo.

A Upton Sinclair, el periódico en el que trabajaba a principios del siglo XX le encargó un reportaje sobre las malas prácticas de la industria alimentaria, que él transformó en una novela, La jungla, éxito total de ventas. Fue candidato a Gobernador por el Partido Socialista y ganador del Pulitzer.

Nelson Algren vivió en sus carnes la Depresión, durante la cual vagabundeó por el suroeste del país hasta que se asentó en Chicago como trabajador social. En sus obras, que reflejan su experiencia, hay una intensidad poética en esa desolación anónima de la sociedad. Este aspecto aparece claro en Never come morning (Nunca vengas, mañana) y The man with the golden arm (El hombre del brazo de oro), amabas llevadas al cine.

Los relatos de John Cheever son una detallada pintura del paso de unos Estados Unidos rurales a otros de supermercado, autopistas y tecnología. El autor adopta un tono nostálgico cuando se refiere al pasado que se transforma en satírico frente a lo nuevo. Sus últimos trabajos, como Bullet Park, derivan hacia la sátira barroca y bizarra y al humor negro. No olvidar su relato The swimmer (El nadador), convertido en texto, y película, de culto.


La Ciencia Ficción

Tres autores destacan sobre el resto: Ray Bradbury, Isaac Asimov y Richard Matheson, quienes firmaron textos muy difundidos, luego llevados al cine en sucesivas versiones. Asimov escribió I, robot (Yo, robot), The caves of steel (Las cuevas de acero) y The naked sun (El sol desnudo), protagonizadas por un robot detective. Richard Matheson escibió Soy leyenda, una historia considerada de culto con el paso del tiempo.

Ray Bradbury es un caso especial dentro del género.. Pese a ser considerado un escritor de ciencia ficción su tratamiento de la realidad extraterrestre es más poético que científico, lo que pone en duda la etiqueta. Farenheit 451 (la temperatura a la que arde el papel), desarrollado en una sociedad futura donde se queman los libros, es un buen ejemplo.


Los escritores del Sur

Carson McCullers es la escritora de las vidas truncadas, un ámbito particular de abandono y nostalgia. Ese es el tema central de sus grandes obras: The heart is a lonely hunter (El corazón es un cazador solitario), Reflections in a golden eye (Reflejos en un ojo dorado), The ballad of the sad café (La balada del café triste) y Clock without hands (Reloj sin agujas).

También del Sur, aunque afincado luego en New York, es Truman Capote, y su prosa es barroca y lírica como la de Faulkner. Con su último y famoso libro, In cold blood (A sangre fría), entrará en la realidad cruel de un horrendo crimen.

Harper Lee escribió un solo libro, To kill a mockinbird (Matar un ruiseñor) que le bastó para alcanzar fama internacional. No necesitó nada más, porque vivía recluida y no concedía entrevistas. Su relato fue llevado al cine con notable éxito.

William Faulkner es considerado uno de los grandes maestros de la literatura universal. Tomando como fuentes la Biblia, Melville y Poe, utilizó un lenguaje barroco al que sumó los descubrimientos experimentales recientes en su tiempo: Proust, Joyce y Kafka. Frente a la sencillez de Hemingway, su complejidad aparece como una contrapartida temática y estilística. Detrás de la belleza de su lenguaje hay una crítica social violenta, aunque su barroquismo impide verla en toda su fuerza; hubiera requerido, quizá, un lenguaje más directo. Sus relatos más emblemáticos son: The sound and the fury (El sonido y la furia), Absalom, Absalom, Sanctuary y la trilogía de los Snopes: The Hamlet, The town y The mansion.


Las mujeres en la literatura

A las ya citadas Carson McCullers, Emily Dickinson y Harper Lee agregamos a Lilian Hellman, dramaturga y activista social, cuyas obras se caracterizan por la intensidad sicológica y crítica de la sociedad; a Louisa May Alcott, autora de la mundialmente famosa Little Women (Mujercitas) llevada al cine en múltiples versiones; a Pearl Buck, hija de misioneros enviados a China, que creció allí hasta volver a USA para estudiar. La mayoría de sus novelas se desarrollan en el país asiático. Ganó el Premio Pulitzer con su novela The good earth (La buena tierra); a Flanery O’Connor, escritora gótica y religiosa, con unos relatos en los que sus personajes buscan permanentemente a Dios. Destacamos el relato A good man is hard to find (Un buen hombre es difícil de encontrar); a Katherine Anne Porter, descendiente de Daniel Boone, que fue destinada a México donde apoyó la revolución, antes de vivir en Francia y Alemania. Recibió el Pulitzer por el libro The collected stories of Anne Porter. A Harriet Stowe, una mujer abolicionista autora de más de diez libros, el más relevante de todos Uncle’s Tom cabin (La cabaña del tío Tom) y a Toni Morrison, Premio Nobel y Pulitzer, que escribe sobre la vida de la población de color en el país, sobre todo las mujeres, y ha sido militante a favor de los derechos civiles y contra la discriminación racial.


El Teatro

Eugene O’Neill. Sus personajes viven en los márgenes de la sociedad, luchando por mantener la esperanza y las aspiraciones, pero suelen acabar en la desesperación. Como autor explora las partes más sórdidas de la condición humana. Sus obras más destacadas son: Long day´s journey into the night (Largo viaje del día hacia la noche); Desire under the elms (Deseo bajo los olmos); Days without end (Días sin fin).

Tennesse Williams. Un tema central en sus obras de teatro The glass menagerie (El zoológico de cristal), A street car named desire (Un tranvía llamado deseo) y The rose tatoo (La rosa tatuada) es la mujer cuyo presente amargo de inseguridad es soportado por un sueño del pasado o del futuro, hasta que esa ilusión es confrontada con la realidad a través de un hombre que entra en su vida. Cat in the hot roof (El gato en el tejado caliente), The garden district (El distrito jardín) y Sweet bird of youth (Dulce pájaro de juventud), desarrolladas en el sur del país, tratan sobre mujeres buscando huir del aislamiento.

Arthur Miller. La crítica social es el elemento fundamental de su obra, denunciando los valores conservadores que comenzaban a dominar en su país. La muerte de un viajante, con la que ganaría el premio Pulitzer, muestra el carácter ilusorio del sueño americano. Escribió, además, obras muy difundidas como Las brujas de Salem y Panorama desde el puente. Fue víctima de la caza de brujas anticomunista desatada en los 50 por el senador Mc Carthy.

Edward Albee. Sus obras son una mirada irónica, y a veces cómica, de los problemas sentimentales y sexuales de una sociedad histérica. Sus obras más destacadas -llevadas en multitud de ocasiones al cine- son: Who’s afraid of Virginia Woolf? (¿Quién le teme a Virginia Woolf?) y The Zoo story (El relato del zoo), así como sus adaptaciones, por ejemplo La balada del café triste.

Robert Anderson. Su obra más famosa es Tea and sympathy -llevada con éxito al cine- sobre los problemas de la soledad.


No debemos dejar de mencionar a…

John Updike. En su obra más relevante, Rabbit, run (Corre, conejo) nos muestra un mundo negativo y confuso moralmente y un protagonista escapando de todo aquello que pueda darle cierta identidad o definición como ser humano.

Vladimir Nabokov. Nacido en Rusia, se hizo famoso por sus novelas escritas en inglés, en especial Lolita, un retrato de la sociedad estadounidense a través de la metáfora de un viaje en el que un señor de mediana edad se enamora de una adolescente.

Paul Bowles. Muy joven abandonó los Estados Unidos para sumarse a la Generación perdida en París, pero su destino final fue África, donde pasó la mayor parte de su vida. La mayoría de sus obras (The sheltering sky – El cielo protector, es un buen ejemplo) se desarrollan en este continente y tratan de la búsqueda del sentido de la vida por parte de unos occidentales en un medio que no entienden.

Sinclair Lewis. Primer autor estadounidense en ganar el Premio Nobel de Literatura en 1930. Su obra más conocida es Elmer Gantry, una sátira de los excesos de la religión en el país, que fue un éxito cinematográfico.

David Sallinger. Consiguió gran notoriedad con su libro Catcher in the rye (El guardián en el centeno), un texto sobre la resistencia a crecer en el mundo de falsedad e hipocresía adulto. El libro tuvo, apenas editado, un extraordinario éxito entre los jóvenes.

Bernard Malamud. Demuestra en sus escritos sensibilidad moral y un humor complejo y sutil. También un especial talento para la fábula y el relato simbólico. Él y Bellow son las figuras más destacadas entre los escritores judíos urbanos. Su relato The natural, sobre el éxito y posterior caída de un jugador de beisbol fue llevada al cine.

Saul Bellow. Influenciado por el Existencialismo, sus novelas desarrollan personajes víctimas del medio en el que viven.

Philip Roth. Sus novelas y relatos son un estudio del comportamiento y los valores de los habitantes de los centros urbanos.

Stephen Crane. Durante su corta vida (murió a los 29 años de tuberculosis) escribió la considerada como una de las mejores novelas sobre el tema de la guerra: The red badge of courage (La roja insignia del valor).