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Número 52

Las Auras / Enric Mora / Esculturas: Miguel Sánchez

Revista Malabia número 52 con sombra

Las Auras / Enric Mora / Esculturas: Miguel Sánchez

Las auras 1

Está a punto de caer sobre mí, la veo, bueno, no es que la vea porque no se ven, las auras no se ven, aunque a veces se sienten llegar y otras veces no sientes nada y de repente la tienes encima, pringándote con su sustancia viscosa. Pero ésta la he visto (bueno, no es que la vea, pero… ya me habéis entendido, ¿no?), se está acercando pero la he visto y eso es un paso. Estoy intentando aprender a verlas. Algunos saben verlas desde siempre y otros aprenden con los años, y otros ni saben ni aprenden y de vez en cuando se sienten como unos pringados. (Sabedlo: esa ocasional sensación de ser un pringado es porque te ha atrapado un aura viscosa.) Yo era de éstos últimos pero estoy luchando por aprender, ¡estoy luchando!, y al menos he aprendido a reconocerlas, aunque sea cuando ya las tengo encima. ¡AY!, la he sentido aletear cerca y doy manotazos al aire para ahuyentarla. Los transeúntes se apartan de mí.

Hay varias clases de auras. Las más frecuentes son las auras viscosas como la que me persigue ahora, que no hacen ningún daño pero son un engorro, su viscosidad dificulta tus movimientos y es cuando todo te sale mal, te sientes torpe y todo se te cae al suelo, y por las mañanas te despiertas lleno de legañas (sustancia viscosa del aura) y parece que todo lo haces muy despacio y el tiempo corre y tú no avanzas. Son un fastidio. Y como son viscosas y se pegan, son las que más cuesta de quitar. Me va pisando los talones. Me muevo constantemente para que no me atrape, me sacudo furiosamente aunque me miren como a un psicótico.

Luego están las opuestas, las auras deslizantes, que son aquéllas que agilizan tus movimientos y te vuelves veloz y hábil y todo te sale fácil y bien. Éstas son muy útiles en el trabajo, los hay que saben cazarlas y ponérselas como una camiseta justo antes de entrar en el trabajo y entonces son muy profesionales, y al salir del trabajo se las quitan y vuelven a ser torpes e idiotas otra vez. ¡Ahí viene de nuevo!, la hija de puta. Driblo, hago un amago hacia un lado y luego voy hacia otro, y la siento pasar de largo. Doy un suspiro de alivio.

Luego están las que yo llamo auras pedo, que no es que huelan mal pero lo parece, porque la gente empieza a apartarse de ti o a mirar para otro lado con una leve expresión de disgusto, y sin que entiendas por qué todo el mundo deja de llamarte y de invitarte a fiestas, por no hablar de las mujeres, que aunque vayas hecho un figurín huyen de ti como de… ¡como de un pedo, ya digo! Las opuestas a éstas serían las auras pintonas y las auras brillantes. Ahora la siento detrás de mí, cruzo la calle justo cuando se cierra el semáforo para que ella no pueda seguirme y organizo un caos circulatorio, los cláxons de los coches estallan en mi espalda.

Las auras pintonas son aquéllas que aunque te vistas fatal te hacen parecer como si llevases un traje de Armani, no sabes por qué pero todo el mundo parece fijarse en ti y detectas una especie de aprobación en su mirada, como si dijeran “¡mira qué tío más apañao!” mientras tú te sacas pelotillas de la nariz. Todos conocemos algún tipo más vulgar que un semáforo y que sin embargo parece quedar bien con todo el mundo, especialmente con las mujeres. Esto es porque tiene la suerte o la habilidad de atraer siempre a las auras pintonas. Y las auras brillantes son lo mismo pero en grado superlativo; son ésas que te confieren un magnetismo irresistible y te erigen protagonista de todas las fiestas aunque seas más feo que Klaus Kinsky. De hecho, Klaus Kinsky debía llevar siempre encima un aura brillante, el muy cabrón. Otra vez, ¡FUERA, HIJA DE PUTA, FUERA! Se llaman brillantes porque los que las llevan parecen brillar como el oro (hay quien las llama doradas en lugar de brillantes; los parapsicólogos no se ponen de acuerdo), y cualquier movimiento que uno haga parece envuelto en una luz áurea y fascinante, incluso el de rascarse los huevos.

En fin, la mayoría de personas participan alternativamente de todos los tipos de auras; éstas simplemente sobrevuelan la ciudad y caen sobre la gente, y de ello depende cómo le irá el día a cada uno. Irrumpo en una tienda de ropa porque sé que tiene salida trasera. A mi paso voy poniendo en medio todos los percheros que encuentro para que el aura tropiece con ellos. La encargada me chilla histérica. Le grito: “¡ME PERSIGUE UN AURA VISCOSA!” Algunos elegidos saben cazar a las auras buenas y mantenerlas consigo, dios sabe cómo; otros en cambio parecen tener un imán de auras pedo y no hace falta explicar cómo les va la vida a éstos. Pero la gente común simplemente deja que le caiga encima lo que sea y si es un aura brillante espera que le dure, y si es un aura pedo que se pase pronto.

Pero yo estoy aprendiendo a manejarlas, sí, ¡estoy aprendiendo! Por de pronto he sido capaz de advertir que me persigue un aura viscosa, ya hace días que me está rondando, llevaba una buena racha con las mujeres y ahora esta hija de puta me viene a joder, no, no quiero… ¡Pero la oigo atacar de nuevo!, planeando en el aire, cerniéndose sobre mí, lanzándose vertiginosamente como un kamikaze sobre Pearl Harbour. Viene a pringarme entero, a convertirme en un pelele, no porque me odie ni nada parecido, ni siquiera le merezco eso; lo hace simplemente porque es su naturaleza, su instinto vital, puro depredador sin conciencia, como un cojonero mosquito gigante que no puede vivir sin acribillarte a picadas. No la dejaré. Me arrojo al suelo y la siento pasar por arriba en vuelo rasante, rozándome la espalda y dejando en ella un hilo de baba de su asquerosa sustancia. Al no alcanzarme, el impulso de su vuelo la lleva a estrellarse contra la pared de enfrente, desparramándose como un enorme moco y salpicándome de nuevo. Me había puesto un suéter limpio. Hija de puta. Aprovechando que está momentáneamente fuera de combate (las auras nunca mueren, se regeneran constantemente), saco unos tablones de un contáiner que hay al lado y empiezo a azotarla con ellos, con todas mis fuerzas, dando rienda suelta a mi rabia acumulada. Sé que no conseguiré matarla, pero me da igual. No paro hasta romperle encima todos los tablones, lo dejo todo hecho añicos por el suelo y me largo de ahí entre miradas consternadas antes de que me detengan por alterar el orden, o peor aún, de que se regenere el aura. Echo a correr sin rumbo fijo, me siento libre y excitado por la acción, eufórico por la puntual victoria, pero a la vez me sobreviene el vértigo de no saber cuánto tiempo me queda antes de que el aura me ataque de nuevo, y cuál es la mejor manera de aprovecharlo. Rápido, ¿adónde voy? ¡¿Adónde voy?!

Las auras 1