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Número 65

Memoria y poesía / Enrique Bacci

Revista Malabia número 65

Memoria y poesía / Enrique Bacci

Paso de los Toros, 1960 – Atlántida, 2015 (Uruguay). Poeta y narrador. Estudió en la Escuela Nacional de Bellas Artes. Residió en el balneario Las Toscas (Canelones), al este de la capital.

Bibliografía publicada en Uruguay: La flor difícil (1999), La luz ese río (2000), Midland (2002), Temprana bocanada (2004), Valdirio, maquinista (2006), Isabelas (2008), Lejanías (2009), Cimental, la culpa (2009), abrA (2011), aguas de Te Aroha (2011) y, póstumamente, Polcasola (2016).

Su poemario Midland se incluyó íntegramente en la antología Pulir huesos, 23 poetas latinoamericanos (1950-1967), preparada por Eduardo Milán para el sello Galaxia Gutemberg (España, 2007).

Ha colaborado en varias publicaciones, entre ellas la revista cultural Crítica (Universidad Autónoma de Puebla, México), y participado en lecturas poéticas y eventos literarios de Uruguay y el exterior.

TEMPRANA BOCANADA / fragmentos

El sueño es del hombre su habitante.
Pertrecho, manojo de viento salido de madre que mira, ah, larguísimo tren baja del aire y da con esto en esa noche, ¿verdad? y queda orilla de la piel soñando el otro lado.

Por estos días la imagen de la cruz levanta el pelerío de los santos. En vagones van llegando.
Ya te dije la otra vez, hace falta una iglesia de verdad, con sus campanarios altos, sus palomas y una cruz que convoque al rayo de la tarde y algún rezo, cierto.
El sueño es una oración desnuda.

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Llegas y siempre hay entreabierta alguna puerta, ni te digo un día de lluvia. Se dejan por si acaso para ver lo que pedimos y no hace falta más que tiempo entre el horario de los trenes. Para ver lo que buscamos está la sombra y allí entramos. Te dice enseguida que dejes de llorar por tanta espera (entendé que la otra lengua está pidiendo que no cese de llover).
Al ratito esa casa se desnuda
y adentro de la duda una mujer
de rodillas mojadas pero cierta
te arrastra a sus entrañas. Entreabierta a la cosecha, bien mujer, te enseñan a morder sin lastimar y a levantar el verbo cosechar, esas costillas de todo y ahí sí que deja de llorar la sed sin que cese de llover.

En esos casos sabes que los rasguños te acompañan a la vuelta.



VALDIRIO, MAQUINISTA / fragmentos

Sedentario. De lo que fue y será,
de lo que entró a salir al paso de la hiedra enamorada. Disecado, ese grito de lenguas sin hablar en la grava cenicienta.
Ah… esta boca en balde, pendenciera,
alerta en la sombra, vertical,
con la encía corroída por el gusto del silencio.
Con el hábito del padre de alejarse a masticar la mañana —sabandija— de un dirá.
Que será lo que se hunde, lo finado,
las volutas de la cosa, conversando, en espiral.

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Y no sin dolor se abrió. Una frase de la otra, una noche y su destino. Lo contiguo y lo conmigo.
El tener que precisar el asiento de las voces, de la idea. Enamorada, la hiedra. Quién no.
Disecada, la espera de la huella. Donde fuí.
Sedentario, di sediento o serenado, sitio a cuestas. De pesado ve a la silla un pensamiento.
Al paso, en bocanada, viene el viento,
ocupado en descansarte la palabra si es, entra
por afuera de esa puerta.



LEJANÍAS / fragmentos

Midland

Nada queda ante la puerta de la luz
nunca deja de ser el viejo la sombra
de un niño. Viento de puerta abierta
¿recuerdas este mundo?

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Ars moriendi

Tu decisión, solitaria, me acercó a los sapos ciegos que quedaron del cincuenta y nueve y su inundación, a esas casas cariadas de humedad, a los caminantes hundidos en su huella. Así veo afilarse tus uñas en el mármol, empujar a la vejez tus encordados. Persignarte, céntima, y venirte abajo por las noches, con el niño que no duerme pero duerme. Traslúcido tremendo venirse encima, perrerías de tormenta con sus presuntos, bordes negros, vello ajado de la yegua. Carro de pasto tierno.
―Dios ve -decían aquellos, y lo creíste. Pero cuál fue la pregunta.

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Nota actualizada y textos del libro Los árboles sin bosque. (HR)