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Número 68

Rodolfo Walsh / Extractos en Revista La Jiribilla

Revista Malabia número 68

Rodolfo Walsh / Extractos en Revista La Jiribilla

Periodista, escritor y traductor argentino (1927-1977). Es reconocido sobre todo por sus novelas testimoniales, las dos más conocidas Operación Masacre y ¿Quién mató a Rosendo?, aunque también destacó como escritor de ficción. Opositor a la Junta militar que gobernó su país entre 1976 y 1983, integró la organización Montoneros para combatirla. Cuando esta última comenzó a ser literalmente masacrada por los militares rehusó salir del país. Son famosas sus cartas abiertas. El 25 de marzo de 1977, mientras buzoneaba una de ellas, Carta abierta de un escritor a la Junta (publicada en este número) fue emboscado y acribillado a balazos por un grupo que se llevó su cuerpo, por lo que pasó a integrar la lista de desaparecidos.


Operación Prensa Latina

A mediados del año 1959, Walsh viaja a La Habana para presenciar aquello que describió como “el nacimiento de un orden nuevo”, “épico”, y hasta a veces “contradictorio” para su visión de la realidad.

Jorge Ricardo Masetti lo convoca para participar en la organización de un noble proyecto: la creación de Prensa Latina. El objetivo de la nueva agencia de noticias era contrarrestar la invasión mediática del exterior hacia América Latina y difundir la obra de la revolución cubana.

Se ubica la sede en La Habana y se crean filiales en los diversos países de América, y otros de Europa, Medio Oriente y Asia, en medio de una escandalosa oposición de las grandes oficinas internacionales de noticias. Entre sus fundadores, además de Walsh y Masetti, estuvieron otros destacados escritores y periodistas latinoamericanos como García Márquez, Plinio Mendoza, Francisco Urondo, Susana Lugones y Jorge Timossi.

“Buscamos dar una imagen de los países latinoamericanos que no esté deformada por intereses ajenos a nuestros pueblos. Pero sin hacer retórica ni propaganda. Solo trabajar duro y con la verdad”. Masetti, quien se desempeñaría dentro de ella como Jefe de Servicios Especiales, habla así de la agencia. Y escribirá: “La deformación por la prensa internacional de las noticias cubanas había empezado mucho antes de la caída de Batista, cuya larga permanencia en el poder profetizaba la revista “Time” en su primer número de 1959, cuando ya el régimen se había desplomado. La campaña contra el gobierno revolucionario alcanzó una intensidad jamás vista en la historia. United Press y Associated Press, las agencias que monopolizan el mercado mundial de noticias, pusieron en marcha esa catarata de basura informativa, preparando el terreno para la cadena de agresiones que iba a culminar en Playa Girón”.


Caso «Cable Satánico»

Rodolfo Walsh no tenía experiencia en labores de desciframiento. Con todo lo que contaba eran unos manuales de criptografía recreativa adquiridos en La Habana en un puesto de libros usados. Por fortuna, poseía la vocación de detective que se dejaba entrever en sus narraciones policiales. Le sobraba también esa pertinacia fecunda propia de escritores y periodistas y la resistencia común a todos los insomnes.

Trabajó muchas horas sobre aquel texto que se encubría en clave bajo la apariencia de un inocente despacho de tráfico comercial de “Tropical Cable”, de Guatemala. Lo había encontrado Jorge Masetti cuando revisaba los rollos de papel que salían de los teletipos instalados en la agencia para captar y analizar el material informativo de las agencias rivales y Rodolfo se empeñó en desentrañar ese mensaje que lucía sospechoso. Cuando lo logró, se dio cuenta que entre sus manos no tenía solamente una noticia sensacional para cualquier periodista. Aquella información era casi un regalo providencial para la joven revolución cubana amenazada por un poderoso enemigo.

En realidad se trataba de un cable dirigido a Washington por el jefe de la CIA en Guatemala, adscrito al personal de la embajada de Estados Unidos en ese país, y era un informe minucioso de los preparativos de un desembarco en Cuba por cuenta del gobierno norteamericano. Se revelaba, inclusive, el lugar donde ya empezaban a prepararse los reclutas: la hacienda Retalhuleu, un antiguo cafetal al norte del país centroamericano.

Serían estos los primeros indicios del ataque a la Isla, que acabará de concretarse el 17 de abril de 1961, con el desembarco por Bahía de Cochinos, y que sería rechazado en tan solo 72 horas por las milicias populares organizadas alrededor de su líder Fidel Castro.

Los triunfos como “criptógrafo” de Walsh aumentarán luego cuando descubra, mediante el método descrito, la intervención norteamericana frustrando una insurrección en Guatemala contra el general y presidente Ydígoras. Igualmente develará los avatares de la presión sobre Venezuela para que condenara a Cuba y los turbios manejos de EE.UU. en su propósito de expulsar a la Isla de la Conferencia Interamericana de Defensa, a realizarse en Quito.

La significación de Walsh para la supervivencia de la Revolución cubana es insoslayable. Pero igualmente vale la pena rescatar de su biografía aquellos momentos donde se ganó sostenerse en la memoria, ya de por sí, con los sobrados méritos de una pluma puesta al servicio de la literatura, o en unir compromiso político con esa pasión por la investigación y por la verdad que son intrínsecas al periodismo más auténtico.


Sus oficios terrestres: intelectual y político

El Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez emitió este criterio sobre Walsh: “En todas sus obras, aún en las que parecían de ficción simple, se distinguió por su compromiso con la realidad, por su talento analítico inverosímil, por su valentía personal y por su encarnecimiento político. Para mí, además de todo eso, fue un amigo alegre cuya índole apacible se parecía muy poco a su determinación de guerrero.»

“Rodolfo convirtió la realidad en su obra maestra”, afirmó una vez Mario Benedetti. Este elogio se debe fundamentalmente a tres reportajes. El primero, “Operación Masacre”, de 1957, reconstruye a partir del testimonio de los sobrevivientes una serie de fusilamientos impulsados por el gobierno de Aramburu en represalia contra la insurrección comandada por Valle, un general adepto al peronismo.

Con este libro, de difícil clasificación genérica entonces, Walsh se adelantaría en seis años al “nuevo periodismo” que destronará las viejas escuelas y cuyo punto de partida para el mundo fue, supuestamente, “A sangre fría”, la novela de “no ficción” de Truman Capote. Además, Walsh alcanzaría algo bien difícil y que no estuvo nunca entre los propósitos del norteamericano: conjugar la ideología política con la investigación periodística.

El asesinato, ocurrido en 1957, de un abogado especializado en asuntos comerciales, le da pie a Rodolfo Walsh para iniciar unas investigaciones que desentrañarán las luchas por el poder entre los militares para controlar la prensa, y cuyos resultados se publicaron en 1973 con el título “El caso Satanowsky”.

El tercer libro es “¿Quién mató a Rosendo?” En él, tomando como eje un crimen llevado a cabo en 1968 por Augusto Vandor y sus secuaces, desenmascarará la oscura burocracia sindical del peronismo de entonces.


¿Quién mató a Rodolfo Walsh?

En 1970 Walsh milita en el Peronismo, pero, desencantado, decide pasar a una agrupación más aguerrida: los Montoneros. Tras el golpe de estado de 1976, que regresa a los militares al poder, Walsh alumbra la idea de crear una Agencia de Noticias Clandestinas (ANCLA), enfocada no a ser canal de propaganda de su organización, sino de difusión popular, con el criterio de vincular a todo el pueblo a la resistencia.

A fines de 1976 entra en discrepancias con la dirigencia de Montoneros. No llega a romper con la organización pero inicia su alejamiento personal. Sufre la desaparición de varios amigos y compañeros de lucha, la caída de su hija María Victoria, y decide retirarse de Buenos Aires.

En una demostración inaudita de coraje escribe la «Carta de un escritor a la Junta Militar». Es el 24 de marzo de 1977. Al día siguiente un grupo armado del ejército intenta apresarle. Él se defiende, hiere a sus enemigos, y estos ya le disparan a matar. Desaparecen su cadáver, pero es en vano. Walsh aparece desde el más allá de la muerte: previendo las consecuencias de su acto, había enviado diez copias de su denuncia a diferentes medios y organismos argentinos e internacionales.

Por eso, cuando Leandro Albani dice que la obra de Rodolfo Walsh ha corrido con suerte por no haberle convertido en un clásico, por no mandarlo a dormir en el panteón de los consagrados, uno siente la tentación de agregar algo: decir que también su vida y su muerte le acarrearon la fortuna de ser más que un “ejemplo” estático. Porque el desquite de un cuerpo insepulto es el de no dormirse jamás y seguir despertando las conciencias de las generaciones que le continuarán en su empeño.

(Extractos de un artículo publicado en La Jiribilla)