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Número 73

Carnaval / Antropofagia / Parodia / Emir Rodríguez Monegal

Revista Malabia número 73

Carnaval / Antropofagia / Parodia / Emir Rodríguez Monegal

A partir de 1945, con la emergencia de los países del Tercer mundo y la liquidación del colonialismo del siglo XIX, en la propia Europa comenzó a realizarse el proceso al eurocentrismo. Ese proceso ha llevado a nuevas concepciones políticas, sociales, económicas y, sobre todo, antropológicas. La sospecha de que la esterilización que se practicaba en los centros europeos pudiese ser otra manifestación de una ignorancia profunda de la ecología cultural, ha empezado a minar la arrogancia de las viejas metrópolis.
La posibilidad de una nueva concepción de la historia literaria se ha ido abriendo paso lentamente. Los teorizadores de la estética de la recepción han mostrado que un estudio del contexto cultural, en sus convenciones concretas fijadas por el horizonte de expectación del lector, resulta fundamental para la reconstrucción de un momento literario determinado. Ya en 1932, Borges había mostrado (en El arte narrativo y la magia, de Discusión) que era necesaria una estética de la narrativa que no dependiese de las mediocres categorías al uso. En 1939, un cuento titulado Pierre Menard, autor del Quijote, mostraba por el absurdo que bastaba cambiar la atribución de unas líneas de la novela de Cervantes e imaginarlas escritas por un simbolista francés, para que esas líneas significasen otra cosa. La operación de las lecturas era paródicamente desvelada en este texto pionero.
En otra frontera del mundo occidental, y por la misma época, el crítico ruso Mijail Bajtin publicó un estudio fundamental sobre Dostoievski (1929), en el que atacaba la teoría sobre el origen épico de la novela, y mostraba que la novela deriva de los géneros paródicos y carnavalescos, que instauran el dialoguismo (o sea: la pluralidad de voces dentro del texto) como principio fundamental de estructuración. Una inversión de la serie narrativa, que daba papel principal a los géneros considerados hasta entonces marginales, permitía mostrar que lejos de alcanzar su culminación con la novela burguesa del siglo XIX (teoría sustentada por Lukacs), la novela alcanzaba con el polifonismo de Dostoievski su momento más alto. Un segundo estudio (que el oficialismo stalinista no permitió publicar hasta 1963) amplió la teoría de Bajtin. Dedicado a François Rabelais, se mostraban allí las relaciones profundas entre el carnaval, con su inversión de valores, y el polifonismo narrativo.
Por la misma fecha que Bajtin realizaba ese giro copernicano en el estudio de la novela, un grupo de escritores brasileños que se habían congregado bajo la bandera del Modernismo (equivalente a la vanguardia hispánica), desarrolló una teoría de la antropofagia, o asimilación radical de las culturas metropolitanas. En un manifiesto de 1928, y en tres novelas (Memórias sentimentais de Joâo Miramar, 1923, de Oswald de Andrade; Macunaima, 1928, de Mario de Andrade; Serafim Ponte Grande, 1933, de Oswald) y en innúmeros de ensayos y poemas, se ilustró una teoría y práctica de deconstrucción del eurocentrismo que privilegiaba el carnaval (como inversión de los valores consagrados) y la parodia (como desacralización de los modelos). Aunque este movimiento sólo ha sido conocido en el mundo hispánico en la década de los 70, algunos de sus postulados ya habían sido anticipados tanto en la práctica como en la teoría de los mejores escritores hispanoamericanos.
La obra entera de Borges no puede entenderse sin la clave de la parodia. Lejos de ser el europeísta que sólo repite fórmulas ya consagradas en la metrópoli, Borges es el bárbaro que antropofagiza la cultura occidental. Sus lecturas de Dante o de Cervantes (El Aleph es una parodia grotesca de la Divina Comedia, como Pierre Menard lo es del Quijote) construyen homenajes irrisorios, a través de los cuales lo que se exalta es precisamente lo contrario de lo que la crítica académica lee en aquellos clásicos. Es su irreverencia, su monstruosidad, lo que los textos de Borges ponen a la vista. Siguiendo esta pista es posible leer toda la literatura latinoamericana desde una clave distinta. En vez de reprochar a Darío que tratara de cantar imposibles Versalles en medio de las sórdidas dictaduras centroamericanas, se puede reconocer bajo la clave carnavalesca toda la poesía de Prosas profanas como una entronización (y desentronización) kitsch de una cultura ya degradada en el origen.
Este proceso de carnavalización y parodia, de antropofagia activa, habrá de acentuarse en este siglo. En gran medida la obra de Huidobro, de Vallejo y Neruda, de Paz en sus mejores momentos, contiene la semilla de una desconstrucción de los grandes modelos líricos. En cuanto a Lezama Lima, su barroquismo delirante sólo puede ser leído a partir de una renuncia al sentido lógico, a la sintaxis regular, a la analogía perfecta. En él, la desconstrucción metafórica llega a su máximo poder expresivo.