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Número 58

La actualidad de Nietzsche, el nietzschismo de la actualidad / Sandino Núñez

La actualidad de Nietzsche, el nietzschismo de la actualidad, Sandino Núñez

La actualidad de Nietzsche, el nietzschismo de la actualidad / Sandino Núñez

1.

Podemos entregarnos a hablar tranquila y amistosamente de la actualidad de Nietzsche o de la vigencia de Nietzsche. Ahora bien: algo en nuestra conversación siempre hará ruido, afortunadamente, aunque no lo haga. ¿Qué alcance tiene la frase “la actualidad de Nietzsche”? ¿Nos referimos a la empecinada sobrevivencia del pensamiento de alguien que escribió hace más de ciento veinte años? ¿A la asombrosa y admirable capacidad de un pensador de proyectar su voz más de un siglo hacia adelante?, ¿a su potencia de anticipación, a su genio para estar a la altura o ser la medida de su futuro? Esta hipótesis sería, me parece, parte de una lectura muy pobre de la llamada historia de las ideas: una lectura haragana, conformista, lineal. Y en cierto modo, incluso, podría decirse, una lectura no nietzscheana. Aunque, en otro sentido, hay que decirlo, esa lectura parece perfectamente consecuente con el gesto radical de Nietzsche cuyo correlato es la exigencia de su reconocimiento inmediato como nombre propio excepcional: “¿por qué soy un destino?”, “la filosofía es un explosivo terrorífico que pone al mundo entero en peligro” (Ecce Homo); “soy lo suficientemente fuerte como para partir la historia de la humanidad en dos ramas” (carta a Strindberg, diciembre de 1888); “(…) soy algo decisivo y fatal que se levanta entre dos milenios” (carta a Von Seydlitz, febrero de 1888). O más gráficamente, en El Anticristo: “Este libro está reservado a un pequeño número de personas. Es probable incluso que ninguna de ellas haya nacido todavía”. La pregunta inocente es: ¿seremos nosotros esas personas? Pero antes hay que entender algo. Nietzsche es el explosivo y el destino: él es la violencia de la mano que da vuelta la página de la historia y es el goce de la primera página de la nueva era. Nietzsche será adorado e idolatrado en su excepcionalidad, aunque no tenga ni quiera discípulos, o porque no tiene ni quiere discípulos: ese vínculo transferencial clásico que asegura la despreciable continuidad de la novela filosófica y metafísica, con su origen y su destino, allí donde Nietzsche entiende a la filosofía como la ruptura explosiva solitaria, como la radicalidad del acto contra la continuidad del fundamento. Volveré a ese punto.

Pero, ¿por qué no complicar la linealidad de la fórmula de la actualidad de Nietzsche? Glosando a Borges, podríamos decir que una época inventa a sus precursores. Y podemos agregar que ese invento siempre es un poco problemático, y viene a ligarse, con la época que lo llama y lo evoca, en un nudo doble, que se resiste al análisis lineal. Fuimos nosotros los que convocamos a Nietzsche, y no debería por lo tanto resultarnos para nada asombroso que Nietzsche acuda tan puntualmente con su “actualidad” y su “vigencia”: sería como maravillarnos de lo conveniente de tener tabique nasal para poder sostener los lentes. En otras palabras, la “actualidad de Nietzsche” habla menos de Nietzsche que de su actualidad, es decir, habla menos de Nietzsche que de nosotros, de aquellos que necesitamos a Nietzsche, aquellos que nos reunimos a convocar el espíritu de Nietzsche para que nuestro espíritu sea nietzscheano. Habla de las condiciones de posibilidad actuales de la actualidad de Nietzsche. ¿Y por qué nuestra época sería nietzscheana? ¿Por qué, en cierto momento, comenzamos a entusiasmarnos con el espacio ilimitado de la tragedia o de la fiesta para que el hombre fuera —él mismo— arte dionisíaco, con la voluntad de poder, con el gesto pleno y afirmativo de la vida, con la lucha contra el nihilismo de filósofos cristianos y teólogos, con la consagración y celebración del mediodía como el momento de la sombra más corta o de la ausencia de sombra, allí donde Hegel hablaba de la filosofía como un arte crepuscular y del filósofo como una figura del atardecer, o Descartes proponía la madurez como el momento en que se empuja o se fuerza la evidencia a la duda y a la sombra? ¿Por qué el águila y el león de Zaratustra contra el búho de Atenea?



2.

Voy a ser parcialmente injusto: si “nuestra época” remite a ciertas coordenadas más o menos precisas, más allá del bautismo de Heidegger (cuya importancia se inscribió más bien en el canon institucional de la filosofía), fue Foucault (y en menor medida, pero en una medida bastante notoria, Deleuze) quien nos empujó a Nietzsche y quien puso a Nietzsche en el compromiso de ser nuestro contemporáneo, quien lo hizo encarnar nuestra época. Con Foucault (hablo sobre todo de “Nietzsche, la genealogía y la historia”) entendimos la densidad de Nietzsche, porque sobre todo entendimos la densidad de nuestra necesidad de Nietzsche, logramos ver el hueco o la falta de Nietzsche como si fuera una marca de nuestra época, la presencia de una ausencia, la voz de la arqueología o de la genealogía como anticuerpo contra las solemnidades vacías de la Historia, del Origen y del Destino, de la Idea, del Bien Supremo y de la Metafísica. Nos entusiasmamos con la trama bélica y no lingüística o dialéctica de la historia, con la muerte del sujeto y la aparición del Übermensch. Pero también entendimos y vivimos a Nietzsche en la hermenéutica, o en ciertas líneas de la vulgata hermenéutica, cuando se dijo que Verdad filosófica había caído con todo el enorme peso de su negatividad mastodóntica, dañada de muerte por los minúsculos e innumerables mordiscos afirmativos de los sentidos y las interpretaciones. Entendimos a Nietzsche entonces como el acto afirmativo de la vida y de los (contra)poderes contra el gran poder de la muerte y la nada, contra los sacerdotes y los burócratas del saber-poder. Entonces, quiero situar “nuestra época”, filosófica para el caso, en el giro de la política francesa hacia los 70-80: la afirmación erótica de Bataille, la indignación de Foucault, la impaciencia intelectual de Deleuze. Es la era, para cometer un ligero anacronismo (que en todo caso también es francés), del populismo heteroglósico y carnavalesco de Bajtin. Es la era del lenguaje entendido como las positividades singulares y múltiples de la phoné, del discurso, los dialectos, la comunicación, la confrontación, la contextualidad, la interpretación, la retórica y la pragmática. El lenguaje como logos o Ley, razón o gramática (“vieja hembra engañadora”, dice Nietzsche) comienza a ser la figura autoritaria y mentirosa de los sacerdotes burócratas del dios nihil. Esta es una época que antipatiza con la verdad, con el sujeto, con la teoría, la crítica y la dialéctica: es decir, que antipatiza con Descartes, Kant y Hegel. Y también, por cierto, con Marx y con Freud.

Esta época pudo recostarse más de una vez en la invocación del viejo rencor de Nietzsche contra la metafísica y la moral de los archifundadores: Platón y Cristo: la tradición grecocristiana. Y en esta perspectiva es que digo que la vigencia de Nietzsche es un síntoma de nuestra época: pues nuestra época es filosóficamente antiplatónica, y más ampliamente, antimetafísica, y desconfía furiosamente de la potencia oscura de la trascendencia, del sujeto y de la verdad, para afirmar la vitalidad local de los discursos y los sentidos. En eso “nuestra época” se parece a Nietszche, o ése es el Nietzsche que nuestra época necesita. Pero ocurre también que, al traerlo de regreso, lo somete a un curioso desplazamiento de su signo, pues nuestra época, que —insisto— es la época de la vitalidad de los sentidos enojada con la verticalidad fúnebre de la Verdad o de la Teoría, empieza a globalizarse como la época de una democracia enojada con las figuras del totalitarismo, e introduce en el enojo una etiología miedosa u obsesiva que está completamente ausente en Nietzsche: el miedo al sacerdote, el miedo al maestro, el miedo al Estado, el miedo a las totalizaciones de la teoría.

Nietzsche, de sospechoso de cierta teatral complicidad genética après-coup con el nazismo, comenzó a funcionar, hacia los 70-80 del siglo pasado, como una reserva utópica de pensamiento antitotalitario. Tanto, que el entusiasmo hermenéutico de Gianni Vattimo pudo en parte apoyarse en Nietzsche para justificar un “pensamiento débil”, expresión que supongo habría arrancado del propio Nietzsche su famosa “carcajada homérica”. La fuerza explosiva de Nietzsche, su ausencia de miedo, su desprecio a la filosofía del pusilánime, se trasponen en una especie de anticuerpo contra los excesos centralistas, autoritarios o burocráticos de la razón (asunto presente en el mundo intelectual occidental desde la segunda posguerra, y doblemente presente desde el comienzo de la caída de la máquina soviética). Es decir, el enojo mismo se vuelve un síntoma de pusilanimidad. Quizás eso no está tan mal, pero aloja, en el reverso de ese Nietzsche “recuperado” o “reciclado”, algunos síntomas de malestar que conviene señalar.



3.

Hay que recordar una vez más que Nietzsche es, antes que nada, el grito de un nombre propio que no puede desaparecer (lo indeleble de ese nombre que estalla en un grito podría ser la locura Nietzsche). Nietzsche es el brillo enloquecedor de un pathos absoluto, el relámpago de una pasión que estalla sobre la tierra gris o negativa de la religión y la filosofía. Nietzsche no es una figura de superación o de crítica, sino de transgresión y disolución. Es un puro signo de exclamación que recalienta y aprieta la frase de la historia hasta hacerla estallar en sí misma. La transvaloración de todos los valores no vuelca a Nietzsche en una matriz hegeliana, como decía Heidegger, pues Nietzsche no postula ninguna Aufhebung, ninguna superación dialéctica de los valores viejos: él es el acto radical de desfondar los valores, de convertirlos en los fósiles sobre los cuales caminará el Übermensch: ningún fantasma moral o teológico, ninguna idea, solamente la vida y su libertad inherente. Él es quien mata a Dios y nos libera de la sumisa condición castrada a la que Dios nos condenaba. Pero matar a Dios es matar a la idea de Dios: es cancelar ese procedimiento necesario -en Descartes por ejemplo, Tercera Meditación- de postular la infinitud, la eternidad o la perfección para poder pensarme y saberme finito, incompleto, deseante, abierto, histórico. La infinitud es la finitud en tanto que finitud. O, mejor: Dios es el hombre en tanto que hombre. Y eso, y no otra cosa, es la castración. Pero Nietzsche mata a Dios, me restituye como hombre no castrado y me concede en un solo golpe de luz toda la petrificante libertad, plenitud y positividad de la posdialéctica. La vida es la vida: no tiene historia, es decir no tiene origen ni destino. Nietzsche es quien nos hace libres, pero al mismo tiempo es quien invalida en un solo acto todo ese paciente camino a la liberación que llamábamos historia o política. Todos somos superhombres en tanto entendemos que no necesitamos luchar por liberarnos sino abolir la liberación.

Nietzsche es, insisto, la explosión y también el destino: es su propia víspera y su propio día después, es el anuncio de la muerte de Dios, es la mano que mata a Dios y también es lo que sobrevive a la muerte de Dios —todo en un mismo acto unánime. (“Yo soy, entre esta gente, mi propio precursor, mi propio canto del gallo por las calles oscuras”, dice en el Zaratustra). En las antípodas, el Nietzsche de Foucault, el propio Foucault, quiere desaparecer, renuncia a su nombre propio, a su identidad civil y a la autoría, necesita que lo dejen tranquilo, quiere desprenderse de sus compromisos simbólicos (“Más de uno, como yo sin dudas, escriben para perder el rostro. No me pregunten quién soy ni me pidan que permanezca invariable: es una moral de estado civil la que rige nuestra documentación. Que nos deje en paz a la hora de escribir”, dice en La arqueología del saber). Foucault quiere deslizarse gozosamente a lo imaginario, quiere desaparecer en el murmullo de los discursos sin rastro dialéctico alguno, sin yo y sin Sujeto, sin maestros y sin discípulos. Nietzsche, en cambio, no es un mero desliz a lo imaginario: mantiene una posición hipertrófica y rígida de sujeto que estoy tentado, como tantos otros, de caracterizar como paranoica. Nietzsche tiene en común con Foucault una especie de renuncia a la dialéctica con el Otro, a toda relación educativa, característica de la filosofía clásica: pero mientras en Foucault esto ocurre por estar demasiado cerca del Otro (su rechazo a la autoría, la vocación de “dejar hablar al otro” sin mediaciones, su desprecio por el mesianismo del intelectual universal, etc.), en Nietzsche ocurre por estar demasiado lejos (“Como preveo que dentro de poco tendré que dirigirme a la humanidad presentándole la más grave exigencia que jamás se le ha hecho, me parece indispensable decir quién soy yo. En el fondo sería lícito saberlo ya: pues no he dejado de «dar testimonio» de mí. Mas la desproporción entre la grandeza de mi tarea y la pequeñez de mis contemporáneos se ha puesto de manifiesto en el hecho de que ni me han oído ni tampoco me han visto siquiera”, Ecce homo). La “postura débil” de Foucault es la herencia de la violencia radical de Nietzsche, el día después de su golpe absoluto. Pero ambas figuras, la hipernitidez del hombre no castrado de Nietzsche y el desdibujamiento del sujeto de Foucault, terminan por ser la misma. Pues en este punto, es claro, no hay diferencia efectiva entre estar más allá del bien y del mal y estar más acá del bien y del mal, entre la posición hipersubjetiva de Nietzsche y la desubjetiva de Foucault, entre la locura de Nietzsche y el mutismo teórico de Foucault: pues la vida (o el poder) es amoral, asocial, asimbólica, apolítica. No es posible afirmar la vida o combatir el poder sin negarlos para tener un lenguaje o un pensamiento sobre la vida o el poder, es decir, sin ocupar un lugar que por definición hegeliana, no es vida y no es poder. Pero al mismo tiempo, cualquier lenguaje sobre la vida o el poder, si bien son una negación y una superación de la vida y el poder, no deja de ser, hasta cierto punto, vida y poder, por lo cual su destino es, llegado el momento, ser superado, siempre. La castración es la conciencia de la castración. Y ésa es la dialéctica, la “astucia de la razón” por la cual Hegel, siempre por encima de sí mismo, termina por enloquecer a todos los que no son hegelianos (tentado estoy de glosar a Borges otra vez —él hablaba de Quevedo y la literatura— y decir que Hegel no es un filósofo: es la filosofía). Hegel es, se me disculpará la expresión, un pensador de la liberación, y eso hace de Nietzsche un poeta de la libertad, y de Foucault un soldado anónimo o un peón imaginario del contrapoder. (“Nietzsche —dice Heidegger en su Hegel— quien se había liberado tardíamente de la quejosa denigración y desdén por Hegel heredados de Schopenhauer, dijo una vez que ‘nosotros alemanes somos hegelianos, aún cuando nunca se hubiera dado un Hegel’”. Aquí, paradójicamente, reconoce el nombre del padre.)



4.

Quiero recordar aquí una extraña e inquietante observación de Benjamin de 1921, en un artículo llamado “El capitalismo como religión”. Benjamin escribe: “La trascendencia divina se ha derrumbado. Pero Dios no ha muerto; está incorporado en el destino terreno del hombre. El tránsito del planeta humano en su órbita absolutamente solitaria por la casa de la desesperación, es el ethos del hombre determinado por Nietzsche. Ese hombre es el Übermensch: el primer hombre que empieza a cumplir, reconociéndola, la religión capitalista”.

Es necesario retener toda la potencia de esa observación. La muerte de la trascendencia y la incorporación de Dios a la vida práctico-cotidiana de los hombres es el alcance que Benjamin le da a la muerte de Dios y a la creación del superhombre en tanto primer hombre que acepta concientemente la lógica práctica de la vitalidad del capitalismo: jugar y desempeñarse, sin Bien y sin Mal, en los rituales de la religión pagana del capitalismo. Lo que anticipa Benjamin es bastante asombroso: llegará el momento en que vamos a confundir, advierte, la desterritorialización de las energías de la vida con relación a las estructuras muertas de la burocracia nihilista, con la desterritorialización de las energías del capital con relación a la política y la filosofía. Pues llegado el punto, no hay diferencia. El sistema generalizado de equivalencias e intercambios, la circulación libre e incesante de todo (energías, cuerpos, voces, dialectos, mercancías, imágenes), la lógica pragmática de la sobrevivencia o del beneficio: eso es la vida, en la consagración de su amoralidad o su asocialidad radical: el mercado. La vida, el mercado, las energías libres, es la bellum omnium contra omnes que aterrorizaba a Hobbes al punto de hacerlo convocar a Leviatán: el Estado como monstruo armado vigilante, ordenador y castigador. Y uno de los grandes problemas que ha tenido esta época que trato de caracterizar es, precisamente, el de ubicar al mal en el polo sustancial del Estado Leviatán (la fantasía totalitaria), y al bien en una especie de resistencia romántica a ese poder despótico o burocrático en el polo de las energías desterritorializadas de la circulación y la equivalencia (la fantasía democrática). Pero el mal, el enemigo, el capital, no se sitúa en uno u otro polo, sino más bien en la solidaridad entre ambos, en su lógica de campo y no de sustancia, en la oscilación o en el cortocircuito entre la libertad horizontal indialéctica y la verticalidad del Estado como Amo Absoluto. Entre el mercado y la policía, entre la libertad y la esclavitud. Democracia y totalitarismo, libertad horizontal y verticalidad del Amo: ambos son sueños o fantasías del sujeto capitalista. (Conviene no olvidar, para evitar asociaciones fáciles, que entre los pensadores que Benjamin menciona como involuntarios sacerdotes de la religión capitalista están —además de Nietzsche— Freud, y el propio Marx. Pero ese es otro asunto.) En nuestro Nietzsche actual, abolido el tema hegeliano de la historia o de la sustancia como Sujeto, la radicalidad imaginaria entre la libertad absoluta y la esclavitud jamás podrá ser mediada, tercerizada por el deseo y el lenguaje de la liberación, por la no plenitud de su sujeto, su no coincidencia consigo mismo, su delay eterno, rebelde y melancólico. Este Sujeto se constituye por un lado en su drama, su estiramiento inteligente (dianoia, dialéctica) hacia lo imposible de la Idea, la Verdad, el Ser, la Libertad, el Bien o Dios, y por otro en su huída inteligente del objeto parcial, en la superación de la causa puntual contingente de su deseo. En el odio a este Sujeto y en su combate, en el primer caso situamos el magnicidio de Nietzsche (matar la idea de Dios como síntoma de nihilismo), y en el segundo, la caída de Foucault en el anonimato del placer, el cuerpo, las luchas locales, las microdisciplinas (entregarnos a lo único que existe, ya que Dios ha muerto, que son los objetos parciales).

Digamos: el Sujeto (de la historia) no sabe positivamente qué es la libertad ni la justicia, porque en el fondo sabe que no son positividades. Le importa menos saber qué es la libertad que luchar por la liberación (o contra la injusticia). Porque sabe que la Idea (libertad o justicia, para el caso) no es ni una entidad práctico-sustancial ni una entelequia sobrenatural que lo guía desde lo alto (algo como la idea rectora de Kant). La Idea (libertad o justicia) no es sino esa negatividad necesaria que le permite juzgar socialmente una situación como dependiente, alienada o injusta, y plantearse como una praxis contra la alienación o la injusticia. Por lo tanto, el problema político, el problema filosófico, siempre fue y será, en mi opinión, la soberanía y no el poder, la negatividad de la soberanía y no la positividad del poder. Eso me coloca en una posición antigenealógica, para usar una palabra necesariamente excesiva, que puedo intentar definir así: el problema de la filosofía no es dado un saber en posición de verdad investigar en qué relaciones de poder se inscribe, de qué estructura de poder proviene y extrae sus efectos de verdad, etc., sino postular un momento (que es histórico y traumático, pero no empírico) en que el poder comienza a necesitar de la Verdad, de una Razón o de una Ley, como algo que se sitúa necesariamente por encima de su gesto o de su acto absoluto, para decirse, legitimarse o justificarse. Podemos llamar soberano a ese poder dañado, a ese momento en el que el poder, para decirse o pensarse, necesita en cierto modo dejar de ser poder, mostrar una brecha por la que se hipoteca su absolutidad. Por esa herida o por esa grieta es que penetra el lenguaje político como objeción al poder, como eterna crítica y superación del poder. Para Nietzsche esa grieta es un signo cristiano de debilidad nihilista: hay que obturarla, sellarla para siempre con el acto trágico dionisíaco. Para Foucault es una de las tantas manifestaciones tramposas del poder: es la mera presencia positiva del poder traspuesta en el fantasma del efecto de verdad.



5.

Por último, es necesario completar el razonamiento, o digamos, mejor, envolverlo. ¿Cómo podría haber dicho lo que dije sin Nietzsche o sin Foucault, quiero decir, no como meros argumentos a discutir o a refutar, o como nombres propios que se han cruzado arbitrariamente en mi camino (no hay que olvidar que estamos en la presentación de un libro sobre Nietzsche, por lo cual hay ahí algo radicalmente accidental que me está ligando a Nietzsche), sino como posiciones que han determinado necesariamente, digamos, mi propia posición filosófica o política? Lo que digo siempre es algo más, por no decir algo distinto y por no decir lo contrario, de lo que quiero decir. Nietzsche o Foucault se me aparecen, en un primer momento, como los obstáculos que debo superar para exponer un “pensamiento justo” acerca de la historia, el sujeto, el poder, la verdad o lo que sea. Pero en un segundo momento me doy cuenta de que mi “pensamiento justo” está determinado por Nietzsche y por Foucault, es decir que el movimiento del pensamiento consiste él mismo, precisamente, en superar tales obstáculos. Por eso, los obstáculos no son simples obstáculos positivos: son, ellos mismos, constitutivos de pensamiento, ya que el pensamiento no es eso que ocurre utópicamente después de haber superado los obstáculos, como quien ha limpiado el campo quirúrgico, sino que es el acto mismo de superación. Este cambio de perspectiva me conduce ahora a replantear los obstáculos en tanto eslabones de la cadena del pensamiento, eslabones cuya insuficiencia inherente posibilita y condiciona al eslabón ulterior. Y este no es, se entenderá, un simple argumento vinculado con la pragmática de la discusión o del intercambio. Es la paradoja constitutiva de todo pensamiento: mi posición aparece inevitablemente dañada (por Nietzsche o por Foucault, para el caso), y ese daño es irreparable o insuperable: es a la vez obstáculo y condición de posibilidad. Pues no puedo, hasta cierto punto, dejar de pensar a Nietzsche como un obstáculo positivo que impide el advenimiento de la Idea, ya que si así no fuera, nada me movería a comentarlo, discutirlo o criticarlo. Y ahí reside el punto de su necesidad, o mejor, el punto en el que su radical contingencia se vuelve necesaria para el proceso subjetivo del pensamiento.

No me puedo situar más lejos de la antifilosofía de Nietzsche (como la caracteriza Alain Badiou), pero al mismo tiempo nada me acerca más a la filosofía que la antifilosofía de Nietzsche. La postura radical de Nietzsche, su explosivo antiplatónico y anticristiano que quiere hacer estallar la verdad filosófica se implementa contra los dogmas nihilistas de la verdad, y hay ahí, en ese acto excesivo, una verdad que advierte contra los excesos de la propia verdad: contra la verdad congelada en tal o cual sentido, en tal o cual enunciado, en tal o cual sistema o en tal o cual relato.

Sabemos que esta coincidencia plena entre sentido y verdad es dogmática, y podríamos decir religiosa, y podríamos agregar delirante. Pero el día después de la bomba nietzscheana es el mediodía pleno en el que la barra que separa y antagoniza al sentido y a la verdad ha sido abolida, la barra que separa y antagoniza al hombre y a Dios ha sido abolida: no hay sino una proliferación múltiple de sentidos sin verdad, o una proliferación horizontal de hombres vivientes sin dios y sin trascendencia. Pues la barra que antagoniza sentido/verdad, u hombre/Dios es la hermana gemela (en realidad, es la misma) que la que antagoniza sentido/sinsentido, u hombre (en tanto ser político o social)/animal (en tanto mero organismo viviente). ¿Cómo distinguir el sentido de lo insensato sin una idea implícita de verdad? ¿Cómo distinguir al hombre del animal sin una idea implícita de Dios? Es que el famoso dualismo (imaginario) es en realidad un antagonismo (dialéctico, simbólico) que supone un tercer punto, que es el lugar desde el cual el dualismo mismo puede ser planteado y superado. Ese tercer punto, además, no es una entidad solitaria y abstracta, sino que aparece siempre parasitando a uno de los dos polos involucrados en el dualismo. Esto hace que las definiciones sean inclusivas y paradojales: hombre es la capacidad de distinguir entre hombre y animal (o, de acuerdo a la fórmula hegeliana que ya he usado: hombre es el animal en tanto que animal); sentido es la capacidad de distinguir entre sentido y sinsentido (sentido es el sinsentido en tanto que sinsentido). O, para trasponerlo en términos cartesianos, el alma es la capacidad de plantear el antagonismo cuerpo-alma, por lo cual, el alma es el cuerpo en tanto que cuerpo. Eso le quita a “hombre”, a “sentido” y a “alma” toda sustancialidad y toda positividad, convirtiéndolos en Dios y en Verdad, ya que tanto Dios como Verdad están ahí como operaciones negativas para señalar el carácter dañado o agujereado de “hombre”, de “sentido” o de “alma”. El dualismo es, desde el comienzo, un triángulo (tesis, antítesis, síntesis): sinsentido-sentido (Verdad, como desdoblamiento negativo del sentido con respecto al sinsentido), animal-hombre (Dios, como desdoblamiento negativo del hombre), res extensa-res cogitans (Dios y Verdad, como desdoblamientos negativos del cogito). Si nos ponemos más finos, podemos ver que hombre, sentido o alma provienen de un exceso inherente de animal, sinsentido o cuerpo, que obliga a una problematización, a una simbolización o a un lenguaje —ya que la existencia o la vida no se piensan espontáneamente. Pero eso es otro asunto.

Cuando sentido coincide plenamente con Verdad, o cuando hombre coincide con Dios, es decir, cuando Verdad o Dios recaen en la sustancia y encarnan plenamente en sus singularidades históricas, estamos en casos de verdad excesiva, dogmática o delirante. Y podemos considerar que en cierto modo esto es lo que combate Nietzsche. Y así, en este punto no podemos dejar de ser nietzscheanos. Pero, por otro lado, ante el exceso de Verdad o el exceso de Dios, Nietzsche reacciona con un exceso del exceso y quiere, en una especie de acting out, demoler todo el edificio de la metafísica, de la dialéctica o de la crítica: lo que nos hace recaer en la coincidencia entre verdad y sentido (no hay verdad sino múltiples sentidos positivos, etc.), y por tanto, entre sentido y sinsentido. Y aquí no podemos dejar de ser antinietzscheanos. Pero la aporía entre ser nietzscheanos (combatir el exceso dogmático o nihilista de la verdad) o ser antinietzscheanos (no alinearnos en su llamado radical a desfondar la trama significante de la historia) no debe ser resuelta. La solución del problema es su propio planteo.

Montevideo, octubre de 2013.

____________________

NOTA:
* Intervención realizada en Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación sobre la presentación del libro Actualidad de Nietzsche: a propósito de los fragmentos póstumos. Andrea Díaz, Robert Calabria (compiladores). Departamento de Publicaciones de la Universidad de la República, Montevideo, 2012.

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La Contracultura: Vigencia de una rebelión / Bernat Muniesa

La Contracultura: Vigencia de una rebelión, Bernat Muniesa

La Contracultura: Vigencia de una rebelión / Bernat Muniesa

«Si el conocimiento y su derivada que es
la cultura no conducen a la rebelión,
entonces no son nada».


(Friedrich Nietzsche)

La llamada Contracultura como movimiento rebelde surgió inicialmente en USA como respuesta de una generación de jóvenes contra el Liberalismo o Capitalismo (en adelante el Sistema) y lo que Herbert Marcuse, filósofo y sociólogo alemán allí exiliado, venía anunciando en los centros universitarios (New York y Berkeley, en California) acerca de la aparición, como producto del Sistema, de un ente al que denominó como el hombre plano o unidimensional (en el Imperio Romano, la aristocracia les llamaba la plebe; Marx se refería a la masa, y Nietzsche a la chusma).

Marcuse había formado parte de la Escuela de Frankfurt, junto a Max Horkheimer, Eric Fromm y Theodor Adorno (Walter Benjamin también formó parte de esta élite intelectual, pero murió en Port Bou cuando intentaba exiliarse, en septiembre de 1940), todos huidos de la Alemania nazificada. Especialmente Marcuse sería uno de los referentes de las rebeliones juveniles iniciadas en los USA, antes de regresar a Europa por haber sido expulsado de la Universidad de Berkeley a instancias del entonces gobernador de California, el ultraliberal Ronald Reagan, que le acusaba de instigar a los estudiantes contra el Sistema con sus críticas sociológicas. Fue acusado de “comunista”, aunque no lo era, pues no debe olvidarse que una de sus obras llevaba por título El final de la utopía, un diagnóstico acerca del fracaso del comunismo stalinizado de la URSS. De hecho, en la epistemología marcusiana se combinan elementos del freudismo, del marxismo y del anarquismo (ligado al bakuninismo).

En su obra Eros y Civilización, de raíz freudiana y que tuvo gran impacto entre la la juventud occidental (USA y Europa), Marcuse afirma: “La sustitución, en el ser humano, de su tendencia al placer por el principio de realidad que le impone el Sistema, es la clave del trauma que el colectivo humano arrastra como Sísifo arrastraba su piedra montaña arriba. De hecho, esta tragedia no tiene su origen hoy: surgió ya en la horda primitiva, cuando el Padre, o sea el Macho, monopolizó el Poder y lo utilizó como su propio placer. Hoy, ese Padre es el Sistema Liberal. Y él es el creador del hombre/mujer masificados/das, células utilizadas cínica y provechosamente por élites del poder político/financiero para mantener sus privilegios con la ayuda mixtificadora de los mass media y muy especialmente la televisión. Cuando estos mecanismos de dominación fallan, entonces la élite del poder recurre a la violencia estatal directa: la policía y el ejército. En síntesis, podemos afirmar –concluye Marcuse- que el Sistema impone un fascismo que yo apellido posmoderno”.

Con esta introducción tan sólo pretendo situar al lector en una mejor perspectiva para bordar la temàtica central.


Otros antecedentes necesarios

Lo que ha permanecido conceptualizado como Contracultura tuvo sus orígenes en el instinto rebelde de una juventud que, ya en la década de los años cincuenta del pasado siglo XX, se apercibió de aquel fascismo ordinario o liberalismo fascistizado que embotaba los cerebros de la ciudadanía y atiborraba sus estómagos con el auge económico de la coyuntura. Un mundo joven ansioso de lecturas y cambios de vida fue pronto atraído por una élite disidente con raíces en el fourierismo del aquel lejano socialismo que Marx tildó erróneamente de utópico (Saint-Simon, Fourier, Owen, Flora Tristán, Cabet…). Surgió así la generación beat que, para la rebelión juvenil, tuvo sus referencias en: Jack Kerouac, autor de On the Road, exaltando la libertad, la naturaleza, la evasión y el placer, que incluían el uso de la droga, especialmente la marihuana; el poeta Allan Ginsberg, autor de ¡Aullido! y difusor de la idea de que el industrialismo y la ciencia manipulada por el poder eran el dios Moloch, una insaciable deidad cuyas víctima –decía- son los ciudadanos, anunciando que el horrible futuro ya lo habían diseñado magistralmente Aldous Huxley en El mundo feliz y Ray Bradbury en Farenhait 451; a ambos debe añadírsele William Borroughs, autor del elogio de la droga como evasión en Junky (1953), donde define al tecnócrata: “su mente es la insidia; su sangre, el dinero ; sus manos, las armas; su alma, el beneficio…Un monstruo”; por su parte, Gary Synder preconizaba el regreso al orientalismo, al Tao budista, mientras que David Riessman, en sus conferencias universitarias y su obra La muchedumbre solitaria, denunciaba el falseamiento de la realidad social y cultural por las élites del poder, que intentan destruir al ciudadano heterodoxo y rebelde, y generan neurosis colectivas entre las masas a través del consumismo; Vance Packard publicaba entonces tres obras con títulos que no necesitan comentarios: Los artífices del despilfarro (políticos y economistas), Los trapadores dela piràmide (los ejecutivos) y Los persuasores (los mass media, que fomentan las falsas necesidades, que premeditadamente confunden la libertad con la libertad de comprar y convierten al ciudadano en un zombi); mientras, que el profesor y sociólogo Charles W. Mills desenmascaraba con nombres y apellidos a La élite del poder, sostenida por sus multinacionales, sus instrumentos políticos y, no lo olvidemos, por unas clases medias que definía como “mediocres, egoístas, consumistas e ignorantes”.

Y finalmente debemos aludir a otro factor que catalizó la rebelión juvenil: la llamada nueva música, el Rock ‘n Roll , promotor de nuevas formas de evasión colectiva en salones y campus, en encuentros donde música y droga animaban maratones de baile y ruido. Elvis Presley, Jerry Lee Lewis y Little Richard fueron sus líderes, junto a Bill Haley y The Comets. Una canción se convirtió en himno de aquella generación: Rock Around the Clock (1954).


El Manifiesto de Berkeley y la Marcha contra el Pentágono

A lo largo de la década de los sesenta (siglo XX) el planeta estaba infestado de guerras, la mayoría provocadas por los intereses imperialistas, anglosajones y francés: Nigeria, Angola y Mozambique, República Sudafricana (el apartheid racista blanco), el eterno conflicto de Oriente Medio provocado por la instauración del Estado de Israel, la Revolución Cultural impulsada por el maoísmo en China, y los combates entre guerrilleros y dictadores en América Latina, donde Cuba aparecía como el catalizador revolucionario. Y naturalmente, la guerra de Vietnam, donde los USA sostenían al Gobierno corrupto y oligárquico del Sur en la guerra civil con el Norte, comunista: una guerra perdida de antemano por la oligarquía y los yankees.

Fue precisamente esta guerra la que se convirtió en el catalizador de las rebeliones juveniles que culminaron en la Marcha sobre Washington, el 12 de octubre de 1967: dos millones de personas de toda la nación se congregaron para protestar ante la Casa Blanca (presidente Lyndon B. Johnson) y el Pentágono. Frente a la Casa Blanca, el escritor Norman Mailer leyó el siguiente manifiesto: “El sueño americano no existe. Es una pesadilla criminal organizada por los degenerados del poder político y financiero con el sostén de la mediocre clase media de este país”.

En otro plano, la canción comprometida tuvo sus puntos culminantes en Bob Dylan y Joan Báez: su leit motiv era ninguna guerra es nuestra guerra; Vietnam es vuestra guerra, como lo son todas guerras. Simultáneamente, en la Universidad de Berkeley las asambleas estudiantiles se proclamaban partidarias de “Dionisos contra Apolo” y surgían movimientos como los hippies; su proyecto: el placer, la poesía, el arte, la naturaleza, el pacifismo, la fraternidad y el amor libre. En el Manifiesto juvenil podía leerse: “Desafiamos al poder a que nos juzgue por nuestra solidaridad con el pueblo vietnamita, por llevar el cabello largo, por apoyar al movimiento de liberación negro, por fumar marijuana, por despreciar al liberalismo, por considerar la propiedad privada como una mierda, por no ser unos idiotas como lo es la clase media del país. Luchamos por la paz, la libertad y la vida, y elogiamos la psicodelia. Y al poder le ofrecemos flores, mientras él nos responde con alambradas, cárceles, napalm y balas”.

En las manifestaciones de Berkeley murieron una veintena de estdiantes, en choques contra las fuerzas militares del gobernador Reagan, autodefinido como “liberal”, lo que provocó que Marcuse afirmara, en una nueva concentración juvenil, antes de ser expulsado de USA, que liberalismo y fascismo son dos formas de lo mismo: la explotación y la humillación del ser humano por el poder establecido.

Mientras el movimiento pro-Derechos Civiles del pastor Martin Luther King iniciaba un combate que le costaría morir asesinado, y el célebre boxeador Cassius Clay se exiliaba a Canadá para evitar ser enviado a Vietnam, el filósofo atacaba el consumismo, señalando que “el objeto del consumo tiende a ocupar la imaginación del hombre unidimensional, y esto es un triunfo de Goebbels, el fundador de la propaganda moderna. A través de ello, el sujeto se convierte en opresor de sí mismo, motivado por falsas necesidades. Surge entonces un universo totalitario movido por dos razones: la razón consumista y la razón de la apariencia fomentada por los mass media”.

Convertido en la expresión filosófica de la rebelión, Marcuse acabó despidiéndose de los jóvenes en los campus universitarios denunciando que “la ciencia ha perdido su batalla y ha sido suplantada por la técnica. El objeto de la ciencia era conocer la Naturaleza para situarla al servicio de la humanidad”. Y añadió: “El Sistema la ha transformado en tecno-ciencia, generando una nueva élite, los tecnócratas, cuya función es someter el conocimiento científico a los intereses del mercado y su dictadura”. En resumen, un discurso que data los años sesenta (siglo XX) y que sigue teniendo hoy una vigencia radical en plena crisis actual del Liberalismo y del sistema del cual es su ideología: el Capitalismo.


La expansión contracultural en Europa occidental: mirando hacia atrás con ira

Los movimientos contraculturales también se expandieron por Europa Occidental, culminando en el Mayo de 1968 en Francia. Bastante antes, sin embargo, en el Reino Unido ya se habían organizado los Jóvenes Airados, con personalidades como las de los dramaturgos John Osborne y Joe Orton, siendo este último el autor de la pieza Mirando hacia atrás con ira (1956), símbolo de una generación que rechazaba el pasado y la herencia sociológica de sus progenitores, movimiento que asimismo se expandió en el cine, con la generación del free cinema: los Karel Reisz, Tony Richardson, Lindsay Anderson, en tanto que las bandas juveniles se organizaban en teddy boys y, en Francia los blousons noirs, verdaderas “tribus” urbanas. En Holanda aparecieron los provos, de tendencia anarquista y precedentes de los actuales jóvenes okupas y/o antisistema.

Todos esos movimientos, contraculturales, despreciaban el liberalismo o capitalismo y el consumismo, y rechazaban el comunismo stalinizado: culminarion en el hippismo, en USA y Europa occidental. En las ciudades se ocupaban barrios (el Carnaby Street de Londres, en Amsterdam, en París…) y en el Reino Unido algunas “tribus” eran rivales y tuvieron enfrentamientos, como los habidos entre los mods y los rockers, tema del film Quadrophenia, protagonizada por el cantante Sting, o entre los punkies y los skins. Cabezas rapadas, pellizas de cuero, cabellos engominados como crestas, colgantes metálicos sobre el pecho, todo síntomas de rechazo contra un mundo indeseable, el del consumismo. En Francia la contracultura cinematogràfica alcanzó gran notoriedad, con autores como Jean Luc Godard, Claude Chabrol, Eric Rohmer, Agnes Varda y François Truffaut, entre otros.

Todos los caminos hasta aquí trazados tendrían una culminación en el Mayo Francés de 1968, una rebelión contrcultural de amplios efectos y consecuencias en el futuro occidental, mientras que en España el movimiento estudiantil combatía contra la Dictadura franquista y en Italia resurgía un fuerte movimiento antiautoritario. ¿Y en Europa oriental? Pues, en esa mitad europea, sometida al stalinismo, hubo movimientos como el de Checoslovaquia, la llamada Primavera de Praga, pero su contenido buscaba democratizar las dictaduras burocráticas tuteladas por la URSS y no incluía el factor de la rebelión contracultural.


El Mayo francés

La rebelión de mayo de 1968 se inició en la Universidad de Nanterre, en las afueras de París, hacia el mes de marzo: los jóvenes exigían retraso del cierre nocturno de los accesos a la residencia estudiantil, eliminar la separación de sexos y acabar con el autoritarismo en la docencia. La negativa de la autoridad académica les decidió marchar a la Sorbona y los estudiantes de esta universidad se incorporaron a la protesta. En asambleas conjuntas crearon un programa: fin del autoritarismo en las aulas; igualdad de derechos sociológicos de la mujer; crear un movimiento pacifista y exigir el fin de la guerra de Vietnam; fundar un movimiento ecologista contra los desmanes del liberalismo contra la Naturaleza, y exigir una amnistía contra los presos, señalando que los delincuentes eran los capitalitas y sus lacayos políticos. Ocuparon el Odeón y nombraron representantes, entre ellos Daniel Cohn-Bendit y Guy Debord. Invitaron a las asambleas a personalidades destacadas de la cultura, siendo Jean-Paul Sartre uno de ellos, quien les incitó a ampliar la protesta. Proclamaron entonces el Barrio Latino como “zona liberada”, mientras el presidente Charles de Gaulle ordenaba a la gendarmeria acordonar la zona. Se produjo entonces, hacia los días 15 y 16 de mayo, una batalla campal y los estudiantes bloquearon la zona con barricadas, decidiendo enviar una delegación a la fábrica Renault para invitar a los obreros a incorporarse la huelga. Y, en efecto, la rebelión obrera se extendió desde allí a toda Francia: una huelga general. En esa situación, el principal sindicato, la Confederación General del Trabajo, comunista, desautorizó el movimiento y, de hecho, se alineó con el Gobierno.

El presidente De Gaulle llegó a consultar con el Estado Mayor del Ejército y los jefes de las tropas estacionadas en Alemania federal (el general Massu). Francia se paralizó.

Por aquellos días, el diario Le Monde entrevistó al filósofo Herbert Marcuse, quien afirmó lo siguiente: la rebelión que se ha extendido en toda Francia, al igual que la habida en USA, no está provocada por el estómago, no se trata de un movimiento catalizado por el hambre… Es una rebelión incitada por el cerebro, por la libertad y contra el autoritarismo liberal de la democracia…

Desgraciadamente, ni el poder político ni el financiero lo podrán entender. El día 21 (mayo), el Gobierno dirigido por por el conservador Georges Pompideau concedió: un aumento salarial lineal del 30 %; un mes completo de vacaciones anuales; legislar el acceso de la mujer al mundo laboral y reconocerle igualdad de derechos con el hombre; gratuidad sanitaria; pensiones que llegaban al 80 % del salario… Habían comprado a los trabajadores y, finalmente, la huelga laboral se desactivó y la rebelión fue perdiendo fuerza. A primeros de junio, con una situación normalizada, un millón de ciudadanos, invitados por el Gobierno, se manifestaron para respaldar al gaullismo y, en una nueva entrevista (Le Monde), Marcuse repitió las palabras de Norman Mailer en USA: el poder se sustenta en la mediocridad de las clases medias, egoístas y estúpidas. Ellas nutren al hombre plano.


La sociedad del espactáculo

Acabado el conflicto, Guy Debord, una de las personalidades más destacadas de la rebelión, anarquista, publicó un lúcido trabajo titulado La sociedad del espectáculo, donde complementaba las tesis de Marcuse y exponía cómo el Sistema acosaría y asimilaría a la larga las conquistas sociales y culturales, empleando especialmente los mass media, y masivamente la televisión.

Comenta Debord que el Sistema Liberal y/o Capitalista, metamorfosea al ser humano en un ente mezcla de Sísifo (arrastrando la piedra montaña arriba y dejándola caer para volver a subirla, y así infinitamente…) y Tántalo (dejándose dominar por la obsesión de la riqueza). En el Sistema que vivimos, la realidad es suplantada sistemáticamente por la imagen, de modo que esa realidad es sustituida por la apariencia: habitamos una sociedad cuya falsificación nos domina (a quien se deja, desde luego). Por ello, la acumulación y omnipresencia de la apariencia acaba por convertir la sociedad en la sociedad del espectáculo, de la mera apariencia: hoy, por ejemplo, podríamos añadir nosotros, la instrumentalización del fútbol por las élites del poder y convertido en el opio del pueblo (el Barça es el el sustitutivo de la impotencia catalana para la independencia; Freud es confirmado por esa realidad). A partir de estas premisas, afirma Debord: 1) El individuo/a consumistas son unos mentirosos/sas que se engañan a sí mismos/as, creando una miseria cultural a través de la cual ven el mundo al revés; 2) El Sistema ha corrompido a Dionisos: el arte, el placer, el ocio, el amor, han sido convertidos en negocio: por ejemplo: ¿quién decide que un Rembrandt, un Velázquez, y un Goya o un Picasso valen millones de euros…? ¿Lo decidieron Rembrandt, Velázquez, Goya o Picasso?; 3) La clave del Sistema es el Mercado: él dicta y utiliza el Estado y la política para imponer su dictadura; 4) Al espectador lo convierten en masa o chusma, parodiando al panem et circenses del Imperio Romano para estupidizar a la plebe; 4) Dormir 8 horas –seguía Debord-, trabajar 8 horas, ver televisión 8 horas: total, 24 horas; 5) El espectáculo es convertido así en ideología efectiva y genera una falsa concepción del mundo, convirtiendo sus basuras en modelo de vida, por mímesis; 6) Consumismo + conformismo son los dos ejes que transmiten los mass media al servicio de la élite del poder: triunfa lo grotesco o realidad manipulada; 7) El espectáculo es humo que ciega (Josep Pla afirmaba que las religiones venden humo; de hecho fueron una especie de espectáculo); 8) La Sociedad del Espectáculo es la fase superior de la dominación Capitalista y/o Liberal; 9) En el Sistema, la persona es una solitario en medio de una muchedumbre formada por millones de solitarios. 10) En definitiva, en el Sistema el Ser es sustituido por el Parecer y el Tener. Y así: tanto tienes, tanto vales.

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Número 58

Sospechoso, si no conviene / Jorge Rodríguez Padrón

Sospechoso, si no conviene, Jorge Rodríguez Padrón

Sospechoso, si no conviene / Jorge Rodríguez Padrón

Estos tiempos que padecemos (unos más que otros, como siempre) son -de verdad- muy raros. Hablo, sobre todo, porque me implica, de los extremos en que ha dado la literatura, este oficio de entregar la palabra, y de entregarse a ella, tan peliagudo…

Pero al referirme al ámbito de la escritura literaria, y dado su ineludible responsabilidad con el lenguaje, no puedo hacer abstracción, por mucho que quiera, de la repercusión esencialmente política que tal actividad tiene, debe tener. Y aquí viene lo de la extrema rareza que decía. Pues nos hallamos (¿o no?) en un período histórico que dice haber superado ya, y con creces, todo déficit democrático; que se enorgullece de su extrema tolerancia con todas las ideas; que hace ostentación, como nunca antes, del reconocimiento del otro, de los otros; y nada digamos, en fin, de cómo se pregona a voces un perfecto equilibrio entre la globalización de la tecnología y las diferencias de los pueblos… Casi, casi un mundo feliz, si no fuera por tantas y tan intrínsecas contradicciones como habitan en su seno. No me detendré en casos concretos, aunque en ellos se origine mi reflexión; quisiera ir a la categoría, a cuanto de esos sucesos se desprende, y no precisamente como excepción sino como síntoma de una, al menos para mí, confusa situación a la que resulta muy difícil dar explicación, y más difícil aún poner coto.

Y digo de esa dificultad, sobre todo, a la hora de proponer una escritura literaria que sea espacio de confrontación y debate para esa forma de vida que hemos asumido con un inconsciente entusiasmo por el fervor del consumo y por el asombro obnubilador de las conquistas tecnológicas, además de ese incomprensible fetichismo que nos hace creer a pies juntillas en cuanto adquiere repercusión en los medios, al margen de la verdadera importancia que por sí misma pueda tener. Dificultad, en consecuencia, para la creación literaria dado que es también una forma de lenguaje, una manera de decir la vida y rebuscar en sus complejidades… Dos escritores en lengua alemana, Günter Grass y Peter Handke, cuya obra literaria y cuya actitud personal nunca han eludido la responsabilidad crítica, la razón política que le es propia, han sido protagonistas –sin quererlo- de un pimpampún mediático en el que ha habido de todo, desde acerba crítica hasta descalificaciones inadmisibles. Y esto cuando, según parece, quienes manejan la cosa tocan a rebato para que vuelva el escritor comprometido de antaño a implicarse en tal desbarajuste, y a ver si su clarividencia crítica puede ayudar en algo. Entonces, el escritor habla, y se compromete (mejor, para no confundir: se hace responsable de la palabra que da); sin solución alguna de continuidad, un revuelo mediático lo absorbe, saca las cosas de quicio, deja todo en anécdota y arrima aquella propuesta crítica a la brasa que mejor calienta.

¿No es una situación extraña? A quienes ayer se les otorgaba reconocimiento, hoy se les descalifica por ejercer precisamente la responsabilidad para la cual se les había requerido; y, para mayor inri, el posible debate que de ahí habría de derivarse, se reduce a mera, vulgar noticia de actualidad que, por serlo, será efímera y caerá pronto en el olvido.

¡Qué feroz maquinaria para destruirlo todo, sin que nadie pueda decir que no se prestó la atención debida, ésta de los medios y su fervor tan sólo por la actualidad! Quienes manejan la cosa, he dicho más arriba. ¿Quiénes? Aquellos que detentan el poder; que no son precisamente los políticos, aunque ellos se lo crean porque ocupen el escenario durante el tiempo que se les concede para su representación. Poder, el que mueve los hilos todos; y en primer lugar, los de la información y la tecnología, en muy fértil coyunda por cierto. Claro, también el poder económico (¿es otro?) que encandila a los más con su oronda apariencia. Pero téngase en cuenta que el poder mayor es el primero porque instila su violencia en el lenguaje, en los lenguajes, y éste es el vértice de todo: poseerlo, poseerlos, supone dejar sin voz a quienes son lo que son porque pueden expresarse en libertad. Y se suma entonces la extrañeza, cuando comprobamos que quienes están en uso de la palabra, y más alto hablan y no paran, son quienes aprovechan su pretendida integridad y compromiso para levantar a los otros y ocupar ellos el asiento.

Precisamente al referirse al asunto de Peter Handke y sus posiciones acerca del conflicto en la antigua Yugoslavia, Cecilia Dreymüller escribe: “Esta exclusión de la disidencia política ha sido impulsada, precisamente, por intelectuales y políticos de izquierdas” (eso, al menos, dicen ser); intelectuales a quienes se les llena la boca de libertad de expresión, de tolerancia, de pensamiento crítico, de disidencia y cosas de semejante jaez, pero son expertos en la estrategia de silenciar lo inconveniente; hacen oídos sordos (ese silencio administrativo que tan bien manejan burócratas y leguleyos que son, y en qué medida) o evitan dejar espacio para que otros digan lo suyo, “con el argumento de la inoportunidad política” que ese discurso pueda tener. En el caso concreto de Peter Handke se produce otra circunstancia que también es una herramienta: se le retira el premio Heinrich Heine que se le había concedido previamente, al comprobar su indocilidad que no era otra cosa que su libertad. ¿Cómo iba a ser de otra manera, si los premios se instituyen para beneficiar a quienes premian (en la repercusión mediática, en la inversión política que suponen, en la rentabilidad económica incluso), pero nunca al premiado, a quien se supone que, por gratitud siquiera si no por otros intereses menos confesables, de los cuales participa, aceptará con el premio las leyes de ese juego y acabará bailando al son de los premiadores, publicando su excelencia y su magnanimidad…

Sigo diciendo que hagamos abstracción de tales sucesos; que vayamos a la razón primera de todo esto, y en particular por lo que hace al escritor y a su comprometido oficio de la creación literaria, en medio de “la creciente intolerancia de nuestras democracisa a las posiciones disidentes”, como anota también Dreymüller. Les basta con poner gesto serio (y muy digno) y decir que tales disidentes no son demócratas, para considerar desactivado ese peligro: dicen saber que no lo son, pues ellos tienen la patente en exclusiva, y ellos la dan y ellos la quitan; con descarado cinismo, eso hacen, eso vienen haciendo desde siempre, y todos los hemos mirado con tanta complacencia… Como el propio Handke refiere, al hablar de su caso, en vez de abrirse al debate (no tienen argumentos) acuden a “difamaciones formuladas con palabras prefabricadas, repetidas hasta la saciedad, empleadas como una ametralladora”. No sigamos sin detenernos en un par de cosas de esta afirmación: el lenguaje utilizado por quienes así actúan se reduce a pura fórmula, son frases hechas, vacías por tanto de contenido; eso sí, se repiten y repiten, sin pausa que permita oírlas y pensar qué dicen; tienen la agresividad imparable de un arma mortífera. Tengamos en cuenta que es un asunto de lenguaje, de palabras; tengamos presente, también, que el objeto es secuestrar los significados para impedir que se multipliquen los sentidos, las intenciones de esas palabras. Que no haya voces con su diferencia, con su individualidad crítica; que se uniforme el lenguaje.

No lo dice Handke, lo añado yo, y se que no me contradirá: a esa repetición de siemprelomismo habremos de sumar otra actirud que abunda en ella: no decir ni hacer lo que dicen abiertamente (confiesan, incluso, que no se debe dar pábulo a tales cosas, que se debe ser discreto); mejor sustentarse en “medias verdades e informaciones falsas (…) (en) informaciones y opiniones recogidas sin análisis (…) (en una) prolongada deformación informativa”, cuanto facilita la manipulación de los lenguajes al amparo de las técnicas propias del lenguaje de la información (simplificación, urgencia, actualidad, imagen) que ya operan, de modo instintivo, por contagio, en el uso común de la gente hasta el punto de haber empobrecido, peligrosamente, la riqueza de las formas del habla.

Porque, a poco que nos fijemos, lo que se pretende es borrar todo fondo cultural, la dependencia de ese verdadero principio que es la memoria (no los recuerdos y efemérides, que tanto se preservan porque son inocuos), la necesidad de saber y pensar. Nadie podrá decir que hay censura, desde luego; pero control riguroso, sí; y descalificación y desprestigio y silencio para cuantos se muevan en la foto, por incorrectos. Es de ver cómo esos poderes usan, impunemente, una moralina de iglesia y sacristía que tanto han criticado siempre; impunemente y sin el menor rubor, como si nada fuera o nos hubiésemos olvidado ya (confían en el olvido para volver a las andadas) del viejo stalinismo que preservaron en nombre de la necesaria clandestinidad; y ni eso fue justificación, por mucho que se empeñen.

Diría, con Pedrag Matvejevic: “El vocabulario de las viejas ideologías, hábilmente disfrazadas de democracia es propenso a los términos de identidad y de singularidad para imponerse de nuevo sin necesidad de renovarse”

Y así hemos vuelto a esa terminología de los muros y las divisiones y el no pasarán, manejada por quienes no quieren que nadie vea qué hacen, para excluir en lugar de integrar, cuando lo que hay del otro lado no les parece conveniente porque no se les da la razón o se pretende abrir un espacio de debate. Eso sí, cualquier otro muro o barrera o mínima intransigencia será condenada públicamente y con toda suerte de orquestación mediática, que para ello se pintan solos. El caso es que todo está inventado, y que nos vienen con un mensaje muy viejo y pobre; se les ve, torpes bustos parlantes, inseguros, echando mano de esas fórmulas prefabricadas, esforzándose (y es penosos) por dar titulares. ¡Ay, lengua, lengua, dónde está tu victoria! Hemos corrido, locos, tras la cultura de la imagen, y aún corremos sin saber parar: todo lo facilita porque todo lo simplifica (¿nos hemos dado cuenta de eso?). Pero tiene trampa, como sucede con la publicidad que en aquélla ha echado raíces y con qué energía. No hay modo ya de ver más de lo que tenemos ante nuestras narices; la potencia de su presencia es tal que nos ha arrebatado la imaginación, que nos ha dejado sin habla: esos “poco escrupulosos procedimientos de la omnipresente máquina mediática” –dice Peter Handke.

De nuevo, el escritor alemán viene en mi ayuda:

“¿Qué sabe aquél a quien, en lugar de la cosa, sólo se le deja ver la imagen de ésta, o, como ocurre en las noticias televisadas, un extracto de la imagen, o, como ocurre en el mundo de las redes de telecomunicación, un extracto de un extracto?”

Antonio Marichalar, en Cruz y Raya, escribe:

“Tras amplias soledades ascéticas –ávidas de claridad y por tanto complicadas- estamos, ahora, en un momento que opta por no enterarse y solicita que le engañen, que le cierren los ojos;”

O que quiere enterarse de todo, aunque sea a través del engaño orquestado de los medios… Y eso, allá por los treintantos del pasado siglo. Lo reinventó el Reader´s Digest, en los cincuenta y sesenta de la propaganda norteamericana, y casi no había televisión aún. Handke lo dice para referirse a cómo se ha enseñado el conflicto de los Balcanes; pero lo verdaderamente grave es que se trata del modo de este tiempo al cual he calificado de raro; y que también lo es con respecto a Europa, a su enquistada torpeza que vuelve: cuando pensábamos que ya no, se reaviva el menudeo nacionalista (destruir Estados, recomponer federaciones, en nombre de qué intereses estratégicos o económicos) mientras cunde el desconcierto en la Unión tan deseada; y aquí estamos todos –con una estúpida prudencia- sin decir lo que se debe, por no sé qué respeto humano o complejo histórico. Empeñados en desconocernos; y no tenemos sino que mirar hacia atrás, sin prejuicios. No para recordarnos enfrascados en nuestros egoísmos nacionales, para entender –de una vez por todas- cuál es la memoria que nos hace, que sigue viniendo de esa médula, flujo de doble dirección, del Danubio: paso de Oriente a Occidente; salto entre norte y sur, de hombres, de mercaderías, de ideas…

Pero volvamos a la literatura, que en ello andábamos; vengamos a su palabra alzada frente a los procedimientos romos de los lenguajes de la información; volvamos, como también dije ya, a la responsabilidad del escritor, a su testimonio como hombre de su tiempo y como conciencia necesariamente crítica del mismo. El error es viejo error: pensar que, con ser fiel a lo que puede ver, es suficiente. Viejo error, además, que ha hecho fortuna en los poco escrupulosos procedimientos del lenguaje mediático, de modo que se ha ido desdibujando la importancia del escritor como autor y se le ha ido dejando en amanuense, servidor apenas de lo que se le pide y con maneras que no exijan pensar demasiado; que también la literatura maneje fórmulas y las utilice con asepsia extremada, no vengamos a enredar… A lo que se teme, a lo que teme aquel poder, es a la mirada del individuo que es el autor, y sobre todo a que la suya sea una voz propia (“canto de a uno –como dijera Ida Vitale- (frente a) esa última y prestigiada extensión (del canto coral) la murga española, mediante la cual se justifica la libertad de desafinar vulgaridades, oculto entre otros”) capaz de incorporar al pretendido armario de valores una cierta enajenación poética, lo más subversivo sin duda. Es así como saltan a la luz lo que Peter handke denomina “terceras cosas” y queda en entredicho el “veneno verbal” que anima el lenguaje de los grandes medios, su “ceguera partidista”.

El testimonio y la crónica no tienen por qué ser lo primero, ni la verdad mayor. Quedan atados a la realidad, y ésta no va más allá de sus referentes, no propone otra dimensión para las cosas; con la transfiguración literaria se va a la vida, a la verdad, a la revelación de la poesía. Lógico, en consecuencia, que la literatura de hoy insista, con toda complacencia, en el siemprelomismo Ya referido; que el escritor se haya quedado sin voz y que se limite a hacer buen uso de la escritura. Nos hemos quedado sin escritores, porque los actuales temen el desprestigio que pueda acarrearles el atrevimiento que supone introducir el factor estético en el lenguaje, pues eso conlleva establecer una posición ética. Hacerlo será volver la oración habitual por pasiva y dejar al descubierto el revés; hacerlo es poner en evidencia que la clave está en la sintaxis; ello es, en el ritmo, en el empuje orgánico del lenguaje, donde reside la libertad del habla, su viveza y su capacidad irónica; su fuerza creadora, en una palabra. Y no se trata de imprecisión o de aleatoria espontaneidad, como algunos piensan cuando lo digo; nada más lejos de ese adanismo aun más fácil y torpe que la disciplina de la escritura. Todo lo contrario: mayor precisión y mayor verdad porque es voz propia, “lealtad hacia otro lenguaje, el no periodístico, el no dominante”, el que se hace “con palabras podridas, envenenadas” (Peter Handke) y se apresta a deslizarse por el lado otro de la reflexión, pues no basta quedar en las cosas, sin más, cuando este oficio de dar la palabra –así dije al comienzo_ exige otra responsabilidad que es crítica; en otras palabras: no crédula, arriesgada en la demasía de lo que está por ver.

Cecilia Dreymüller se pregunta si el valor social del escritor en el mundo de hoy puede quedar –como parece- en esas “gracias artísticas” que se toleran, siempre que sean correctas y no vengan a quebrar el “consenso político” establecido. Si puede quedar –añadiría yo- en el esmero por hacer una obra de entretenimiento, cuando la voluntad crítica ante la falsedad y los abusos del poder (y en particular ante el enquistamiento de los lenguajes) es la ineludible responsabilidad de toda literatura; si no, deja de serlo para hacerse mero negocio. Precisamente, en torno al revuelo generado por el asunto del pasado de Günter Grass en la Alemania nazi, Mario vargas Llosa llegó a escribir:

“Ningún intelectual de nuestro tiempo cree que ésa (gesta intelectual, debate de ideas, creación) sea también la función de un escritor y la sola idea de asumir el rol de “conciencia de una sociedad” le parece pretenciosa y ridícula. Más modestos, acaso, más realistas, los escritores de las nuevas generaciones parecen aceptar que la literatura no es nada más –no es nada menos- que una forma elevada de entretenimiento, algo respetabilísimo desde luego, pues divertir, hacer soñar, arrancar de la sordidez y mediocridad en que está sumido la mayor parte del tiempo el ser humano, ¿no es acaso imprescindible para hacer la vida mejor o por lo menos más vivible?

Aunque he reducido la cita a su conclusión, creo que exige atenta lectura toda ella; en particular, algunos aspectos que en ella propone el novelista peruano, para mí de primera necesidad; y, en particular, para lo que ahora nos ocupa y preocupa sobre la responsabilidad del escritor en tiempos de tanta confusión.

Hablemos, primero de “ese joven intelectual de nuestro tiempo”, de esas “nuevas generaciones” a que se refiere vargas Llosa. Quizá me equivoco, pero es viejo discurso ése que identifica lo nuevo con lo joven y, además, con nuestro tiempo… No necesariamente por serlo está más cargado de razón; ni habremos de aceptarlo como ejemplo.

Quiero decir que ya hace mucho que la ecuación progreso=novedad ha dejado de ser válida en términos absolutos; dependerá de qué se entienda por progreso y en qué ámbitos nos movamos; no desde luego en lo artístico e intelectual, dónde sólo puede mantenerse vivo el debate con la memoria y no condenarla al olvido. Que la celebración de la juventud por juventud no pasa de ser una de las tantas trampas que nos tiende nuestra sociedad de consumo, apelando a ese íntimo aguijón que nos hinca la madurez y nos hace envidiar, con tonta nostalgia, aquellas energías. Bien conocida es: fue la estrategia del poder para desactivar, precisamente, la rebelión juvenil que desoncertara al mundo en los prodigiosos setentitantos del siglo pasado. Si vamos con seriedad a las propuestas creativas de los escritores y artistas más jóvenes, lo que procede es un análisis crítico de las mismas, al margen de que vengan avaladas por la edad de sus autores, en muchos casos sinónimo –lamentablemente- de un adanismo más bien vacío; entusiasta, tal vez, pero de pobre contenido y, a veces, sin atender demasiado a las formas. Los lenguajes, entregados a ciertas convenciones expresivas que, aunque puedan parecer atrevimiento, apenas se piensa un poco en ellas, se les ve sujetas por las riendas del poder; responden a sus dictados, bien ocultos bajo el simulacro de valecualquiercosa. Otros hay, sin duda, y otras propuestas, de mérito notorio; pero, insisto, en modo alguno consecuencia de la juventud de sus autores.

Decir, como dice nuestro escritor, que “ningún joven intelectual de nuestro tiempo” cree ya en el debate de ideas o de la creación como sustento de su trabajo; es más, que lo estime pretencioso y ridículo (sic), no me parece aceptable como referente de lo que debe ser la función (mejor, insisto, responsabilidad) de un intelectual en la hora presente, máximecuando Vargas Llosa apela, como hace para dejar zanjada la cuestión, a la estirpe para él agotada de los Mann, los Camus, los Sartre… Aparte que no parece de recibo afirmar tal cosa de dichos escritores, que podían ser todo lo discutibles que se quiera pero cuyas propuestas siguen alentando (o deberían) en la conciencia de nuestra sociedad, como tantos otros anteriores en el tiempo; aparte eso, yo no me atrevería a considerarlos mayores ni, mucho menos, superados. Que no sean de actualidad es cosa bien distinta; y habrá que agradecer a todos los dioses de la literatura que no lo sean; pero ¿no son actuales? Si nos hace tanta falta hoy una escritura como la suya, de verdad crítica y resistente y abierta al contraste de ideas y a la medida reflexión “sobre los grandes temas sociales, políticos, culturales y morales” (añadiría que también sobre el lenguaje, que es asunto primordial a los que Vargas llosa parece no tener por objetivo pertinente del escritor. Pero, si no es ésa su labor, ¿para qué la literatura?

Claro que nuestro autor añade, inmediatamente, que la clave de todo está hoy en ser realistas (para él, toda otra actitud será servidumbre a la ingenua utopía de los años sesenta); da por sentado que ser realistas otorga un plus de razón… Pero, vuelvo a lo mismo, estamos hablando de un compromiso o responsabilidad intelectual, procuramos dilucidar la función del creador, ¿habremos de asumir, como irremediable, que la única razón de la literatura es ser entretenimiento, y partir de esa actitud previa y programada a la hora de escribir? A mí me parece que tal cosa supone una cesión por parte del autor, una flagrante dejación de su responsabilidad, con el presumible propósito de hacer soñar (sic) al lector, de arrancarlo “de la sordidez y mediocridad en que está sumido la mayor parte del tiempo”, lo que el escritor peruano estima “imprescindible para hacer la vida mejor o por lo menos más vivible”. Que puede que ése sea el resultado inmediato, transitorio, durante el tiempo de la lectura; luego, como en el cuento, todo volverá a ser como era. Pero eso no supone sacarlo de sus casillas; más bien, confirmarle el lugar que le corresponde y que no debe abandonar; y el escritor, siempre, por encima, reconocido, en nómina. Vargas Llosa parece insistir en que debemos desengañarnos, que todo aquello de la intervención del intelectual para –desde el debate y la crítica- procurar que las cosas cambien, sean de otra manera y si mejores, mejor, ha acabado para siempre.

Lo dice como resignado; pero lo que sucede es que su perspectiva es la de quien se ha acomodado, y ha acomodado –consecuentemente- su escritura al dictado del poder. Y no vengan los resabiados a simplificar con izquierdas y derechas; no vengan, quienes no ven más allá de sus narices, con eso del negocio en que ha dado la literatura.

De todo eso hay, desde luego, pero sólo es una parte del asunto, y quizá la menor. Lo más importante, como dije más arriba, es –sin la menor duda- que el lenguaje le ha sido arrebatado al escritor y no sólo al novelista peruano que nos habla, por esos poderes (todos) que lo secuestran para desactivar su verdadera fuerza subversiva, y no hay que concederle ni tanto así. Me vuelvo entonces y me topo con el rostro aguileño y el rictus duro de Elfriede Jelinek, con su fama de esquiva. Mujer, después de todo, por mucho que se empeñen los teóricos en no hacer cuestión del género. Veo, pues, a Jelinek dispuesta a correr ese riesgo, con todas sus consecuencias, frente a tantos otros de sus colegas masculinos (y algunas mujeres también, por cierto: aunque lo nieguen, se comportan como hombres) que cuidan muy bien todos los extremos del negocio, con tal de no perder, de jugar sobre seguro. Quiero fijarme, sobre todo, en la actitud con que afronta la escritura, esa disposición que la mueve a entrar en el espacio del lenguaje con una intensidad orgánica fuera de toda duda: el lenguaje deja de ser una forma de poder, un instrumento dado, y el escritor (la escritora, en este caso) parte del “diálogo metaliterario con formas y contenidos tradicionales (…) (con) las cenizas de la memoria”. Una manifestación, un verdadero testimonio (éste sí) a través de lo sustantivamente vivo del lenguaje: ese “juego de sonidos, de asociaciones, de similitudes y oposiciones” –tal recuerda Brigitte E. Jirku al referirse a la escritora austríaca.

Otro asunto de cuidado, ese de la memoria que también el poder intenta (por algo será) arrebatarnos, diluyéndola en el algodonoso pasado de los sentimientos. Entrar en la memoria sí que es imprescindible aquí (dejémonos de entretenimientos); y entrar en danza con ella, lo que supone acomodarnos a su cuerpo y compás, a su complejo movimiento, a sus síncopas y contrapuntos, por medio de los cuales se empieza a comprender que éste de la escritura es oficio que no se acomoda a las normas de un discurso bien dispuesto en sus armonías para oprimir sin que lo noten a “unas mayorías sin poder” (por qué, si no, viste tanto ahora ese mimo con que se trata a las minorías?). Escribir como irrumpir en la propia lengua, e interrumpir impertinentemente su apacible discurrir. La cosa está en la sintaxis precisamente (que es la verdadera semántica); y por eso es tan decisiva la capacidad irónica de volver la oración por pasiva, de andar siempre por el revés del discurdo: un juego que induce “a la búsqueda y a la recreación (…) (a la) construcción de nuevos mundos articulados desde el centro y la periferia del lenguaje”; y por intermedio de dicho ejercicio, descubrirse a uno mismo, al individuo que en todo este esfuerzo trata de cumplir con su responsabilidad política: la relación con los otros en el espacio cívico al que concurren para ser y completarse, precisamente como individuos.

He adelantado que sintaxis. Añado ahora, en consecuencia, que ritmo; pero no compás, ojo; ni melodía que regale el oído. Para que la sintaxis tenga esa consistencia semántica de la que he hablado, no basta con utilizar unas formas ya establecidas, meras fórmulas, sea para la ficción, sea para la poesía; sino dar salida de manera natural a esa energía orgánica que es el lenguaje en su ser: “voz, respiración, y se cambia lo previsible de las coordenadas de nuestro orden”. Por ahí, y avanzando a más, poniendo a prueba a cada paso sus posibilidades expresivas, Elfriede Jelinek concluye de este modo:

Necesito (…) una absoluta incertidumbre para que, por fin, pueda enterarme de adónde me lleva la escritura (…) Y luego, de pronto, lo escrito me toma de la mano (sin jamás echarme una mano, ¡qué canalla!) y me saca a rastras.

Subrayo, y añado –a modo de glosa, tal vez redundante: la experiencia de la literatura, si se entiende como la vida, se abre siempre a lo demás que cómo podremos lograr (nunca es corroboración de lo sabido o pasado o dado por sentado, aunque con fina retórica) y nos advierte de lo carentes que somos. Y así, lo que aguarda al escritor, al individuo que en dicha experiencia quiere reconocerse, no es el triunfo sino un inesperado tirón que lo saca (mejor, que lo hunde más en aquel boscaje) a rastras, a la fuerza y sin la menor contemplación, sin echarle nunca una mano. Una lección para vivir, no un simple y transitorio entretenimiento para soñar. Ya cumplen esta función -¡y de qué manera tan eficaz!- los diversos lenguajes mediáticos. Salvemos la literatura de sus fauces insaciables.

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Número 58

Izquierda y Cultura: El largo desencuentro / Federico Nogara

En esa casa hay siempre una luz encendida

Izquierda y Cultura: El largo desencuentro / Federico Nogara

(Extractos de un ensayo – Primera parte)

Durante estos últimos años, sobre todo a raíz de la crisis europea, abundan los analísis que ponen el acento en la decadencia del sistema capitalista. Estando de acuerdo con la mayoría de ellos, creo que tocan sólo una parte del problema. Para completarlos habría que referirse a otra decadencia, la de la llamada “izquierda”.

La decadencia del sistema capitalista es de tal calado que está dejando a gran parte de los habitantes del planeta sin trabajo y sin posibilidades de futuro y a otra gran masa en la pobreza, incluso en la miseria. Pero teniendo muy en cuenta las trágicas consecuencias de esta situación, pienso que la decadencia de la “izquierda” nos afecta aun más, porque nos deja sin salida, sin posibilidades de cambio, de progresar hacia una sociedad más justa.

Sería interesante bucear en las causas de ambas decadencias.

“Una sola de las grandes culturas de la Humanidad alcanzó dimensión mundial: la cultura occidental. Y, a diferencia de otros casos, a su formación económico-social correspondiente, el capitalismo, tan sólo ella llegó de modo directo. Además, como tal formación requirió para su desarrollo el saqueo del resto del planeta (tal fue el procedimiento por el que alcanzó dimensión mundial), hizo imposible en éste, en general, desarrollos similares al suyo. En todos los continentes, numerosas culturas se erigieron en torno a modos de producción esclavista, feudal o “asiático”. Pero sólo Occidente, en Europa, accedió al modo de producción capitalista, y al hacerlo sofocó accesos similares en otros sitios. Fuera de Europa sólo conocerían grandes desarrollos capitalistas Estados Unidos, Canadá y Australia, antiguas colonias de Inglaterra, el país capitalista por excelencia”. (1)

Ha pasado ya bastante tiempo desde la imposición de la formación económico-social de Occidente, el capitalismo; tanto que a estas alturas tenemos claro que nunca conseguirá resolver los problemas económicos y sociales de su población. La realidad es terca y nos muestra una verdad inapelable: en el pasado, las condiciones adversas de vida se limitaban a las poblaciones del llamado tercer mundo, pero hoy ya las sufren ingentes grupos de población de los países del “capitalismo avanzado”, el llamado primer mundo. Lejos de mejorar, la situación empeora.

El principio de la decadencia final del capitalismo comenzó, irónicamente, con lo que parecía su triunfo definitivo: el fin del socialismo “real”, escenificado en la caída del Muro de Berlín. Tal fue así, que se llegó a especular con el “fin de la historia”: de ahí en adelante, sin enemigo a la vista, el sistema podría dedicar sus ingentes gastos militares a fines más humanos y lógicos.
Un espejismo. Bastaron pocos años, un soplo en esa historia que parecía finalizada, para que un nuevo enemigo apareciera. Ya no se trataba de otras razas ni de ideologías opuestas al libre mercado, la “libertad” y el orden; ahora era algo insustancial, casi un zombie: el terror. Y digo insustancial porque el terror carece de cualquier sentido ideológico o reivindicativo, es maldad pura. Volvemos al análisis moral de la historia.

¿Por qué un nuevo enemigo? Porque la caída del muro no trajo, pese a las expectativas halagüeñas, una mejora en la situación económica y social. A poco más de veinte años de aquel suceso tan trascendental, la pobreza ha crecido y las crisis económicas se suceden. Ni en solitario fue capaz el capitalismo de regresar a su época “dorada”; muy al contrario, se embarcó en la huída hacia delante del “neoliberalismo”. ¿Tenía posibilidades de haber actuado de otra forma? Interesante debate que habría que abrir, que tendría que abrir esa cosa que conocemos como “izquierda”, porque otro terreno no tenemos, los medios de comunicación continúan insistiendo en soluciones ya probadas en el pasado como falsas y la gente, el llamado pueblo, los sigue mayoritariamente.

Probemos con un par de teorías:

“La película empieza en la Reunificación. La primera idea es que Alemania, en este proceso que ha sido calificado por Fontana o Krugman como el de la Gran Desigualdad, estaba retrasada. En Europa, desde los años 70, asistimos a una gran ofensiva del capital que se come las conquistas sociales del consenso de posguerra, tanto en Europa occidental como en Estados Unidos. Empezó con Carter y siguió con Reagan y Thatcher en Inglaterra. Pero Kohl no pudo hacer lo mismo porque estaba en la primera frontera de la guerra fría. Tenía enfrente una república democrática alternativa, cuya imagen de marca era el estado social. Esto obligó a la RFA a adoptar un capitalismo marcadamente social, que se acaba con la Reunificación. En cuanto deja de existir la alternativa, el establishment occidental empieza a tener la libertad de hacer lo de Reagan, Thatcher e incluso Mitterand y los suecos.

Entonces, como los alemanes llegan con retraso, llegan también con ansiedad. En ese contexto, se comen los tremendos costes de la Reunificación, que costó muchísimo dinero. Se habla de dos billones de euros, eso corresponde al 8% del PIB a lo largo de 25 años. Son gastos enormes que explican la obsesión alemana por la austeridad. Además, surge tras 1990 la gran reunificación mundial. Es la nueva oportunidad de marcar un modelo de relaciones laborales diferente. Se incorporó al mercado de trabajo todo el bloque del Este, más China e India. Todo eso dobló el número global de trabajadores. Añadió 1400 millones más de obreros, lo cual alteró la correlación de fuerzas entre capital y trabajo en beneficio del primero.
Alemania del Este se utilizó como polígono de pruebas, con salarios bajos y precariedad. Esto repercutió en Alemania Occidental. Si los sindicatos decían que no a algo, se llevaban la fábrica al Este. Entre el año 90 y 2003 las reformas no fueron todavía posibles porque estuvieron muy ocupados en digerir toda la reunificación. Fue a partir del año 2000 cuando se crea el consenso de Lisboa en Europa, lo de la competitividad y todo esto. Es ahí cuando Alemania comienza a desarrollar con mucho retraso la agenda neoliberal.

Kohl ya había empezado, pero no pudo por razones obvias. Entonces, quién mejor que una coalición de izquierdas para hacer el trabajo sucio. Ahí estuvo el señor Schröder con su Agenda 2010, que impuso el programa de recortes más importantes de la historia de la posguerra alemana. Y en eso estamos. Entre 2003 y 2006 todo son reformas laborales y sociales, que tienen un resultado ambiguo. Porque en Alemania se dice, sobre todo al exterior, que tienen éxito porque han hecho las reformas, mientras que los científicos sostienen que en realidad lo que hubo fue una mejora de la coyuntura general que disparó sus exportaciones. No obstante, ahí está la trampa ideológica: hacen ver que este éxito exportador está relacionado con los salarios más bajos, cosa que no es verdad, y está trayendo muchísimos problemas (…). Alemania creo que es (hoy) un país bastante deprimido. Ocho millones de trabajadores precarios han transformado completamente un país que cuando yo lo conocí a principios de los 80 era ejemplar. En aquella época un redactor de una agencia de prensa ganaba 3000 marcos, el equivalente actual a 4000 euros, y ahora tiene un sueldo de 1200 euros sin seguridad laboral, te pueden echar cuando les dé la gana. El mileurismo ha llegado a Alemania y lo ha transformado todo. La inseguridad, la desigualdad, la injusticia. Todo este tipo de problemas, Alemania los despachaba antes gracias a su relativa nivelación social. Ahora que la ha perdido aparecen problemas psicológicos en la población, hay estudios que lo demuestran, y por supuesto consecuencias económicas. La moral del trabajo en Alemania no es la misma que era hace 30 años”. (2)

Tenga en cuenta el lector que estamos hablando de Alemania, la locomotora de Europa. ¡Qué dejaremos para Portugal, Irlanda, Grecia y España! (PIGS) En este mismo momento hay miles de emigrantes de esos países realizando en Alemania, por un salario miserable, los trabajos que los alemanes no quieren hacer (de igual forma que los emigrantes de América latina en España en tiempos no tan lejanos).

Probemos la segunda teoría:

Vicenç Navarro pone el acento en “la importancia de la relación capital-trabajo en la génesis de las crisis económica y financiera que están ocurriendo en estos momentos”. Al respecto nos dice que el Pacto Social en Europa entre la Guerra y los años setenta permitió al mundo del trabajo un gran crecimiento salarial –condicionado al aumento de la productividad- y el inicio del llamado Estado de bienestar, a cambio de aceptar el principio de propiedad privada de los medios de producción. Las políticas iniciadas por el Presidente Reagan en EEUU y la Sra. Thatcher en Gran Bretaña iban encaminadas a favorecer las rentas del capital, debilitando y diluyendo el Pacto Social. La generalización de estas políticas determinó una redistribución de las rentas a favor del capital y a costa de las rentas del trabajo. Como consecuencia de ello, la participación de estas últimas disminuyó considerablemente (…) creando un enorme problema de escasez de demanda privada, origen de la crisis económica. Esta escasez pasó, sin embargo, desapercibida debido a varios hechos, de los cuales uno de ellos fue el impacto económico de la reunificación alemana en 1990 y el enorme crecimiento del gasto público resultado de las políticas de integración de la Alemania Oriental en la Occidental, que se financiaron con un gran crecimiento del déficit público alemán (…).

Este crecimiento del gasto público tuvo un efecto estimulante de la economía alemana y, por lo tanto, de la economía europea, dentro de la cual la alemana tenía y continúa teniendo un peso central. El segundo hecho que ocultó el impacto negativo que la disminución de la participación de las rentas del trabajo tenía sobre la demanda privada fue el enorme endeudamiento de las familias y de las empresas que ocurrió en paralelo al descenso de las rentas del trabajo. Este endeudamiento fue facilitado por la creación del euro que tuvo como consecuencia la tendencia a hacer confluir los intereses bancarios de los países de la eurozona con los de Alemania. La sustitución del marco alemán por el euro tuvo como resultado la “alemanización” de los tipos de interés. España fue un claro ejemplo de ello. El precio del dinero nunca había sido tan bajo, facilitando así el enorme endeudamiento privado que tuvo lugar en el país. Mientras que el sector público estaba en superávit, el privado tenía un enorme déficit que pasó desapercibido debido a su gran endeudamiento (consecuencia de la disminución de las rentas del trabajo). Esta situación, aun siendo muy acentuada en España y otros países periféricos de la eurozona, ocurrió en todos los países de la eurozona. Por otra parte, la elevada rentabilidad de las actividades especulativas en comparación con la de las de carácter productivo (afectada, esta última, por la disminución de la demanda) explica el elevado riesgo e inestabilidad financiera, con la aparición de las burbujas, entre ellas, la inmobiliaria. La redistribución de las rentas a favor del capital y a costa del mundo del trabajo ha creado este enorme problema de escasez de la demanda (causa de la crisis económica) y del gran crecimiento del endeudamiento y de la especulación (causa de la crisis financiera)”. (3)

Buscar las causas que nos llevaron a este desastre, como se ve, no es demasiado difícil, hay mucha literatura al respecto. Pero, ¿por qué esas causas aparecen todavía como un gran misterio para la mayoría de la población? Porque el sistema capitalista ha fracasado en el aspecto económico y social, pero ha triunfado por goleada en un plano inesperado, el cultural.

Los medios de comunicación, que en su enorme mayoría promocionan y justifican al capitalismo, han pasado a ser el segundo poder (popularmente se les conocía como el cuarto) y ahora tienen una misión más importante, son el sostén del poder económico y, por ende, del político.

¿Cómo funcionan los medios de comunicación? Antes que nada, habría que referirse al neoliberalismo, esta etapa del capitalismo bautizada por muchos como feroz, porque ganar dinero es el único objetivo y las ganancias lo justifican todo. España es un buen ejemplo en relación al mundo de la comunicación. Los grandes grupos mediáticos se han quedado, casi en exclusiva, con todo el periodismo. La prensa ya no responde a partidos políticos como en el pasado, ahora pertenece a la empresa privada y su meta es generar beneficios, para lo que necesita una audiencia masiva. En una sociedad que justifica todo a través de los dividendos económicos y, muy importante, con un nivel cultural muy bajo, esos beneficios no se logran apelando a la calidad de sus “productos”, más bien todo lo contrario.

Durante los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, en plena guerra fría, los medios de comunicación, todavía en pañales, alertaban del gran peligro cultural de un posible triunfo del comunismo: seríamos todos iguales, como arvejas en una lata, sostenían machaconamente. El capitalismo era diferente, permitía las diferencias, los distintos puntos de vista, la originalidad. Se olvidaban de decir que esa era una opinión centrada en USA, un país que usufructuaba más del 50% de la riqueza del planeta sin llegar al 10% de población. Así era fácil ser original y diferente.

Traigo el tema a propósito del auge de los medios de comunicación y, sobre todo, de la aparición y desarrollo victorioso de la televisión. Hoy, gracias a ella, todos somos “arvejas en la lata”. Cualquier “producto cultural” existe si es bendecido por la televisión; y nunca mejor usado el término producto (deberíamos usar mercancía), hasta los políticos de “izquierda” se apuntan a eso de la industria cultural.

En los viejos tiempos los músicos comenzaban tocando en garitos, los escritores ponían negro sobre blanco en los altillos y los pintores pintaban en la calle o en el campo hasta que el boca a boca, la suerte, la casualidad, los convertía en populares. Hoy la popularidad se consigue en los medios y son ellos quienes descubren, forman y bendicen a los artistas. Las masas vienen después, son las arvejas en la lata, meros aplaudidores y, más que nada, compradores. Es la perfecta cultura de masas.

“La cultura de masas es la combinación de los canales de televisión y los grandes diarios que, al mismo tiempo, son dueños de las (radios y) editoriales”. (4)

¿Qué tenemos para oponerles? ¿Por qué no generó la “izquierda”, siendo tan poderosa, otro discurso?

Vamos al meollo de la cuestión: a la izquierda, a eso que solemos llamar izquierda, nunca le interesó la cultura. Quiero decir, nunca le interesó realmente. Y cuando digo cultura no me estoy refiriendo a cuatro burgueses escuchando conciertos de arpa en una casona de un barrio aristocrático. Me refiero al “conjunto de producciones y relaciones propio de una determinada sociedad humana”. (5) Y para este artículo apelo, sobre todo, a la literatura, porque trabaja la palabra, elemento con el que intercambiamos opiniones, discutimos, tratamos de convencer, estudiamos y aprendemos.

Tomemos para reflexionar dos ejemplos, España y Uruguay. Ambos pertenecen al mundo de habla hispana (el nuestro); son polos opuestos (el primero fue metrópoli y el segundo colonia), pero ambos coinciden, por razones obvias, en estructuras sociales y, por encima de todo, son países inventados y, por consiguiente, en lucha constante por lograr una identidad.

“El retraso del desarrollo económico de España ha debilitado inevitablemente las tendencias centralistas inherentes al capitalismo. La decadencia de la vida comercial e industrial de las ciudades y de las relaciones económicas entre las mismas determinó inevitablemente la atenuación de la dependencia recíproca de las provincias. Tal es la causa que no ha permitido hasta ahora a la España burguesa vencer las tendencias centrífugas de sus provincias históricas. La pobreza de recursos de la economía nacional y el sentimiento de malestar en todas las partes del país no podían hacer otra cosa que alimentar las tendencias separatistas. El particularismo se manifiesta en España con una fuerza particular, sobre todo en comparación con la vecina Francia, donde la Gran Revolución afirmó definitivamente la nación burguesa, una e indivisible, sobre las viejas provincias feudales.” (6)

Los dos problemas, el retraso económico y las tendencias centrífugas, siguen vigentes.

España vivió una época de esplendor económico a finales del siglo pasado y principios del actual, pero en base al dinero recibido de Europa por la integración, que fue gastado en los pingües negocios de la burbuja inmobiliaria, que enriquecieron a un puñado y hundieron en la pobreza a enorme cantidad de ciudadanos. El paro alcanza la astronómica cifra del 26% y el paro juvenil entre 50 y 60% dependiendo de la región. Cataluña, por su parte, está en pie de guerra por la independencia y el País Vasco a la espera. Ambas regiones, según una gran cantidad de historiadores, son las únicas que han ingresado realmente al capitalismo en España (entendido el capitalismo en esta ocasión como progreso sobre la sociedad feudal).

¿Qué ha hecho el mundo de la cultura en el país?

Los intelectuales, que habían estado durante dos siglos opuestos al poder, se sumaron al poder político cuando el PSOE ganó las elecciones en el 82, opina Echevarría, el crítico literario despedido de El País por criticar negativamente el libro de un escritor de la empresa.

Desde entonces la literatura, que había intentado nuevos caminos acabado el franquismo, pasó a plantearse el entretenimiento como objetivo. El cine, por su parte, que había tratado, después de la muerte de Franco, de explicarnos cómo eran los españoles, quiso sumarse al sistema a través de la catástrofe, el thriller, lo macabro. “Tenemos que perder el miedo a salir de nuestros temas locales y hacer un cine universal”, afirmaba hace poco con entusiasmo un director joven, desdiciendo al escritor ruso que cien años atrás afirmaba: “escribe sobre tu aldea y serás universal”. La universalidad, en el caso del joven director, es un cine fácil, que sea entendido en cualquier lugar para facilitar su venta.

Hace unos años se realizaron en una universidad madrileña varios ciclos. Uno era sobre Rafael Alberti y su poesía, otro sobre un cantautor famoso metido a poeta. Para el ciclo de Alberti no se logró el mínimo de gente exigido; para el del cantautor no sólo se llenó la sala, el seudo poeta, además, salió a hombros como un torero.

Nunca en España hubo tantos estudiantes universitarios y nunca hubo tampoco tanta incultura. Parece un contrasentido, pero en realidad no lo es. La educación, aunque sea su punto de partida, no significa cultura. El profesor y filósofo Carlos Vaz Ferreira alertaba, ya a mediados del siglo pasado, de los problemas de la enseñanza. Nos decía que estudiar con una meta –aprobar los exámenes- debilitaba la cultura general que, para él, tenía que ser un deber en el estudiante y ceñirse a un único tema debilitaba, además, el conocimiento. Un primer deber del estudiante debía ser la profundidad: “Mi primer consejo práctico sería que cada estudiante (…), ya desde el bachillerato, eligiera algunas cuestiones –algunas pocas y sin presunción- y procurara ahondarlas (…) Un segundo deber del estudiante consiste en no limitar sus lecturas al círculo de los textos, sino leer libros, en el sentido que estamos dando a esta palabra (que no hayan sido hechos con fin didáctico)”. (7)

Más de medio siglo después nos encontramos con que no ha habido mejora alguna, los estudiantes sólo leen los libros propios de su especialidad y la implicación cada vez mayor entre universidad y empresa exige unos planes de estudio al servicio del mercado laboral. La universidad actual forma empleados.

Muchos políticos insisten en la enorme valoración de los profesionales españoles cuando salen de sus fronteras. Olvidan, eso sí (y quizá no les importe), que ese profesional domina su materia específica, pero desconoce por completo el mundo en el que vive y su propia cultura.

Materias como Filosofía y Latín han sido borradas de muchas carreras y la enseñanza de la Historia languidece. Es lógico en este estado de cosas. Hace poco, en Barcelona, una estudiante se burlaba de sus colegas: ¿Para qué sirve estudiar filosofía?, preguntaba desafiante. Un intelectual latinoamericano, Adolfo Colombres, puede explicárselo: “Jaques Derrida decía que el ciudadano moderno debe tener una formación filosófica para defenderse del totalitarismo y el creciente poder de los medios. Con su capacidad de desmontar los mensajes que deforman y cubren lo real, la filosofía constituye un modo de vigilancia crítica, una nueva razón enfrentada a un irracionalismo cuyo dios es el consumo con el que se hace soñar (por lo común en vano) a las mayorías. No es otra la causa por la que las sociedades industriales y liberales intentan reducir la gravitación del pensamiento filosófico y aislar en los claustros a los que piensan. “Pienso, luego exilio”, ironizaba Atahualpa Yupanqui”. (8)

La izquierda debió enfrentarse con fuerza a este estado de cosas, ¿pero dónde está la izquierda?

Cuando el cineasta británico Ken Loach presentó en España su película Tierra y libertad, un periodista la calificó como una historia de la guerra civil. Loach lo corrigió: “Mi película no es sobre la guerra civil, es sobre la revolución en España, que duró dos años”.

El escándalo fue enorme. Nadie quería enterarse –ni quiere ahora- (y mucho menos la “izquierda” institucionalizada), de que hubo tres bandos en la contienda española y no dos como nos han hecho creer a las generaciones posteriores. La República, durante su brevísima existencia, había tenido serios conflictos con los dueños del país y su brazo armado, el ejército; tantos que sufrió un golpe de estado que no prosperó. Pero también había sufrido el acoso de grupos a su izquierda (anarquistas, trotskistas, independientes) que la acusaban de no realizar cambios profundos, de dedicarse al reformismo. Esos grupos revolucionarios actuaron durante los dos primeros años del conflicto y fueron combatidos por franquistas y por republicanos.

Este dato es de suma importancia. De haber triunfado los republicanos se habría evitado mucho sufrimiento, pero en el plano político no hubiera cambiado nada, simplemente habría llegado antes el gobierno de Felipe González con otro nombre y otras vestiduras.

La trayectoria del líder del Partido Comunista después de la guerra civil ilustra perfectamente lo que digo (omito nombres porque no quiero individualizar, fueron cientos de miles quienes siguieron su mismo camino). Ferviente stalinista, no ahorró elogios en persona al líder del régimen soviético, e incluso llegó a pelearse con su padre por defenderlo. “Esto es lo que quiero para España”, decía a principios de los 50 desde los países del “socialismo real”. Vuelto a España en los 70, abraza con fervor el eurocomunismo, que era ni más ni menos que la aceptación del capitalismo (eso sí, con rostro humano). A principios del siglo actual, poco antes de su muerte, aseguraba en los medios que no había nada mejor que el sistema en el que vivía, el democrático (eufemismo de democracia capitalista neoliberal).

¿Puede esta izquierda institucional llegar a formular siquiera algún cambio?

En absoluto. Para empezar, no cuenta con ningún medio de difusión, y por perder ha perdido hasta las paredes, que la ley -que ellos respetan a rajatabla- prohíbe ensuciar. Y para terminar, es parte del sistema, “el mejor”, como decía el viejo líder. A veces tienen algún reparo, ensayan alguna crítica, pero siempre menor, no hay que asustar a los votantes.

Los viejos problemas nunca resueltos han terminado poniendo en jaque al viejo imperio. Cataluña se rebela, el País Vasco espera en la fila. La miseria de casi todo el siglo XX, el hambre, vuelven a instalarse luego de unos años de esplendor económico descontrolado en que se gastó lo que se tenía y lo que no se tenía (más bien lo que no se tenía), resultando de semejante actuación una deuda externa del 100% del PIB.

Hoy a la “izquierda” no se le puede decir que la gente (las clases populares) vivió por encima de sus posibilidades. Contesta que la crisis no fue generada por el gasto de la gente sino por la banca y el mundo financiero, y tiene razón. Pero eso no cierra el tema del todo. Un obrero de la construcción no puede, en una sociedad dividida en clases sociales, poseer un par de coches, pagar una hipoteca a cincuenta años por su casa, irse de vacaciones y tener televisión de plasma. ¿Por qué? Porque cuando aparezca la crisis, aquellos que hicieron la propaganda para que se metiera en todo eso se lavarán las manos y los deudores, bancos y financieras le quitarán todo, lo dejarán con deudas y encima lo culparán de haber vivido por encima de sus posibilidades. Hay, por encima de todo, un culpable: los sindicatos, que se olvidaron de la conciencia de clase, fundamental en personas que deben vender su fuerza de trabajo porque carecen de cualquier otro medio económico. ¿Cómo se arreglaba eso? Acercando a los obreros a los libros, a la cultura, como hiciera la izquierda revolucionaria en la primera década del siglo XX en Barcelona.

Como consecuencia de todo este desaguisado, España tiene una juventud casi inútil (me refiero al 90% de la misma), que en su mayoría no trabaja (60% de paro), que en gran proporción tampoco estudia, y encima viene con el gasto incluido de coche, teléfono móvil e internet.

De lectura ni hablar. Los informes de la Unión Europea sobre comprensión lectora colocan al país en los últimos lugares. Televisión mucha, con preminencia de los reality shows y programas de búsqueda de “talento”.

La cultura es memoria y reflexión, de otra forma no pasa de ser un ejercicio con mayor o menor valor. Falta en la actualidad reflexión, pero, más que nada, memoria. La información constante, agregada y muchas veces contradictoria, lleva a la distorsión de los temas, al no entendimiento, a la desinformación. El pasado se remite a quince días, a un par de meses como máximo cuando el suceso es de enorme importancia. Después el olvido. Las causas, sin embargo, siguen ahí esperando a que alguien las investigue, cubiertas por un alud de palabras.

Los gobiernos juegan a tomar sus propias decisiones, a ser independientes, pero en un mundo globalizado y dominado por el dinero mandan siempre los poderosos. La “izquierda” europea ha pasado a ser exclusivamente electoralista; trata de crecer en el Parlamento y oldida su razón de ser, la gente y sus necesidades y penurias esperando soluciones verdaderas.

La cultura ha sido siempre un problema para el capitalismo. “Esta sociedad no inventaría la literatura si no la hubiera encontrado hecha. No se le hubiera ocurrido a la sociedad capitalista inventar una práctica tan privada, tan improductiva desde el punto de vista social, tan difícil de valorar desde el punto de vista económico. Digo la producción del sujeto en su casa, con medios que él mismo puede controlar, que es una cosa que a la sociedad no le gusta nada, porque en definitiva lo que hace falta es comprarse un lápiz, un bloc, papel… En la medida en que el sujeto es dueño de esos medios, la sociedad mira eso con desconfianza –digo la lógica misma del funcionamiento de la sociedad, no digo los sucesos aislados-, la sociedad –esto ya Marx lo discutió-, la sociedad no puede entender este trabajo improductivo, no puede entender algo hecho sin interés económico. El arte sería contrario a esa lógica de la racionalidad capitalista. Y, por lo tanto, la muerte de la literatura sería algo a que esta sociedad aspira. También aspira a que la literatura salga del centro de la discusión, y creo que ha conseguido en parte lograrlo.” (9)

Justo ahí debía aparecer la “izquierda” para volver a poner la literatura –y la cultura toda- en el centro de la discusión. Quizá no lo haga porque profundizando en la memoria y la reflexión estaría obligada a desenterrar el pasado, a hacer de una vez esa autocrítica que la llevaría a mostrar sus miserias y dejaría a muchos sin carrera ni trabajo.

¿Cuándo abandonó la izquierda a la cultura?

Hay dos hechos históricos que me parecen fundamentales: los asesinatos de Rosa Luxemburgo y Trotsky.

La socialdemocracia alemana basaba su política (a principios del siglo XX) en el antimilitarismo y la llamada “vieja táctica probada” (organizar un máximo de miembros del partido, educar a un máximo de trabajadores, obtener un máximo de votos en las elecciones, dirigir buenas huelgas para que aumenten los salarios y se conquisten leyes sociales (ante todo la reducción de la jornada de trabajo); el resto vendrá por sí solo, automáticamente, por nuestro ascenso irresistible).

Rosa Luxemburgo fue la primera en poner en duda la validez de dicha estrategia. Eso la distanció del partido. Su alejamiento definitivo devino a resultas de la aceptación, por parte de la socialdemocracia, de la participación del país en la guerra. Esa renuncia del partido a uno de los pilares de su pensamiento puso a Luxemburgo en una situación que culminó en su asesinato en 1914.

Desde entonces la decadencia de la socialdemocracia aumenta hasta llegar a nuestros días, en los que queda convertido en un partido neoliberal que bendice políticas regresivas, xenófobas, racistas. En el plano cultural está alineado con la idea de industria cultural basada en el entretenimiento, pero, eso sí, con “rostro humano” en aspectos que no afecten a la economía.

El asesinato de Trotsky tiene que ver con esa barbaridad deformante que fue (o que es) el stalinismo. No entraré en la revolución en un solo país, en el verticalismo, en la burocracia o temas similares, me gustaría centrarme en el hecho cultural.

“Con mucha frecuencia, y con razón, se ha señalado la pasmosa personalidad de alguien que, mientras dirige el Ejército Rojo en medio del fragor de la batalla revolucionaria, escribe Literatura y Revolución. Es decir: con una mano, apunta los cañones o diseña las cargas de infantería al mismo tiempo que debate la lógica política de las decisiones militares (porque no es un “militarista”, sino alguien a quien la política y la historia han obligado a tomar las armas); con la otra –caso único de apertura intelectual entre los grandes dirigentes revolucionarios– teje palabras para hablar de Tolstoi, Maiakovski, Gorki o Gogol, pero también de Céline, de Silone, de Jack London o de Malraux, y para defender –con las reservas y matices que correspondan, pero defender al fin– cosas tan poco “proletkult” como el surrealismo, la literatura de vanguardia o el psicoanálisis, y en general la libertad más absoluta en el arte, la literatura, la filosofía o la ciencia”. (10)

El viejo intelectual revolucionario era capaz de sostener que resolver las necesidades primarias de la población no significaría el inicio de un nuevo ciclo histórico, pues sólo el progreso del pensamiento científico y de un nuevo arte serían capaces de conseguir ese objetivo. Y remataba: “Desde ese enfoque, el desarrollo del arte es la prueba más alta de la vitalidad y de la significación de cualquier época”. (11)

Durante los muchos procesos y purgas que se llevaron a cabo en los países del llamado “socialismo real” a mediados del siglo pasado la acusación recurrente era de trotskismo. ¿De qué se acusaba a Trotsky? De ser un “intelectual pequeño burgués”. Mirado en perspectiva parece cómico, si no hubiera sido trágico. Pero lo más relevante de todo aquel período fue que se prohibió a los militantes stalinistas leer a Trotsky, convirtiéndolo de paso en un sospechoso para cualquier otro lector. Además, su imagen fue borrada de las fotos oficiales. Se trató de hundirlo en el olvido. Pero como volvía, terco, no alcanzó con el exilio, fue necesario asesinarlo.

Así se perdió para la “izquierda” esa “libertad absoluta en el arte, la literatura, la filosofía y la ciencia”. ¿Qué quedó? Lo que bendecía el partido, aquello que le convenía.

La cultura terminó encerrada entre la conveniencia económica (capitalismo) y la política partidista (stalinismo). Hubo muchos movimientos y creadores que trataron de escapar a esta “pinza” de hierro, pero acabaron siendo devorados o quedaron como islas, árboles sin bosque.

De esa forma llegamos al momento actual.

Mientras tanto, ¿qué pasó en Uruguay?

(Fin de la primera parte)

____________________

1 – Fernández Retamar (América latina: El desafío del milenio)
2 – Rafael Poch (Entrevista de Paco Bello)
3 – Vicenç Navarro – Artículo en La República (Uruguay)
4 – Ricardo Piglia (Crítica y ficción
5 – Fernández Retamar (Del mismo Libro)
6 – León Trotsky (Escritos sobre España)
7 – Carlos Vaz Ferreira (Moral para intelectuales)
8 – Adolfo Colombres (Prólogo de América Latina: El desafío…)
9 – Ricardo Piglia (Del mismo libro)
10 – Eduardo Grüner (Trotsky, un hombre de estilo)
11 – Trotsky (Literatura y revolución)

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Número 58

Las letras necesarias del estuario / Álvaro Ojeda

Las letras necesarias del estuario, de Álvaro Ojeda

Las letras necesarias del estuario / Álvaro Ojeda

1

Así que usted quiere vieja/ que empiece a contarle yo/ cómo se hace un tango ¿no?/ le haré el gusto, si me deja./ Vaya parando la oreja/ que va a hablar el que la adora/ hoy, mañana, a toda hora/ porque pa mí donde cuadre/ usted no es sólo mi madre/ sino mi novia señora.

Estos versos pertenecen a Enrique Dizeo (1893-1980), poeta argentino que se plantea en los años 30, un problema similar al que enfrentó Lope de Vega cuando debió establecer el recetario para la confección de un soneto.

Tópicos: el poeta, interrogado por su madre, desgrana su arte poética ante su amada interlocutora.

Tópicos: el cantor, payador, juglar de turno, delante de un público que se presiente expectante, emite su dictamen. Aeda de barrio a veces presente, como en este caso, a veces oculto como en el caso del tango de Celedonio Flores (1896-1947) “El bulín de la calle Ayacucho” que nos descerraja un yo poético diferente al que suponíamos, el que en mis tiempos de rana alquilaba, resulta ser el bacán de la rante alegría, desdichado protagonista de la narración en verso.

Tópicos: el poeta encierra en el amor materno, todo el amor posible, el más puro, el que jamás falla, y por él canta.

Tópicos: el poeta se sabe poeta popular (la encarnación de la famosa disyuntiva proclamada por Homero Manzi 1907-1951): ser un hombre de letras (o hacer letras para los hombres) en su forma más evidente o sea, pare la oreja, mamá.

Tópicos: la forma poética elegida es la décima espinela, estrofas de diez versos octosílabos, con rima consonante, practicada por Lope y Cervantes, pero también por Luis Cernuda.

Tópicos: el poeta se introduce en una tradición y la sublima. La tradición la da el pueblo –su pueblo y su circunstancia- y el poeta la hace suya para que se haga pública. Antonio Machado llamaba a este procedimiento, demofilia.

Esto es el tango. Más precisamente, la tercera pata del tango, la que llega a coronar una existencia musical previa y bailable. Son nanosegundos de interacción que remiten a otros poetas que han fijado el escenario, sus gentes, sus costumbres, sus gozos y alegrías.

Pero antes, un poco antes, existe la narración en verso gauchesca, con sus tipos casi modélicos, expulsados de una civilización que avanza y no los quiere cerca y que sobreviven en la literatura por intermedio de los doctores letrados de la ciudad, que los conocen y los quieren, pero poco, acaso para que las cosas en sus estancias, les rueden mejor de lo que ya les ruedan.

Esos paisanos pobres, desclasados, mestizos, recalan en la ciudad que tampoco los quiere. Y con ellos los inmigrantes, los musolinos (metonimia de barrenderos por el apellido italiano de alguno de ellos) los zapateros, los siete oficios, las lavanderas, las planchadoras, las costureras, las mucamas, juntos en el conventillo contumaz, proteico, marginal. El paisano pobre deviene comparsa electoral o matarife, junto al inmigrante, votante fiel del gobierno que los importó. Ambos nacen a la tristeza desde el arte. La traen, la amasan, la reproducen.

Entre Dizeo y los gauchos iletrados de los letrados de turno, está Evaristo Carriego (1883-1912), el epítome fatal de la poética tanguera, el ingeniero ineluctable -el proto Homro Manzi, Cátulo Castillo, Enrique Cadícamo, Pascual Contursi, Enrique Santos Discépolo- al que siempre se vuelve cada vez que la ruina del olvido, la amnesia de la raíz, la levedad de la vida contemporánea, se cuela en el tango, como un topo feroz que socava la tierra que lo acoge. Pruebas al canto. El poema póstumo de Carriego de 1913, “Has vuelto”, resulta taxativo y denotativo hasta en su título, marcando el rumbo para una poética retroalimentada y omnipresente.

Has vuelto, organillo. En la acera
hay risas. Has vuelto llorón y cansado
como antes.
El ciego te espera
las más de las noches sentado
a la puerta. Calla y escucha. Borrosas
memorias de cosas lejanas
evoca en silencio, de cosas
de cuando sus ojos tenían mañanas,
de cuando era joven… la novia… ¡quién sabe!
Alegrías, penas,
vividas en horas distantes. ¡Qué suave
se le pone el rostro cada vez que suenas
algún aire antiguo! ¡Recuerda y suspiro!
Has vuelto, organillo. La gente
modesta te mira
pasar, melancólicamente.
Pianito que cruzas la calle cansado
moliendo el eterno
familiar motivo que el año pasado
gemía a la luna de invierno:
con tu voz gangosa dirás en la esquina
la canción ingenua, la de siempre, acaso
esa preferida de nuestra vecina
la costurerita que dio aquel mal paso.
Y luego de un valse te irás como una
tristeza que cruza la calle desierta,
y habrá quien se quede mirando la luna
desde alguna puerta.
¡Adiós, alma nuestra! parece
que dicen las gentes en cuanto te alejas.
¡Pianito del dulce motivo que mece
memorias queridas y viejas!
Anoche, después que te fuiste,
cuando todo el barrio volvía al sosiego
-qué triste-
lloraban los ojos del ciego.

Cuando Homero Manzi resuma su arte poética en la letra del tango “El último organito” de 1949, lo único que habrá cambiado en el enunciado general, será el diminutivo. Detrás de ese trueque está Carriego todavía. Y esa identificación entre la musiquita pobretona y sin pretensiones y la vida de los que escuchan. La música les permite evocar sus penas, sus alegrías, sus anécdotas de parecer moral y sentencioso. Y la ambición de altura: y habrá quien se quede mirando la luna desde alguna puerta. Tópicos: el tango siempre se invagina.


2

Fue la primera de las noches tristes del tango y tuvo a Carlos Gardel de propalador, desconfiado propalador pues provenía del canto criollo, pero eficiente por su maravillosa modernidad anticipatoria, profética.

Tópicos: el tango nace contestatario, intrusivo, utilitario, formula un reciclaje y lo lleva a buen puerto. Es clasista y ecologista, y es piadoso.

El hombre solo de la montevideana “Mi noche triste” de Pascual Contursi (1888-1932) en 1917, no sólo refiere la noche eterna de la pena elegíaca, refiere un tipo social que la padece y un escenario inhumano que la testifica. ¿Inhumano?

No tanto; el espejo está empañado/ pues parece que ha llorado/ por la ausencia de tu amor -hay un hálito en esos versos pareados tan tangueros- aunque la duda marcada por el parece se derrumba, cuando el poeta proclama que la lámpara del cuarto/ también tu ausencia ha sentido/ porque su luz no ha querido/ mi noche triste alumbrar.

Recursos de alta literatura, Contursi era un poeta sentenció Idea Vilariño. El hombre como el ciego de Carriego, está solo y espera.

Tópicos: no se habla a una clase desde la extranjería lingüística. La que abandono a Contursi fue una percanta y no lo abandonó, verbo que excluye la metáfora, lo amuró verbo tomado del lunfardo que es un verbo espejo de abandonar, no existiría aquél sin éste, sino que lo dejó recostado en un muro, en una soledad abusiva. Y sin sol.

En el tango “El ciruja” de 1926, con letra de Alfredo Martino (1909-1973) el abandono es ¿menos trágico? pero el lunfardo ha ingresado definitivo al habla popular y al tango: libre ya de la gayola y sin la mina/ campaneando un cacho e’ sol en la vereda. La historia está completa en dos versos que dan cuenta de una temporada en la cárcel, el abandono de la mujer y la metáfora final, atisbando como un campana, un trozo de sol en la vereda, en donde el sol se fragmenta, la pena se ahonda y se suaviza por la costumbre, y el hombre está solo y espera una bondad ajena a su mundo presente. Ha salido del cuarto y el sol no lo alumbra demasiado. La lámpara sigue apagada.

Tópicos: el varón es guapo y aprende a sufrir. La mujer es sufrida, no tiene otra opción.

En 1925, Alfredo Navarrine (1894-1979) escribe en el tango “Fea”: procurando que el mundo no la vea/ ahí va la pobre fea/ camino del taller/ y a su paso cual todas las mañanas/ las burlas inhumanas/ la hieren por doquier.

No es ni madre ni novia ni percanta, es fea, y el destino es el taller y la burla. Le espera el suicidio, le está negada la beatitud del regreso del héroe, otra asignación varonil y excluyente. No hay casita de mis viejos para la fea, aunque le corresponde el magnífico veros de Enrique Cadícamo (1900-1999) yo fui viajero del dolor. No hay sol ni regreso para las mujeres en el tango hasta Alfredo Le Pera (1900-1935) y su poema “Volvió una noche” en donde la equivalencia del dolor, del poder, del desprecio, es notoria. También la piedad: había en mi frente tantos inviernos/ que también ella tuvo piedad. Desde este punto de vista, Enrique Santos Discépolo (1901-1951) sería un revival punk pequeño burgués con su sola, fané, descangayada. Por no hablar del golpeador que a conciencia pura la golpeó para hacerla dichosa librándola de su “amor”.

Digresión consejera: no se puede ser anacrónico en el arte y menos aún, hipócrita. Digresión risueña. En el segundo tango que grabó Carlos Gardel, “De vuelta al bulín,- del mismo Contursi y en el mismo año 1917- la mina se va, mejor dicho, es la que se va y el pobre tipo dice: te busqué por todo el cuarto/ imaginándome mi vida/ que estarías escondida/ para darme un alegrón. Dadas las dimensiones del cuarto, al abandono hay que sumarle la ingenuidad. Tópicos: el tango no puede ser condenado por machista. En todo caso puede ser condenado por veleidoso, contradictorio, el dios Jano bifronte.


3

Tópicos: el tango no propone una visión crítica del orden establecido o basta de mencionar “Al pie de la “Santa Cruz” de 1933 de Mario Battistella (1893-1968); “Al mundo le falta un tornillo” de Enrique Cadícamo, 1933 y “Cambalache” de E.S. Discépolo, 1934. Para evitar la mención, hay que obviar las fechas de ascenso del nazismo al poder, 1933, y la depresión del 29, anticipatoria y contemporánea de los tres tangos.

Tópico subsidiario: la poética tanguera es connotativa, como toda poética.

Me han contao, y perdoname
que te increpe de este modo,
que la vas de partenaire
en no se que bataclán;
que has rodao como potranca
que la pechan en el codo,
engrupida bien de bute
por la charla de un bacan.
Yo no manyo francamente
lo que es una partenaire
aunque digas que soy bruto
y atrasao, que querés;
no debe ser nada bueno
si hay que andar con todo al aire
y en vez de batirlo en criollo
te lo baten en francés.

Me han contao, y este dato
que querés me desconsuela
pues viene de los muchachos
que te han visto laburar,
que salís con otras minas
a llenar la pasarela
y a cantar, si lo que hacen
se puede llamar cantar…

Vos que no tenés oido
ni para el Arroz con Leche
te mandabas La Morocha
como numero ‘e atracción.
Quien te viera tan escasa
de vergüenza y de peleche
emprenderla a los berridos
cuando suena un charlestón.

Te han cambiao, pobre piba;
si tu vieja la finada
levantara la cabeza
desde el fondo del cajón
y te viera en esa mano
tan audaz y descocada…
moriría nuevamente
de dolor e indignación.

Vos, aquella muchachita
a quien ella santamente
educo tan calladita,
tan humilde y tan formal,
te han cambiado, pobre piba;
te engrupieron, tontamente,
bullanguera mascarita
del mistongo carnaval.


Celedonio Flores habla de lo que habla. Pero habla más, porque de lo que habla ya había hablado en “Mano a mano” de 1923 o en “Tengo miedo” de 1928. Pero en 1926 proféticamente, la figura de la mujer que abandona –como la patria dejada atrás, como el pago dejado atrás- se ha consolidado y rueda, potranca desviada en el codo antes de triunfar, por el engaño de los hombres. Los malos hombres que hacen de la mala vida, fortuna mal dirigida, desprecio de la virtud, vicio provocado por el sistema. El barrio tira, la madre forma, el espectáculo atrapa y el capital vence.

¿La patria perdida es esa mujer devenida en potranca que prefiere el desorden inmoral a la virtud predicada?

El tango, producto de las orillas, no es la cumbia villera. Es la búsqueda del honor de ser de raíz humilde, que sin rastacuerismo ocasional, se inserta en una sociedad que lo expulsa pero a la que ansía pertenecer.

Nuevamente Cadícamo, poeta sabio y vasto, en su tango de 1928 “Che, Bartolo” proclama, yo no sé con qué ganzúa/ has abierto ese agujero/ que los reos de mi rango/ le llamamos sociedad. Y a esa sociedad se integra la que carece de oído pero tiene cuerpo de partenaire y Celedonio, antes que todo caiga en las manos de la dictadura de Uriburu, antes que todo ruede como rueda ella, advierte. Y se invagina -vos aquella muchachita- como ya se sabe.

Digresión casi prosopopéyica, léase, los objetos actúan, casi como en Contursi en donde se mostraban desolados -lo que ya es mucho- conformando una operación de estilo, fulgurante.

En 1929, Ignacio Corsini graba “Mucamita” un tango de Arturo Rodríguez Bustamante en donde la protagonista se empalaga, como la potranca de Celedonio Flores, pero no llega a simbolizar sino la cruda realidad de su clase barriobajera. El consejo llega tarde y el éxito, ni siquiera asoma.

No obstante, las cosas, sus herramientas de mucama, la reclaman a la tarea de la dicha modesta. Esta protagonista, alma simple al estilo de la pintada por Gustave Flaubert, queda suspendida en el limbo del orden establecido que abruma, del agobio de la congoja por lo que no puede ser. El tango actúa hasta por contrario sensu.

Tirate al suelo pebeta
De este taxi colectivo,
Y escuchá lo que te digo:
No sigás en ese tren.
No dejés que te contagien
Los bacanes de la luna,
Que te prenda esta vacuna
¡De mucama estás muy bien!
Se pondrán tristes los tachos
Las escobas, con crespones,
Negros los repasadores
Si te dejás engrupir.
Que el humo de la cocina
No te suba a la azotea,
Si querés vivir tranquila
Si querés vivir feliz…”

Digresión profiláctica: el uso del vocabulario médico –que te prenda esta vacuna, no dejés que te contagien- rampante héroe de la época, merece un estudio en sí mismo considerado. La poeta uruguaya Amanda Berenguer utiliza un recurso similar en la elegía dedicada a la muerte de su madre, cuando los objetos caseros, cotidianos, se movieron en complicidad luctuosa.


4

En la cuarta décima del tango citado al inicio de este texto, Dizeo resume, al igual que Lope, el hecho consumado del poema, pero da algún dato, alguna idea que sintetiza su procedimiento creativo. Es manual de cocina para conocedores pero no deja de tener una vigencia frondosa, impactante.

Con el fulgor que, en los ojos,
Tiene la hermosa mujer
Que anda con ganas de ver
Al que se muere de antojos.
Con los dolientes enojos
De aquel que le falta un cobre.
Con el que piedad le sobre
Pa’ la pobre flor de fango.
Con eso, así, se hace un tango,
Con la emoción de los pobres.


La lista taxativa de motivos para el coraje ciego que Jorge Luis Birges justamente en su poema “El tango” ofrece, presenta puntos de contacto con la cifra obsesiva de Dizeo. Odio, lucro, pasión de amor. El cobre que falta, hace odiar la pobreza rutinaria, el amor inicia la décima ineluctablemente, pero se hace más explícita la piedad, y no sólo por la necesidad de la rima consonante –fango, tango- sino como último registro, como observación de la potranca que ha rodado y que a texto expreso ya ha sido enunciada por Contursi en “Flor de fango” de 1919, pagando un tributo no demasiado explorado a Charles Baudelaire.

El gran legado sin embargo, es la senetencia final: con la emoción de los pobres. Es un legado poderoso que no ha sido revivificado, resignificado, reciclado de manera convincente en los intentos contemporáneos de la poética tanguera.

El escenario ha cambiado, al menos parcialmente, los tipos humanos no tanto –allí está la Ilíada como prueba palmaria- pero la emoción que genera en los pobres la necesidad del arte, o su viceversa equivalente, parece un dilema para los tangueros que habitan la inmortalidad de los textos clásicos del género.

Dizeo sabía de lo que hablaba. Y sus oyentes lo entendían al oír el primer compás de la orquesta de Lucio Demare con la voz nasal, abigarrada, desgarrada de Raúl Berón, cantando las décimas del poeta.

Acaso las letras de tango actuales, las que estan sumergidas, innominadas, ocultas en la recóndita sabiduría del pueblo –querer sin presentir, Juana la rubi que tanto amé, a ver mi loco bandoneón cantá tu misa en este bar, su lento caracol de sueños, quién se robó mi niñez, dan ganas de balearse en un rincón, vieja viola garufera vibradora, y tu amor y tu ventana todo ha merto ya lo se, estás desorientao y no sabés que trole hay que tomar para seguir, porque vi el desfile de las inclemencias con mis pobres ojos llorosos y abiertos- merezcan una brizna de atención, una morosa escucha, una voz de nueva altura.

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4 filmes estadunidenses de Fritz Lang. O Padrão Hollywoodiano / Guido Bilharinho

4 filmes estadunidenses de Fritz Lang. O Padrão Hollywoodiano

4 filmes estadunidenses de Fritz Lang. O Padrão Hollywoodiano / Guido Bilharinho

Fritz Lang (1890-1976, austríaco), após ter feito brilhante, mas, irregular carreira na Alemanha, onde realizara pelo menos três filmes marcantes com Os Nibelungos (Die Niebelungen, Parte I: Siegfried, 1923 – Parte II: A Vingança de Kriemhild, 1924), Metrópolis (Idem, 1926) e M, o Vampiro de Düsseldorf (M, Eine Stadt Suche Ein Mörder, 1931), vai para a França e, posteriormente, para os Estados Unidos, tangido pela ascensão do nazismo.

Nesse último país dirigiu, durante duas décadas, inúmeros filmes, numa atividade iniciada com Fúria (Fury, 1936) e Vive-se Uma Só Vez (You Only Live Once, 1937) e encerrada com Suplício de Uma Alma (Beyond a Reasonable Doubt, 1956), antecedido, este, de No Silêncio de Uma Cidade (While the City Sleeps, 1955).

O fato é que, pelo menos por eles, pode-se afirmar que Lang, ao atravessar o Atlântico, deixou muito de sua capacidade e inventividade para trás.

Nos Estados Unidos teve de se sujeitar às imposições do mercado e às injunções de produção, enquadrando-se totalmente na maneira ianque de fazer cinema.

Nada, nesses filmes, fornece uma ideia, mesmo que pálida e distante, do criador das citadas obras-primas alemãs. São películas que perfilam inteiramente os padrões hollywoodianos, deles não se afastando nem divergindo.

Um crítico, a propósito de Os Amantes de Maria (Maria’s Lovers, EE.UU., 1984), de Andrei Konchalovsky, afirmou, com razão, que seu diretor era um russo que entendera os Estados Unidos. Lang e inúmeros outros cineastas europeus que para lá emigraram e emigram (circunstância em princípio altamente positiva para o país, por lhes dar condições de trabalho), também entenderam os Estados Unidos, entre eles, Frank Capra (italiano), Fred Zinnemann, Otto Preminger e Billy Wilder (todos austríacos), Charles Chaplin e Alfred Hitchcock (britânicos), William Wyler (alsaciano), Elian Kazan (nascido na Turquia), Lewis Milestone (russo), Michel Curtiz (húngaro), etc. realizando filmografias essencialmente ianques. Uns com mais outros com menos qualidade, mas, todos, assimilando o jeito e a maneira hollywoodiana de ser e de fazer cinema.

Lang não se destacou artisticamente nos Estados Unidos, visto que os filmes comentados, provavelmente emblemáticos ou paradigmáticos de toda sua obra naquele país, não passam de películas convencionais destinadas a agradar aos espectadores.

Nada nelas, nem por um momento, discrepa dessa diretriz. Nem a narrativa, nem a estória, nem a linguagem, nem a montagem, o décor, a fotografia ou a direção e interpretação de atores. Todos esses elementos subordinam-se aos cânones ordinários (no duplo sentido) de produção.

As estórias pretendem enfocar problemas graves, como linchamento (Fúria), erro judiciário, desespero, violência (Vive-se Uma Só Vez), direção de empresa e manipulação do poder, atuação de serial-killers (No Silêncio de Uma Cidade), e pena de morte (Suplício de Uma Alma). Todas, efetivamente, questões sérias, mas, como em qualquer filme convencional, tratadas superficial e esquematicamente, sem enfocar seus efetivos fundamentos e sem demonstrar suas reais implicações e consequências. Simplesmente urdem-se estórias, tecendo-as apenas com os atos e circunstâncias que lhes outorguem interesse como espetáculo.

A narrativa, que se não confunde com o enredo, constituindo a maneira de contá-lo, subordina-se ao mesmo desiderato.

Os demais componentes fílmicos acima citados também correm (ou andam) pelo mesmo diapasão, nada os distinguindo do comum e do trivial.

A ironia e a contradição da História é que num país (a Alemanha) dilacerado pela Primeira Guerra, manietado pelos vingadores vencedores, mergulhado no caos social, na tibieza e desordem administrativa e numa das maiores inflações da História, Lang teve condições para realizar obras-primas cinematográficas, o que não aconteceu nos Estados Unidos.

Nos filmes comentados prevalece, de maneira totalizante e absoluta, a estória, porque ela é que constitui o produto ou a mercadoria que desperta interesse e pelo qual os consumidores procuram e pagam. Para atingir tal finalidade, esse produto deve ser formado pelos ingredientes e fórmulas adequados adredemente conhecidos, condicionados em invólucro (narrativa) atraente, de fácil apreensão e rápida compreensão. Ou seja, a negação de arte, da cultura e do saber.

(do livro O Drama no Cinema dos Estados Unidos. Uberaba, Instituto Triangulino de Cultura, 2008).

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Guido Bilharinho é advogado atuante em Uberaba, editor da revista internacional de poesia Dimensão de 1980 a 2000 e autor de livros de literatura, cinema, história do Brasil e regional.

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B.O.G.S.A.T. / La responsabilidad / Eduardo Molinari / Archivo Caminante

B.O.G.S.A.T, La responsabilidad, Eduardo Molinari

B.O.G.S.A.T. / La responsabilidad / Eduardo Molinari / Archivo Caminante

¿Son la Pachamama y la Tierra sin Mal meras ensoñaciones? ¿Es posible un camino emancipatorio repitiendo el lenguaje y los modelos de “desarrollo” de nuestros antiguos y presentes opresores? ¿Puede pensarse el modelo hegemónico de agronegocios y su maquinaria transgénica como un drone, vehículo ciego, invisible y teledirigido, con enorme poder letal cuyas consecuencias exterminadoras para los humanos y la naturaleza responden a muy opacas responsabilidades?

Molinari

¿Qué agenda política hay detrás del régimen de visibilidad del modelo transgénico? ¿Quién gobierna en la república unida de la soja? ¿Qué pueden las imágenes para reforzar vínculos y lazos con quiénes testimonian con su lucha y su vida que no es cierto que no hay otro camino? ¿Qué ejercicios de imaginación política debemos realizar para salirnos de este territorio de monocultivo y monocultura?

Estas fueron algunas de las inquietudes que guiaron mi trabajo de investigación con métodos artísticos que desde comienzos del 2012 y hasta julio de 2013 realizara para la creación de la instalación y publicación B.O.G.S.A.T. / La responsabilidad. Invitado por los curadores David Riff y Ekaterina Degot para participar en la primera edición de la Bergen Assembly, trienal de la ciudad noruega de Bergen, su convocatoria me propuso continuar un primer trabajo en el que ya había abordado, en 2010, el fenómeno del modelo agroindustrial en Argentina: Los niños de la soja (instalación, publicación). En aquella ocasión mi trabajo visual (en el marco de los bicentenarios de las independencias de la Corona Española de muchas de nuestras naciones sudamericanas) proponía una reflexión acerca de las consecuencias sociales, sanitarias, ambientales y culturales de la llamada “sojización” en mi país.

Molinari, plantas

Una pregunta de aquella obra había quedado latente, sirviendo de primer disparador para la nueva etapa: ¿fue la sojización producto de la preexistencia de ciertos requisitos culturales o una nueva condición cultural es el fruto de la sojización? ¿Podemos afirmar que estamos habitando una “cultura transgénica”? La principal característica de esta cultura sería la centralidad de la recombinación, operación que organiza el modo hegemónico de producción. Por un lado, se recombinan genes de diversas especies en el ADN de las plantas para la producción de semillas transgénicas. Por otro, ya no es necesario para el capital hacerse cargo de las vidas de los trabajadores (ni obra social, ni vacaciones pagas, ni jubilación). Basta con recombinar fragmentos de tiempo de trabajo de personas que pueden incluso hacerlo en distintas latitudes para articular la cadena de producción. En tercer lugar, al menos en Argentina, la forma legal predominante de propiedad de la tierra destinada al monocultivo tránsgenico es el llamado “pool de siembra”, una recombinación de propietarios que aglutina a productores locales con ingenieros agrónomos y todo tipo de inversores, incluso aquéllos cuya identidad no se conoce y habitan fuera del país. Por último, la cultura se encuentra teñida por la centralidad de la operación recombinante: en el semiocapitalismo o capitalismo semiótico, se afirma un uso perverso del lenguaje, en el que la mayor producción de valor puede darse a través de la mera recombinación de signos y símbolos, sin importar el significado de los mismos (sigo en esta reflexión al autor italiano Franco Berardi Bifo, en su libro Generación Post.Alta, patolologías e imaginarios en el semiocapitalismo, Ed.Tinta Limón).

La sumatoria de los interrogantes pendientes más los nuevos, me guiaron al encarar mi trabajo para la exposición “Monday begins on Saturday” en Noruega. La propuesta curatorial estuvo basada en la novela de ciencia ficción del mismo nombre, publicada en 1960 por los hermanos Arkadi y Boris Strugatsky, en la que se relatan las peripecias vividas por Sasha Privalov, un programador e investigador al interior del ficticio “Instituto Nacional de Tecnología de Magia y Taumaturgia”. El libro propone una mirada crítica hacia los modos burocratizados de investigación y sirvió como fundamento para organizar las obras de los artistas participantes a partir de la creación de once institutos ficticios de investigación que procuran modos diversos de alcanzar la felicidad humana. Entre otros, los curadores crearon los institutos de Acumulación Perpetua, Magia Defensiva, Fascismo Tropial o Territorios Imaginarios.

A este último se integró mi obra, referida a la república unida de la soja, nombre con el cual la compañía suiza de agronegocios Syngenta hizo referencia (en 2003, para una campaña publicitaria de sus productos) a la forma territorial en la que se consolidaba el monocultivo de soja transgénica. Esa superficie (en permanente crecimiento desde entonces en Sudamérica) actualmente ocupa parte de Argentina, Brasil, Bolivia, Uruguay y Paraguay, superando con creces 50 millones de hectáreas. Solamente en Argentina hay más de 20 millones, sobre las que llueven anualmente más de 160 millones de litros de glifosato, agroquímico imprescindible para la producción de semillas de soja transgénica, dando forma a un combo cuyo mercado lidera la compañía norteamericana Monsanto.

Molinari, collage

Para la concreción del trabajo previo de investigación y para la producción del libro decidí conformar un equipo que estuvo integrado por Azul Blaseotto (artista visual y docente de arte), la Ingeniera Agrónoma y Agroecóloga Ana Bróccoli, el colectivo artístico-ambiental Ala Plástica y Hernán Cardinale (fotógrafo y editor independiente). También contamos con el enorme apoyo del Ingeniero Agrónomo Carlos Carballo, de la Cátedra Libre de Soberanía Alimentaria de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires. Realizamos tres recorridos:

1) en Expoagro, la feria de agronegocios más grande de Latinoamérica,

2) en los barrios “fumigados” de la periferia de Córdoba Capital, Malvinas Argentinas (donde se pretende instalar la planta más grande del mundo de procesamiento de semillas transgénicas de maíz de Monsanto) e Ituzaingó Anexo (sitio de origen de las Madres de Ituzaingó, organización de mujeres pioneras en la lucha contra las fumigaciones ilegales en Argentina) y finalmente,

3) por la Cuenca del Plata hacia las tierras de Marina Kué, Curuguaty, Paraguay, lugar donde en Junio de 2012 se produjo el hecho conocido como la Masacre de Curuguaty, que se convertiría en el argumento de las fuerzas opositoras vinculadas a los agronegocios, que daría fundamento al golpe de estado que desplazó al Presidente Fernando Lugo del gobierno y a la legalización del ingreso de semillas transgénicas en dicho país. Fuimos hasta allí para establecer una perspectiva geopolítica más abarcadora, que permita entender mejor los alcances y consecuencias de la expansión del modelo transgénico en la región sudamericana.

Curuguaty, Caminata hacia el sitio de la Masacre junto a los campesinos

Una imagen que proviene del intenso libro El veneno nuestro de cada día, de la periodista y directora documentalista francesa Marie Monique Robin (que en las próximas semanas visitará Argentina para presentar su nuevo trabajo) dio título a la obra debido a la particular contundencia con la que esta incomprensible sigla hace visible la responsabilidad de quiénes manejan las cadenas alimentarias.

Robin le pregunta a Ned Groth, biólogo que durante 25 años fue perito de la Consumers Union, principal organización de defensa de consumidores de Estados Unidos, acerca del criterio científico que permite establecer la Ingesta Diaria Aceptable (IDA), la cantidad de sustancia química que nuestros cuerpos pueden ingerir cotidianamente y durante toda la vida, sin peligros para la salud. Su respuesta deja en claro que no se trata precisamente de una base científica sino que: “¡Fue decidido mediante el método B.O.G.S.A.T. (del inglés norteamericano, ‘Bunch of Guys Sitting Around the Table’), un puñado de tipos sentados alrededor de una mesa!”.

Molinari, BOGSAT

La instalación en las salas de la exposición en Noruega estaba conformada por una plataforma de madera, con un rincón armado por dos paredes. En la parte frontal de dichas paredes se exhibió un conjunto de fotografías color de carácter documental, tomadas durante los recorridos antes nombrados. En el reverso de esas paredes se podían ver un grupo de collages sobre fotografías blanco y negro, de carácter alegórico. En estas imágenes se intenta hacer visible al “drone” transgénico y sus opacos pilotos. Sobre la plataforma hay dos columnas de bidones de agroquímicos y, detrás de un plástico transparente que las envuelve, se pueden ver fijadas a las paredes de los bidones, fotografías que dan cuenta de los tres recorridos realizados. Sobre el conjunto y sobre las cabezas de los visitantes, pende una caja registradora.

La publicación es bilingüe (español-inglés), cuenta con 175 páginas, y podemos encontrar allí los siguientes aportes: un comic documental realizado por Azul Blaseotto, un texto con las reflexiones sobre la situación del modelo de agronegocios en Argentina de Ana Bróccoli, textos e imágenes de Alejandro Meitín del colectivo Ala Plástica sobre la experiencia en Paraguay; una crónica y dossier fotográfico de Hernán Cardinale realizado sobre territorio paraguayo; y los documentos fotográficos y crónicas de mi autoría.

La investigación del colectivo de trabajo del Archivo Caminante procura romper el régimen de visibilidad impuesto en la república unida de la soja, y poner a la luz del sol las responsabilidades políticas y económicas dominantes. Buscamos romper su agenda política y lograr hacer circular imágenes y pensamientos por entre sus grietas e intersticios. Es preciso tornar evidente que la soberanía alimentaria y el derecho a la alimentación están en juego y que los habitantes de las grandes ciudades estamos unidos en el mismo tejido con los habitantes del mundo rural. La tierra que caminamos en nuestros recorridos está en disputa y los frutos de la misma también. Pudimos conocer más de cerca a los responsables del accionar asesino de los poderes concentrados glocales, pero también pudimos compartir los senderos transitados cotidianamente con aquellos que luchan por la biodiversidad, la justicia social y la libertad. “Las semillas se conservan compartiéndolas” nos dijo Lucho Lemos, agricultor agroecólogico de la provincia de Santa Fé, en Argentina. Las comunidades originarias con sus saberes ancestrales y su hermandad con la naturaleza, las organizaciones comunitarias que desarrollan y transmiten la agroecología (rural y urbana), unieron sus voces a las de los animales y las plantas, a la vida misma; y todas juntas nos dijeron: “No es cierto que no hay otro camino”.

Eduardo Molinari, noviembre de 2013

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La experiencia fue presentada este viernes 8 de Noviembre de 2013, a través de una charla, proyección, presentación del libro y debate con el público en La Dársena_Plataforma de Pensamiento e Interacción Artística, con la presencia de los autores.
En Mario Bravo 298, Almagro, Buenos Aires, a las 19hs. Entrada libre y gratuita.

Contactos y más información: archivocaminante013@gmail.com / azulblaseotto@yahoo.com / contacto@alaplastica.org.ar / hernancardinale@monadanomada.com.ar / anabroccoli@gmail.com  / www.plataformaladarsena.blogspot.com / www.archivocaminanteblogspot.com / www.bergenassembly.no