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Número 61

Desde la redacción / Revista Malabia

Revista Malabia número 61

Desde la redacción / Revista Malabia

Hasta el número 60, quienes hacíamos Malabia nos habíamos planteado publicar textos de calidad para gente que entendiera esa calidad. El proyecto fue exitoso y nos puso en contacto con lo más interesante de la literatura en lengua ibérica (también publicamos textos en portugués).

Ahora, en esta nueva etapa, intentamos abrir el abanico de posibilidades de la publicación sin renegar de la calidad, que consideramos fundamental. Y lo hacemos porque hemos notado que en estos tiempos de cultura rápida y entretenida, se distorsiona la mirada sobre los autores que han sido. A unos se los descalifica por sus opiniones políticas, otros ya no interesan de entrada y sobre algunos hay en la sociedad una opinión fija, casi inamovible: son reaccionarios o deprimentes, no se les entiende nada, han estado en cosas raras o no son un buen ejemplo. Y todavía quedan aquellos (escritores, lectores y críticos) que niegan el pasado de forma interesada para valorar lo suyo o sus opiniones literarias.

La cultura, no puede ser de otra manera, es retrospectiva. Vamos construyendo sobre lo que nos viene de atrás, poniendo al día. Quienes escribieron en el pasado guardaron para nosotros el tiempo que les tocó vivir. Y nosotros dejaremos el nuestro a quienes vienen.

La tarea actual que se plantea Malabia es situar a los autores en su época para que la gente de hoy pueda entenderlos en toda su magnitud. Y rescatar a quienes han quedado olvidados y merecen recordarse.

Comenzamos, como nuestro nombre nos obliga, con Juan Carlos Onetti, un autor incómodo, hoy y en el pasado. A través de textos propios y de varios autores iremos desgranando su obra, su espacio vital, su forma de mirar y entender la vida. Este escritor atemporal y universal se lo merece.

A Onetti le tocó iniciar su obra en un país muy particular, del tercer mundo pero con un alto nivel de vida. Así nos pinta esa época un historiador:

«El coronel Latorre había construido el Estado jurídico; Batlle ordena el Estado exportador y distribuye la renta agraria entre la pequeña burguesía de la ciudad, que se hace naturalmente partidaria de un orden democrático y parlamentario de corte europeo. El bienestar general se prolongará seis décadas. El Uruguay urbano comenzaba a ser ya un país de ahorristas, pequeños propietarios, empleados públicos bien remunerados y artesanos independientes. El batllismo es su expresión política; el positivismo su filosofía; la literatura francesa su arquetipo. Montevideo es la ciudad de los templos protestantes, de los importadores, de los maestros poetas. Reina un tibio confort hogareño, una actitud ahistórica, una propensión portuaria. Uruguay se ha “belganizado”. Un alto nivel de vida en la semi colonia ha sepultado los ideales nacionales. De ahí que ignore su origen, pues nada le importa de él. El hijo o nieto de inmigrantes permanece vuelto de espaldas a la Banda Oriental, a las Provincias Unidas, a la América criolla. Vive replegado en sí mismo en una antesala confortable de la grande Europa. Y en esa vida de próspera aldea, con sus Taine, sus Renán y sus Comte, en esa viscosa “idealidad” de las secularizadas religiones prácticas, Uruguay se aburre; en ese hastío nacido de su insularidad, el pasado es un misterio (recién comienza a embalsamarse a Artigas como “héroe nacional”) y el futuro no ofrece sobresaltos».

En ese panorama aparece Onetti (y luego Marcha, donde trabajará) para contar «el rostro horrible de la patria» y la decadencia de los seres humanos metidos en esa eutanasia en almíbar del país.

Después de él ya nunca nada será igual.