

El amante, M. Durás, una lectura / Marta Braier
“Ese faltar de las mujeres a sí mismas, ejercido por ellas mismas, siempre lo he considerado un error”. (M. D.)
“Muy pronto en mi vida fue demasiado tarde. A los dieciocho años ya era demasiado tarde. Entre los dieciocho y los veinticinco años mi rostro emprendió un camino imprevisto. A los dieciocho años envejecí”. (M.D.)
Esta es una novela tomentosa y aluvional, como el fluir del río Mekong, el río que la narradora protagonista nombra y venera en esa Indochina, donde nació y transcurre la historia.
La narración no es lineal y nos enfrenta con la no claridad de lo inconexo. Por eso exige al lector un gran compromiso de lectura en el armado de la trama, con saltos en el tiempo y en el espacio y cambios de persona narrativa: una primera predominante que evoca y reflexiona y una tercera a modo de desdoblamiento de la primera, entre otras variantes. Se destaca así, como rasgo del estilo, una mirada distanciada, desapegada, que ubica a la autora entre las cultoras y cultores de la llamada Escuela de la Mirada o Nouveau Roman. La imagen ocupa un lugar esencial como génesis del recuerdo y se suceden escenas o fragmentos de carácter cinematográfico. De ahí que esta novela se haya llevado al cine dirigida por Jean Jacques Annaud. No satisfecha con el guión, Marguerite, escribirá su propio guión cinematográfico con el título El amante de la china del norte.
Concebida como novela autobiográfica, la enunciación discurre en tono confesional con profundas indagaciones sobre el yo, en un lenguaje de gran elaboración, que a mi juicio es uno de los logros de esta obra. El tono y el estilo narrativos calan hasta el hueso, en traslaciones de lo interior a lo exterior, en las que no faltan las impresiones del entorno y que en conjunto confieren a la prosa de Durás un intenso lirismo: “Siempre me apeo del autocar al llegar cerca del transbordador, por la noche también, porque siempre tengo miedo, tengo miedo de que los cables cedan, de que seamos arrastrados hacia el mar. En la tremenda corriente contemplo el último instante de mi vida… Hay una tempestad que ruge en el interior de las aguas del río”.
Memoria en fragmentos, iluminaciones del recuerdo: ”Quince años y medio. El cuerpo es delgado, casi enclenque, los senos aún de niña, maquillada de rosa pálido y de rojo. Y además esa vestimenta que podría provocar la risa; pero de la que nadie se ríe. Sé perfectamente que todo está ahí. Todo está ahí y nada ha ocurrido aún, lo veo en los ojos, todo está ya en los ojos. Quiero escribir. Ya se lo he dicho a mi madre…”
El escenario es la Indochina francesa, allá por los años 30, en Saigón (hoy Vietnam). Por esta novela, escrita en pocos meses ya en la vejez, Marguerite Durás, ganó en Francia el prestigioso premio Goncourt, en 1984.
La historia central, es la relación amorosa, de pasión y tormento, que se establece entre la adolescente de apenas quince años de la colonia francesa,con un joven chino de 26, hijo de un millonario . Pero superpuesta y estrechamente unida a esta historia clandestina, se contará la historia de la familia de origen de la protagonista.
Los temas de la pérdida de las tierras que compró la Madre, (anegadas en el Pacífico); su dolor y su extravío, serán una constante; y también la predilección ciega hacia el hermano mayor (cruel, arrogante, fumador de opio); el amor desmesurado de la joven protagonista por el hermano menor (enfermizo, débil, sometido). Todo esto conforma un cuadro familiar de desdicha y desamparo a modo de escenario de los acontecimientos: La palabra conversación está proscrita… Estamos unidos en una vergüenza de principio por tener que vivir la vida. Ahí es donde estamos en lo más profundo de nuestra historia común, la de ser los tres hijos de esta persona de buena fe, nuestra madre, a la que la sociedad ha asesinado… A causa de lo que se ha hecho a mi madre, tan amable, tan confiada, odiamos la vida, nos odiamos.
Ella manifestará en el transcurso de la narración su deseo de escribir, como vocación o destino. La madre le dice: “quizá tú te salgas de eso… Es necesario salirse de donde se está”.
Estos perfiles de la narración desmienten la clasificación de gran novela erótica. El erotismo está y tiene un desarrollo importante, pero la caracterización de los seres más cercanos a la protagonista -madre, hermano mayor, hermano menor- es notable. Además de las referencias a la estratificación social y racial de esa zona del sudeste asiático, formas de vida, hechos históricos.
Vale afirmar que la delicadeza y pericia del estilo, convierten en piezas maestras las escenas amorosas; y el encuentro de los cuerpos amantes trascenderá lo inmediato en un amor que el devenir de los acontecimientos irá develando. De modo que esta historia en su transcurrir con alternancias, es algo así como un Bildungsroman, una novela de aprendizaje. Porque como escenario de la historia amorosa habrá otra tan importante como aquella, hasta delinearse una historia de vida familiar y personal que deja una profunda huella.
La huella de lo vivido, ese gran dolor, será el leitmotiv de varias obras de la prolífica trayectoria de nuestra escritora, raíz y génesis de su Escritura: la Escritura -como destino que se impone o elige como ya lo comenté (tema desarrollado después ampliamente en su ensayo Escribir, publicado en 1993, tres años antes de su muerte): “Hallarse en un agujero, en el fondo de un agujero, en una soledad casi total y descubrir que solo la escritura te salvará” (de Escribir).
Las escenas eróticas en el barrio chino de Cholen, en ese apartamento pequeño -la entrega amorosa en la intimidad del cuarto, en contraste con el estrépito de la ciudad bulliciosa- son de una gran belleza descriptiva. No quiero dejar de mencionar una imagen central que se repite confiriendo ritmo al relato: “El paso de un transbordador por el Mekong. La imagen persiste durante toda la travesía del río…”.
En un juego de anticipaciones desde el inicio, la novela conformará un círculo a nivel estructural que se cierra con el regreso y permanencia definitiva en Francia de la protagonista, ya entrada en años y una llamada que dará un brillo final a la historia. En el paquebote, de regreso a Francia, vale la pena citar otro momento de gran lirismo cuando estalla la música de Chopin, ese vals, en medio del océano que ahora los separa. Y también la escena preciosa del lavado de la casa -la Madre entregada a la tarea gozosa en compañía de los hijos y los criados- que la familia conserva a pesar de la crisis económica.
Se dice que un buen libro resiste múltiples lecturas. Esto sentí con El amante. He aquí la fragilidad del ser y la eterna búsqueda de felicidad en una sociedad con mandatos inamovibles. “Todo está ahí. Nada debe ser olvidado” –afirmará la autora francesa.