
Regina Ullmann / Anna Rossell

Traducir a Regina Ullmann es una tarea ardua, porque también leerla y comprenderla lo es. Y es precisamente por la extrema originalidad y autenticidad de su escritura. Autenticidad, porque la simbiosis entre la escritura a la que estamos acostumbrados, de corte lingüísticamente realista y otra, la que procede de los repliegues más recónditos del alma, conviven como si tal cosa. Ullmann combina lenguaje de diversa índole, realista y onírico, no porque articule ambos lenguajes como una construcción artificiosamente pensada, sino porque su modo de pensar, imaginar y percibir el mundo bebe más directamente de la imagen que de las palabras que se esfuerzan por expresarla. Imagen que lleva un personalísimo sello y exige del lector penetrar un ignoto modo de ver y de sentir. Lo abstracto y lo intangible (los sentimientos y las emociones) se funden y confunden con lo concreto y lo tangible. Es especialmente remarcable el uso de la metáfora, en el que los espejos y los reflejos de unos personajes en otros tienen un papel preponderante, y del símil, donde sobre todo la comparación con los pájaros, por los que la voz narradora siente especial empatía, hasta el extremo de adoptar a veces su punto de vista o confundirse casi con el protagonista humano.
Pero la escritura de Ullmann presenta otras características igualmente singulares: diríase que desgrana situaciones y personajes a partir de indicios muy sutiles que anticipa a pequeños sorbos y que sólo mucho más adelante el lector puede aprehender cabalmente. Así, sucede que a menudo, en un principio, provoca la extrañeza del lector, que no sabe situarse en la historia o no comprende la naturaleza de un personaje hasta bien avanzada la lectura.
No, Regina Ullmann no nos lo pone fácil. Su capacidad de observación es enorme e igualmente enorme es su capacidad de interpretación de lo que observa que sucede en el interior del alma humana. Su mirada incisiva llega a conclusiones que conforman una filosofía de la vida que pone en boca de la voz narradora omnisciente. Una voz narradora que sentencia qué puede suceder o sucede en tal o cual situación a partir de la manera de ser y de actuar de sus personajes.
Se sabe que Regina Ullmann tuvo una vida difícil y se dice que su propio sufrimiento se refleja en su obra. Y leyéndola es fácil imaginar que así es, pues su mirada introspectiva probablemente no podría ser tan lúcida de no haber experimentado ella misma mucho dolor en carne propia. Sucede sobre todo por ejemplo en su primer relato, Carretera comarcal, que nos narra, en tres estaciones, el devenir de una mujer que, con un simple hatillo, transita por una polvorienta y desangelada carretera sin un destino conocido. La historia está narrada en primera persona y el personaje parece como expulsado de alguna parte, lanzado u obligado a recorrer sin destino un mundo que se nos antoja lúgubre y amenazador. El destino del personaje, una mujer, solitaria y hosca, es precisamente la ausencia de destino, probablemente el sentido de su vida sea deambular de una parte a otra con el único objetivo de observar gente y paisajes. La inercia de la vida adquiere protagonismo en la vida de la mujer. De hecho, ya en las primeras líneas aparece sentada en lo alto de una colina desde la que tiene una vista panorámica de lo que sucede a sus pies y desde este punto de vista nos lo describe. Pero ella no desentona en el ambiente, parece pertenecer al paisaje inhóspito como una pieza más.
Muchos personajes de Ullmann son solitarios, aun cuando viven o han vivido un tiempo acompañados, se encuentran solos o casi solos en el marco de su respectiva historia. Hasta cuando están aparentemente acompañados siguen estando solos. La autora se acerca al mundo de los márgenes. Casi todos sus protagonistas viven inmersos en los márgenes; son los marginados, la gente humilde, el objeto preferente de su atención: mendigos, ancianos, personajes de farándula, de circo, jorobados, enfermos, impedidos por alguna carencia física o/y económica… Y cuando su mirada describe escenas burguesas no falta el humor en forma de finísima y zahiriente ironía. Aunque la crítica no está sólo relacionada con el ambiente burgués; la autora la aplica en muchas otras ocasiones, cuando el comportamiento humano aparece conducido por la hipocresía. Ullmann no renuncia a la crítica irónica; cuando quiere criticar no perdona. Los entornos en los que sitúa sus personajes son rurales; allí es donde se concentran los temas de su interés y donde afloran los aspectos más oscuros y siniestros del alma humana. De ahí que describa los paisajes naturales y rústicos con extrema precisión. El ojo de Ullmann indaga a menudo en lo más hondo del alma humana. Sus personajes aparecen tocados de un aura casi escalofriante, un aura que traduce para el lector los más recónditos repliegues de sus criaturas de ficción. Los cuentos de Carretera comarcal son un retrato de muy diversos tipos humanos y reflejan las conclusiones a que su creadora llega cuando observa y se adentra en su naturaleza. Ello le permite proyectar y concluir una determinada filosofía de la vida. Si bien su simpatía se decanta del lado de los marginados, las víctimas de su agudísima ironía son también gente sencilla. Sus historias no son en absoluto moralizantes; sus criaturas están hechas de luces y sombras. Ullmann no sucumbe a la candidez del maniqueísmo. Cuando hace uso de la ironía ésta se manifiesta por partida doble: en el modo sutilmente crítico en que la voz narradora omnisciente describe la actuación de los personajes y en la manera en que éstos dejan entrever los verdaderos motivos de sus acciones. Ullmann se recrea en dejar hablar directamente a sus criaturas, utilizando sus palabras textuales o bien indirectamente cuando la autora habla por ellas en el frecuente estilo indirecto libre que aplica a la narración y que pone su alma al descubierto. Diríase que la autora trabaja lo grotesco con suprema maestría, pues retrata ambientes lúgubres, amenazadores y situaciones aciagas que con frecuencia sumen al lector en biografías grises y desafortunadas, pero le regala también momentos de expansión cuando censura ciertos comportamientos o relata historias amables que nos deleitan por su delicadeza natural y su sencillez.
Nora Gomringer en su epílogo centra el análisis de la obra de Ullmann en la recurrencia. Con razón. Gomringer nos hace ver que la recurrencia en la autora no se limita a la frecuencia con que echa mano de cierto prototipo de personajes, sino que se manifiesta sobre todo a través de la utilización en sus textos de expresiones que Gomringer representa a través de la imagen de un vector que describe un círculo y vuelve sobre sí mismo. En efecto así es. Y da pie a la reflexión esta insistente percepción de objetos, fenómenos metereológicos o situaciones que por decirlo así se repliegan sobre sí mismos y que lingüísticamente se manifiestan en el frecuente uso del pronombre reflexivo. Así por ejemplo el tic-tac del reloj: «un ruido que se reproducía a sí mismo» o la niebla, que «en cierto modo vivía de su propia luz», en El ratón, o «el daño que el propio sol se ha ocasionado particularmente a sí mismo», también en El ratón; el roedor es «un ratón, que se dedica ensimismado a una ocupación que se consagra a sí misma»; la infancia de la protagonista, que ha «transcurrido encerrada sobre sí misma, en su propio mundo», en Carretera comarcal, Tercera parte, el payaso jorobado del circo, que corre pareciendo «un círculo al que él se hubiera integrado, una cinta con la que se hubiera fundido y en la que finalmente desaparecía por completo», en El jorobado; la vida que parece repetirse «como si los ancestros, la abuela, la madre, el abuelo, el padre y los hijos vivieran la misma vida, en De las fresas; en este mismo relato se dice que el huerto es «como si existiera por y para sí mismo»; del sonido de la vejiga de cerdo se dice que «se extingue incesantemente», en Carretera comarcal, Segunda parte. Si no fuera porque sabemos que Ullmann nació en el seno de una familia judía y abrazó el catolicismo, lo cual hace pensar que era persona creyente en la trascendencia, diríase que la escritora de estos relatos reduce la existencia humana y animal al absurdo. De esta percepción parece inferirse una filosofía alejada de todo idealismo: la vida se repliega sobre sí misma, se justifica a sí misma conformando un círculo vicioso. También los espejos y sus reflejos forman parte de este mismo universo simbólico del que Ullmann echa mano por la infinita riqueza de matices que pueden llegar a desplegar. En De las fresas leemos: «Era suficiente con que el espejito que había en su interior nos mostrara los productos de la tierra en su reflejo: el puesto cargado de frutas y verduras». No en vano se les ha concedido en la mitología un lugar preferente. Y en Así me lo contaron se dice de la matrona, uno de los personajes femeninos: «ella era como un espejito cóncavo. Cuando éste se mantenía firme orientado hacia objetos y personas, éstos comenzaban a encenderse, zaheridos por la franqueza de su reflejo». Lo mismo pudiera decirse de la autora: nada escapa a su mirada. Ella es el espejo y en ese espejo se refleja el mundo.
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Regina Ullmann (*14 diciembre 1884 en St. Gallen, Suiza; † 6. enero 1961 en Ebersberg, Baviera), que se dio a conocer con su primer libro de relatos Die Landstraße (Camino rural), fue apadrinada por Rilke y entró en contacto con reconocidos escritores de su época: Thomas Mann, Robert Musil, Max Pulver y Albert Steffen, después, en 1923, con Carl Jacob Burckhardt. En 1936, por su ascendencia judía, fue expulsada de la Asociación de Escritores Alemanes (Schutzverband Deutscher Schriftsteller) y tuvo que abandonar Alemania.