La historia se repite / Nick Ravangel
Cada día las radios y televisiones sorprenden a los europeos con noticias cada vez más alarmantes sobre el crecimiento de los movimientos racistas. Para los jóvenes (y una enorme cantidad de no tan jóvenes) es una novedad. Pero el fenómeno no tiene nada de novedoso. En el semanario uruguayo Brecha aparecían, el 14 de febrero de 1992, dos artículos esclarecedores. Recordemos que por esas fechas se estaban preparando las Olimpíadas de Barcelona y España se modernizaba. Todo era optimismo y había confianza en un futuro que aparecía prometedor. Todo duró hasta 2008.
Como siempre, algunos pensadores no eran tan optimistas. Formaban parte de esa minoría que recurre a la filosofía y a la historia para acertar casi siempre en sus pronósticos, pero no son escuchados, leídos y mucho menos atendidos por una población alienada que prefiere los cantos de sirena de quienes defienden un sistema económico y social dudoso.
Presentamos aquí tres textos. El primero es la introducción del semanario uruguayo a los otros dos, el primero de Miguel Ángel Nieto desde Madrid y el segundo de Albérico Lecchini desde Estocolmo.
Una cruz gamada recorre Europa
Las necesidades de la explotación mercantil primero y capitalista después llenaron los barcos europeos con soldados, comerciantes y por último con campesinos y desheredados que partían a los confines del mundo en busca de riquezas o simplemente con la esperanza de una vida sin el espectro del hambre. Luego de siglos de saqueo los soldados se retiraron, los obreros y campesinos se quedaron a disfrutar una vida a veces más que decorosa y los comerciantes cambiaron barcos por aviones. Después los europeos inventaron la importación de mano de obra para abaratar su vida. Pero de tanto vender el modelo de vida occidental, los gobernantes comunitarios están tratando ahora de expulsar a los “intrusos” que intentaron verlo con sus propios ojos. Pero racistas de todo pelo, neonazis y neofascistas, desde Gibraltar a Budapest hoy quieren expulsarlos o hacerlos desaparecer como sea. Lentamente un movimiento antirracista se despereza y empieza a combatir la cruz gamada.
Europa, una fortaleza de raza
Miguel Ángel Nieto (Madrid)
Al fantasma que en 1848 recorría una Europa de la que ya no queda ni la Unión Soviética le ha quitado la sábana otro espectro, que, al borde del año 2000, alza la palma derecha contra el cielo. Al ritmo al que aumenta la xenofobia y se refuerza la muralla para los tercermundistas que quieren acceder a la fortaleza comunitaria, crece el espejismo de la cruz gamada sobre el viejo continente.
Estados Unidos hace lo imposible para que en su territorio no queden haitianos. Italia consiguió expulsar de sus puertos a los albaneses. Ningún país quiere cargar con refugiados yugoslavos. Alemania, como denunciaba el escritor Günter Grass, ha convertido a los ciudadanos de la RDA en “ciudadanos de segunda”. El pionero de las “identidades nacionales”, el Frente Nacional de Jean-Marie Le Pen, tiene ya un suelo electoral del 10% y el 32% de los franceses apoya sus ideas según Le Monde.
El Vlaams Blok, de Filip De Man, reelegido diputado en Bélgica, ha conseguido 12 escaños en un parlamento de 212 escaños y en Italia, el ascenso de la Liga Lombarda de Umberto Bossi se compara ya con la popularidad de Mussolini.
Para el nazi español Pedro Varela, coordinador del Círculo Español de Amigos de Europa (Cedade), el avance del neofranquismo es “irreversible”.
Crear el IV Reich es el objetivo del neonazi austríaco Gottfried Küssel, líder indiscutible del fascismo alemán. Para ello cuenta con medio millón de simpatizantes y 15 mil militantes.
Otro fascista austríaco, Joerg Haider, que llama a su partido “el de la libertad”, quedó segundo en las elecciones al ayuntamiento de Viena y confirmó así una tendencia que inauguró Kurt Waldheim tras llegar a la presidencia de Austria habiendo tomado parte en el holocausto.
España, país que no persigue a los neonazis, acogerá en abril una concentración mundial de fascistas. Berlín pretende montar un hipermercado sobre las tumbas de un campo de concentración. En Polonia proliferan las asociaciones antisemitas y en Luisiana el dirigente del Ku Klux Klan, David Dukem, promete competir por la presidencia con el propio Bush. Michel Poniatowski, lugarteniente de Giscard D´Estaing, llegó a decir que Francia es objeto actualmente de “una ocupación extranjera similar a la nazi”.
¿Se trata de una resurrección de Hitler?, se preguntan sociólogos y politólogos de todo el mundo.
La xenofobia, incendiada por la crisis económica y el resurgimiento de los nacionalismos, parece estar detrás de un fenómeno que en Francia ya tiene categoría de alternativa política.
En la nueva Alemania unificada, donde renace con mayor pureza el fenómeno fascista, la discusión política sobre el recorte del derecho al asilo, el elevado desempleo de la ex RDA y la escasez de viviendas son los factores que han despertado los reprimidos resentimientos racistas.
Los domingos por la noche, la televisión germana hace un resumen de la violencia racista registrada en el país. La Brigada de Investigación revela que los ataques racistas en Alemania son ya cinco veces superiores a los registrados en 1990. Inglaterra no se queda atrás. En 1989 Scotland Yard contó 7 mil agresiones racistas y en 1990 la cifra se elevó a 10 mil.
El politólogo Hajo Funke, del Instituto Otto Suhr de Berlín, considera que la xenofobia y los continuos éxitos electorales de los partidos de la extrema derecha alemana tienen su origen en un nacionalismo exclusivo, despertado por la escenificación de la reunificación nacional. El sociólogo Wolfang Brück, de la Universidad de Leipzig, asegura que “la derecha domina en toda la escena juvenil”.
En Alemania la distorsión ha llegado a los límites del paroxismo. Mientras el seminario Die Zeit responsabiliza a pedagogos y asistentes sociales de difundir el fascismo entre la juventud, el diácono social Thomas Sprung culpa a la prensa, que a su juicio “no hace sino acelerar la ideologización de los jóvenes extremistas, sobrevalorando los contenidos políticos y proporcionando arquetipos a los jóvenes que luego los imitan de verdad”.
La Oficina Federal ofrece datos que asustan: en Alemania hay 4500 militantes ultraderechistas, 40 mil seguidores y otros tantos miles de simpatizantes.
El neonazismo, apuntaba el politólogo norteamericano James Petras, tiene una diferencia con el nazismo: crece en las democracias. Es un “fascismo parlamentario” que utiliza las hasta ahora estructuras democráticas para impulsarse y que cobra fuerza en un momento en el que los nacionalismos han despedazado Yalta. Un ejemplo. Los neofranquistas, a los que se les prohibió manifestarse el 20 de noviembre, se manifestaron hace dos semanas bajo este eslogan: “Sólo pedimos la palabra”. Un eslogan nacido, paradójicamente, de versos de Blas de Otero, un poeta amordazado por Franco al que ahora, en plena libertad, recurren los franquistas.
Desde la democracia, los grupos neofascistas han tendido sus tentáculos hasta catalizar el malestar social. En Francia, según André Comte-Sponville, filósofo de mayo del 68, el FN de Le Pen se ha convertido en el “beneficiario exclusivo de la protesta social”, en el catalizador de quienes consideran que el Estado les quita mucho –altos ejecutivos y pequeños trabajadores independientes– y de los que consideran que les da muy poco, los parados.
“El sistema no tiene errores; el sistema es el error”, dice Alberto Vázquez, líder del grupo Nación Joven, que agrupa a los decepcionados de Falange, el Frente Nacional y las Juntas Nacionales.
A juicio del profesor José Luis López Aranguren, sin embargo, lo que impulsa al fascismo no es la crisis del sistema democrático, si bien el divorcio cada vez mayor “entre por ejemplo Miterrand y la sociedad francesa” haya propiciado la búsqueda de nuevas vías de diálogo con el poder.
La incomunicación del poder ha llegado al extremo en el caso italiano, siempre atípico. “Seremos la chispa que perforará el sistema de partidos”, advierte Bossi, líder de la Liga Lombarda y senador desde 1987. Las raíces de la Liga están entroncadas con el desencanto que sienten los italianos hacia la política, la desconfianza hacia sus dirigentes y la protesta contra un sistema corrupto.
“No tenemos absolutamente nada que ver ni con los seguidores de Le Pen ni con los neonazis alemanes, ni con la extrema derecha española”, afirmó Giorggio Foletti, secretario provincial de la Liga Lombarda. Esta fuerza política, que en los comicios de 1990 se convirtió en el primer partido de Lombardía, obteniendo el 28% de los votos en Brescia y el 23% en Milán, tiene un principio sagrado: controlar la inmigración. “A los negros démosle trabajo, pero en su país”, dice Bossi en los auditorios del norte de Italia, la zona más desarrollada, industrializada y europeizada del país. Bossi ya ha metido un pie en el parlamento nacional, comenzando a hacer daño a la Democracia Cristiana. La mecha está encendida, la dinamita esparcida por el país.
En Francia el discurso de Le Pen dejó de ser idealista; ahora es realista, y su estrategia política, pragmática. Le Pen habla de la “toma legal” del poder y su partido va puerta a puerta en busca de votos. Su propuesta educativa (y las 50 sugerencias sobre inmigración) han recibido elogios hasta de la neogaullista Agrupación para la República. Neonazis, monárquicos e incluso skinheads piden el voto para el Frente Nacional.
Le Pen, con 80 mil militantes, ha logrado “una penetración sensible en todos los medios sociales, con puntos de apoyo sensibles en pequeños trabajadores independientes (19%), parados (16%) y ejecutivos de alto nivel (16%)” según un estudio de 1988 del Instituto CSA. Cada día 200 periódicos franceses salen a la calle con el sello ultraderechista.
Como subraya el historiador Pierre Milza, la extrema derecha francesa ha obtenido el éxito tras adoptar la táctica de “no avanzar a cara descubierta”, mensaje lanzado en 1962 por el ideólogo ultraderechista Dominique Vennert. Su prosperidad llega cuando adopta la táctica de los discursos respetables, lejos de la marginalidad y del rechazo de la tradición republicana. Los fascismos empujan a las democracias, las democracias a los emigrantes y los emigrantes a los gobiernos. El tiovivo gira en el carrusel de la impunidad de los negocios.
En 1990 Amnistía Internacional denunció la “bunkerización” de Europa. “A medida que el continente se desarrolla en términos económicos, crece la discriminación hacia los pobres”. La coyuntura económica está en el fondo del fenómeno. La irrupción en el mercado de trabajo de “todos esos emigrantes a los que despectivamente llamamos extranjeros”, es el desencadenante, opina Aranguren: Si a ese “temor a que vengan” se une “una falta de estima por otras familias o etnias diferentes a las nuestra, se obtiene ese resultado”. El semanario The Economist insistía que para el éxito de Duke en USA, hizo falta la recesión económica estadounidense.
En Suiza, el país perfecto, el odio racial ha ganado terreno entre los jóvenes de una clase media emergente a la que la crisis ha truncado su carrera. Los sociólogos y psicólogos investigan el fenómeno a partir de una subterránea injusticia social en sectores de la sociedad suiza, en ese “cuarto mundo” que ve con malos ojos que musulmanes, árabes, amarillos y negros puedan tener un puesto de trabajo que ellos no consiguen y con ello alquilen las escasas viviendas. La prosperidad de antaño es cuestionada por el incremento del desempleo y por los sacrificios que exige la candidatura de Suiza a la CE. Quizá esto explique por qué 15 de los 200 escaños del Congreso suizo quedaron en manos de los partidos xenófobos en las elecciones generales del 20 de octubre.
El huevo de la serpiente
Albérico Lecchini (Estocolmo)
Seis personas de origen extranjero fueron baleadas en las últimas semanas en Estocolmo y Uppsala, resultando con diversas heridas. Dos se encuentran en grave estado. Todas fueron atacadas por un enmascarado, que les disparó a quemarropa. El episodio amenaza con convertirse en algo casi habitual en la otrora pacífica Suecia.
Lo ocurrido es una expresión más de la violencia que se viene ejerciendo en contra de la población no escandinava por los grupos neonazis.
Durante décadas la policía concentró su trabajo en infiltrar y controlar los grupos de izquierda, mientras la ultraderecha –si bien con poco espacio político– ha ido tejiendo con tranquilidad su red de contactos y comunicaciones, infraestructura militar y objetivos políticos. De la teoría han pasado a la práctica aprovechando la crisis económica, la casi indiferencia de un gobierno de centro derecha y la pasividad de la mayoría de la población. Sus objetivos son mantener pura, dicen, la raza aria nórdica de cualquier contaminación amarilla, negra o menos blanca. Políticamente admiran y sueñan con estados autoritarios. El retroceso de la izquierda, la caída de los regímenes socialistas, les ha permitido pescar en aguas revueltas a jóvenes que ya no tienen alternativa a su frustración.
Los atentados son parte del camino de estos grupos para sembrar el terror. Desde hace tres años vienen ocurriendo atentados con cócteles molotov contra campos de refugiados, robos de armas en comisarías, municiones y explosivos en depósitos militares y asaltos a bancos. La tristemente conocida cruz de madera del Ku Klux Klan ha sido quemada frente a viviendas y campamentos de refugiados. Familias enteras han visto sus comercios, o sus casas, quemados. Durante octubre y noviembre los extranjeros vivieron días de terror al asolar las calles un tirador emboscado que hirió a varias personas y mató a un iraní de 35 años. La policía no ha logrado hasta ahora encontrar pistas para detener al tirador, como no las ha encontrado en casos anteriores. Hasta el momento el único resultado concreto de la búsqueda policial ha sido la detención de dos miembros del grupo Resistencia Aria Blanca, que asaltaron una comisaría donde robaron armas y participaron en asaltos a bancos. Pero en los tribunales los jueces no reconocieron la estrecha vinculación entre la propaganda política violenta de estos grupos y los delitos cometidos.
La ignorancia y la desinformación hace creer que los refugiados llevan una vida lujosa. La realidad de los campamentos es bien otra. Los refugiados deben esperar meses, a veces años, a que sus casos sean investigados. No pueden trabajar, están aislados de la sociedad por no saber el idioma, no pueden mantener contacto con el personal del campamento (los funcionarios son trasladados o despedidos si esto ocurre). Decenas de menores de edad que han llegado solos a Suecia, o que viven con sus familias, han sido arrestados durante días hasta que sus casos se aclararan, pese a que la Constitución y la Convención de Ginebra prohíben tal medida. Han ocurrido varios casos de suicidio.
Lejos quedan los días en que los suecos se prendían de la solapa una mano con señal de stop y el texto “No toques a mi compañero”. Ahora los neonazis usan lo mismo, pero con el texto “No toques mi patria”. La guerra de razas ha entrado en una nueva fase, gritan en las plazas los cabezas rapadas que andan a la caza de un “cabeza negra”.
En estrecha colaboración con otros movimientos de Europa y EEUU, las organizaciones suecas han creado su propia Federación Nacional de Suecia integrada por varios partidos. En ella participan –en forma muy discreta– militares, políticos, juristas, policías, periodistas, pastores y otros, como revela un periodista sueco que durante años ha investigado este fenómeno. Las acciones violentas quedan en manos de la ya nombrada Resistencia Aria Blanca. Las milicias populares suecas, una especie de ejército local munido con armas de guerra liviana, son otra cantera de reclutamiento. Los cálculos hablan de entre 8 y 10 mil miembros activos en los grupos ultraderechistas.
¿Qué hacen las organizaciones populares, la oposición y el gobierno ante esta ofensiva?
Es tradición aquí en Suecia decir que la violencia es algo ajeno a la sociedad. Los conflictos se solucionan dialogando y a través de compromisos. La sociedad de bienestar se construyó en base a la negociación entre patrones y trabajadores. Pero las reglas de juego cambian rápido en un período donde todo ocurre a velocidad vertiginosa. Hoy un neonazi se atreve a decir: “El sueco es un cobarde. Por eso debemos hacer el trabajo sucio por él” en uno de los diarios más importantes de la capital.
El primer ministro Carl Bildt (Partido Conservador) se refirió a los hechos con una negligencia que les quitaba importancia. Las organizaciones de inmigrantes le han pedido que pronuncie un discurso televisivo condenando con claridad los hechos, pero él ha dicho que no, porque no es tradición en Suecia –al contrario que en los EEUU– que el primer ministro pronuncie discursos, y tampoco quiere crearla. Su irritante arrogancia ha despertado ácidos comentarios y mordazmente se le ha comenzado a llamar “cubito de hielo” por su frialdad y ausencia de sentimientos solidarios con las víctimas de los atentados y sus familias. Bildt llegó a sugerir que todo podría tratarse de un ajuste de cuentas entre mafiosos extranjeros, que en Estocolmo abundan. Esto despertó la reacción del socialdemócrata Pierre Schori, que pidió al gobierno una actitud clara ante los atentados, aunque su partido tampoco tuvo esa actitud. La única excepción fue la del liberal Bengt Westerberg, que desde un primer momento salió a defender a las personas de origen extranjero apoyando sus propuestas mientras los demás se escabullían.
La irritación de los inmigrantes fue tal que el primer ministro tuvo que acceder a reunirse con ellos. Más de mil personas acudieron a interrogarlo, por lo que salió bastante vapuleado. Aquí los políticos no están acostumbrados a que la gente los silbe, los abuchee o les haga preguntas incómodas. El público salió con las manos vacías, pero logrando que el primer ministro apoyara las protestas planeadas por las organizaciones de inmigrantes.
Desde hace un mes los sindicatos, las ONG y personalidades de la cultura iniciaron, inspirados en el llamado de un veterano de la guerra civil española, Per Eriksson (¿podía ser de otro modo?), un movimiento contra el racismo. Los medios de prensa cubrieron y anunciaron con bombos y platillos el advenimiento del movimiento, pero los ecos de las palabras se apagaron con los nuevos disparos que todavía siguen resonando en la ciudad vieja de Estocolmo, donde fueron heridos los africanos.
Organizándose en un comité llamado 21 de febrero los inmigrantes decidieron enfrentar el problema a partir de sus propias condiciones. Como constituyen el 10% de la población y la mayoría trabaja en servicios e industria, han decidido realizar un paro simbólico de una hora en la fecha de su nombre. De esta manera enviarán una fuerte señal a la sociedad: “Sin nosotros, Suecia se para”. Fábricas, hospitales, transporte colectivo y otros servicios quedarán paralizados si tienen éxito en su convocatoria.
Europa envía señales contradictorias y muchos temen que su futuro sea el de un supraestado policial. Defendiendo con todos los medios represivos la seguridad de sus “verdaderos ciudadanos”, los protegerá detrás de un nuevo muro, el más alto y extenso jamás construido.
Con el asesinato de Olof Palme la serpiente puso su huevo. Ahora observamos cómo sus descendientes –con los colmillos bien afilados– comienzan a atacar a las primeras víctimas.