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Número 64

Guevara por Granado / Alberto Granado

Guevara por Granado / Alberto Granado

En 1952, Ernesto Guevara y Alberto Granado realizaron un viaje de seis meses a través de América Latina que cambiaría sus vidas y forjaría una gran amistad. Así ve Granado a su amigo, el Che. (Extractos de entrevistas).

Conocí a Ernesto cuando tenía 14 años. Él quería jugar al rugby, pero como sufría de asma desde muy niño ningún entrenador lo quería aceptar. Jugar con asma es un riesgo grande. Entonces mi hermano pequeño (Tomás), compañero de estudios suyo, me lo presentó para saber si yo lo podía entrenar, sabiendo que yo creía mucho en el deporte como forma de mantener la salud. En aquellos días el rugby se estaba haciendo popular en Argentina, muchos querían jugarlo, pero después de las primeras prácticas se desencantaban y se iban con el equipo y las botas. Por esa razón pusimos una norma: para ser jugador nuestro el aspirante debía saltar sobre un palo de escoba colocado a un metro diez de altura y caer con el hombro, de golpe, una jugada que puede pasar 40 veces en un partido. La mayoría abandonaba al segundo salto. La excepción fue Ernesto, que no se puso ni el short, se colocó la camiseta y se tiró una vez, y se tiró otra y otra… ¡Si no le digo basta me hace un hueco en el patio! Tenía un tackle muy violento y, por lo demás, muy heterodoxo, no iba a la cintura, sino casi a la altura del hombro y aplicaba una fuerza increíble para su peso. Él jugaba de tres cuartos wing y cuando agarraba la pelota gritaba: ¡Acá va el furibundo Serna! Así que le pusimos Fuser, una síntesis de furibundo y Serna. Usaba el apellido Serna por su madre, quien le dio ímpetu y evitó que se transformara en un muchacho dominado por la enfermedad. En los partidos teníamos a alguien con el inhalador al lado del line-out y varias veces hubo que usarlo porque le daban unos ataques impresionantes de asma. Pero, aun así, era imposible decirle que no jugara. Tanto adoraba Fuser el rugby que en 1951, cuando el asma le arrancaba el aire y ya comenzaba a perfilar su vida hacia la medicina y otras inquietudes, se inició como periodista fundando y redactando crónicas para la revista Tackle, la tercera publicación dedicada exclusivamente al rugby que apareció en Argentina. El Che escribió seis artículos bajo el seudónimo de Chang-Cho. El oficio de reportero no fue ocasional, en 1955 cubrió como cronista y fotógrafo de Agencia Latina los Juegos Panamericanos de México.

Le gustaban los deportes y los practicaba todos como cualquier muchacho sano. Su paso previo al rugby había sido el fútbol. Fuser era “hincha canalla” (de Rosario Central) por dos razones: porque nació en Rosario y porque era admirador del Chueco García (Ernesto, el poeta de la zurda), un wing izquierdo muy bueno que después pasó a Racing, mi equipo. También jugaba, era un bastante buen arquero. Como esa posición requería menos movimiento y esfuerzo no necesitaba inhalador; lo usaba cuando jugaba de defensa, puesto en el que, pese a no ser muy heterodoxo ni elegante, se desenvolvía bien, sobre todo por su perseverancia.

Sus conocimientos de fútbol unidos a los míos nos sirvieron mucho en el viaje. Una vez nos encontramos con unos camioneros que practicaban con vistas a un partido el domingo siguiente. Entonces me puse a hacer “chiches”, jueguitos con la pelota. Estuve varios minutos haciéndolos y los deslumbré. El domingo jugamos en una cancha de tierra, salitrosa. Ernesto se colocó de arquero y yo de ocho. Nos fue bien. Después del partido me puse a hacer un chivito como los hacemos en Córdoba y me los gané a todos. Fue muy lindo. Otra vez, en Machu Pichu, nuestro juego nos ganó el alojamiento en un hotel que estaba cerrado. En esa ocasión mentí, le dije a la gente del equipo que jugaba en primera en un equipo de Buenos Aires. Allí no hicimos ninguna hazaña, eran muy malos, éramos tuertos en un país de ciegos. Y en Leticia, Colombia, fuimos entrenadores por necesidad económica y terminamos jugando. Ahí conocimos a Alfredo Di Stefano. Fuimos al hotel donde se alojaba y le pedimos entradas. Nosotros no éramos tímidos, si lo hubiéramos sido no llegábamos ni a la mitad del viaje. Con las entradas que nos dio Di Stefano vimos al Millonarios (el equipo donde jugaba él) contra el Real Madrid. Fue la primera vez que vimos fútbol europeo contra sudamericano.

Nuestro último partido juntos fue en 1963, siendo Ernesto ministro de Industria. Jugamos un partido contra un equipo universitario. Él no tenía complejos de ningún tipo y en ese partido marcó al rival y se tiró al piso como siempre. Nadie pensaba que el ministro iba a actuar así, pero por mucho ministro que fuera dentro de la cancha seguía siendo Fuser.

En el deporte, como en la vida, dos cosas llamaban la atención en Ernesto: su tenacidad y su inteligencia. Su tenacidad siempre me impresionó. También era temerario. Recuerdo cómo le gustaba tirarse clavados desde una piedra o un sauce a cuatro o cinco metros de altura. Lo hacía muy bien y era riesgoso, porque el agua era casi siempre baja y los pozos estrechos. Ese era uno de sus problemas, no tenía sentido del peligro. Cruzar el Amazonas a nado, por ejemplo, fue suicida. Allí hay una cantidad enorme de caimanes y pirañas. Si te golpea una rama y te saca un poco de sangre, al minuto te rodean las pirañas. Yo temía eso, pero bueno, cuando él tomaba una decisión era imposible decirle que no. En la película el cruce aparece en la noche para darle más tono poético y dramático, pero en realidad fue por la tarde.

Otro de los aspectos que resaltaban en su personalidad era la afición a la lectura. Desde chico, en lugar de lamentarse por su enfermedad hacía deporte y leía sin descanso. Con los libros leídos escribía lo que llamó su Diccionario Filosófico. Llegó al extremo de leer la obra de Marx como una lectura más, no como si estuviera leyendo a un filósofo. Más de una vez tuve que defenderlo de los demás muchachos, que lo llamaban loco porque se sabía de memoria los versos de Neruda. Les decía: “Ernesto es mucho Ernesto”. En lugar de médico podía haber sido un literato porque escribía muy bien; pero también un físico, un químico o lo que se hubiera propuesto.

En lo único que no destacaba era en el baile. Yo intenté enseñarle a bailar el tango sin resultado, carecía totalmente de sentido del ritmo.

Además de tenaz era muy firme en sus convicciones, muy drástico y duro. Durante nuestro viaje –está relatado en la película- cuando el doctor Pesce en Perú le pide opinión sobre el libro que había escrito y él le dice que era una porquería, podría haber sido más suave. Mi hermano Tomás me contó que una vez hablaban sobre García Lorca en clase y el profesor citó mal unos versos. Ernesto le soltó: “Para que vamos a hablar si usted no se sabe ni los versos”. El profesor tenía una bronca bárbara. Cuando era ministro, los muchachos de la escolta le agarraron el auto y salieron a levantarse un par de minas. Como era un auto del Estado, el Che usó su mano de hierro y les aplicó su propia ley. Les daba donde más les dolía, que era dejarlos sin comer y en calzoncillos para que pagaran su fechoría. Otra vez, en 1963, pasamos delante de los chóferes de Fidel. El Che le tocó la barriga a uno y dijo: “ ¡Ah!, están gorditos, ¡eh! ¡Para lo que trabajan! El chofer se quedó petrificado. Ernesto se dio cuenta que había metido la pata, volvió, le agarró el cabello y le dijo como manera de romper con lo que había dicho: “Se te está cayendo el pelo”.

Hay mucha gente que quiere imitar su dureza, pero él, además de duro, tenía mucha mano izquierda, como se dice de los toreros; sabía rectificar, aunque te hacía pasar muchos calores por esa forma tan brusca. Con quien era más duro era consigo mismo. Para él ser mentiroso o cobarde era el mayor defecto. También le gustaba el sacrificio, y no a todo el mundo le gusta el sacrificio. El que se metía con él tenía que sacrificarse.

Pero pese a sus virtudes tampoco hay que endiosar a Ernesto, así se lo va lavando mucho. Hay que recordar también las partes negativas. En la película quise evitar eso para que no hicieran de él un cowboy del oeste, un tipo que todo lo hacía bien.

Cuando llegué a Cuba después del triunfo de la revolución encontré al amigo afectuoso, un poco sardónico, pero igualito en cariño. Enseguida me di cuenta cómo había profundizado en la parte política nada más oírlo en la forma de expresarse, de tomar las cosas. Un día al escucharlo hablar en un acto oficial me volví hacia Celia, su madre, que nos acompañaba, y le dije como decía antes: ”Viste Celia, Ernesto es mucho Ernesto”.

Al hablar de sus condiciones les llamo sus tres incapacidades: incapacidad de mentir y aceptar mentiras, de recibir algo que no le correspondiera y de no dar el ejemplo. Todo lo demás es relativo. Tú puedes ser buen médico, buen poeta, buen guerrillero, estadista, pero si luchas contra la mentira ya lo haces contra otras muchas cosas; igual si no aceptas lo que no te corresponde. Y si dices vamos a cortar caña en vez de hay que ir a cortar caña, o vamos a ser maestros en lugar de necesitamos maestros, entonces actúas como él.

De todas formas yo lucho contra el mito porque crea una imagen falsa ¡Qué vamos a ser como el Che, si él era buen médico, buen mozo, valiente, inteligente! Es difícil ser como él. Era inteligente, pero también muy trabajador. Y valiente, aunque hay muchos valientes que terminan asaltando bancos. Pese a todo yo creo que hay mucha gente valiente y trabajadora en el mundo, muchos como él. El Che no era un mito, es un hombre que hizo y pagó las consecuencias.