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Número 55

Poemas / Liliana Lukin

Dos lecturas foráneas del Quijote

Poemas / Liliana Lukin

DESCOMPOSICIÓN. Buenos Aires, 1986

proceso

hay aquí un silencio oscuro
que nada tiene que ver con el silencio

aquí un silencio grueso
de bordes evidentes y sonoros
un silencio
como mirar al asesino en los ojos
mientras se recuerdan los ojos del asesinado
una quietud
que nada tiene que ver con el movimiento
ni con el deslizarse de las cosas
sobre la superficie de la necesidad

una tristeza hay
que nada tiene que ver con las grandes pasiones

hay un silencio aquí que nada
tiene que ver con las palabras

haciendo barro en los cuerpos
esa triste música

secretos

algo que es necesario pero no se conoce
y por ello parece imposible
algo que brilla según de dónde
y se oye como sedas en lo oscuro
y cruje como sedas apretadas o rotas
algo que es preciso tener pero no se posee
y es entonces considerado inútil
que crece cambia y cabe
pero desaparece
y ocupa sólo la mirada
dilantando el iris o el deseo

algo como una grieta seco y doloroso
de donde suave se reciba la música
alque que vuelve y gana y vuelve a perder
que se busca y siempre no se encuentra
y así result innombrable
algo que es necesario preciso tener
algo imposible inútil
que suena como sedas en lo oscuro
y cruje entre los ojos y respira



CARTAS. Buenos Aires, 1992

carta XL

mi querida: una es una inconciente
y sus actos son como un paseo distríado
por la cornisa a oscuras de la necesidad

así está destinada a la caída porque una
es una mujer desprevenida

una inconciente es una que es capaz de todo
por amor la conciencia no trabaja demasiado
(dejo de estar alerta y soy la voluntad
de lo que en mí trabaja más: una inconsciente
soy porque mis actos por amor pierden el tino
desnudando en público su verdadera condición:
lo femenino)

con furor alegre por el dolor del golpe
nace una trsiteza desmedida porque una sabe
en la caída la soledad de la caída

una es una inconciente que donde mejor se siente
es en el amor esa cornisa donde se organiza
la costumbre de ser una mujer

(en su falla lo femenino estalla)



LAS PREGUNTAS. Buenos Aires, 1998

¿si yo pregunto sabré?

pregunto como quien dispara una flecha
al corazón de la manzana: para claver el corazón

¿si arranco suave la heridora de la herida
sabré del corazón más que de la manzana?

¿la sangre que ella provoque derramar
es para mí?

pregunto como quien pregunta:
sólo por preguntar y oír la música

¿si el diapasón no suena bello a mis oídos
sabré más de la música que de los sonidos?

¿la felicidad que ella provoque escuchar
es para mí?

¿si yo pregunto sabré? ¿qué quiero preguntar?
¿si yo pregunto sabré qué quiero?
¿si yo pregunto sabré qué quiero preguntar?



TEATRO DE OPERACIONES. Anatomía y literatura. Buenos Aires, 2007

5

Ha llovido durante días:
fina, filosa, pertinaz el agua
pudre, lava y abrillanta.
Ajena a toda intemperie
Que no fuera la propia,
yo regaba las plantas
del lado cálido del vidrio.
Hoy al fin he salido a mirar
algo que no soy, el lago
alrededor del estrago
de los trabajos: tuve que salir
a distraer mi cuerpo del daño
visible: dolores al escribir,
árboles segados de raíz.
Días enteros de llover dejaron
charcos que hubieran sido
espejo de las altas copas
duplicándose,

pero lo continuo se ha quebrado,
y ahora sólo se ve allí cielo,
agua, esos veranos.


15

Acostarse, abandonar,
renunciar a la vigilia, desnudar
la cabeza de esa familia
de palabras: recostar
el alma que pesa.

Sobre su centro de gravedad
reposará ese miedo de perder
el control de los ecos del día,
de no ser
Imprescindible en ningún rol.

Cerrar el ojo y el ojo: dejar
el deseo sin cerrar,
amar el cuerpo tendido
como se ama el sentido del soñar:
reposar, reposar,

como un guerreo que odia las guerras,
como la perra que amamanta a su cría,

dejar esta pasión demencial
por estar de pie y atenta olfateando ideas,
aprender la lenta disciplina de renunciar.


17

No hay alivio para mí:
líquidos sinoviales ausentes
y cervicales en franca rebelión,
la alteración de lo visible en sí,
la esclerosis de las
profundidades,
todo se convierte en otro oro:
no son
la parte del león
de mi fortuna: cada una
de esas fallas es el precio,
la libra de carne con que pago
la energía,
el deseo y el ardor.

Alquimias del verbo
que, encarnadado,
en pura presencia me ha dejado:
escritura, amores, impaciencia,
dolores como ausencia
del Dolor.

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Poemas / Alberto Szpunberg

Poemas de Szpunberg

Poemas / Alberto Szpunberg

Del libro “El che amor”

SÁBADO TO NIGHT

Elegí la celda más última para tanto cansancio de andar es decir
puse en su puerta un fierro inmenso con nada
de malvón de madreselvas en flor de ventanita
taponé con telarañas las rendijas
con migas de pan todas las brechas
al gran silencio le cambiaba el pan y el agua
para que crezca señor y más callado
entonces me dije el corazón a cucha y ustedes
saluden las dos manos y al bolsillo
adiós dolor adiós dolor sensibleros del alma si te he visto
cuando de golpe mis vecinos arañaron inventaron
tormentas teléfonos ciclones
y estos enfurecidos buenos aires llevaban volvían
revolvían esas sílabas tan íntimas
con que ellos convocan al amor


PENDENCIERO

Era un viento fuerte de hombres y mujeres
que asolaba mi tierra hacía polvo
cosa de ver volar los tigres
oír los pájaros mugiendo
nadie sabía del amor adónde
detendrá sus carreras fantásticas
el loco del animal repartía pasiones
como quien dice puñaladas
y levantando las sábanas de los fantasmas
decidido a husmearles verles todo
hacía su política distribuía
sus guerrillas agitaba


EMPERRAMIENTO

Me matarán se llevarán algunos de mis pedazos más enloquecidos
estudiarán mis ojos cómo ven así de abiertos a la noche
mis manos cómo pudieron mis manos morir saludando tanto
mis pies cómo no huyeron con el tiempo de sobra que tenían
y volverán por mí por más pedazos por más y más destrozos
mi corazón entraba en un puño mi cabeza entre todos los hombres
era un buen muchacho le dirán a un montoncito de mis partes
pero ellos qué cómo cuándo, nunca sabrán, creo que nunca.


LIBERACIÓN

Como un río subterráneo para este país vale decir
pobres maneras que uno tiene de expresarse
a veces crujes como las hojas
en mis últimos poemas del otoño
entonces no era mentira aquello de que creces
y estiro los huesos le doy con todo al corazón
mientras tanto le digo a mi vecino
este tiempo es un incendio lento
la perra vida enloquece cuando vienen los calores
la rabia planta el oído contra el suelo
y habla de ríos duros ríos subterráneos
por si acaso fuerzas del orden mandan
cerrar la boca tapiar la patria
no vaya a ser cierto que calientan tus mareas
tus dulces movimientos van de levante entre los hombres
te metés a repartir a amasijar.


O MUERTE

Mis manos se mueven despiadadas como naciendo
son cosas de los días de lluvia
de estos diablos tiempos destemplados
acá la guerra sigue andando y encarnecidas
la muerte y la ternura como nunca
ya se hablan de corazón a corazón
sinceramente tuyo todo tuyo
ahora los de enfrente no sé qué miran
como si nunca hubiesen visto una de amor
caer agua mojada afuera es noche
la historia vuelve a repetirse.


BANDO

A ver ese fuego los que traen
la leña los residuos
rápido mis trozos de corazón
mis huesos para darles duro
a ver esos dónde están que convocaron huracanes
para hurgar la brecha bogar en sus barquitos
las cenizas empecinadas aporreadas relocas
a ver los quemados los ahogados
los inundados los desbordes
paso a mis grandes resuellos
que vienen degollando

vos, pedazo de amor, plantate acá.


EGEPÉ

Abajo aquí sus huesos sus fusiles
ese atadito de hombre
no sé la tierra cómo hace que se aguanta
los que avanzan sobre ella son las mejores noticias que nos llegan
de ustedes

denle, muertos de amor, sostengan que nacemos.

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Nota de redacción / Revista Malabia

Nota de redacción, revista malabia 55

Nota de redacción / Revista Malabia

La colección Libros de Malabia, iniciada con “Los árboles sin bosque”, se verá incrementada en breve con dos nuevos títulos. Mantendremos a nuestros lectores informados.

La Suprema Corte de Justicia de Uruguay declaró inconstitucional la ley que permitió comenzar a investigar los casos de violaciones de los Derechos Humanos cometidos durante la dictadura y encima convirtió esos delitos, de lesa humanidad, en delitos comunes, permitiendo que prescribieran. Estas decisiones se suman al traslado de la jueza Mota, principal investigadora de esos casos, de la Justicia Penal a la Civil.

La vuelta a la democracia en 1986 vino acompañada del afán de hacer justicia. La tortura, el asesinato, la desaparición, debían investigarse. Luego de tantos años de lucha, los culpables quedan impunes.

¿Tuvo lugar en Uruguay un golpe de Estado “blando”, similar a los de Honduras y, sobre todo, Paraguay? Publicamos varios artículos que echan luz sobre el asunto.

En este número nos asomamos a la obra de dos excelentes poetas argentinos, Liliana Lukin y Alberto Szpunberg. Álvaro Ojeda, por su parte, nos recuerda a Nancy Bacelo, poeta uruguaya ya desaparecida, que fue durante mucho tiempo la cara visible de la Feria del Libro montevideana. Las dos orillas del Río de la Plata se unen en ellos anticipando lo que vendrá: una cultura rioplatense insertada en América Latina y el mundo entero por su carácter universal.

Rodríguez Padrón, que en el número anterior nos acercó a la literatura eslava de la mano de Jaroslav Hashek y su soldado Schwejk, hoy nos trae a Bruno Schulz, escritor asesinado en 1942 por un miembro de las SS. Ese acercamiento nada tiene que ver con la geografía, ni siquiera con la importancia, central en Europa, de la literatura eslava. “Ni nación, ni lengua, ni siquiera religión: un mundo personal e identitario por familiar, una vida que no podrá serle arrebatada al autor ni a sus criaturas…”, nos dice Padrón.

Nombra, de paso, como si nada, a Witold Gombrowicz, escritor polaco que desarrolló su obra en Buenos Aires. ¿Es Gombrowicz un escritor argentino o polaco? ¿Es la literatura argentina una literatura polaca, como señala Piglia nombrando al mismo autor? Ni nación, ni lengua, lo nuestro es el mundo, dirán de seguro los autores convocados a este número de Malabia.

La mirada barcelonesa queda a cargo de Javier Seguer y el cine en manos de Guido Bilarinho, quien desde su portugués natal (idioma que deberíamos cuidar más los hispanohablantes) nos acerca una pequeña muestra de la calidad cinematográfica de su gran país.

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Brevísima historia contemporánea de la izquierda uruguaya / Sandino Núñez

Brevísima historia contemporánea de la izquierda uruguaya

Brevísima historia contemporánea de la izquierda uruguaya / Sandino Núñez

fin de siècle

Se sabe que toda operación de andar poniendo fechas, orígenes o puntos clave en la historia es antojadiza o arbitraria. Pero también se sabe que es, hasta cierto punto necesaria. 1989 fue el fin anticipado del corto siglo XX, de acuerdo a lo que ya es un lugar común en algunos observadores: fin del socialismo Real, comienzo de la expansión ilimitada del capitalismo de mercado y de la ontología brutal de la globalización. Para la izquierda uruguaya fue el comienzo de la crisis del ala marxista tradicional. También fue el año en que el Partido Nacional ganó las elecciones. Lacalle nos hacía sentir, casi por primera vez, que nos gobernaba directamente una clase social; quiero decir, no una élite (o una clase) política que representa eventualmente los intereses de tal o cual sector o clase social, sino directamente una clase, un tipo e incluso un estilo o un gesto social: una vestimenta, un look, un dialecto, una forma de hablar.

Si Sanguinetti era el grado cero de lo social y el grado infinito de lo político, Lacalle era casi exactamente lo contrario: el grado cero de lo político y el grado infinito de lo social. El primero ocultaba su proveniencia social detrás del uniforme del saco y la corbata (casi logrando así la invisibilidad de un man in black, cuya imagen no debe permanecer en la memoria retinal de nadie), del habla de una clase media acomodada, ilustrada y laica, educada en el Elbio Fernández y en la Facultad de Derecho, forjada en las astucias del comité, recostada en un ambiente libresco o de gabinete, capaz de hablar, con fluidez e irresponsabilidad, de estética, de filosofía, de derecho, de grandes líneas ideológicas o doctrinarias, capaz de citar a Ahrens o a sir Karl Popper, incluso a Habermas o a Beck, a la sociedad abierta y a sus enemigos jacobinos.

El segundo mostraba su verdad en la singularidad irreductible de la imagen publicitaria: el look country, más cerca del caudillo, el patrón o el patriarca (el territorio, el campo, la lógica pastoril) que del político (el ambiente urbano de la polémica liberal), el familiarismo y las profundas convicciones católicas, siempre acompañado por “la verdad enfática del gesto en las grandes circunstancias de la vida” (la frase es de Baudelaire), siempre rodeándose de objetos parciales y de pequeñas magias fetichistas y barrocas destinadas a lograr una especie de empatía o de contagio con la masa: la lacia rebeldía del jopo cayendo sobre la frente, la golilla, la camisa remangada, el auto reciclado de Herrera que lo conduce (junto a su Vice Aguirre) del Parlamento a Casa de Gobierno, el juramento y la ceremonia de promesa (o misión) cumplida ante la tumba del abuelo, la convocatoria y la interpelación arcaicas en patriotas u orientales. En fin.

A pesar de su laicismo, Sanguinetti podía, en cualquier caso, hacer suya la frase cristiana “mi reino no es de este mundo”: él es nadie, es nada, representa a la política institucional misma. Lacalle en cambio, y a pesar de su confeso catolicismo, no: su reino era bien de este mundo, no remitía a nada ni metaforizaba nada. Únicamente representaba el fin de la representación.


fin du globe

También ese año marcó un punto de catástrofe para la izquierda (no solamente para la izquierda, ciertamente, pero sobre todo para la izquierda). La política se desplazó súbitamente al famosísimo “arte de lo posible”: administración, gerencia y gestión práctica de adversidades, obstáculos y anomalías, y ya no un deseo o una Idea política. La palabra “capitalismo” comenzaba de a poco a desaparecer del vocabulario de la izquierda hasta ser completamente suplantada por la palabra “economía” (aunque esa desaparición tiene una fecha bien precisa, como veremos más adelante, enseguida). Pero, sobre todo, apareció la poesía mimética de la imagen, el publicista, la “idea-fuerza” (frase de inocultable memoria nietzscheana), y los “politólogos”, título académico-nobiliario que se les concedía a los interpretadores de encuestas y a los profetas de lo obvio que comenzaban a aparecer en los medios. Y ya que política en tanto “arte de lo posible” suponía una renuncia voluntaria a la Idea y al Concepto, también suponía el cálculo electoral, la subordinación obediente a encuestadores capaces de poner en cifras y diagramas el deseo (o mejor, el apetito) insustancial de la masa, la tentación facilista de hipnotizar con la verdad definitiva de un póster o un eslógan, o zambullirse gozosa en la magia contagiosa de los nuevos poetas: publicistas y asesores de imagen (y de paso, en esa imagen o esa frase graciosa o tierna que todo lo resumía, se podía lavar la cara austera y agria de una izquierda histórica habituada a hablar de revolución, dictadura del proletariado, violencia necesaria, sacrificio, pueblo en armas, etc.) Era un golpe duro. Invertir dinero en una campaña publicitaria era un atajo en el camino del movimiento y de la demanda social hacia la política investida en el Estado: un videoclip y un clisé parecían ponernos de pronto ante las puertas mismas del cielo. Conviene no olvidar que ese año estuvo coronado por el primer gran éxito electoral de la izquierda: la primera intendencia frenteamplista de Montevideo.

Pero ¿y si como observaba Platón, la poesía en realidad “nos desviaba del desvío”? ¿Y si nos mostraba una verdad redonda e inapelable que nos encandilaba e impedía u obturaba el camino a la verdad? ¿Y si la cuestión política no era la verdad sino el camino a la verdad, así como la cuestión del sujeto político no es la libertad sino la liberación? De golpe nos entusiasmábamos con la creencia de que un par de creativos, poetas y publicistas nos situaban, afortunada magia, casi al lado del edificio mismo del poder, y que ese atajo podía suplantar años de organización y militancia (usemos palabras viejas, deliberadamente), de brigadas cobrando cuotas y cotizaciones, repartiendo periódicos y editoriales, organizando reuniones y discusiones, tratando (con diversos grados de torpeza o fortuna), de crear sujetos políticos, en fin. Pero, una vez más: ¿y si la política residía precisamente en esa paciente organización colectiva o social del pensamiento, y no tenía nada que ver con un medio orientado al fin de inscribir al partido (que a su vez inscribía, se supone, el interés o la demanda de los movimientos o los sectores representados) en un lugar en el poder del Estado?

Entonces podemos repetir, sin remordimientos, la fórmula. El grado infinito de la poética publicitaria electoral era el grado muerto de la filosofía política. Cuanto más cerca del poder, más lejos de la política. Cuanto más cerca de la pragmática y la retórica, más lejos de la idea y del concepto.


La debacle total

Hay que hacer, antes, un paréntesis excepcional y extraordinario en el año 1992, que indicó la ocurrencia de un extraño revés (y casi se diría, a esa altura, un revés casi residual o extemporáneo) en la inercia gravitacional que parecía arrastrar a la izquierda hacia la lógica de la pragmática, el mercado y los medios. Se logró y se ganó el plebiscito contra la privatización de las empresas públicas. Algo del siglo parecía seguir vivo ante el furor privatizador, el dinero fácil y las consignas de achicar el costo del Estado, propias del clima neoliberal de la utopía capitalista de los 90 (recuerdo todavía unos pegotines que solían adornar ideológicamente algunos autos cero kilómetro en aquel entonces, que decían:¡Achiquen el costo del Estado, por favooooooor! —así, enfáticamente, con muchas “o”). Pero los teléfonos, el agua, la energía eléctrica, los combustibles, los fondos de pensión, seguirían siendo empresas estatales.

Ahora sí. El verdadero punto de inflexión para la izquierda uruguaya ocurriría casi exactamente diez años después de este plebiscito, con la famosa crisis bancaria, el corralito y la fuga de capitales del año 2002 —es decir, un año después de que el derrumbe de las torres gemelas de Manhattan pareciera simbolizar el derrumbe de la utopía capitalista de mercado y de la globalización lograda únicamente a empujes pacíficos de democracia liberal y de elecciones libres, dando lugar a una especie de nuevo orden bélico mundial, erizado, matón y agresivo. En la llamada “crisis del 2002” todo el sistema político uruguayo cerró sus filas en la consigna de salvar a la economía nacional de la quiebra, la ruina y el default. Todo el dispositivo político institucional corría de aquí para allá pues el Titanic comenzaba a zozobrar. Se debía aprobar de urgencia una ley que autorizara una inyección de capital de 1500 millones de dólares provenientes de los Estados Unidos. El Ministerio del Interior y los medios anunciaban que la horda y la marabunta hambrienta medieval se descolgaba de los rincones más sombríos arrasando todo a su paso: la peste lamía los muros de la ciudad. La anomalía radical, la catástrofe, el gran happening final, el fin del mundo, ya estaba comenzando a ocurrir.

Tras un épica jornada, llena de horror y sobresaltos, discusiones y exasperaciones, la ley fue aprobada. Ahora era cuestión de esperar que el Congreso de los Estados Unidos aprobara a su vez el envío de la ayuda. Todo el sistema político nacional decidió entonces plegarse a la performance enfática de realizar una especie de ridícula vela de armas en la propia Embajada de USA hasta altas horas de la noche, con caras graves y expectantes, en un delicado composé con la terrible circunstancia. Los periodistas, raza despreciable, recorrían el lugar, realizando breves entrevistas a los políticos conocidos, jadeando y a media voz, como si estuvieran velando a alguien o a punto de ser devorados por un monstruo que no era conveniente despertar. Miles de uruguayos seguían discretamente los acontecimientos por la televisión, pálidos fantasmas iluminados por el brillo espectral de la pantalla, comiéndose las uñas, al borde del colapso cardíaco. Si la cosa salía mal, al otro día, íbamos a amanecer flotando en el Atlántico, y las hordas de zombis hambrientos, autómatas residuales del propio capitalismo que venían de los barrios pobres, de las zonas marginales y de los campamentos para refugiados, iban a tomar por asalto nuestras casas, nuestros shoppings y nuestros supermercados, iban a violar a nuestros hijos y a nuestras mujeres y nos iban a comer a todos. Qué novelón, señor, qué profundo dramatismo: así no hay corazón que aguante ni cerebro que ligue dos ideas.

Recuerdo que sorprendido por un periodista ante la pregunta “¿qué pasa si el Congreso de USA no aprueba el envío de fondos a Uruguay?”, el Cr. Danilo Astori, quien iba a ser nuestro Ministro de Economía de izquierda apenas dos años después, se tomó la cabeza con las manos y sin poder ocultar una especie de gesto out of joint, logró, apenas, murmurar, con la voz quebrada: “la debacle… la debacle…”.


El padre de todos los simulacros

La ayuda fue, finalmente, aprobada. Y esto redondeó, rasgo típicamente uruguayo, la forma más convencional y burda del simulacro. El dinero llegó en la alta noche al aeropuerto de Carrasco en un avión oscuro y secreto (hubiera bastado una transferencia electrónica, o una autorización para imprimir dólares, supongo yo). Inmediatamente, un deslumbrante dispositivo militar de seguridad rodeó la operación del traslado de los fondos desde el aeropuerto al Banco Central (una operación comando con policías, sirenas, guardias, militares, jeeps, camiones, ansiosas comunicaciones por radio, fue el contracorso visible e hiperrealista de las invisibles hordas de zombis hambrientos, en cuyos ojos se adivinaba el brillo insano por el hambre y la voracidad, amenazando con el fin del mundo y de la vida). Esta infame teatralización entre los zombies antropófagos y la seguridad, puesta entre el sistema político, la imagen, los medios y el horror de la masa, selló definitivamente el destino de la política contemporánea uruguaya, y especialmente el de la izquierda. No estábamos endeudando a la gente para rescatar al sistema financiero, especulativo, bancario, no estábamos preservando la estructura del privilegio, el capital, la riqueza y los bienes. No señor. Estábamos mostrando un gesto de madurez y responsabilidad política sin precedentes para salvar una economía al borde de un colapso debido a alguna anomalía de su funcionamiento (crisis de fe, rebote del efecto argentino, en fin). We are fantastic.

Era más sencillo, como observaba Zizek, hacer que la masa imaginara el fin del mundo, el fin de la civilización y la debacle total, que pensar que podíamos estar cerca del final de un simple modo histórico de producción. Y este fue el momento exacto en que la palabra economía sustituyó plenamente, en la izquierda, a la palabra capitalismo. (Sabemos que capitalismo es un modo histórico de producción, y que economía es una dimensión irreductible de la práctica social.) Y en que la lógica pragmática de la economía y el mercado sustituyó a la lógica de la política.

¿Qué hubiera pasado si la famosa ayuda no llegaba? Nada. Quiero decir, nada grave; nada, sospecho, de lo que no hubiéramos podido salir. (Para no ir demasiado lejos, Argentina levantó su economía después del 2001 sin ayuda alguna de los Estados Unidos. Recuerdo que se llegó a pensar, casi proudhonianamente, en un sistema de trueque-trabajo que sustituyera al dinero).

Ese gesto fue decisivo para la izquierda. La izquierda pudo haberse situado en las antípodas de este acuerdo, o incluso, simplemente, al margen: pudo haber entendido que un acto político, en ese momento, hubiera consistido en trazar o en permitir que se trazara un antagonismo entre la política y la propia economía (en entender el acto anticapitalista como una crítica a la economía política). Pero no: herida la izquierda marxista histórica, lo que quedaba de la izquierda eran jirones de oportunismo electoral, burocracia funcionarial, tentación con el poder o meros balbuceos anecdóticos o poéticos sobre el pasado reciente. En el año 2002 estuvimos a muy pocos pasos de una verdadera revolución política (descapitalizados, empujados casi a la ruina, con el poder del Estado reducido a escombros, una derecha desconcertada e incapaz de pensar el poder), pero agarramos para el lado contrario. No es descabellado pensar que por ese gesto —e incluso por los malentendidos provocados por ese gesto— la izquierda ganó las elecciones siguientes.


Renovación ideológica

Y ahora se habla de renovación ideológica o de renovación político-teórica de la izquierda. Y hay que entender, antes que nada, que no hay renovación ideológica posible sobre ese real de un capitalismo cubierto e invisibilizado por la economía, la tecnocracia, los medios y los miedos a la catástrofe (y no solamente la catástrofe económica o financiera, sino todos sus sucedáneos: la catástrofe sanitaria, la de la delincuencia, la meteorológica, la de los accidentes).

El presidente Mujica, a pesar de parecer situado en las antípodas del expresidente Lacalle, es una perfecta continuación de aquella magia idiosincrásica que comenzaba en 1989 y que era el síntoma del fin de la política: la singularidad fascinante de un personaje que no representa nada sino que es la vaga convocatoria poética de un estilo, un look, un modo de vida, una forma de hablar. Los votos de pobreza, la apelación a la solidaridad, la sensibilidad y la caridad es la ingenua gran variante católica del actual discurso de la izquierda en el poder. El trabajo libre y desproletarizado, las iniciativas individuales de los microemprendimientos, la poesía del rebusque y la sobrevivencia, son su gran manifiesto demagógico-democrático. El sanitarismo, la profilaxis, la policialización y la seguridad son los grandes asuntos del Estado. Y la economía gana la partida casi sin esfuerzo: su lógica pragmática invade todos los rincones de la vida social (educación, seguridad, comunicación, salud). Chorreamos orgullo patriótico por las calificaciones internacionales, por los índices del desarrollo, por la recuperación del grado inversor, por nuestro lugar en el ranking de exportadores, sin pensar dos segundos en quiénes son los que adjudican calificaciones y valores, o peor, si el desarrollismo y sus cifras-fetiche tienen algo que ver con la calidad social y política de la vida.

No puede haber renovación ideológica alguna mientras estos asuntos no se planteen en serio. Esto no es lo que hace treinta años llamábamos izquierda (aunque su germen estuviera ya incrustado desde ese entonces y también desde bastante antes). No puede haber renovación ideológica porque no hay ideología ni política alguna para renovar. El documento presentado hace un tiempo por Vázquez en un comité de base, es, en ese sentido, verdaderamente irrisorio, por lo convencional y por lo inactual.

Una vez más: hay que inventar otra vez la ideología y hay que inventar otra vez la política —y verdaderamente dudo que la izquierda electoral institucional sea un buen ámbito para encarar estas tareas.

Sandino Nuñez (Uruguay-1961) Licenciado en Filosofía, ensayista, crítico y escritor.

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Número 55

¿Hubo un “golpe de Estado blando” en Uruguay? / Nicolás ‘Nick’ Ravangel

¿Hubo un “golpe de Estado blando” en Uruguay?

¿Hubo un “golpe de Estado blando” en Uruguay? / Nicolás ‘Nick’ Ravangel

Así denominaron muchos sectores sociales del país la decisión de la Suprema Corte de Justicia (SCJ) de trasladar a la jueza Mota al ámbito de la justicia civil, obligándola de ese modo a abandonar las decenas de casos sobre detenidos desaparecidos que investigaba.

Pero la SCJ no se limitó al traslado de la magistrada, días después declaró inconstitucional la ley interpretativa que mitigaba los efectos de la Ley de Caducidad y declaró delitos comunes los delitos cometidos por los investigados (delitos de lesa humanidad). Con estas decisiones, quienes violaron los DDHH en el país lograron que las atrocidades cometidas quedaran prescritas.

Esas decisiones no son caprichosas y el traslado de Mota tiene unos antecedentes que sería interesante analizar. La jueza había concurrido a la manifestación que se celebra cada año en recuerdo de los desaparecidos y posteriormente había declarado en una entrevista al diario argentino Página 12 que en Argentina se perseguía a quienes violaban los derechos humanos, mientras en Uruguay no se hacía nada. A raíz de ello el presidente Mujica solicitó públicamente a la SCJ que tomara medidas. La cosa no quedó ahí. El Ministro de Defensa, Fernández Huidobro, trató de impedir la entrada de la jueza a un cuartel para buscar restos de desaparecidos y al no lograrlo le permitió entrar, pero no sacar fotos. No fue la única confrontación entre la jueza y el ministro; el intrincado caso del avión de la compañía Air Class (del que damos cumplida cuenta en este número) marca el punto álgido del desencuentro.

Buscando echar luz sobre el asunto, presentamos a continuación una serie de documentos interesantes.

Caso avión air class
(El video aparece publicado en el suplemento Malabia. Clickear sobre el banner)



¿Cuál es el problema con Mariana Mota?

Ariel Castro

Ayer me enteré de la novedad del cambio del destino de la jueza Mariana Mota. Me indigné, como mucha gente, sobre todo quienes por una u otra razón hemos estado vinculados a los juicios por violaciones de los derechos humanos en la dictadura. Y luego, viendo algún informativo de TV, donde se trató el tema me puse a reflexionar sobre las causas últimas del traslado. En particular viendo los comentarios relacionados con el caso más mediático que involucró en las últimas semanas a Mota, el del avión de Air Class.

Era interesante ver tanto en las preguntas o comentarios de los periodistas como en las declaraciones de algunos involucrados, en particular el buzo y rescatista Bado, una gran incomprensión ante la decisión. No podían entender cómo ante un caso de gran complejidad se trasladaba a la jueza responsable cuando ésta había demostrado gran profesionalidad para encararlo, además de una gran resistencia a las presiones. ¿A qué me refiero con profesionalidad? A investigar, a no tragarse explicaciones superficiales, a buscar asesoramientos donde los hubiera (recordemos las cosas que dijo el ministro de Defensa Nacional del Sr. Bado), a no hacer la venia y a no dar por resuelto algo que no estaba resuelto, a citar y eventualmente procesar a quien sea si es lo correcto.

Obviamente ante una gestión con esas características, los involucrados (el buzo, las familias, incluso los periodistas) sienten que quien representa a la justicia les da las garantías de que se harán todos los esfuerzos para aclarar la tragedia. Que es lo que todos buscamos de la justicia cuando una tragedia nos lleva frente a ella. No tengo la más mínima idea de las opiniones políticas del Sr. Bado o de las familias de los pilotos desaparecidos, ni me interesan. Los entiendo y creo que sentiría lo mismo si el caso de mi abuelo, el maestro Julio Castro, hubiera estado radicado en el juzgado de la Dra. Mota y ella hubiera sido trasladada. Porque una jueza de sus características nos da la confianza de saber que se harán todos los esfuerzos para aclarar el caso, no importan las presiones, no importa la enjundia de los posibles culpables. Esa es la misma confianza que nos dio a todos los ciudadanos respetuosos de la ley la misma jueza cuando puso en evidencia las tramoyas en el aeropuerto de Carrasco.

Entonces, ¿cuál es el problema con la jueza Mota? ¿Es una jueza mediática o lo que ocurre es que es una jueza que va a fondo y por tanto genera reacciones? Para mí eso es lo que molesta, que es una jueza que no respeta ciertos sobreentendidos de la justicia de nuestro país. Hasta el caso del juicio por la desaparición de mi abuelo, mi contacto con la justicia, en particular la penal, era nulo. Pero esa experiencia y el ejercicio de mirar lo que pasaba a mi alrededor, además del de tramitar en busca de expedientes por distintos juzgados y oficinas me mostró muchas cosas. Me mostró una justicia donde los apellidos pesan, donde el grado en la Facultad es más trascendente que el peso de los alegatos, donde el tamaño de la oficina y la cercanía con los juzgados de la calle Misiones es relevante, donde no importa pasar de un lado al otro del mostrador, donde todo se puede arreglar tomando un café. Un mundo de iniciados, de colegas, de opiniones hegemónicas en medios “serios”, de acceso privilegiado (con una amplia gama de voceros voluntarios) al poder político.

Y a ese sistema una jueza como la Dra. Mota le molesta. Por eso su traslado es una pésima noticia tanto para los afectados por el caso de Air Class como para los vinculados a los juicios por violaciones de DDHH que se tramitaban en su juzgado, como para cualquier otro caso. Porque la Dra. Mota no es una obsesiva vengadora, o una terca indagadora que no entiende los problemas técnicos que nuestro ministro de Defensa con sus escasas calificaciones si, o una enemiga de los uniformados o los aduaneros. Mariana Mota es simplemente una buena jueza que hace seriamente el trabajo por el que todos le pagamos el sueldo. Y que si procesa a alguien lo hace por los crímenes cometidos y no por la ropa que lleva.

Ayer no fue un mal día para los DDHH, fue también un mal día para la justicia uruguaya.



Uruguay. El desplazamiento de la jueza Mota y la complicidad de militares y tupamaros

Ricardo Scagliola
Jueves, 21 de Febrero de 2013 11:16

Se consumó. La decisión de la Suprema Corte de Justicia de desplazar a la jueza Mariana Mota de su intento de investigar decenas de crímenes de la dictadura…

Se consumó. La decisión de la Suprema Corte de Justicia de desplazar a la jueza Mariana Mota de su intento de investigar decenas de crímenes de la dictadura, disfrazada de un simple traslado, reeditó viejos cuestionamientos a la justicia, puso en el centro del debate la independencia del Poder Judicial y volvió a patentar fuertes diferencias en la izquierda en torno a cómo procesar las violaciones a los derechos humanos durante la última dictadura. La crónica de los diarios nos habla de centenares de personas concentradas a las puertas de la Suprema Corte y la televisión nos muestra imágenes de una alicaída Mariana Mota, al borde de las lágrimas, cuestionando la decisión. También a muchos coraceros intentando desalojar la sala, donde finalmente la jueza Mota firmó su traslado a la justicia civil. Salvando las diferencias de procedimiento, en el fondo -que siempre es político- el caso encuentra evidentes paralelismos con la remoción, en España, del juez Baltasar Garzón, único de su estirpe en defender causas vinculadas a violaciones de los derechos humanos en el pasado reciente.

Ocurre que tras el ropaje jurídico que lo envuelve, el desplazamiento de Mota de una cincuentena de casos vinculados a la represión de la dictadura reviste una simbología provocadora e insultante para los familiares de las víctimas de la dictadura y para la tan cuestionada independencia del Poder Judicial. Con esos casos a cuestas, Mota seaprestaba a concluir varias investigaciones sobre torturas y asesinatos durante la última dictadura. La escalada contra la jueza comenzó en mayo de 2011, luego de que Mota participara de la Marcha del Silencio, que todos los años reclama «verdad», «memoria» y «justicia» para los delitos cometidos por los militares durante la dictadura. Pero siguió con evidentes presiones sobre el Poder Judicial. Por ejemplo, cuando tras el procesamiento con prisión del coronel Carlos Calcagno por «coautoría de dos delitos de desaparición forzada» de los militantes del Partido por la Victoria del Pueblo (PVP), Gustavo Inzaurralde y Nelson Santana, el ex presidente Jorge Batlle y el ex vicepresidente Gonzalo Aguirre fueron a hablar a la Corte para que sancionaran a la jueza. En declaraciones a la prensa, ambos llegaron a calificar a Mota como «una jueza hitleriana». ¿Por qué habrían de ir Batlle y Aguirre a la Suprema Corte para pedir el desplazamiento de una jueza? ¿Qué los motivó a semejante intromisión en una justicia a la que ellos mismos definen como intocable? ¿Quién se los pidió? Cosas veredes, Sancho, pero la saga continúa. En setiembre del año pasado, por una orden del ministro de Defensa, Eleuterio Fernández Huidobro, a la jueza se le prohibió tomar fotografías durante una inspección ocular al Batallón 13, razón por la cual pende sobre las espaldas de Huidobro una denuncia penal por desacato. El accionar de la justicia encontró más de una vez enfrentados al ministro y a la jueza, que también tenía a su cargo el accidente del avión de Air Class. En el marco de la investigación que venía realizando, la jueza determinó la participación en la búsqueda del avión del buzo Héctor Bado, rechazado por Huidobro. El caso Mota reviste aristas inesperadas, propias de una película surrealista. Incluida una conferencia de prensa donde Pedro Bordaberry cuestionó el fallo que procesó a su padre a 45 años de prisión por 11 delitos de lesa humanidad (9 desapariciones y 2 homicidios políticos) y el delito de atentado a la Constitución por el golpe de Estado del 27 de junio de 1973.

Es obvio: en el traslado de Mariana Mota el problema no es solamente una decisión judicial, quizás motivada en inminentes fallos que en cualquier caso llegan tarde y que todos sabemos que no irán más lejos de una reparación simbólica. El problema es lo que pasó antes. El problema fueron las tremendas presiones de militares, tupamaros y sus influencias políticas a la justicia. Por parte de la derecha puede ser comprensible. La derecha uruguaya ha tenido y tiene numerosos vínculos con los militares. Vínculos que, por otra parte, no esconde. No es ninguna novedad que los partidos tradicionales ampararon golpistas. Negar esta evidencia sólo indica escasa voluntad de separar en su propia familia el grano democrático de la paja dictatorial. Podría pensarse que los líderes democráticos blancos y colorados deberían ser los primeros en aceptar esta realidad de la historia del Uruguay, porque entonces perderían el miedo a que se señalen los crímenes de la dictadura y sus complicidades intrauterinas. Y ganarían la legitimidad democrática del que reconoce lealmente los desmanes del pasado. Pero no: ambos partidos eligieron seguir siendo partidos bajo sospecha.

Como en todos lados, hay blancos y colorados que reivindican ese valor, pero son los menos. Una mayoría sabe que la cultura de la dictadura todavía anida en una parte de sus electores y tiene miedo a molestar.

La izquierda asiste hemipléjica a un nuevo caso de debate público sobre el rol de la justicia. Una parte defiende la vía judicial, dos veces rebatida por el juicio de las urnas. Otra parte se esmera en desactivarla. Sería un detalle si esa otra línea no la encabezaran José Mujica y Eleuterio Fernández Huidobro, las figuras más visibles del Movimiento de Liberación Nacional (MLN). En repetidas apariciones públicas, ambos han mostrado reticencias con el camino de la justicia. Primero, a pocos meses para que se plebiscitara el Sí rosado que anulaba la Ley de Caducidad, Mujica sostuvo que la justicia para estos casos tenía «un hedor a venganza de la puta que lo parió». Antes de asumir, postuló la idea de no tener «viejitos presos». En marzo de 2011, el presidente visitó en el hospital a Miguel Dalmao, preso desde noviembre de 2010 por el asesinato de la militante comunista Nibia Sabalsagaray, como un «gesto» ante lo que sería un «injusto» procesamiento. En mayo, Mujica visitó el Parlamento para frenar la anulación de la ley de Caducidad, esta vez por la vía parlamentaria. Huele mal, pero las raíces de esta sintonía entre militares y tupamaros vienen de lejos, y empiezan en 1972 con la «tregua armada», un paréntesis durante el cual unos y otros se comprometieron a investigar los delitos económicos de la oligarquía. Siguió con un vínculo cordial entre ex guerrilleros y sectores de las Fuerzas Armadas, como la logia Tenientes de Artigas, luego de la recuperación democrática y, más acá en el tiempo, desembocó en una nueva etapa, la del diálogo entre «combatientes».

Militares y tupamaros encontraron el término medio, la palabra justa para que la cordialidad se vistiera de complicidad: unos y otros son combatientes que, habiendo ocupado distintos lugares en las trincheras, ahora se saludan como iguales. En el medio: la sociedad; al fondo, a la derecha: la justicia. Ese relato se impuso en el Uruguay de nuestros días, casi sin resistencias. Como si fuera una ironía del destino, la noticia del brindis en el Centro Militar la noche en que se conoció la noticia del traslado de Mota lo dice todo: festejaron los dictadores y sus cómplices. Y no, la justicia no es completamente independiente. Al contrario de lo que se ha dicho durante décadas, el Poder Judicial no es un compartimento estanco, desvinculado de la sociedad o del sistema político. Para empezar, la Corte es un cuerpo colegiado cuyos miembros fueron entrando de a uno. Electos por los dos tercios de la Asamblea General, los ministros de la Suprema Corte son designados por el poder político. Los partidos políticos seleccionan un perfil en base a una evaluación, donde lo político no es un detalle menor. Esas negociaciones parten, por lo general, de los pasillos del Palacio Legislativo. Como si faltaran evidencias del ingrediente político en la justicia, en su momento, los juicios a los militares de la dictadura no podrían haberse gestado sin una expresa voluntad política. Hoy sucede lo mismo, pero al revés: el desplazamiento de Mota pone de relieve una escasa voluntad política de hacer justicia.

El debate, sin embargo, es más amplio. Y abarca al Poder Judicial en su conjunto, el único de los tres poderes del Estado uruguayo donde no existe participación popular en los procesos de selección de los magistrados y control de los procedimientos. Otros países han incorporado a sus legislaciones las representaciones gremiales, de centrales obreras, de asociaciones civiles relacionadas con la justicia, entre otras, al proceso de selección de jueces. Incorporando otras miradas e intereses, buscan limitar el poder de los intereses económicos y las corporaciones respecto de las decisiones judiciales. No es el caso de Uruguay, donde el Poder Judicial ocupa un lugar lejano y distante del resto de los órganos del Estado, incluso de la ciudadanía. La mayoría de los uruguayos, incluso los bien informados, no ubica los nombres o los rostros de los cortesanos que ejercitan una cuota relevante de poder en uno de los vértices más altos del poder del Estado. Se sabe poco del sistema judicial. La opinión pública tiene poca data sobre cómo funciona la Corte por dentro. Contado material académico o periodístico se adentra en sus relaciones internas, en la microfísica del poder que se trama a su interior.

Una vieja afirmación predica que «los jueces hablan por sus sentencias», pero la realidad indica que es escasa la información respecto de la cabeza de este poder del Estado. Máxime porque esas sentencias, por lo general, están escritas en jerga inaccesible para los profanos. Amparada en esas distancias, quizás la Corte creyó que este traslado no iba a tener la repercusión que finalmente tuvo. El mensaje, sin embargo, fue mucho más allá que el de un simple traslado. Y revela escaso compromiso con la causa de los derechos humanos. Trasladarla. Sacarla. Apartarla. Ese fue el objetivo de la Corte. La Mesa Política del Frente Amplio, que en otro contexto se hubiese reunido de urgencia para tratar este tema, duerme una siesta carnavalesca, obviamente porque al interior de esa fuerza política hay dos bibliotecas. Y este febrero es amargo. Es amargo para los familiares. Es amargo porque es de suponer que los enemigos de Mota -entre ellos los que quieren esconder lo sucedido con el avión de Air Class, pero también torturadores, asesinos, corruptos, sus cómplices, y la lista es larga- se están frotando las manos. Hubo un brindis en el Centro Militar. Hubo empacho de soberbia, hubo un espejismo de poder, hubo una ilusa convicción de que es posible inmovilizar de un solo golpe los pies y las manos de las generaciones venideras. Por suerte, eso nunca sale bien.

La Suprema Corte de Justicia declara inconstitucional la Ley Interpretativa de la Ley de Caducidad porque no se puede aplicar una ley retroactivamente. ¿Pero qué es una ley que es dictada para proteger delitos cometidos en el pasado?



La diaria – 26/02/2013

Para analizar

Mota presentó recurso para revocar su traslado

Tal como había anunciado, y pocas horas antes de la movilización en Plaza Libertad (ver páginas 2 y 3), la jueza Mariana Mota presentó ayer ante la Suprema Corte de Justicia (SCJ) un recurso de revocación contra la decisión de ese organismo del 13 de febrero, que la trasladó desde un juzgado penal a la órbita civil. Los ministros de la SCJ tienen un plazo de 150 días para responder, y teniendo en cuenta que ellos mismos decidieron cambiar de jurisdicción a Mota, es probable que el trámite administrativo continúe en el Tribunal de lo Contencioso Administrativo. En caso de que esa instancia tampoco arroje resultados positivos para la magistrada, sus abogados tienen previsto recurrir el fallo ante tribunales internacionales.

En el escrito de 11 páginas, Mota sostiene que la SCJ vulneró “principios de transparencia y buena administración” al no fundamentar su polémica resolución. También responsabiliza al máximo órgano por “arbitrariedad y desviación de poder” y alerta que con esta decisión se está “conspirando contra la independencia técnica de los magistrados, obteniendo por resultado enlentecer o paralizar la administración de justicia en determinadas causas”, en referencia sobre todo a las más de 50 que ella venía investigando, vinculadas a crímenes cometidos en la última dictadura.

Señala que su caso es el único entre todos los traslados recientes de magistrados que no implica “ni un ascenso ni está fundamentado en avance alguno en la carrera judicial”. “No solicité en ningún momento el cambio de materia o ser trasladada a otro juzgado. Por lo que debe buscarse en otro lado la motivación del acto. Es más, considero que el traslado decidido contraría el buen servicio que reclama la Constitución”, argumenta.

En otro pasaje, Mota afirma que la “carencia” de motivación de la resolución de la SCJ provoca una “situación de indefensión” que obliga a “especular sobre las verdaderas causas del traslado”, y luego cita declaraciones a la prensa sobre el caso de los ministros Jorge Ruibal Pino, Jorge Chediak y el vocero de la corporación Raúl Oxandabarat, que vincularon este traslado con conceptos tales como “sumarios”, “investigaciones administrativas” y “acumulación de tarjetas amarillas”.

“Debo reconocer que no domino las reglas de juego del más popular de los deportes en nuestro país, pero creo entender que la acumulación de tarjetas amarillas refiere a que la acumulación de tarjetas te deja afuera del próximo partido. Pues bien, la dicente, devenida sorpresivamente en jugadora de fútbol, no cuenta con tarjetas amarillas, y eso lo conoce fehacientemente la SCJ”, señala Mota en otro pasaje del escrito.

En caso de que tales afirmaciones sean confirmadas, según Mota, se estaría frente a un “eventual delito de difamación e injuria, y seguro ante un acto de mala fe”, ya que todas las investigaciones internas contra su persona fueron archivadas “sin consecuencias”.

Mota descarta otras motivaciones surgidas durante los últimos días desde la SCJ, entre ellas, que se ha “cumplido un ciclo” –de hecho su reemplazante, Beatriz Larrieu, lleva más años que ella en la órbita penal–; o que es necesario que los jueces adquieran conocimiento en todas las áreas del derecho (según Mota ése es un “concepto enciclopedista, largamente perimido”).

Luego pasa a las razones no invocadas en la resolución de la SCJ del 13 de febrero. Mota recuerda, como por si acaso, que en Juzgado Penal de 7˚ Turno se investigaban “temas muy sensibles”, que “concitaban la atención de los medios de prensa”, lo cual motivó reiteradas opiniones de “actores de la vida pública” que deslizaron “una y otra vez la inconveniencia de mi permanencia en el cargo”. Además, señala en el escrito, hubo una “campaña de descrédito” contra su persona desde algunos medios de prensa, que “nunca probaron nada”. También menciona las diferencias que tuvo con el ministro de Defensa, Eleuterio Fernández Huidobro, debido a la investigación del accidente aéreo de Air Class, y el “beneplácito y regocijo” que provocó su traslado en figuras como el presidente del Centro Militar, Guillermo Cedrez.

“La decisión del traslado inmotivado afectará consecuentemente las causas en que se investigan graves violaciones a los derechos humanos”, concluye Mota, quien interpreta, finalmente, que su traslado se transformará en una “dilación o retraso injustificado y en apariencia deliberado en el servicio de justicia”, contrariando, entre otras cosas, la posición de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, que en la sentencia que condenó al Uruguay por el caso Gelman sostiene que “las investigaciones en el Estado relativas a este caso han sobrepasado cualquier parámetro de razonabilidad en la duración”.



La lógica retroactiva

Jorge Majfud

La Suprema Corte de Justicia de Uruguay acaba de dictaminar la inconstitucionalidad de una ley interpretativa que limitaba la aplicación de la llamada “Ley de Caducidad” (ley 18.831), por lo cual muchos violadores a los derechos humanos de la pasada dictadura quedaron protegidos apenas comenzó el nuevo periodo democrático en los ochenta.

Es curioso que la Suprema Corte de Justicia declare inconstitucional una ley interpretativa sobre otra ley dictada en 1986. El principal argumento de la Suprema Corte de Justicia para declarar inconstitucional una ley que debía enmendar otra ley dictada en 1986, consistió en que una “ley penal no puede aplicarse retroactivamente”. Lo cual es lógico y común en cualquier país. Sin embargo me quedan dos perplejidades:

1) ¿Cómo es posible que un derecho natural (como lo es el derecho a la justicia) que preexiste a toda ley, pueda ser cancelado por una ley aprobada en un parlamento?

2) La ley de 1986 establece la “caducidad de la pretensión punitiva del Estado respecto de los delitos cometidos hasta el 1º de marzo de 1985 por funcionarios militares y policiales, equiparados y asimilados por móviles políticos o en ocasión del cumplimiento de sus funciones y en ocasión de acciones ordenadas por los mandos que actuaron durante el período de facto”. Es decir que la ley se refiere a hechos y delitos pasados y nada comunes, delitos que ocurrieron antes de la cuestionada ley.

Entonces, ¿cómo es posible que en algunos casos una ley se pueda aplicar retrospectivamente? ¿Qué es una ley de indulto sino la aplicación retroactiva de nuevas reglas sobre delitos que fueron cometidos contra las leyes del momento? ¿O el secuestro, la tortura y el asesinatos habían sido legalizados formalmente por la dictadura o por el régimen anterior? A ello hay que sumar el hecho que no estamos hablando de delitos financieros o impositivos sino de violaciones a los derechos humanos, aunque la Corte Suprema los haya declarado “delitos comunes” para evitar esta imprescriptividad.

Ahora, si los crímenes fueron “delitos comunes”, ¿por qué se necesitaba una Ley de Caducidad? ¿Es que algunas personas no son tan comunes para ir a la cárcel aunque cometan delitos comunes? ¿Estamos en una sociedad estamental al viejo estilo, cuando se aplicaban distintas leyes a distintas clases sociales, o simplemente ante los largos tentáculos de una vieja dictadura? ¿O es que las leyes pueden ser aplicadas retrospectivamente para perdonar a criminales que violaron los derechos humanos pero no pueden ser aplicadas retroactivamente para condenarlos, como en cualquier sociedad decente y civilizada?

(*) Jorge Majfud



Uruguay. Cuando los leyes son más importantes que los derechos humanos: la justicia en su laberinto

Emilio Cafassi, Eduardo Galeano, Juan Gelman y Jorge Majfud
Viernes, 01 de Marzo de 2013 11:16

La Suprema Corte de Justicia de Uruguay acaba de consolidar la consagración de la impunidad para los peores criminales de lesa humanidad de la historia moderna de ese país., señalan en un comunicado conjunto los escritores Emilio Cafassi, Eduardo Galeano, Juan Gelman y Jorge Majfud.

El proceso que ha llevado a este resultado es claro.

Un primer paso consistió en la decisión de trasladar a la Dra. Mariana Mota al ámbito de lo civil, desafectándola de su titularidad en el Juzgado Penal. La Dra. Mota tenía en su sede más de cincuenta causas referidas a las gravísimas violaciones a los derechos humanos durante el período del terrorismo de Estado en los años ’70. El Estado y el propio Poder Judicial pusieron toda clase de obstáculos a sus investigaciones, además de cuestionar su compromiso con la lucha por la vigencia de los derechos humanos, cuando deberían ser su principal garante. Con esta medida, la Corte de Justicia confirmó la ausencia de justicia que víctimas, allegados y la sociedad toda viene padeciendo desde hace décadas. Al mismo tiempo, la Corte uruguaya ignoró la sentencia pronunciada por la Corte Interamericana de Derechos Humanos en el caso Gelman vs. Uruguay, además de cuestionar la independencia del Poder Judicial.

En línea con el mismo propósito o resultado, la Suprema Corte acaba de declarar inconstitucional la recientemente promulgada ley interpretativa que intentaba superar la llamada “ley de Caducidad” que desde 1986 impide el proceso de todos los autores de crímenes amparados por la pasada dictadura militar. Esta ley fue declarada inconstitucional por la misma Corte años atrás.

El argumento sobre el cual se basó esta nueva decisión radica en que no se puede aplicar una ley de forma retroactiva, cosa que sí realiza la propia ley de Caducidad. Se ha argumentado que la retroactividad se aplica sólo cuando la ley beneficia al reo. No es posible condenar retroactivamente a alguien por algo que hizo cuando en su momento no era definido como delito. No obstante, la ley de Caducidad es retroactiva desde el momento en que contradice las leyes que regían cuando se cometieron los delitos.

En otro momento, la misma Corte Suprema de Justicia de Uruguay define las violaciones cometidas en una dictadura y con la complicidad del Estado de la época como “delitos comunes”. Lo cual automáticamente transforma un delito de lesa humanidad en una causa prescriptible. No obstante, estos “delitos comunes” fueron cancelados, precisamente, por una ley promulgada para proteger a un grupo específico de criminales, la ley de Caducidad de 1986. Ni siquiera se otorgó un perdón a reos condenados por sus crímenes: el Estado renunció a someterlos a investigación y a juicio.

No obstante, más allá de una disputa técnica y sobre la filosofía que rige y cambia cada cierto tiempo las obviedades jurídicas, nuestro reclamo se basa en valores más universales y permanentes, como lo son la garantía de los derechos individuales más básicos, como la integridad física, la libertad y la reparación moral.

Por lo expuesto, como intelectuales y trabajadores de la cultura y el conocimiento, repudiamos estas decisiones de la SCJ y exigimos el fin de la impunidad y la condena de todos los criminales del terrorismo de Estado en Uruguay.

Todo Estado y toda institución de cualquier país existen para proteger la integridad física y moral, el derecho a la libertad y la verdad de cada uno de sus ciudadanos. Nunca al revés. Aceptar la violación de uno solo de los derechos humanos contra uno solo de los ciudadanos de un país con la complicidad del Estado o de alguna de sus instituciones, afecta y lesiona la legitimidad de todo el Estado.

Rechazamos cualquiera de las excusas que niegan el derecho a la justicia y la verdad. Sin verdad no hay paz; sin justicia no hay democracia.

Los derechos humanos no se mendigan. Se exigen.



Diario El Observador

El caso del traslado de la jueza Mariana Mota ha trascendido fronteras. Un artículo en Veja de Brasil y otro en la cadena internacional de noticias, Al Jazeera, critican con dureza la democracia uruguaya y su forma de lidiar con los Derechos Humanos.



Mujica “aplasta” jueza que enfrenta torturadores escribe Veja

Una de las más respetadas publicaciones de política y actualidad de Brasil, Veja, publicó el pasado martes un artículo que reconstruye lo sucedido con la jueza Mariana Mota y, sin titubeos, titula que el presidente Mujica “aplastó” a la trasladada jueza.

Fue escrito por el respetado periodista Luiz Cláudio Cunha, de larga trayectoria que se desempeñó en O Estado de São Paulo, Jornal do Brasil, O Globo, Correio Braziliense, Zero Hora, Diário da Indústria e Comércio, y las revistas Veja e Isto É. Se hizo precisamente conocido por sus reportajes investigativos sobre las dictaduras en el cono sur, el Plan Cóndor y los Derechos Humanos. Un trabajo relacionado, realizado junto con el fotógrafo J.B Scalco le rindió el Premio Esso de Periodismo, uno de los principales en la materia, en Brasil.

El artículo, se titula “José Mujica, el presidente exguerrillero de Uruguay, aplasta jueza que enfrenta a los torturadores de la dictadura”. Y lo plantea al público de su país de la siguiente manera:

Cierre los ojos e imagine la siguiente tragedia en tres actos:

Acto 1- La presidenta Dilma Rousseff, ex guerrillera y presa política, es presionada por oficiales ligados a la línea dura del régimen militar, irritados con un juez de San Pablo que reconoce la muerte por torturas del periodista Vladimir Herzog en los sótanos del DOI-CODI (órgano de inteligencia del ejército brasilero en donde se lo torturó).

Acto 2. La presidenta Dilma Rousseff cede a la presión de los cuarteles, busca una revista semanal, cobra difusión y logra públicamente una reacción del Tribunal Supremo Federal en contra del magistrado que incomoda.

Acto 3. Sumiso, el Tribunal Suprema Federal, acata la queja del Palacio de Planalto (la Torre Ejecutiva) y castiga al juez que termina siendo trasladado a un inofensivo tribunal de causas menores, lejos de los derechos humanos, reforzando el blindaje de los torturadores y asegurando la impunidad de los crímenes de lesa humanidad.

Ahora abra los ojos porque ese drama, está claro, no sucedió en Brasil.

Pero acaba de asombrar a Uruguay, que llega al fondo del pozo de una guerra aparentemente perdida en el área crucial de los derechos humanos, gracias a un personaje hasta entonces insospechado: el ex líder de la guerrilla tupamara, el expreso político y actual presidente de la República, ‘José “Pepe” Mujica’».

En el artículo se destaca cómo se sucedieron los hechos con la jueza Mota y destaca cada uno de sus casos más conocidos.

Dice que la SCJ, “reaccionando al dedo rígido y la lengua venenosa de Mujica, los cinco ministros removieron a la jueza Mariana Mota de repente. El largo artículo, de casi 15.000 caracteres, anda por cada uno de los detalles de la destitución y de la carrera de la jueza. Finaliza diciendo que “Uruguay guardará para siempre el ejemplo de lucha de Mariana Mota. Ningún uruguayo jamás olvidará cómo José Mujica aplastó su propia biografía. Un peso abrumador en la conciencia del país. Como un dinosaurio.



Los oscuros años de la dictadura continuarán dejando una larga nube” escribe Al Jazeera

Este viernes, la cadena árabe Al Jazeera publica “La cultura de impunidad en Uruguay continúa con la frente en alto”. El artículo fue escrito por Francesca Lessa y Pierre-Louis Le Goff ambos investigadores de Derechos Humanos en la Universidad de Oxford.

Establecen que “el traslado de la jueza Mariana Mota muestra que la cultura de impunidad en el país de los crímenes de impunidad, todavía se mantienen”.

Y dicen que si bien en los últimos años Uruguay ha ganado aplausos por sus políticas progresistas que “la habían vuelto a colocar como la Suiza de América”, esta posición “cambió radicalmente el 13 de febrero cuando sin explicación mediante la Suprema Corte de Justicia decidió transferir a la Jueza Mariana Mota de su jurisdicción Penal a lo Civil”. De la misma forma que en la nota de la publicación brasilera, se recorre la historia reciente del Uruguay y los casos que trató la jueza Mota. “Por remover a Mota, la Justicia uruguaya ha demostrado que se está descarrilándose de sus esfuerzos por hacer justicia ante los crímenes militares, más allá de la revocación de la Ley de Caducidad en octubre de 2011.

Y finaliza estableciendo si Uruguay quiere mantener su imagen de “Suiza de América”, es fundamental que la independencia de los jueces como Mota, además de la ley, sea respetada. Jueces como Mota deben ser apoyados y acompañados en la pelea por la justicia, y no derrocados de sus trabajos. Sin esto, los oscuros años de la dictadura continuarán dejando una larga nube”.

Nicolás “Nick” Ravangel
(Liverpool, 1969). Periodista.

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Número 55

El tendero Schulz / Jorge Rodríguez Padrón

El tendero Schulz

El tendero Schulz / Jorge Rodríguez Padrón

Voy al mapa, para localizar esa pequeña ciudad, Drohbicz, donde naciera, en 1893, Bruno Schulz, estúpida y brutalmente asesinado –también allí- por un oscuro miembo de las SS, en 1942, durante la ocupación alemana.

Quería imaginarme la situación del escritor, en la geografía y en la historia: en esa vía de penetración hacia occidente que son los Cárpatos; en una ciudad que, originariamente polaca, pasa a formar parte del imperio austro-húngaro y vuelve a ser parte de Polonia, en el 18 del siglo pasado (Schulz, entonces, adopta la nacionalidad polaca), para en el 45 ser anexionada por Rusia que ya la había ocupado en el 39. Quería situar a alguien como nuestro autor, en ese espacio del Este (como decimos por aquí) confundido siempre entre nacionalidades, entre lenguas, entre culturas y religiones. Porque Bruno Schulz, polaco por elección, no creo yo que lo sea en el sentido de que su obra responda a una determinada identidad nacional, ni tan siquiera pugna con ella en su escritura. Para mí, el tendero Schulz, hijo de Jakub, judío comerciante de paños, será natural de su única e intercambiable nación: el mundo que habita dentro de los límites de su escritura, lanzado por la prodigiosa energía de su imaginación.

Cuando, en 1972, se editó por primera vez en España Las tiendas de color canela (al parecer, hay una nueva edición de este libro singular, en este mismo año), las gacetillas de prensa y la solapa editorial saludaban a Bruno Schulz como a “uno de los grandes fabuladores de este siglo”; su nombre junto a los de Kafka o Musil o incluso Joyce. ¿Fabulador, por ese mundo fabuloso que digo? Tal vez. Pero no porque la suya sea una prosa de estirpe oral (sí la de Joyce, somo se sabe); menos aun, porque su propósito sea la ejemplaridad moral que vertebra la obra de esos otros parientes próximos, en la cronología y en el ámbito cultural compartido. Bruno Schulz, visionario en el sentido más genuino del término; y ello hace que sus relatos se desplieguen en un ámbito y con un lenguaje que debo identificar como poéticos, con todas sus consecuencias. El mismo título de Las tiendas… (su primera obra, publicada en 1934) apunta en esta dirección. O Kometa, de 1938. El mundo de nuestro autor es una energía verbal que se despliega como escritura, y que en ella se materializa visualmente, y se multiplica y se enriquece –con modos y sintaxis fílmicos, me atrevería a decir-, sin que nada se sepa nunca de la línea divisoria que separa este mundo del suyo: “al llegar a uno de esos cruces del negro espacio, sintieron que, aun a pesar de estar abrazados, se habían comprometido en una lucha salvaje y sin tregua (…), mientras que la ola del sueño los llevaba a lo lejos, hacia los siempre extraños y remotos confines de la noche”.

Relatos, diré a falta de otra denominación más precisa, lo que Bruno Schultz escribió siempre (el manuscrito de Miosés, su novela única, perdido). Fragmentos, sin duda; y, en ellos, apariciones. Movido todo eso desde una perspectiva que he de calificar como inocente. Mejor, de una manifiesta inmadurez, al modo en que Witold Gombrowicz entiende dicho concepto. Este narrador de Las tiendas…, testigo casi sin notarlo de un final, de una consunción imparable; pero es también alguien que, a pesar de eso, sabe más porque ve más (“Nudo tras nudo mi padre se desataba de nosotros, punto tras punto borraba los lazos que lo unían a la comunidad de los hombres”). Estos relatos configuran un escenario muy particular, paréntesis abiertos siempre por la perplejidad y asombro ante lo cotidiano; desarrollan su propio imaginario que viene a eliminar ese precipitado de espacio y tiempo, con límites muy imprecisos pero cuya identidad es absolutamente reconocible. Día y noche (“ese esbozo de aurora se marchitaba, ese germen de día casi maduro recaía en un impotente grisor”); verano y otoño (“ese segundo otoño de nuestras provincias (…) un febril espejismo de enfermo que lanza con un inmenso resplandor sobre nuestro cielo la moribunda belleza confiada a nuestros museos”); y qué del invierno siempre al acecho, con sus “sombríos pulmones de borrascas”.

La palabra juega ahí con la realidad, la amasa y moldea y cambia, al modo sublime de Chagall (“volar sobre la ciudad como hileras de pájaros migratorios –extraña y fantástica flotilla de papel estampado, color del tiempo otoñal”), o con ferocidad expresionista, si no con matemática cubista. Una transformación permanente del mundo, aunque no sujeta a premeditación alguna, como si el hecho mismo de poner las palabras hiciera volverse todo del revés, o que su energía lo volcara hacia un ámbito abigarrado e incierto, hacia una dimensión impensable e inapresable: “percibiréis en el horizonte, al mismo tiempo, el claro surco del alba y la negra masa de la tierra que se consolida”. La perspectiva, por tanto, no es literaria; este modesto profesor de dibujo, que ha estudiado Bellas Artes en Viena, entiende el arte de escribir como una forma de intensificar la mirada, de dar profundidad a la visión que se genera en el relato como consecuencia de que todo lo convocado a él viene de fuera para confluir, por variado y diverso que sea, en un único punto de fuga. Un relato, pues, que niega el discurso y se cumple en el instante de la visión; en el lugar siempre cerrado (casa, ciudad) que se reconoce como propio.

Ni nación, ni lengua, ni tan siquiera religión: un mundo personal e identitario por familiar; una vida que no podrá serle arrebatada ni al autor ni a sus criaturas, cuya tensión íntima, privada, es el acicate para una reflexión existencial sobre la verdad del individuo, sobre el valor de las relaciones humanas: donde afirmar lo que se es y donde arraigar en la verdadera memoria. Nada importa la pequeñez y fragilidad flagrantes que observamos; objetos, seres, lugares, con la energía de la mirada y la palabra acaban por multiplicarse, por transformarse sucesivamente, para bajar –y el autor siempre con ellos- a la raíz de la existencia. Por eso, el padre será la figura central, un “heresiarca [que] deambulaba entre las cosas como un magnetizador, contaminándolas y encantándolas con su peligrosa seducción”: exactamente la misma que dispara Bruno Schultz en su escritura. Por eso, también, la “antigua ciudad [en donde] reinaba aún un comercio nocturno, semiclandestino y ceremonioso” será la que explore, desde dentro, la mirada ansiosa de revelaciones de aquel inmaduro narrador. Con una advertencia, pues podría pasar inadvertido: ese mundo en donde la visión estalla, portentosa, no es el de la casa, la ciudad o la tienda, sino el de la trastienda –en su sentido inmediato y en su acepción metafórica: revés de lo visible.

Así sucede con el padre, “héroe en el margen roído del texto”. Su progresiva extinción, su figura poco a poco deshumanizada o escindida “en varios yo diferentes y hostiles”, lo conducen hacia el mundo del otro lado, donde se desvela el prodigio, a medida que la realidad manifiesta su revés. Perseguido, sin embargo, por las fuerzas torpes de razón –familia, negocio. ¿Burlado por quienes lo señalan por ridículo o burlados los otros por la desmesurada libertad de este otro visionario cuya semilla florece en estas páginas debidas a la asombrada inmovilidad del hijo? Sólo así podremos justificar el brusco cambio que introducen los dos últimos relatos del libro; en ellos, de repente, el desplazamiento, la salida imprevista del narrador hacia otro ámbito ajeno, de cuyo “cielo gris descendía un alba miserable y tardía, fuera del tiempo”; hacia otro tiempo que tenía su trampa dispuesta desde el principio.

“El sanatorio del enterrador”, a donde nos lleva Schulz ahora, paralelo de aquel otro “con el emblema de la clepsidra” que publicara en 1937. Madurez ya inevitable (se atreve a confesar la edad, y ni falta), y el mundo visionario que se cierra, por el miedo a un infierno lleno de símbolos, con su cancerbero guardián y su enemigo prefabricado que amenaza (“¿Una guerra que interrumpe una feliz paz no perturbada por ningún conflicto? ¿Una guerra contra quién y por qué?”); por la humillación y encogimiento de quien se empeña en remediar lo imposible. Tanta sensualidad de antes, ahora en el revés; la palabra se escapa sin control, sin argumento ni historia, reflexión apenas en el punto de no retorno: “estupor que terminaba y cerraba el horizonte”. Toda la riqueza de una literatura que hoy no; tanta inocencia ahora desacreditada; horror que dejamos –con qué inconsciencia- de lado. La verdad que supone escribir, su necesidad para ser y hacer la vida, no simplemente para contar otras. Están ahí. Y este narrador, dentro siempre, aunque le va la vida; la realidad en la cual se reconoce es la que allí ha logrado ver. Por eso es verdad.

Jorge Rodríguez Padrón
(Las Palmas, 1943). Doctor en Filología Románica, catedrático de Literatura, periodista.

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Número 55

Elogio de un rincón preciso / Álvaro Ojeda

Elogio de un rincón preciso

Elogio de un rincón preciso / Álvaro Ojeda

1

Durante el fin del otoño y el inicio del invierno del 2012, tuve que visitar a mi odontólogo. La palabra visita suena incómoda. Ya se sabe cómo es esto. Lento, tedioso, ríspido. Ruido, ese olor indescifrable mezcla de menta turbia y antiséptico omnipresente. Placas, enjuagues, respingos, nervios tocados, disculpas profesionales. El consultorio en cuestión, queda por la calle Gonzalo Ramírez frente al lago del Parque Rodó y al templete que remedaba a Grecia cuando en Uruguay los modelos estaban más cercanos a Atenas que a Washington.

El primero de los tránsitos que recordaba al transitar, justamente, por esa zona abolida durante el invierno que es el norte del Parque Rodó, más elegante que la persistencia ruidosa y bolichera de la rambla de la playa Ramírez y por lo tanto, tan ruinosa como ésta última, aunque más ultrajada, acaso por la conciencia de lo pretendido y lo perdido, era el tránsito de la distancia infinita entre realidad y deseo. Un tránsito de lo que fue o se proyectó o pudo ser, hacia un presente que resulta de incómoda lectura para los que fuimos niños hace 50 años o jóvenes hace 30, La ley básica de la vida es la inadecuación persistente: se ve el tránsito pero no se puede obrar contra él. Es una fuga consolidada, una involución nostálgica, una evolución incomprendida.



2

Siempre desde Bulevar Artigas. Cruzaba con paso nada decidido la plaza Florencio Sánchez, otro templete en una elevación denotativa, una fuente en donde la diosa Venus se reclinaba como Madame Recamier en la pintura de David y como aconseja la condición amatoria del modelo, un laberinto borroso y algunos senderos que iban quedando detrás de mí, la llovizna, la garúa, cierta humedad recalcitrante.

Presté atención al lugar por donde transitaba, cuando observé el perímetro que solía ocupar la cabaña desde la que Nancy Bacelo dirigía la Feria. Pude observarlo, porque el césped permanecía hollado, el sitio que fue seguía siendo, el rincón que presidía su escritorio, las charlas que vi, las charlas que oí y las que mantuve algunos lunes por la tarde, cuando diciembre empezaba a adueñarse del parque y Nancy Bacelo estaba menos atareada, más dispuesta a charlar de temas tan variopintos como la poesía en general, las relaciones humanas, la orquesta típica de Osvaldo Fresedo con el cantor Roberto Ray, los perros, los niños. A veces me invitaba a salir de la cabaña y tomaba fotografías y sonreía con serenidad. El escritorio era su balcón flotante, ingrávido, perpetuo. La marca sobre el césped lo atestigua.



3

De mayo a julio, cada martes de tardecita, a la hora imprecisa y exacta del recuerdo, un rincón se hacía propio, se movía desde un presente desplegado hacia el hueco pretérito del milagroso recuerdo: la magdalena de Proust, una milonga de Zitarrosa, el olor de un zaguán. Gustos, olores, puertas. Lo que vendrá siempre, desde lo que se ha ido para siempre. Acaso un tránsito paradójico, un embeleso, una trapisonda de palabras: la memoria de los hombres apalabrará porque apalabró, porque hemos nacido de un acto del lenguaje, porque la marca del césped evoca el rincón apropiado para ser modestamente feliz.

¿Qué operación del alma, del espíritu, de algún lóbulo cerebral, donde se afinque la impalpable proximidad de lo que no está pero está, provocó esta modesta anagnórisis ciudadana que llevó a rebuscar la explicación en el cuerpo letrado de la poeta Nancy Bacelo?



4

En 1956 una joven poeta de 25 años publica su primer poemario, Tránsito de fuego. Viene del interior, transita la ciudad de Montevideo en el límite entre los barrios Palermo y Sur, frecuenta poetas, estudia literatura. Viene de la muerte trágica de su padre y va hacia su vida en un país sosegado, donde la mesura es una virtud en sí misma, la integración social parece consolidada aunque no se la nombre, se bebe una breve felicidad en un vaso pequeño.

Me gusta el epígrafe que inaugura la tercera estancia del poemario, la que la poeta ha denominado por la llama y el aire “yo corría corría/ ¿detrás de ti sería?”. Me gusta porque tiene algo de lo que busco: cierta movilidad transitiva que la preposición “por” anuncia en el título del poemario, cierto deambular que recuerda toda forma fugada deteniéndola en sus posibles connotaciones de ambivalente estabilidad, una delicada tarea reservada a la quietud, a la observación de un paisaje que se mueve porque el espectador lo hace, pero que no inhibe en el yo poético, la reflexión. Y una gozosa ambigüedad añadida, ¿corre tras de sí misma la poeta o tras de alguna figura emergente objetivada en el epígrafe?

Acá estoy yo, parece decir, y yo agrego, ella y yo, ambos, trashumantes en cierta plaza que misteriosamente, nos pertenecerá 40 años más tarde.



5

“Oye:

Llaman a la puerta puerta
Es mi canción que despierta.

Oye:

Qué golpe golpe apurado
Si le jadea el costado.

Oye:

Que llaman llaman muy fuerte
Y el verso juega su suerte.”

90 poemas, canciones según la poeta, numeradas, acaso marcando un ciclo de inspiración en el tiempo, posiblemente un orden que puede responder al azar de la composición (azar temporal, anímico o azar en sí mismo considerado, con su apéndice interpretativo- adivinatorio, que la poeta valoró siempre de manera sustancial y que hace a la función poética desde sus orígenes), a cierta organización funcional del canto al estilo de los cantares machadianos y de los cantares de invocación de la gauchesca (podemos imaginar sin mucha dificultad que el origen de la poeta trae consigo una impronta Nico Pérez desarrollada años después y a texto expreso, aunque ¿no suena en el título por la llama y el aire algo del canto por cifra o por milonga enunciativo del canto de raíz folclórica? o una combinación de todos estos elementos. Los versos son pareados de rima consonante (la más antigua forma de rimar), organizados en estrofas de a dos, y con una invocación amigablemente imperativa, oye, realzada por los dos puntos que le siguen. En resumen, una engañosa facilidad para la comprensión del lector, cierta modestia de recursos, una suerte de conseja cálida, de ronda infantil de una principiante que ha descubierto o bien, el llamado de la poesía o bien, la necesidad de ser escuchada. Y este poema abre una sección del poemario, donde se cruzan dos elementos cardinales de la astrología: el fuego y el aire. Pero además, son canciones.



6

La canción como forma poética posee dos vertientes, una culta –la canción petrarquista, las canciones del divino Herrera o las de Aldana- y otra que integra la lírica popular destinada desde su denominación, al canto. En ese sitio que Nancy Bacelo ocupa en su escenario siempre vivo de la plaza Florencio Sánchez, resonaban todos los años los villancicos, que son canciones en el sentido más exacto del término. La poeta está presente como el bosque absoluto, arquetípico, entero, está presente en la semilla. Y la semilla de Nancy Bacelo es la canción.

Caminar por la plaza donde se realizaba la Feria me hizo recordar ese “oye” convocante. Oye, susurra la poeta, y me pide que la invoque tocando a su puerta. Llaman a la puerta puerta, como si despertara a la Sibila que desplegará su canción dormida. El poeta se realiza en los otros, pero los otros deben despertarlo. Por eso la poeta llama, provoca el sonido que generará sonido. La tarea duerme, el canto se abre a la luz y resuena. La poesía es sonido que replica.

O, los que llaman a la puerta puerta, al pan pan y al vino vino, necesitan de la verdad del canto. La puerta en este supuesto, no representa la puerta hasta que la poeta despierta su verdadera esencia. ¿Hasta dónde van juntos los nombres y las cosas? La plaza Florencio Sánchez, un despojo húmedo en el tránsito del otoño al invierno, mantiene la espora del canto como la poeta la facultad de nombrar, de dar consistencia a la realidad.



7

Camino sin apuro hacia mi cita con el odontólogo. La realidad estorba y envilece, estoy pasando por un rincón propicio a cierta posible anagnórisis y el paso, el golpe a la puerta en este caso pasos y golpes resuenan análogos, parece apurado. No estoy apurado lo sé, parece apurado para la voz feérica de la poeta que me susurra al oído, oye.

Otro sonido se suma al tictaqueo: el jadeo apurado que anticipa las palpitaciones del costado. Ahora se habla de un usted preciso: le jadea el costado, ¿a mí?, es la fuerza del recuerdo que me alza del tópico de la indiferencia y me toca el corazón, golpe a golpe, verso a verso. Los sonidos de los pasos encapsulados son la memoria. La risa en la cabaña, los brindis durante las inauguraciones, las manos blancas de jazmines, los desayunos de la Feria de Nancy. Oye.



8

Ahora los versos llaman, una pulsión poderosa que vocea y golpea. La suerte está echada, dijo César antes de cruzar el Rubicón, utilizando una fórmula religiosa, adecuada a su cargo de pontífice máximo. Hay un aire de decisión relativizada por el azar, por el juego, que conduce al héroe, en este caso a la poeta, hacia una comarca de plenitud ignorada, riesgosa, vacilante.

Siento esa pulsión cuando observo ese perímetro miliar, y recuerdo el año 2002, cuando Nancy Bacelo presentó su poemario De sortilegios como si la actividad de echar suertes, se hiciese esencial, connatural, a la función poética.

“Pequeño amanecer
y ya es de noche”

Escribe la poeta, el ciclo se cumple con la velocidad de la vida, como el paseo pautado por la Feria un día desprevenido. El llamado, el golpe, la latencia cordial de la juventud, ¿fructificó en la evocación, se consolidó por medio de un hilo de Ariadna impalpable 46 años más tarde y más tarde aún a 10 años de su escritura, lectura, repaso?

La poesía, su insondable naturaleza abre las puertas a ciertas consistencias inexplicables, fuerzas del azar, mano firme, una y otra, ambas mezcladas y confundidas, muestran uno de las escasos escenarios de coherencia que el ser humano posee, el arte. La vieja idea del pasaje retorna a la poeta, una cinemática propia.

“Entonces una corriente
es como un paso de pequeñito
fuego
y no hay descarga

sin estremecimiento”.



9

Conozco este estremecimiento: el lento discurrir que súbitamente se hace recuerdo. “Cuando el camino se alarga, qué lindo es ir recordando”, escribió Víctor Lima en la Milonga del caminante, una letra de canción además, aunque el recuerdo implique la consunción, el desgaste, la llama pequñita. En 2002 la poeta retoma la llama, antes lustral, ahora mortecina. No ha sido poco lo hecho ni lo escrito ni lo vivido.

El espacio que deja esa llamita, el sortilegio que produce, la fascinación del encantamiento, es la meta de la poesía de Nancy Bacelo: la inexplicable irrealidad de lo tangible, cantar lo perdido, recordar lo que murió, advertir sobre lo visto. Algunos poemas de De sortilegios lucen como primera palabra un no admonitorio.

“No apures ese plato tentador.
Tampoco persigas las migajas
del mantel
bebe ese vino
que te dejará historias en la boca”.

Ante tanta participación obsesiva, ante tanta comensalía lamentable, el deber de la palabra arrancada al vino. El rincón deseado por la poeta y el que aconseja como aconsejaba 46 años antes, aunque más amargo, más traído y llevado, consiste en desaparecer de la escena del banquete para saber qué comer, y luego qué decir.

“No codees los comensales
que saborean más rápido.
Deja que recojan los platos
y no te acaricies el abdomen”.

La terrible voracidad de la gula engalanada de arte literario, el codo, el forcejeo, el ocultamiento imposible porque

“Hay espejos en frente y al costado”.

Y luego el consejo más atroz, más directo por parte de quien tuvo en sus manos una estructura de gestión cultural inaudita e inigualable todavía, en Uruguay
“La tentación es cruel.
Pero no te agaches más”.

En versos separados y contundentes. El que tenga oído para oír que oiga. La pluma al servicio propio o al servicio de otros, no sólo denigra al poeta, logra algo mucho peor, destruye lo poco o lo mucho que su arte encarne.

“La gloria que persigues no está incluida
en el menú del día”.

Y vuelve el tono musical de la canción, su rima asonantada la sentencia breve y cruel. Pero no es el tono, no debe serlo en alguien que supo manejar a un tiempo realidad y deseo.

“Señor me faltan algunos elementos para armar el rompecabezas.
Se han caído las piezas superiores y está rota la punta del espejo.
No sé cómo componer la cabeza de esa estatua justo la cabeza que es
Lo que más quiero”.

Engañoso como poema y como oración, Ora pro nobis, es el rincón de la inteligencia, de la vigilia, porque si bien “el cuerpo me atormenta porque no alcanzo a dominarlo” el cuerpo se hace a sí mismo, solo, como una imperiosa pulsión que la poeta desolada, apurada, no puede manejar: “Señor la noche está cayendo y debo terminar el armado antes de quedarme a oscuras”. Armado, construcción relativamente voluntaria de la poeta, de sí misma, Nancy Bacelo en obra acuciante, acuciada, como diciendo al paso que vamos. “Te pido un poco de luz sobre el recinto” dice, “un poco de piedad” agrega y dice más, “para la búsqueda frecuente y para el HALLAZGO DE LO NO FRECUENTE” en mayúsculas de trueno. ¿Clama la poeta? Clama por su rincón, familia, amparo, resguardo, recoveco de cocina, aroma maternal, familia entonces. Hay otros mundos pero vivo en éste de 1993. Y como un salmista débil en su humanidad, fuerte en el Señor, al que refleja con simetría perfecta, sentencia en igualdad de condiciones:

“No voy a abandonarte si tu no me abandonas.
Pero haz que me ajuste a los principios de la búsqueda. No a la Búsqueda de los principios que han sido mi sostén”.



10

La plaza recorrida entre el otoño y el invierno convoca desde un paisaje desolado. Donde hubo vida, armado, rincón, no habrá más Feria. No obstante algo se agita. El oro de la canción, el sol filtrado entre las ramas húmedas que miran hacia un cielo excesivo. La parada de ómnibus que queda a espaldas de la plaza está repleta de gente que sube y baja presurosa durante un ocaso antiguo: todos queremos llegar a casa. Versos que asoman desde los rincones sagrados de la memoria, que han vivido en la poeta y desde la poeta, su cabaña enunciada sobre el césped menesteroso del peor momento del año para crecer, está allí. Y sus primeros versos de amor, de dulce eufonía. Canciones pequeñas. Cosas simples.

“De la cabeza a los pies
Te camino de una a tres.

Y de las tres a las cinco
Y de las cinco a las diez.

De la diez hasta las doce
Te camino en loco goce.

Y de las doce a la una
Doy vueltas por tu laguna”.

Mera coincidencia. Otro tránsito, otro paseo en donde el cuerpo amado se hace recorrido y la laguna, deriva. Y el lago con su fuente de Venus aquí en mi caminata o a mis espaldas.

“Setenta en siete setenta
Estoy sacando la cuenta

Subo por una escalera
Y son siete sin espera

Doce por cinco sesenta
Más diez me suman setenta

Doce y doce por un lado
Y cinco y cinco al costado

Setenta noches de vueltas
Tocando la misma puerta”

Podría señalarse –no sé si a Nancy Bacelo le hubiese interesado- que uno siente que en este juego de números amoroso, de cifras de la espera, anidan los poetas eróticos romanos, los tangos de los que rondana la esquina de la amada, los tópicos de las puertas que no se abren, el desengaño, el despecho, el amor que no se consuma con el bíblico número siete como emblema de la desgracia. El amor se pierde en sus cuentas, parece decir la poeta. El amor se pierde.

Y el río allí, el río como mar, la certeza del paisaje abierto que tanto seduce a una joven poeta del interior, que juega con él.

“Choque chopo chocolate
El mar lucha y se debate

Se le desprende la barba
Y le cuelga por la espalda

Le cuelgan piernas y brazos
Pelo marrón, pelo raso

Ronco son. Ronca marea
Los pozos se le entreveran

Hay un cielo. Un sol. Un viento
Un largo poncho de aliento”

Es difícil encontrar en la poesía uruguaya de mediados de siglo XX semejante vigor musical. Música en movimiento, y ronda de niños colgada del agua del río como mar, y cómo no imaginarlo, enunciarlo, el choque del campo y el mar, en ese poncho como último recurso metafórico. Una suerte de frescura intacta desciende hacia la playa Ramírez desde el alzado templete, desde la sombra de la cabaña, desde la luz de comienzos del verano instalada un domingo de tardecita. Cantores populares engolados y serios, niños jugando en una Montevideo blanca de cal, heladeros, el rincón más preciso.

Pero ¿dónde está Nancy, el amparo, la fiesta lúcida, contenida desde su juventud montevideana, exiliada de Nico Pérez, trasegando la explanada de la intendencia, la casona de Rivera y Bulevar Artigas, la plaza Gomesoro, el viento del verano, los jazmines, el Mesías, el anuncio de que hay otro mundo aunque se viva insistentemente en éste, en tránsito de fuego el alma de los gatos?

“Apagarse de a poquito
De a poquito. De a poquito

Morirse de un apagón
Y revivir de un tirón

Estar y no estar. Vagar
Y sin rumbo madrugar”.

No es necesario ¿o sí? Vive sobre la secuencia de la sencillez aviesa, machadiana de estos 6 versos. No pedo traicionar la memoria de Nancy y tampoco puedo eludir su rostro al que imagino levemente harto de cualquier disquisición retórica. Hay un sin fatal que ha alejado a los hombres de la poesía, y hay una especie de falaz confusión entre profundidad y hondura, no es lo mismo ser profundo que haberse caído a un pozo, cantaba el Sapo Fierro de María Elene Walsh, poseedora de un ritmo, de una cadencia, de una prosodia similar a la de Nancy, las viejas cuestiones de época. Se puede decir todo y se puede decir de manera que el lector sienta y sepa lo mismo, pero a la vez no. Se puede congregar sin ser fastidiosamente demagogo. Se puede reflejar al poeta reflejando al lector y viceversa. Se puede desear decir y se debe desear comunicar siempre. Se puede marcar un libro con una hoja, como hacía Nancy, para enseñarle a un poeta bravucón que de nada sirve. Se puede llorar la muerte con una congoja chiquita y muda. Una congoja que cabe en medio pocillo de café, densa congoja de invierno en Montevideo, cuando las luces se empiezan a mal encender. Se puede bautizar cada luz, cada parpadeo, con el nombre de un muerto querido. Apagones y tictaqueos. Se puede caminar la plaza, la placita con su Venus recostada y pensar en la poeta. Se puede en verano, leer sus versos al sol o bajo la sombra de los árboles del lago, como quien deja que la irrealidad venza desde la realidad.

“De noche oscura canté
Sin pensar y me cegué

No quise la puerta abrir
Para más fuerte sentir

Si me cegué aún no sé
Sólo pregunto por qué”.

Y se puede seguir viviendo en la voz de la gente. Hasta el verano. Cuando la plaza sea y sea la voz de la poeta.



14 de agosto de 2012, Parque de los Aliados (Uruguay).

Álvaro Ojeda
(Uruguay, 1958). Escritor, crítico literario, ensayista.

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Lampião, rei do cangaço. Exemplo de Nordestern / Guido Bilharinho

Lampião, rei do cangaço. Exemplo de Nordestern

Lampião, rei do cangaço. Exemplo de Nordestern / Guido Bilharinho

Sob o influxo da repercussão e do êxito de O Cangaceiro (1953), de Vítor Lima Barreto, gesta no decorrer da década de 1950 e surge no princípio dos anos 60 o então denominado nordestern, um dos subgêneros do drama, cuja produção fílmica se estende até o final dessa década para ressurgir, com um ou outro exemplar, nos anos 90. Configura espécie de faroeste nordestino, que, no entanto, mais se diferencia do que se identifica com o western, estadunidense ou não.

Se se descartar, por isolado, O Primo do Cangaceiro (1955), de Mário Brasine, sátira a O Cangaceiro, o nordestern tem início com A Morte Comanda o Cangaço (1960), de Carlos Coimbra (Campinas/SP, 1928-), que ainda realiza mais três filmes no gênero, Lampião, Rei do Cangaço (1962), Cangaceiros de Lampião (1966) e Corisco, o Diabo Louro (1969), cuja qualidade, registrada pela crítica da época, decresce de filme para filme ou, dito de outro modo, cujos defeitos crescem a cada filme.

Além deles, nessa mesma década, ainda são produzidos nada menos de outros onze nordesterns, a exemplo de Os Três Cangaceiros (1961, também sátira), de Vítor Lima, e de O Cabeleira (1963), de Milton Amaral, baseado no romance bomônimo de Franklin Távora, de 1876, até Quelé do Pajeú (1969), de Anselmo Duarte, e Meu Nome é Lampião (1969), de Mosael Silveira. Nesse mesmo ano surge nova sátira com Deu a Louca no Cangaço (1969), de Nélson Teixeira Mendes e Fauzi Mansur, título diretamente inspirado em Deu a Louca no Mundo (It’s a Mad, Mad, Mad, Mad World, EE.UU., 1963), de Stanley Kramer.

Lampião, Rei do Cangaço ainda apresenta atributos ou menos precariedades que os congêneres que se lhe seguem.

Com base nos livros Lampião, o Rei do Cangaço, de Eduardo Barbosa, e Lampião – Capitão Virgulino Ferreira (título da 5ª edição), de Nertan Macedo, o filme de Coimbra focaliza alguns dos enfrentamentos entre o bando de Lampião e as forças policiais nordestinas, antes, porém, em poucas cenas, informa o motivo principal do surgimento dessa saga mais sanguinária que aventurosa.

O cangaço é desencadeado de maneira impetuosa a partir da grande seca de 1877/1879 que assolou o Nordeste, conforme lembra Rui Facó (Cangaceiros e Fanáticos, p. 132), agravando e exacerbando condições patrimonialistas altamente concentracionárias e excludentes da estrutura econômico-social da região, preexistindo, pois, de muito, a Lampião (Virgulino Ferreira da Silva, Serra Talhada/PE, 1898 – 1938). Foi justamente seus contatos fortuitos com um cangaceiro antes do assassínio de seu pai, que lhe teria indicado o caminho que depois seguiria, de 1917 a 1938, transformando-se no mais famoso e ousado dos cangaceiros que infestaram o Nordeste nas primeiras décadas do século XX, período em que essa prática sobremaneira se intensificou paralelamente ao fenômeno do messianismo, ambos expostos e sintetizados, já com toques de genialidade, por Gláuber Rocha em Deus e o Diabo na Terra do Sol (1964), que, todavia, por sua amplitude, abrangência, enfoque e significado não se enquadra na categoria, extrapolando-a de muito.

Já o nordestem propriamente dito não teve preocupação outra que não fosse comercial, cingindo-se nos estreitos limites da narrativa e do espetáculo cinematográfico.

Lampião, Rei do Cangaço, por isso, não ultrapassa esse nível, não portando nenhuma qualidade cultural e artística.

Contudo, expõe, com seriedade, a temática elegida, convocando para esse feito os principais atores que se destacaram no gênero, a exemplo de Leonardo Vilar (Lampião), Vanja Orico (Maria Bonita), Milton Ribeiro (um dos imediatos de Lampião, celebrizado anteriormente como ator principal de O Cangaceiro, de Lima Barreto), Glória Meneses (muito travada nesse filme de Coimbra, não repetindo a excelente interpretação de O Pagador de Promessas, de Anselmo Duarte), Antônio Pitanga (desenvolto como sempre), Dionísio Azevedo (de destacado papel como padre no filme de Anselmo Duarte), e Geraldo del Rei.

O filme caracteriza-se, pois, dada sua finalidade congênita, pela ênfase na estória e pela narrativa linear e convencional, destituída de preocupação e elaboração artística e recriação autoral da realidade enfocada e de qualquer tentativa interpretativa do contexto, por mais tênue e longínqua que seja.

Alguns dos principais lances da saga de Lampião são nele expostos, inclusive seu comissionamento, em 1926, como capitão da Reserva do Exército para combater a Coluna Prestes, contra a qual, no entanto, não lutou, segundo Nertan Macedo porque “informado de que os oficiais pernambucanos não reconheceriam a sua patente, deixou a Coluna Prestes movimentar-se livremente” (op.cit., 5ª ed., p.144).

Já a respeito da atuação, posição e papel de Lampião, afirma Neil Macaulay:

“Lampião não era um jagunço comum – um pistoleiro de aluguel, com vida organizada e pacífica, exceto quando chamado às armas por seu patrão – mas um cangaceiro fora de série, um bandido errante, de tempo integral. Frio e cruel, Lampião, em 1926, tinha admiradores declarados; bravo, brilhante, sempre bem vestido, era também um perfeito sanfoneiro cuja toada Mulher Rendeira transformou-se num sucesso permanente no Brasil, figurando até nas paradas de sucesso nos Estados Unidos sob o título de The Bandit. Lampião tinha todos os requisitos de um herói popular e como tal seria festejado após a sua morte. Na década de 1920, no entanto, parecia ser a verdadeira encarnação da maldade”. (A Coluna Prestes. 2ª ed. Rio de Janeiro−São Paulo, Difel-Difusão Editorial, s.d., tradução de Flora Machman, p. 186/187).

A propósito da Coluna Prestes, esse mesmo atilado brasilianist revela sua natureza e finalidade, responsáveis maiores de seu êxito, além da “coragem e a habilidade de alguns oficiais dedicados – Luís Carlos Prestes acima de todos”:

“Assim como a caminhada de Siqueira Campos ao longo da praia de Copacabana, a marcha da Coluna Prestes foi empreendida com o propósito de inspirar. A operação não era militar; não fora estabelecida para apreender ou tomar terreno, para destruir o inimigo ou sua vontade de lutar […] só tinha por objetivo a própria sobrevivência” (op.cit., p. 229).

(do livro O Cinema Brasileiro Nos Anos 50 e 60, editado pelo Instituto Triangulino de Cultura em 2009 www.institutotriangulino.wordpress.com)

____________________

Guido Bilharinho é advogado atuante em Uberaba e editor da revista internacional de poesia Dimensão de 1980 a 2000, sendo ainda autor de livros de literatura, cinema, história do Brasil e regional.
(Publicação autorizada pelo autor)

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Abezetario / Javier Seguer

Abezetario

Ilustraciones: Miguel Sánchez

Pavo2

Arráncame

Deja que mis tinieblas
se diluyan en las olas de tu mirar.
Conozco ya los aullidos
del saber sobrio
ése que no se sabe
y del ebrio divagar
por las formas de afilada oscuridad
ésas que no saben.

Arráncame de las raíces de los sueños
del hambre de comer poco
de la sed de beber mucho
de la memoria que enterraba
cualquier esperanza mía
de los buenos y de los malos
del metro
con su irrespirable calor de invierno
de los demonios y pesadillas
de los “buenos días
el tiempo bien
la salud bien
el trabajo bien”.
Y todo bien
y me quemo
me miras
GRITO
sonríes
y arráncame
no puedes.

¿Por qué no te lo llevaste todo cuando podías?



Juégame

Si tus ojos mi piel
mi boca tu cuerpo.
No corras por mi orilla
entraré yo en tus olas,
no te digas no
que me diga mañana,
no prometas mañana
que yo te diga no.

Esta noche no hay luna
si yo crezco en tu cuerpo,
sírveme tu marea
sin hielo
me gusta sola.

No futuro tiempo arrastre de ayer.
En la luz negra de tu noche
no hay gato negro, no reproche.
Recuérdame que te recuerde
y te lleve a mi patria el olvido
cuna de las cosas buenas
que se pierden en el camino.

Coge mi vida
juégame.
No me temas mentira
pues la verdad
está en tu piel.



No conocer la diferencia
entre lo bueno y lo malo.
No saber si eso del amor
podrá teñir mis sueños de locura.
No hacer promesas vanas
ni buscar bajo la alfombra.
No pintar amaneceres
al abrir las ventanas.
No respirar hondo
en lo profundo del bosque.

Desentender la lengua del futuro,
desatender del pasado las premuras,
deshacer quimeras presentes
divagando sin forma
y sin fondo.
Naufragar cada vez que,
sin saberlo,
tiendo una mano.
Ignorar si mañana seré un garbanzo…

Aunque sí,
sí a una cosa sola
con los ojos cerrados,
los gritos cerrados,
las dudas cerradas…
Sé mi luz
cuando los temblores me visiten
en el miedo de no encontrarte,
sé mi causa
cuando la muerte me susurre
palabras lascivas al oído.
Seamos la noche:
pon tú mi luna,
que yo
pongo tu sueño.



No me creas

No me creas
cuando digo te quiero,
pues me entrego
a trozos todo entero.

No me creas
cuando escribo te amo,
pues lo dice mi mano
que está muy cómoda sin dueño.

No me creas
cuando me prometes el cielo,
ni me escuches
cuando conquiste tu orgasmo.

No me mires
con esos ojos tristes
cuando por qué
asome por tus labios,
ni me creas
cuando te diga otro
pues el siguiente
es ya pasado.

No te creo
cuando te digo
no me importas,
no te creo.

No me creo
cuando te dices esperanza
pues la espera
nunca fue mi lanza.

No me creas
no te creo
nunca nada
fue tan sincero.



Pienso que me piensas
y sé que no me miras.
La angustia de caminar
por senderos ya gastados
con la mirada aérea
y los pies rotos
por la felicidad sangrante de las piedras.

Estás siempre en otra parte
y a veces
fingiendo que no te espero
me parece rescatarte
del fondo de las mentiras mal disimuladas.
No tengo prisa.
A deriva del aguardar sin objeto
voy errando por los dos caminos
errante errar
cerrar rodante
dejar atrás inexpugnable
de días que podrían haber sido.

Te miro y no me veo
caminante mientras me pienso a tientas.
Llenar los tiempos muertos
con la mentira de serme siéndote.
Imaginar que me das calor
cobijo ante el miedo
y sonrisa ante la nada
aunque sea bien intencionada.
Me miro y no te veo.
No me veo.

Pavo1