Con el número 60 de la revista damos por concluida una etapa. Hemos estado, durante ese tiempo, en contacto permanente con lo mejor de la literatura actual, una literatura de cambio, de apertura, de vuelta a los orígenes (y por esa razón de cambio), situada siempre en la periferia de los grandes grupos mediáticos y sus intereses, lo que es decir alejada del entretenimiento, la vaciedad, la simpleza y su consecuencia, el éxito. Decía Mark Twain que para el éxito se necesita ser ignorante y tener confianza. Cada día comprobamos la certeza de sus palabras.
Agradecemos a nuestros colaboradores y lectores su paciencia y su entrega. Gracias por estar ahí, por habernos acompañado. En tiempos de malos vientos, cuando lo fácil, lo simple, lo escasamente sutil parece haber ganado la partida, apostar por lo contrario significa nadar contra la corriente. Gracias, más que nada, por decir no con nosotros.
Malabia ha tenido un nulo apoyo de las instituciones, de las organizaciones y de esa prensa autoproclamada como “progresista”. Es difícil situarse fuera de la “verdad oficial”, del paternalismo y de la beneficencia.
La batalla por la cultura ha sido ganada por la cultura de masas. Repetimos una vez más que la cultura de masas es la televisión, cuyos dueños lo son también de las grandes radios, los grandes periódicos y las grandes editoriales. Los escritores, metidos en ese cepo, dejan de ser intelectuales (en el mejor sentido de la palabra) para convertirse en empleados.
Parafraseando a Hemingway, nos gustaría recordar que hemos sido derrotados, pero no hemos sido vencidos. Otra cultura es posible porque otra sociedad es posible.
Dejando en el aire esta última frase, que ha sido motor de nuestro trabajo, nos remitimos al inicio del texto: fin de una etapa.
¿Será este final definitivo? No lo sabemos. De momento no decimos nunca más.
Hemos brindado una batalla bastante respetable, eso creo, una batalla por la común-unión en el hacer de sentido. No voy a caer ahora, en este hasta pronto, en la tarea recopilatoria de logros y fracasos, porque abundarían y desmerecerían las raíces para pudrir la planta que nos movilizó estos años. No, por el contrario, como me solías decir cuando te presentaba un trabajo nuevo: de aquí no hay retorno. Eso hemos hecho.
No tenemos retorno, al menos yo no lo tengo. Malabia es (en presente, nótese) un punto de inflexión para mí y para vos también, lo sé.
He optado por escribirte un correo y no abocarme a escribir un artículo. Tal vez porque lo más significativo, en esos seis años que colaboré con la revista, fue la forma que encontramos de desarrollar esta comunicación a distancia, que daba luz en cada nueva entrega. Una apuesta a trabajar juntos con otros.
Ese espíritu me movió a, una vez más, convocar a aquellos amigos que tanto valor agregado aportaron a la revista. Sólo cuatro renglones fue el pedido, para esta especie de pausa en la interrelación sin retorno que es Malabia.
Para despedidas prefiero ser corto, para reencuentros, largo. No sé cuál es la medida de este texto, pero sí conozco ahora la extensión de las cuatro líneas de estos inmensos colaboradores que se animaron a responder. Van a continuación, seguramente para ellos tampoco haya retorno, y eso ya es mucho.
Guillermo Pérez Raventós
Eduardo Molinari
Caminando juntos, buscando en las calles y en la naturaleza las marcas del hacer colectivo, escuchando y transportando los saberes y las memorias de nuestros abuelos. Caminando juntos, habitando el movimiento con poesía, libros y música. Caminando juntos, compartiendo las visiones que una nueva imaginación política nos propone. Hasta la próxima Queridos Amigos de Malabia!
Clemente Padín
Malabia y Federico Nogara, nombres fundamentales a la hora de establecer responsables en la continuidad y permanencia del diálogo América – España. Sin duda el puente inconsútil que une y unirá por siempre nuestro destino al destino de uno de los herederos del humanismo occidental, la ancestral Hispania, señalando una continuidad cultural al parecer eterna, sostenida por una historia común de sueños y pesadillas.
Hasta Pronto queridos amigos!!!
Alejandra Ceriani
4 renglones: me propongo esta acción: abriré cuatro libros al azar y copiaré 4 frases:
«Presentí una regla estructural. La unidad real que proclamaba el espectáculo es el disfraz de la división de clases, por tanto el objeto estético toma aquí el estatuto de un enunciador parcial, entonces ¿en qué desemboca todo esto? En nada en particular. Después de todo, lo que hemos estado leyendo es un diario.»
Saúl Pérez Gadea: Un gran poeta recuperado / Alejandro Michelena
Recientemente apareció en las librerías de Montevideo una obra que, a pesar de su poca repercusión en la prensa cultural, está llamada a marcar un jalón en la producción literaria nacional. Nos referimos a El ojo de la tempestad (Solazul Ediciones), donde Diego Techeira, solvente investigador literario y también poeta, reunió toda la poesía –la muy poca édita y la mucha inédita– de Saúl Pérez Gadea. Diego es responsable además del prólogo, que tiene la virtud de presentar, adecuada y rigurosamente, a un gran poeta uruguayo olvidado. Porque Pérez Gadea, que murió hace más de cuarenta años, sigue siendo un desconocido para los lectores de poesía y hasta para muchos poetas.
El ojo de la tempestad no es sólo una compilación que rescata un notable corpus poético; por encima de todo se lo puede leer como una edición crítica. El prólogo es una lograda presentación literaria de un poeta sobre el cual había poco material y referencias. Y se completa –luego de los poemas– con un apéndice que reúne materiales varios, incluso reproducciones de cartas y críticas recibidas por Pérez Gadea a propósito de su primer libro. Techeira ya había demostrado su capacidad para la investigación y el análisis literario en sus libros anteriores: La voz del conjuro y Tanta vida en cuatro versos (dedicados, respectivamente, a la poesía y las canciones de Washington Benavides), y el primero de todos, dedicado al poeta franco-montevideano Lautréamont.
Una peripecia atípica
El caso de Saúl Pérez Gadea es paradójico. Arrancó muy joven, publicando su único libro formal, Homo-ciudad, a los 19 años, en 1951. Es un intenso y largo poema en definitiva, que tiene como asunto el impacto que Montevideo causó en el autor, que venía del interior. Desparejo pero brillante por momentos, sacudió sin embargo el acartonado panorama poético de entonces. Diego Techeira, con acierto, relaciona en su introducción a Homo-ciudad con el célebre poema de Allen Ginsberg, Howl, aparecido pocos años después y que inauguró la poesía beat. Algo que ya había señalizado, en ensayo crítico anterior, otro poeta e investigador, Martín Palacio Gamboa. El libro apareció con un prólogo de Jesualdo Sosa, por entonces una figura central en el medio cultural uruguayo, lo que significó un espaldarazo singular para el joven poeta. Y recibió también comentarios entusiastas de escritores de prestigio internacional como Gerardo Diego y Ramón Gómez de la Serna, y entre los uruguayos de los poetas Alvaro Figueredo y Líber Falco, y –a su manera– del mismísimo Juan Carlos Onetti.
Luego de este arranque tan auspicioso Saúl Pérez se llamó a silencio por mucho tiempo. Escribiendo pero no publicando, cosa que se dio recién en mitad de la década siguiente, cuando apareció un librillo mal mimeografiado, donde se reunían los que siguen siendo considerados al día de hoy sus mejores poemas. No tuvo difusión, y la crítica no le prestó la atención que merecía por la gran calidad de algunos de sus poemas. El propio poeta repartía estos libritos a la entrada de la Feria de Libros y Grabados que realizaba la recordada poeta y gestora cultural Nancy Bacelo, que por entonces tenía lugar en el atrio municipal.
Tuvo que morirse, una mañana de 1969 en una pequeña playita junto a la Compañía del Gas, para que algunos de sus poemas merecieran publicación en el semanario Marcha, el vespertino De Frente, y muy pocos otros medios, acompañados de obituarios de circunstancia. Y después sobrevino el silencio y la indiferencia ante una obra literaria –la édita, porque faltaba el resto del iceberg– que en sus puntos más altos ubicaba a su autor como un nombre insoslayable en la poesía de la segunda mitad de la pasada centuria. Como una excepción a este ninguneo, fue incluido en la Antología de poesía uruguaya del Siglo XX compilada por el crítico y profesor Domingo Bordoli, quien sin embargo no lo trató nada bien en las pocas líneas de presentación que le dedica.
El lento retorno desde el limbo del olvido
Conjurando esa niebla de olvido empecinado, colectivos de jóvenes poetas en diversos momentos se acercaron a esta poesía poniéndola en circulación a través de revistas literarias. Lo hizo la legendaria revista Los huevos del Plata, en su última etapa. Más adelante, en 1975 y ya en dictadura, en la revista Nexo difundimos (me tocan las generales de la ley) varios de sus poemas más logrados, como “Hospital Vilardebó”, “Cuando yo nací Helena” y “Carta a la madre”, acompañado por un sintético pero sustancial comentario del poeta Roberto Mascaró titulado “Poesía en sombras de un poeta sombrío”, del que vale recordar algún fragmento: “Como aquel pintor suicida de El Muelle de las Brumas, que cuando veía un bañista pintaba un ahogado, Saúl Pérez Gadea instala su poesía en la negatividad (…) No nace su poesía de la alegría de festejar, del encuentro con relaciones armónicas entre las cosas, sino del deseo de abolir, con el exorcismo de la palabra, lo terrible presente”.
Años más tarde, en 1981, la revista Cuadernos de Granaldea publicó dos separatas con poemas de Saúl Pérez ilustrados por artistas del Club de Grabado. Y en 1983, los poetas Francisco Lussich y Elder Silva rescataron inéditos y cartas de Saúl, material que se pudo leer en el último número de la misma publicación. Ya avanzados los ochenta el Grupo Uno volvió a poner en circulación algunos de estos textos.
Tales iniciativas, aisladas y discontinuas, no lograron hacer emerger esta formidable obra del limbo de la ausencia. Pero es muy significativo que a través de varias décadas grupos alternativos y alejados del canon cultural se pasaran la posta de la recuperación de la memoria de un poeta casi olvidado por el medio literario. Y ahora es Diego Techeira quien va más lejos, rescatando los inéditos, ordenándolos y publicándolos junto a la poesía édita en El ojo de la tempestad; concretando así el primer y bienvenido intento de colocar a Saúl Pérez Gadea –por la contundencia de lo mejor del conjunto, por la convincente introducción– en el centro del acontecer cultural uruguayo.
Debo pasar por antiguo, insisto, cuando fío tanto, por ejemplo, en Battaille o Blanchot para tantas cosas: ambos allá, en el primer tercio del pasado siglo, vislumbraron ya la inconsciencia con que nuestras sociedades, aun llamándose civilizadas, han avanzado, antes que hacia su armonía y su equilibrio, hacia su destrucción y su ruina. Antiguo me han de ver, en fin, quienes no entienden hoy (y son los más) como la entiendo yo, aquella distinción nietzscheana entre fuertes y débiles. Que estos últimos son –venía a decir- quienes ostentan el poder, quienes se parapetan tras él, necesitados, para alguien, de dicha protección.
Fuertes, en cambio, quienes buscan los márgenes y, libres de todo engolamiento formal y verbal (sobre todo verbal), se manifiestan frente al poder que trata de imponerles su razón política.
Todo, como se ve, cuestión de palabras; y no sólo en el caso de la literatura que nos lleva. ¿O es que el asunto reside en entender, y usar, también la literatura como instrumento de la política y no como reflejo del espacio político en que se cumple la existencia del individuo? Ejercicio de concurrencia y convivencia y, por consiguiente, de libertad. Y aquí, el otro interrogante, aún mas peliagudo que al anterior –no me atrevo sino a plantearlo como inquietud, y que digan los expertos de la cosa -: ¿somos en realidad ciudadanos, o esta condición quedó burocráticamente abolida hace ya tiempo, y sólo nos queda la convicción de nuestra individualidad y nada de figuras, nada más que ir sólo con gente importante , que es entrar en aquel reducto de la debilidad? Lección, la de los verdaderos ciudadanos de esta Europa, ahora que los verdaderos ciudadanos de esta Europa, ahora que los débiles de siempre tratan de reconstruirla, sin que – por evidente que resulte- quieran enterarse de que Europa es su ciudadanía y, en consecuencia, un verdadero espacio político porque es cultural sobre todo, porque constituye un verdadero organismo cuya respiración es su memoria concurrente. Pero no se piense que unánime y ajustada a razón; bien diversa, con meandros de desvío a cada paso, con sus desastres incluso, pero en donde – ya he dicho que espacio político- pasión, inteligencia y creatividad circulan siempre, imparables, para recordarnos que las relaciones humanas no pueden ser relaciones de poder.
Porque, o estoy ciego, o con sólo mirar alrededor, sin esmerarme mucho en atender, lo que se ve es la inconsciente huida de los más, y de quienes se arrogan la titularidad intelectual y creativa sobre todo, hacia aquel ámbito de seguridad que la connivencia (que no convivencia) con los poderes (políticos o no) proporciona, y el deseo de hallar buen acomodo allí. Al tiempo que cumplen dicha maniobra –lo que supone rizar el rizo hasta donde no da -, pretenden lo que no se note demasiado, y resulta patético cuando no cínico en extremo. ¿He perdido el oremos, como digo, o es la estrategia que se nos propone como santo y seña para andar por el tiempo que nos ha tocado en suerte? Quizá sigan colgándome el sambenito de antiguo; pero, si quiero hacer honor a lo que pienso y no dejarme llevar por la corrección conveniente que se impone en todo, debo decir que no me parece aquélla una opción mejor y más moderna, en el sentido –claro- de que pueda abrirnos caminos por donde transitar en libertad, a través del verdadero espacio político al cual me he referido desde el principio.
Dije hace un momento pasión, inteligencia, creatividad… Quería dar a entender –y perdona, querido lector, mi deformación profesoral- que lo único que podrá justificar la existencia y la voz del margen sigue siendo –después de tanto, y mira que se ha dicho- la desconfianza ante el uso de la razón, ante ese orden común que nos pone a todos en el sitio correspondiente; ante el carácter utilitario de la palabra, que la secuestran para imponerle también el límite riguroso de los significados. Y con esa desconfianza, la reivindicación de un pensamiento que nunca debió desgajarse de su raíz mítica, de su principio revelador. Claro que mitos y religiones fueron interpretados y asimilados (cuando no dejados de forma virulenta) para que no resultasen también uniformados y convenientes a quienes convenía. Siempre se ha temido, de los unos y de las otras, el hecho irrefutable – porque a las palabras se deben- de contener y proponer las más vivas preguntas críticas sobre el presente. Pero la razón se esfuerza por arrinconarlos en un pasado cuanto más lejano mejor; sobre ellos construye –incluso contra natura- una estética superficial, un anecdotario de rutina en el cual, con servir de sustento para metáforas, queden sobradamente reconocidos.
Valdría la pena subrayar aquí los permanentes esfuerzos interpretativos para que las equivalencias fueran exactas y convivieran sin dificultad con el orden impuesto; para que no apareciera, por resquicio alguno, la iluminación crítica que desde aquel fondo inmemorial sigue haciéndonos reflexionar sobre el sentido de la existencia en tanto que razón política del ser. Espacio político, pues, el de la libertad de los ciudadanos; y no me vengan con ese remedo insufrible del Estado institución que cada cual aspira a ser, movido por la presión ambiente y presente. Por mucho que lo pregonen con sonoras palabras, por mucho que lo engalanen con la seriedad del compromiso, sigo pensando que es una forma de eludir responsabilidades precisamente políticas, pues nos afectan a todos al condicionar las relaciones de los unos con los otros.
Mientras pensamiento y literatura no se integren en esta experiencia (hablo de la literatura como aventura existencial, no como producto bien dispuesto para su consumo) y, como ahora se hace, se derrochen con tanta ligereza o se liquiden con inconsciencia suicida, nunca alcanzaremos a ver –y vuelvo a Nietzsche- esos instantes supremos en los cuales la poesía resuena en la historia, en vez de ser arrasada por ella. Que esto es, exactamente, lo que hoy sucede ante la absoluta tranquilidad de espíritu de todos los implicados. Prefieren practicar la vieja consigna, tan española, del ande yo caliente…Si, a lo largo de estas breves reflexiones, he pretendido rebuscar en ciertos signos para cumplir un retorno complaciente a otro tiempo: ni nostalgia ni melancolía –te lo puedo asegurar, paciente lector. He intentado, con mis más bien pocas fuerzas y menos luces, recuperar esos instantes de verdadera iluminación poética (espero entiendas bien el adjetivo, porque es sustantivo) abiertos en ese discurso habitual que construye, premeditadamente, un espacio cerrado para que la actividad política pueda medrar sin interrupciones ni interferencias. A sus anchas.
Por mucho que se empeñen en considerarlo como tal, éste no podrá ser jamás -y hoy, mucho menos- un verdadero espacio político. Hasta donde he podido, he llegado. Me temo, sin embargo, que los recursos de los que el poder se vale para contrarrestar esta intromisión impertinente serán mucho más eficaces que una palabra que quiere darse con absoluta independencia. En tus manos queda ahora saber si la mía ha servido para mejorar nuestras relaciones: de los dos, y de nosotros con los demás. De mí sé decirte, amigo lector, que a lo largo de este tiempo también he aprendido algo: escribir tiene sentido, siempre que se haga con el convencimiento de ejercitarnos en la palabra, sintiéndonos parte de la memoria que nos sustenta como individuos y como comunidad; sin ninguna otra ambición que la única mayor de ser nosotros mismos, de saber que existimos y que estamos. Para lo que sea menester.
Uruguay: La vuelta al Estado Tapón / Federico Nogara
La Independencia
Estamos en vísperas de la firma del tratado de paz posterior a la batalla de Ituzaingó. Hace ya tiempo que el gabinete británico acaricia la idea de crear un Estado independiente entre Brasil y Argentina, para debilitar a ambos y al mismo tiempo potenciar un puerto distinto al de Buenos Aires, con la intención de dominar el comercio de la zona y poder llegar con sus barcos, sin restricciones, río arriba hasta el centro de América Latina. Las cartas intercambiadas entre los dos personajes encargados por el Reino Unido para llevar a cabo la tarea -George Canning y John Ponsonby, Ministro de Asuntos Exteriores el primero y enviado al Río de la Plata como Ministro Plenipotenciario el segundo- son reveladoras: Canning decía a Ponsonby en una de ellas: «La ciudad y territorio de Montevideo deberá independizarse definitivamente de cada país, en situación algo similar a la de las ciudades Hanseáticas en Europa». Y poco después reiteraba la idea: «Como V.E. sabe, se ha sugerido que Montevideo mismo, o toda la Banda Oriental, con Montevideo por capital, sea erigida en estado separado e independiente»
Ponsonby escribía a José María Roxas y Patrón, Ministro de Dorrego: “Europa no consentirá jamás que sólo dos Estados, el Brasil y la Argentina, sean dueños exclusivos de las costas orientales de la América del Sud, desde más allá del Ecuador hasta Cabo de Hornos». Y el mismo Lord iba más allá cuando escribía a Mr Gordon, Ministro del Reino Unido en Río, durante las negociaciones de paz: «Usted observará que he hecho en mi nota al ministro una leve alteración en el segundo artículo. Su segundo artículo dice: «El emperador consiente que el nuevo estado no tenga libertad de unirse, por incorporación, a ningún otro». Yo digo: «El nuevo estado no tendrá libertad para unirse, etc.» Con ello significaba la negación al nuevo Estado del derecho a volver a unirse a las Provincias Unidas.
Mr Forbes, agente de Estados Unidos en Buenos Aires comentaba mientras tanto: «Mi firme opinión ha sido siempre que los ingleses codician ejercer una influencia sobre la Banda Oriental que en sus efectos sería igual a un gobierno directo colonial».
¿Cómo se había llegado a esa situación?
La lucha contra la Corona española había sido apoyada por los estancieros de la Banda Oriental, ahogados por las condiciones económicas impuestas por el gobierno colonial. Pero ese apoyo cesa cuando Artigas faculta a los suyos a expropiar los campos de los españoles o de los enemigos de la patria. Este hecho es decisivo para explicar la traición a Artigas de los comerciantes, de los estancieros que no deseaban vivir en la campaña, de personajes como Rivera y de la “gente decente” que se arrodillará ante el Emperador de Brasil y recibirá bajo palio a sus tropas, lideradas por Lecor. Sólo quedarán con el caudillo los paisanos pobres y los indios, casi todos procedentes de aquella experiencia frustrada de las Misiones.
Tras combatir a los españoles, Artigas se enfrenta al Imperio de Brasil, aliado de los portugueses, que estaban a su vez dominados por Inglaterra. La desigual lucha se complica porque el gobierno de Buenos Aires se resiste primero a prestarle ayuda, y luego, con el desarrollo de los acontecimientos, rechazará a los diputados artiguistas a sus congresos y llegará a poner precio a su cabeza. La prensa, mientras tanto, lo difamaba.
Pese a todos los inconvenientes, Artigas es, para las masas populares de las Provincias Unidas, el “Protector de los Pueblos Libres”. Su enorme prestigio se debe a que es el único caudillo de las guerras de la Independencia que combina en su lucha la unidad latinoamericana con la revolución agraria y el proteccionismo industrial en los territorios bajo su mando. Con semejante programa, Artigas no podía gustar a los poderosos, cuyos intereses coincidían con los extranjeros.
La derrota en Tacuarembó a manos de las tropas portuguesas, superiores en número y armamento, lo obliga a replegarse a Entre Ríos. Ya vencido, es perseguido por “Pancho” Ramírez, sobornado por el dinero de Buenos Aires. Su final, en Paraguay, es de sobra conocido.
Al caer derrotado Artigas por las intrigas de Buenos Aires, las tropas portuguesas ocupan la Banda Oriental y la incorporan al Imperio pro-británico bajo el nombre de «Provincia Cisplatina».
El tratado de Tordesillas provocó la separación del Brasil del resto de América Latina. Si los propios países latinoamericanos vivieron siempre de espaldas, la situación se agravó por la lengua, al ser el idioma portugués menos hablado en la región que el francés, inglés o el alemán.
Napoleón había impuesto en Europa el llamado Bloqueo Continental, en el que excluía a Gran Bretaña de todo intercambio comercial con el continente buscando arruinarla económicamente. Ese embargo comercial terminó fracasando, pero Gran Bretaña pagó un coste altísimo.
El único país europeo que se opuso a la medida fue Portugal, cuya economía dependía del enemigo de Napoleón y no podía permitírselo. Esa oposición causó la amenaza de Francia (que apoyó España) de invadir el país. Entonces el príncipe de Portugal, que luego sería el rey Juan VI, propuso a Lord Strangford, embajador inglés en su país, un plan para salir del embrollo: simularía entrar en guerra con Gran Bretaña para ganar tiempo.
George Canning, de quien ya escribimos, propuso como alternativa el traslado de la corte portuguesa al Brasil. Aceptada esa solución se firmó un tratado que establecía, además de dicho traslado, la entrega de toda la escuadra marítima portuguesa a Gran Bretaña, más la isla de Madeira y un acuerdo comercial que le permitía introducirse en el mercado brasileño.
El Imperio portugués había quedado reducido por esa época, a principios del siglo XIX, a su gran colonia americana y algunos enclaves africanos. Brasil era el principal rival y potencial enemigo del Virreinato del Río de la Plata, al que había quitado las Misiones orientales en 1801 sin que Buenos Aires pudiera impedirlo. La base central sobre la que reposaba la economía brasileña era la esclavitud.
Al exilio dorado de Río de Janeiro llega la Corte portuguesa con la flota y el apoyo de los amigos ingleses. Comienza entonces el siglo británico en el estilo de vida brasileño. Canning había ordenado a su embajador en Río, Lord Strangford «hacer del Brasil un emporio para las manufacturas británicas destinadas al consumo de toda la América del Sur».
Depender de Inglaterra y acomodar sus intereses a los suyos no impedía a la Corte portuguesa tener proyectos políticos propios, como la anexión de la Banda Oriental, que el imperio europeo no veía con buenos ojos. En la lucha contra Artigas, dicho sea de paso, coincidían de pleno.
Un primer paso para la anexión lo dio el príncipe Juan enviando a Buenos Aires a Javier Curado, quien ofreció en nombre de Portugal poner bajo su protección a las provincias del Río de la Plata, en especial al margen oriental. Eso sí, en caso de respuesta negativa amenazaba con atacar, junto a su poderoso amigo, a Buenos Aires y todo el Virreinato.
Este primer intento no prosperó, pero hubo otros, hasta que la invasión de la Banda Oriental se hizo efectiva en agosto de 1816.
Durante los primeros años de ocupación el dominio militar fue total en la ahora llamada Provincia Cisplatina, aunque las escaramuzas con las fuerzas artiguistas fueron constantes. Lograda la incorporación de hecho, en 1821 se trató de lograr la de “derecho” a través del Congreso Cisplatino, una asamblea de “notables” orientales adictos a las fuerzas de ocupación, que terminaron aclamando en la reunión a Portugal (entre ellos el inefable Fructuoso Rivera). Como corolario del encuentro se fijaron los nuevos límites de la Banda Oriental, a la que se amputó definitivamente un territorio tradicionalmente suyo, las Misiones Orientales, que pasaron a la jurisdicción de Río Grande del Sur.
La ocupación portuguesa de la Banda Oriental y la pérdida del puerto de Montevideo, descalabra el sistema federal de los pueblos asociados a Artigas en la lucha contra la hegemonía de Buenos Aires. Los pueblos del Litoral se veían obligados a buscar un acuerdo con Buenos Aires, dueña del único puerto en condiciones de comerciar. En este hecho, señalan varios historiadores, está la base material de la traición de Ramírez al Protector de los Pueblos Libres.
Años después un puñado de hombres -33, liderados por Lavalleja- conciben una empresa tan descabellada como todas las heroicidades soñadas por la humanidad: enfrentar desde su pequeñez al poderoso Imperio. Desembarcan en la playa de la Agraciada, juran odio eterno al invasor y desde allí “incendian” la campaña.
Lavalleja convocó a los pueblos de la provincia a un congreso para que decidieran la formación de un gobierno provisional. El Congreso de la Florida declaró:
(…) írritos, nulos, disueltos y de ningún valor para siempre, todos los actos de incorporación, reconocimientos, aclamaciones y juramentos arrancados a los Pueblos de la Provincia Oriental, por la violencia de la fuerza unida a la perfidia de los intrusos poderes de Portugal y el Brasil (…) y con amplio y pleno poder para darse las formas que en uso y ejercicio de su Soberanía, estime convenientes. Y agregaban luego: … unidad con las demás Provincias argentinas a las que siempre perteneció por los vínculos más sagrados que el mundo conoce. Por tanto, ha sancionado y decreta por ley fundamental la siguiente: Queda la Provincia Oriental del Río de la Plata unida a las demás de este nombre en el territorio de Sud América, por ser la libre y espontánea voluntad de los Pueblos que la componen (…) Sala de Sesiones de la Representación Provincial, en la villa de San Fernando de la Florida, a los veinticinco días del mes de agosto de mil ochocientos veinticinco.
Esta declaración volvió inevitable la guerra con el Brasil. La batalla final, llamada de Ituzaingó o del Paso del Rosario, según las fuentes, se desarrolló en lo que actualmente es Río Grande del Sur en febrero de 1827. La Convención preliminar de paz, derrotado Brasil, se firmó en 1828.
¿Continuaba la Banda Oriental integrada en las Provincias Unidas después de la batalla de Ituzaingó? Eso era lo lógico, pero era importante saber qué papel jugaría Buenos Aires, siempre de espaldas a las demás provincias argentinas y donde, coincidiendo con la victoria en la guerra contra Brasil, había accedido a la presidencia Bernardino Rivadavia; y cómo reaccionaban el Imperio de Brasil, cuya ambición sobre el territorio era bien conocida, y sobre todo Inglaterra, que se oponía abiertamente a dicha integración.
La investidura de Rivadavia, un tanto dudosa, fue rechazada por todos los gobernadores de las provincias. Su base política y económica residía, entonces, sólo en la ciudad de Buenos Aires. Los ingleses, mientras tanto, no deseaban que brasileños o argentinos se hicieran con la posesión de la Banda Oriental.
La ineptitud del ambos altos mandos había convertido la batalla de Ituzaingó en un episodio bochornoso. Barbacena, comandante de las tropas brasileñas, estaba convencido de que los aliados habían cruzado el río la noche anterior, por eso marchaba de forma descuidada y fue sorprendido. El descalabro terminó en huida. Por su parte, el general Alvear dejó escapar al ejército enemigo casi intacto, demasiado preocupado por el botín y en buscar un nombre a la batalla (según testimonios estuvo dos días tratando de encontrar algo exótico; los brasileños, con total lógica la llaman como el lugar, batalla del Paso del Rosario).
El coronel Iriarte había participado en la batalla y escribiría luego: “El general Alvear no quiso: se contentó con quedar dueño del campo de batalla, de la gloria sin consecuencia, porque todo el resultado quedaba reducido a las balas cambiadas de parte a parte, y al efecto que ellas produjeron en muertos y heridos. La República Argentina, empañada en una guerra desigual, tenía sumo interés, urgentísimo, en que no se prolongase la lucha: había echado el resto apurando todos sus recursos físicos y morales para luchar contra un Imperio abundante en hombres y medios pecuniarios. La República, venciendo, quedaba exánime; el Imperio, vencido en una sola batalla, pero sin ser su ejército anonadado, podía continuar la guerra con ventaja, con menos sacrificios; y es por esto que necesitamos sacar buen partido, no digo de las batallas campales, sino de las más ligeras ventajas que obtuviesen nuestras armas. Ardía la guerra civil en las provincias argentinas, y era Buenos Aires, una ciudad sola, la que soportaba todo el peso de la guerra; la única que podía alimentarla, darle pábulo, y para que no se extenuase era necesario dar grandes golpes. Tal fue el que recibieron los enemigos en ituzaingó, pero solo en el campo de batalla: fuera de él no sintieron sus efectos como lo habrían sentido si su ejército aquel día hubiera sido anonadado, y pudo, debió serlo. La guerra habría entonces concluido, y la paz, se habría firmado dictando el vencedor las condiciones: la evacuación de Montevideo y de todo el territorio oriental ocupado por las tropas del Imperio, y su incorporación a la República Argentina”.
Puestas así las cosas, la batalla de Ituzaíngó tampoco adquirió un valor políticamente decisivo. En realidad, satisfizo a los porteños, que querían concentrarse en su propia pradera sin preocuparse de la Banda Oriental, y a los ingleses, que buscaban crear una provincia atenta a sus intereses.
Los acontecimientos que generó la pírrica victoria militar de Ituzaingó se cuentan entre los más patéticos de la historia universal.
La reacción más lógica del gobierno de Buenos Aires, el vencedor, hubiera sido convocar a un Embajador del vencido a su ciudad. Pero Rivadavia hizo exactamente lo contrario, despachó humildemente a Manuel José García en su nombre a Río. Y para colmo, entre las instrucciones al enviado quedaba estipulada la posible devolución de la Banda Oriental como un Estado libre e independiente, justo lo que pretendían los ingleses. Pero faltaba la guinda al dudoso pastel. El Emperador Pedro I se negó a llegar a cualquier acuerdo con García que privara a Brasil de la Provincia Cisplatina o Banda Oriental. Y García cedió a las pretensiones brasileñas. ¿Por qué? Él mismo lo cuenta: «La razón que urgía con más fuerza para acelerar un acuerdo, a saber, el riesgo inminente que corría la república, de desaparecer en la más completa disolución, y que el tiempo revelase, con mayor claridad, al gobierno del Brasil, nuestra deplorable situación interior; en cuyo caso difícilmente accedería a la paz sin nuevas condiciones».
Concluida una guerra por un territorio, el ganador se había avenido a discutir las condiciones del tratado de paz en territorio del vencido y, por si fuera poco, su representante le había entregado el territorio origen del conflicto.
Para estos supuestos representantes populares, la hegemonía porteña sobre las provincias era lo más importante, y se impondría, esta vez con la ayuda de Brasil, contento con absorber el territorio tan deseado. La política menor, chiquita, mísera, se imponía sobre la dignidad. Así ocurriría a menudo en el futuro en América latina.
Para el pueblo todo esto era demasiado y el país entero se levantó contra el tratado. San Martín opinaba desde Europa: «Él no tiene la culpa sino los que emplean a un hombre cuyo patriotismo no sólo es dudoso, sino que la opinión pública lo ha acusado de enemigo declarado de su patria, lo que confirmo, pues a no ser así, no se hubiera atrevido a degradarla con arbitrario y humillante tratado. Confieso que el pueblo de Buenos Aires está lleno de moderación; en cualquier otro lo hubieran descuartizado y lo merecía este bribón».
García y Rivadavia, temiendo por su vida, se ocultaron, mientras Ponsonby ordenaba a una fragata británica acercarse al puerto. Al final Rivadavia renunció, exiliándose, curiosamente, en Brasil.
Ponsonby, que desde el principio se negaba a que la Banda Oriental pasara a manos argentinas o brasileñas, empezaba a ganar la partida, pero un nuevo obstáculo aparecía en su camino, el coronel Dorrego, Gobernador de Buenos Aires, un patriota curtido en las guerras de la independencia a quien no le gustaban las intrigas, los obsequios ni el imperio británico y cuyo objetivo era reintegrar la Banda Oriental a las Provincias Unidas. Al no poder doblegar a Dorrego, la diplomacia inglesa optó por otros métodos. Ponsonby escribía: “Dorrego vacila por falta de fondos (…) Yo creo que ahora él y su gobierno están obrando sinceramente en favor de la paz (…) A eso están forzados por la negativa de la junta a facilitarles recursos, salvo pagos mensuales de pequeñas sumas”.
La diplomacia británica, a través del Banco de la Provincia de Buenos Aires, controlado por capitalistas ingleses y sus socios locales, trabó el accionar de Dorrego. La presión económica la combinaba con ataques militares de navíos ingleses y brasileños (había más de mil marineros británicos en la flota brasileña) a navíos argentinos.
La presión obligó a Dorrego a firmar una paz desventajosa: no aceptó todas las condiciones que se impusieron a García, pero hubo de aceptar la independencia de la Provincia Cisplatina con nuevo nombre.
Apenas se enteraron, las tropas estacionadas en Río Grande del Sur se sintieron traicionadas por Dorrego. Éste había firmado su sentencia de muerte. Poco después fue fusilado por Lavalle.
Ponsonby, por su parte, había vencido la resistencia de la Corte de Brasil con amenazas veladas y la Banda Oriental se había transformado en la República Oriental del Uruguay con la garantía británica. El “Estado tapón” había nacido.
La política exterior y de defensa uruguayas tendrían siempre en el futuro un carácter pendular: procurar el apoyo de Brasil cuando la situación con Argentina se desestabilizara, o apelar a Gran Bretaña o los Estados Unidos.
Hoy, en pleno siglo XXI, hay uruguayos que quieren liquidar un debate por la identidad que ni siquiera ha comenzado en serio, mientras otros creen percibir una especial psicología nacional uruguaya y la mayoría festeja la vocación artiguista por la autonomía. El desconocimiento de la historia propia es palpable, sobre todo en los jóvenes. Y la confusión es total cuando se refiere a Artigas. Su condición de héroe nacional de Uruguay surge del hecho de haber vivido antes de la fundación de los partidos tradicionales y, por lo tanto, no pertenecer a ninguno, ser de todos. Pero Artigas, en realidad, no era uruguayo, era latinoamericano en primer lugar y luego argentino dentro de las Provincias Unidas (lo especifican claramente los documentos del Congreso de la Florida). Y no sólo eso: odiado por los comerciantes montevideanos y los estancieros, la frase “más malo que Artigas” se usará durante casi todo el siglo XIX en el país. Agreguemos que fue traicionado por sus propios lugartenientes y cuando algunos amigos lo fueron a buscar al Paraguay para que volviera a la patria, les dijo “yo no tengo patria”.
Uruguay es un Estado independiente en 1830. Rivera es el primer Presidente del país. Llamarlo personaje oscuro sería quedarse corto. Es, simplemente, el propulsor de una política oligárquica, librecambista y orientada a favorecer los intereses del puerto de Montevideo, que coinciden como dos gotas de agua con los intereses de las potencias coloniales.
Durante el siglo XX se ha justificado al personaje aduciendo que era un “hombre político”, alguien que se adaptaba constantemente a las circunstancias. No dejan de tener razón si miramos la política como el arte de la conveniencia, exento de cualquier valor moral y de coherencia.
Quienes elogian a Artigas no pueden elogiar al mismo tiempo a Rivera utilizando el baremo de las decisiones políticas, por la simple razón de que ambos eran enemigos en ese terreno. Artigas era un latinoamericano, creía en la unidad del continente desde sus Provincias Unidas, su verdadera patria. Rivera era un “oriental” al servicio de los intereses extranjeros. Las pruebas son contundentes: apoyó la invasión luso-brasileña jaleada por el Reino Unido, llegó a su segunda presidencia apoyado por la marina de guerra francesa, masacró a los indios charrúas junto a su pariente Bernabé, formó parte de sendos complots para asesinar a Artigas y a Lavalleja. Todo en nombre de la civilización y el progreso. Algunos todavía dicen que hizo entrar al país en la modernidad.
El Partido Colorado actuó, a lo largo de la historia del Uruguay, bajo las premisas de su fundador. El Partido Blanco, por el contrario, defiende en sus principios las causas americanas. Oribe, aliado con Rosas y los federales argentinos, funda El defensor de la Independencia Americana, periódico que defiende al gobierno del Perú (1847) ante la amenaza de una reconquista española.
Por encima de cualquier otra consideración, “Latinoamérica queda envuelta en el sopor balcanizador, incapaz de comprenderse como totalidad, dividida en una veintena, impotente y aislacionista de Estados Parroquiales, para usar la expresión de Toynbee. Estados Parroquiales y no Nacionales, pues la nación quedó inconclusa y deshecha. Cada oligarquía comercial se fijó el control de su comarca. Hubo tantos países como ciudades importantes. Esto se ha prolongado hasta nuestros días”. (1)
La historia del Uruguay, durante casi todo el resto del siglo XIX (hasta 1880), es una serie interminable de cruentas guerras civiles a las que se agrega el bochorno nacional que significó la Guerra de la Triple Alianza, un abuso que casi hizo desaparecer a Paraguay de la faz de la tierra.
Como es lógico, la naciente literatura latinoamericana no podía estar apartada de los cauces políticos de la realidad. La potente literatura europea y la creciente estadounidense, eran, además, una influencia imposible de eludir. Hubo escritores indigenistas, pero las grandes ciudades, creciendo paralelas al crecimiento del capitalismo, apuntan a un proceso de aculturación –como lo llamara el cubano Fernando Ortiz y lo recogiera Ángel Rama- que se hará cada vez mayor. Dentro de esa lucha entre las provincias y los puertos, entre la ciudad y el campo, siempre con los intereses extranjeros de fondo, surge un autor que es, al mismo tiempo, presidente del Argentina: se trata de Sarmiento y su obra mayor, “Facundo”.
“Facundo es un libro difícil de clasificar: en parte ensayo, en parte narración, en parte estampa, de intención ideológica y social suficientemente profunda como para haberse convertido en un símbolo del ser nacional. La forma que sarmiento elige para su escritura es de una riqueza que lo ha convertido en un clásico, precisamente porque porque la figura de su personaje tiene la estatura épica y universal de los héroes que pueden identificarse en cualquier región geográfica (…) Facundo sobrevive menos por su «verdad» socio-política que por la verdad de su escritura…”(2)
¿Cuál es esa verdad a la que alude el crítico? La lucha entre la ciudad y el campo está simplificada en el libro como lucha entre la civilización y la barbarie y el futuro confiado totalmente en la inmigración europea. Sarmiento centró su objetivo en el “progreso”, pero dejó de lado el precio que habrían de pagar los países coloniales por las amenidades de la vida moderna. Y no le importó el destino de indios y gauchos, más aún, no tuvo pruritos en eliminarlos.
En Uruguay es importante resaltar la figura de Bartolomé Hidalgo (1788-1822), que luego de luchar junto a Artigas marchó a Argentina a contar esas luchas. “Asumió el punto de vista del gaucho, pero como era poeta culto, el texto establecía un distanciamiento que permitía la complicidad del lector, también culto. Este mecanismo define el modo pastoral: escrita por autores cultos para lectores cultos, la pastoral siempre presenta una sociedad más primitiva”.(3)
Más adelante en el tiempo, pero con temas relacionados a la época de las guerras de independencia, aparece Eduardo Acevedo Díaz con cuatro novelas: Ismael, Nativa, Grito de gloria y Lanza y sable. En la primera, el gaucho Ismael lucha con un español por el amor de Felisa y por la patria; la segunda y la tercera constituyen la epopeya de la lucha contra el poder portugués y en la última, Lanza y sable, el personaje central es Fructuoso Rivera. “Esta novela escapa del marco puramente histórico para anticipar un género, la novela política, que habría de encontrar en el siglo XX un enorme desarrollo. Leída como panfleto político, la novela adquiere una actualidad nerviosa de la que carecen las otras. Pero su valor narrativo no es despreciable. La figura de Rivera, admirablemente trazada, compone uno de los villanos más simpáticos del romance histórico”.(4)
El batllismo
“A partir de la Triple Alianza, el viejo partido blanco quedó agonizante. Si bien las masas del interior mantenían existencialmente la raigambre federal, la insularidad uruguaya consolidada dio la victoria definitiva a la ideología liberal-mercantil del unitarismo. No sólo fueron unitarias las vigencias coloradas, también lo fueron las del patriciado de origen blanco. Los vencidos comulgaban con los vencedores (…) Y fue especialmente a partir de 1880 cuando quedó estabilizada la balcanización general latinoamericana, que se comenzó a sentir la necesidad de consolidar una conciencia uruguaya común superando el cisma interior de blancos y colorados y así fue tomando vuelo el regreso de Artigas. Un regreso singular y distinto. Ahora sería el gran mito unificador del país. ¡Los temores inamistosos y certeros de un Juan Carlos Gómez o un Melián Lafinur de ver transfigurado a Artigas en un edulcorado Washington o Jefferson se han cumplido! Un Uruguay separado del resto de América Latina, quitando además a Artigas su dimensión social, debía endiosar a un Artigas abstracto, inofensivo, jurista, poseedor de las Tablas de la Ley. Reducido a un antecedente mítico de nuestra estructura jurídica. Nuestro Solón, o Moisés, o Licurgo. ¡Es la última victoria de Mayo!”.(5)
El “nacionalismo uruguayo” se concreta de una forma curiosa: una nutrida manifestación -encabezada por Domingo Ordoñana, primer presidente de la Asociación Rural del Uruguay, principal representante del sector latifundista- se dirige al domicilio del coronel colorado Lorenzo Latorre y lo coloca directamente en el sillón presidencial. Comienza la etapa conocida como Militarismo. “Oficializado por Latorre y luego por su sucesor, Máximo Santos, ellos no vienen a hacer otra cosa que realizar los viejos anhelos de Bernardo P. Berro, quien gobernó entre 1860 y 1864 y ya hablaba entonces de “nacionalizar los destinos del país” (…) Hay un elemento significativo para resaltar: el Estado Uruguayo, creado en los albores de la independencia (1828), se da por una unión entre los intereses del comercio inglés, la “Pax Britanica” y de la oligarquía comercial montevideana, dirigida por Pedro Trápani (…) Ahora bien, Lorenzo Latorre, accede al poder y establece una dictadura en el Uruguay”.(6)
Es interesante comprobar la instrumentalización de ambos procesos, el independentista y el nacionalista, por las élites económicas. El artiguismo, la idea de unas Provincias Unidas y la integración latinoamericana habían sido desterradas del imaginario popular. El país abría sus brazos al “progreso”.
Luego de la Guerra de la Triple Alianza cualquier idea de reunificación latinoamericana quedó totalmente descartada. “Las oligarquías gobernantes debieron asumir el desafío de generar referentes identitarios. Comenzó entonces la efectiva “nacionalización” de los destinos de cada Estado y la fragmentación del espacio historiográfico rioplatense”.(7)
Las escuelas uruguayas hicieron durante años la apología del gobierno de José Batlle y Ordóñez. Sus políticas sociales, pioneras en Occidente, marcaban la modernidad del país. Uruguay estaba a la cabeza de América Latina en todo. Era más bien un país europeo, de ahí aquello de la “Suiza de América”.
El Batllismo se continúa en el Neo-Batllismo con la presidencia de Luis Batlle Berres, sobrino de José Batlle. A partir de 1940 la bonanza económica alcanza su momento cumbre gracias a las exportaciones de carne y lana. El gobierno tuvo entonces el apoyo de la clase media y la burguesía industrial.
“El punto de inflexión que tengo con el Batllismo y el Neo-Batllismo, es que gobernó para unos cuantos burócratas de la capital, Montevideo. Y como había expresado antes, se dio un cambio de dueños entre el Imperio Británico y los Estados Unidos, pero esto no se evidenció en la balanza comercial, en la cual seguíamos siendo, hasta años después de la Segunda Guerra Mundial, un estado satélite de Inglaterra. Inglaterra nos compraba la carne, lana a precios altos -lo que algunos llamaron “petróleo verde”-, por la cual redituábamos cuantiosas sumas de dinero, extraídas también de las altas rentas aduaneras y de las detracciones o retenciones al medio rural. Gracias a esto, el pensador Alberto Methol Ferré, diría con acierto que “el Uruguay era una colonia británica más próspera que el Reino Unido mismo. El tema de las retenciones al medio rural es el punto neurálgico de todo, ya que el Batllismo, con tal de alimentar la industrialización en Montevideo, creaba una industria hipertrofiada que servía para un mercado interno que en aquel entonces tenía un millón y medio de habitantes. El medio rural, en cambio, y el interior de todo el país, fueron los más perjudicados durante los 50 años entre Batllismo y Neo-Batllismo. Al caer el Neo-Batllismo, en 1958, y con el acceso nuevamente al poder del Partido Nacional, se realizó un extenso informe por el Ministro de Obras Públicas de aquel entonces, el Ing. Luis Gianattasio, donde se constató que las escuelas rurales habían sido realizadas con techos de paja y que, entre muchas otras cosas, los caminos de las ciudades del interior no estaban pavimentados. Las palabras de Julio Martínez Lamas -quien publicaría el libro Riqueza y Pobreza en el Uruguay- no pueden ser más elocuentes: “En la Campaña, fuente única de la riqueza nacional, reina la pobreza, porque no existen capitales, en la misma campaña, no hay población densa, ni aumento de producción, ni evolución de la ganadería, ni aumento de la mestización de los ganados, ni apreciable subdivisión de la tierra por causa de su mejor y más intensa explotación, ni crecimiento de las vías férreas, ni ahorro popular: hay, en cambio, por el mismo motivo, falta de poblamiento, latifundismo, estancamiento de la agricultura, ferrocarriles arruinados, pobreza general, emigración”. Como dirían unos académicos extranjeros: “Montevideo es como un gran biombo que sirve para tapar la realidad del país entero”. La tendencia anti-rural, anti-argentina y anti-hispanoamericana del uruguayo promedio es heredada del Batllismo. Este sistema político, con su consciencia de “como el Uruguay no hay”, o “la Suiza de América”, “la Arcadia de Plata”, viene a generar esa consciencia de que nosotros, como uruguayos, somos “impolutos”, y esa es también la génesis del racismo en el Uruguay. Como evidencian algunos diarios de la década de 1930, el uruguayo de por aquel entonces sentíase orgulloso de su “origen caucásico” y se llamaba “la indiada” al resto de América Latina”.(8)
“En las tres primeras décadas del siglo XX, el período batllista, se redefinieron los rasgos de la identidad colectiva de los uruguayos. Las reformas del período obligaron a un replanteo de la cuestión nacional, que encontró una síntesis perdurable en lo que Gerardo Caetano denominó una integración hacia “adentro”. Quedó consagrada la existencia de Uruguay como país “solitario” en América Latina. En la década de 1920, la del “Centenario” de la independencia, este modelo tuvo su apogeo. En 1923 se inauguró el monumento de Artigas en la Plaza Independencia y tuvo lugar el debate parlamentario sobre la fecha de la independencia”.(9)
“El coronel Latorre había construido el Estado jurídico; Battle Ordóñez ordena el Estado exportador y distribuye la renta agraria entre la pequeña burguesía de la ciudad, que se hace naturalmente partidaria de un orden democrático y parlamentario liberal de corte europeo. La publicación de Ariel coincide con una era de bienestar general, que se prolongará seis décadas. El Uruguay urbano comenzaba a ser ya un país de ahorristas, pequeños propietarios, empleados públicos bien remunerados y artesanos independientes.
El batllismo es su expresión política; el positivismo, su filosofía; la literatura francesa su arquetipo. Es la ciudad de los templos protestantes, de los importadores, de los maestros poetas. Reina un tibio confort hogareño, una actitud a-histórica, una propensión portuaria. Uruguay se ha «belganizado»; un alto nivel de vida en la semi-colonia próspera ha sepultado los ideales nacionales. De ahí que ignore su origen, pues nada le importa de él. El hijo o nieto de inmigrantes permanece vuelto de espaldas a la Banda Oriental, a las Provincias Unidas, a la América criolla. Vive replegado sobre sí mismo en una antesala confortable de la grande Europa.
Y en esa vida de próspera aldea, con sus Taine, sus Renán y sus Comte, en esa viscosa «idealidad» de las secularizadas religiones prácticas, Uruguay se aburre; en ese hastío nacido de su insularidad, donde el pasado es un misterio (recién comienza a embalsamarse a Artigas como «héroe nacional») y el futuro no ofrece sobresaltos, el «espíritu» remonta su vuelo. Es la hora de Rodó, el predicador del «statu quo». El orador estetizante del Uruguay inmóvil se inquieta ante el genio emprendedor de los norteamericanos prácticos. No condena explícitamente las tropelías yanquis, sino su estilo pragmático. Propone un retorno a Grecia, aunque omite indicar los caminos para que los indios, mestizos, peones y pongos de América Latina mediten en sus yerbales, fundos o cañaverales sobre una cultura superior.
En Ariel no había furor. Se incitaba a la elevación moral. Al fin y al cabo Rodó emitía frases desde una sociedad complacida, a la que las caballerías de Aparicio Saravia dará un último sobresalto en 1904, una sociedad practicante de placeres virtuosos y enemiga del exceso. Francisco Piria, por lo demás, al frente de una legión de rematadores, ha creado en Montevideo una nueva clase de pequeños propietarios que constituirán la base social granítica de los arielistas. Detrás de las bruñidas frases de Rodó se descubría a un sonrosado Nirvana distribuyendo consejos de idealismo a los hambrientos de la Patria Grande.
Toda la autosatisfacción de las oligarquías ilustradas de América Latina, su concepción «pro domo sua» de un progreso quimérico, su latinidad, su humanismo lagrimeante, su desdén aristocrático hacia las bajas necesidades materiales, su adoración hacia la forma, todo ese detritus ético del estancamiento continental, Rodó lo pulió, lo envasó y se lo sirvió a la joven clase media de la América hispánica regado con esa gelatina sacarinada de cuya fabricación se había hecho maestro.
La pequeña burguesía harta del Puerto intemporal, se sublimaba en Rodó y ofrecía a su tiritante congénere latinoamericana el más exquisito narcótico de su rica farmacopea importada. Un ¡ah! de general deslumbramiento arrancó el estupendo sermón laico en esas dulces horas sin futuro.
Y pese a todo, había una amarga injusticia en glorificar la pieza más detestable y nihilista de Rodó, justamente el escritor que inicia en el Plata la reivindicación de Bolívar y retoma la idea de la Patria Grande. Sepultar su Bolívar y exaltar su Ariel, he ahí la impostura clásica del colonialismo cultural posterior”.(10)
Conflictos entre Uruguay y Argentina
Los conflictos de Uruguay, el “Estado tapón”, con sus dos poderosos vecinos son constantes. Limítrofes con Brasil, por tener una frontera terrestre, y de mayor calado con Argentina, con quien comparte río y rivaliza en puerto. De fondo, siempre, los intereses extranjeros dispuestos a dar una “mano”.
La lucha entre unitarios y federales argentinos fue la continuación del largo conflicto ideológico iniciado en la época artiguista. Los unitarios, defensores del liberalismo político, se veían como representantes de la cultura de raíz europea y desde ese lugar manejaban el esquema civilización contra barbarie, mientras los federales, liderados por Rosas, se proclamaban defensores de la soberanía nacional y acusaban a sus adversarios de actuar al servicio de los intereses extranjeros. En Uruguay Oribe apoyaba a los federales y Rivera a los unitarios. De fondo, como ocurrió durante la historia, Francia, Inglaterra y la emergente nueva potencia, los Estados Unidos tratando de sacar ventajas económicas de la situación.
El primer choque entre los caudillos uruguayos fue en 1836 en Carpintería, batalla en que las divisas usadas por los contendientes dio lugar a facciones que luego se convertirían en los partidos tradicionales, blancos y colorados.
En 1837 Rivera, derrotado en Carpintería y refugiado en Brasil, invadió el Uruguay. Tras varios combates con suerte diversa, recibió el apoyo de Francia, descontenta con Rosas por su resistencia a abrir la Confederación Argentina al libre mercado y a la entrada de cualquier mercadería extranjera. Esa ayuda francesa decantó el poder en Uruguay de su lado y lo convirtió en presidente. Una de sus primeras medidas de gobierno consistió en declarar la guerra a Rosas.
La Guerra Grande, una sucesión interminable de cruentos combates (1839-1951), terminó con una invasión conjunta de fuerzas brasileñas, unitarias y coloradas (Ejército Grande). Consumada la derrota federal se firmó una paz que estipulaba que no había habido “ni vencedores ni vencidos”. Días más tarde se firmaron cinco tratados entre el gobierno brasileño y el de la “Defensa” que beneficiaban totalmente a Brasil y en los que Uruguay perdía territorios y soberanía.
El 26 de enero de 1858, la revuelta de un grupo de colorados acabó en la Hecatombe de Quinteros. El presidente uruguayo, Gabriel Pereira, rompió relaciones con el gobierno de Buenos Aires por su apoyo a los rebeldes.
Bartolomé Mitre y el emperador del Brasil apoyaron la revolución de 1863-1865 de Venancio Flores contra el gobierno de Bernardo Berro. Triunfante la revolución, Flores agradeció los favores con la intervención uruguaya en la Guerra de la Triple Alianza contra Paraguay.
Durante la guerra civil de 1904 el presidente argentino Julio A. Roca hizo la vista gorda ante los envíos de armas a los rebeldes de Aparicio Saravia. El presidente José Batlle y Ordóñez entonces solicitó en Washington la presencia de buques de guerra estadounidenses en el Río de la Plata. La muerte de Saravia en Masoller hizo innecesaria la intervención, pero los marines ya estaban en el puerto de Montevideo y terminaron desfilando por 18 de Julio.
Durante el mandato del presidente uruguayo Claudio Williman (1907-1911), el canciller argentino Estanislao Zeballos sostuvo la tesis de que Uruguay no tenía derecho alguno a la costa del Plata ni del río Uruguay (teoría de la costa seca). Uruguay fortaleció entonces sus relaciones con Brasil –en litigio en ese tiempo con Argentina- que, como advertencia a Buenos Aires, reconoció la soberanía uruguaya sobre la mitad del río Yaguarón y la laguna Merín.
En 1932 Gabriel Terra rompió relaciones con Argentina después que se inspeccionara un barco de guerra uruguayo anclado en el puerto de Buenos Aires.
El gobierno de Alfredo Baldomir se planteó, en plena Segunda Guerra Mundial, el permiso de instalación en Uruguay de bases aeronavales estadounidenses. El gobierno argentino, totalmente neutral, amenazó con acciones militares directas.
Las relaciones del gobierno de Luis Batlle Berres con el gobierno de Perón fueron erráticas. El proteccionismo argentino y sus trabas burocráticas y cambiarias pusieron en peligro el turismo argentino en el Este uruguayo.
A partir de las década de los sesenta las tensiones entre los dos países fueron constantes. Finalmente Perón viajó a Montevideo en 1973 y firmó con Juan María Bordaberry un tratado que definió de forma permanente los límites fluviales.
La crisis económica argentina del 2002 puso en peligro a los bancos uruguayos. El presidente Jorge Batlle llegó a perder los nervios hasta el punto de afirmar ante una cámara: «Los argentinos son todos una manga de ladrones, del primero hasta el último». Luego tuvo que viajar a Buenos Aires a rectificar y pedir disculpas.
Tabaré Vázquez, agobiado por los cortes de puentes internacionales de los piqueteros argentinos debido a la instalación de la planta de Botnia en Fray Bentos, trató de imponer un acuerdo de libre comercio con Estados Unidos. El proyecto no se hizo reañidad por las presiones de Brasil y Argentina y los desacuerdos dentro del Frente Amplio. En 2008 los piqueteros ocuparon el Consulado uruguayo en Gualeguaychú. El gobierno uruguayo llegó a considerar la ruptura de relaciones con Argentina. Vázquez admitiría haber pedido ayuda, incluso militar, al presidente Bush.
El presidente Mujica (o el personaje que interpreta) dijo ante micrófonos que creyó apagados: «Pa`conseguir algo de Argentina tenés que recostarte un poquito a Brasil. Esta vieja (Cristina Fernández) es peor que el tuerto (Kirchner). El tuerto era más político, esta es terca”.
Los sesenta
Los años sesenta son en Uruguay, por encima de todo, años de búsqueda. El país que vivía de espaldas a América Latina, el país de los empleados públicos, de la siesta, de la gente amable y tranquila, despierta de repente al borde del abismo. La reconstrucción europea, el fin de la guerra de Corea, la aparición de nuevos competidores, hunden el precio de las materias primas.
El país comienza a endeudarse. Con fuerza vienen la revolución cubana y la guerrilla continental mostrando otro camino. Obreros y estudiantes, unidos y adelante es la consigna cuyo clamor enciende la calle mientras los historiadores rompen con la edulcorada y heroica historia nacional para mostrarnos el “rostro terrible de la patria”. El discurso de cambio avanza y se profundiza.
Del exterior nos llega el gran cine italiano explicando aconteceres y adivinando futuros, Bergman con sus complejidades humanas, la literatura latinoamericana pronta para el boom que conquistará Europa, la beat generation norteamericana, el movimiento hippie, la reivindicación de las minorías, el cuestionamiento de la familia como institución, el principio del fin del padre padrone, la libertad sexual, la vida vista desde la óptica de los perdedores.
El capitalismo, poderoso y en auge, no iba a permitir por mucho tiempo semejante estado de cosas. El choque será inevitable y terminará en la contra revolución que significa el neoliberalismo.
Había en Uruguay dos fuertes opciones de cambio, la guerrilla tupamara y el Partido Comunista. Los tupamaros, siguiendo el ejemplo de otros movimientos guerrilleros latinoamericanos, querían concienciar a la gente a través de la acción. “No es momento de pensar y hablar, es momento de hacer”, repetían sus seguidores en aquellos tiempos. Un ejemplo claro es la entrevista de María Ester Gilio al líder del movimiento Raúl Sendic:
– “¿Esto querría decir que el MLN ahora (se refiere al período posterior a 1985) sería un partido revolucionario más junto al comunista y al troskista?
– Yo pienso que no, que nuestro pasado es inconfundible.
– ¿Qué le da esa inconfundibilidad?
– Nuestro pasado guerrillero.
– ¿Eso le da un perfil especial? ¿En qué sentido le parece?
– En el sentido de la autenticidad. O sea que todo el mundo puede hacer discursos y aprobar documentos, pero pocos meten el pellejo ahí.
– ¿Quiere decir que los discursos y los documentos del MLN estarían valorizados por un pasado en que sus miembros se jugaron la vida?
-Eso es”
Los sectores conservadores y reaccionarios acusaron siempre a los tupamaros de ser un movimiento marxista. Más allá de que muchos de sus integrantes pudieran presumir de ser marxistas, la ideología de cualquier movimiento o partido es su programa, y en los comunicados tupamaros no aparece ni el mínimo rastro del pensamiento del filósofo alemán. Incluso se podría aseverar que las reivindicaciones políticas del movimiento no pasan del nacionalismo y hoy ese extremo se puede constatar en sus máximos dirigentes.
En cuanto a la relación de fuerzas, la guerrilla tupamara, de haber triunfado o haber puesto el gobierno en entredicho, tendría que habérselas visto con los ejércitos de Argentina, Brasil y USA, lo que quiere decir que sus perspectivas de llegar a alguna parte eran inexistentes, y bastó con una mejor organización de las fuerzas represivas locales para terminar totalmente con el movimiento en 1973. Lo que vino después fue un genocidio en toda regla. Quienes pusieron en boga la teoría de los dos demonios (malos militares y mala guerrilla) hicieron un flaco favor a la verdad histórica.
El Partido Comunista, por su parte, no tenía tampoco nada de marxismo. Stalin había liquidado cualquier rastro de ideología comunista.
“El PC adapta su política a la de la Rusia soviética, porque sólo en este país se encuentra el esbozo de una organización socialista. Pero, si bien es cierto que Rusia ha comenzado la revolución social, también lo es que no la ha terminado. El atraso de su industria, la falta de cuadros y la incultura de las masas le impedían que realizara sola el socialismo y hasta lo impusiera en otros países por contagio. (…) Rusia tuvo que replegarse sobre sí misma y dedicarse a crear cuadros, a compensar el atraso de sus instalaciones, a perpetuarse por medio de un régimen autoritario en su forma de revolución detenida. Como los partidos europeos que apelaban a las clases obreras y preparaban el advenimiento del proletariado no tenían la fuerza necesaria para pasar a la ofensiva, Rusia tuvo que utilizarlos como bastiones de su defensa. Las fuerzas de la revolución mundial han sido desviadas, de ese modo, en provecho del mantenimiento de una revolución en invernada. (…) Tranquilizar a la burguesía sin perder la confianza de las masas, permitirle que gobierne mientras se mantiene la apariencia de una ofensiva contra ella y ocupar puestos sin dejarse comprometer; tal es la política del PC. Hemos sido testigos y víctimas en el 19 y el 40 del pudrimiento de una guerra; asistimos ahora al pudrimiento de una situación revolucionaria. (…) Basta hojear una publicación comunista para extraer de ella cien procedimientos conservadores: se persuade por la repetición, las amenazas veladas, la fuerza desdeñosa de la afirmación, las alusiones enigmáticas a demostraciones que no se hacen y la exhibición de una convicción tan completa y soberbia que se coloca por encima de todos los debates, fascina y acaba por contagiar. No se contesta jamás al adversario: se le desacredita; es de la policía, un fascista. En cuanto a pruebas, no se proporcionan jamás, porque son terribles y comprometen a demasiadas personas. Si se insiste en conocerlas se replica que hay que contentarse con eso y creer la acusación por la pura formulación de la misma: “No nos obliguen a darlas, pueden escocer a muchos” (…) Para un stalinista, un trotskista es la encarnación del mal”.(11)
“Para los comunistas uruguayos la URSS no era sólo el país donde se construía el socialismo. En su imaginario, era el territorio donde se plasmaba el socialismo como utopía realizable (…) La URSS no era, pues, un hecho político. Por eso se negaban los conflictos, las tensiones, los intereses opuestos (…) Ningún documento público del Partido menciona ni problemas de nacionalidades, ni dificultades económicas, ni la existencia de ciertas religiones, ni carencias tecnológicas, así como tampoco nunca se hace referencia a la burocracia ni a las luchas internas dentro del PCUS. Al identificar el futuro con el presente, el socialismo con un país, el marxismo leninismo con la línea del PCUS, los comunistas uruguayos se plantean la relación con éste en términos de lealtad. En esta cadena de identificaciones y en el contexto de la guerra fría, la posición crítica se asemeja al ataque, crítica pública a adhesión al capitalismo, cuestionamiento a traición. Toda posición diferente es sumada como anticomunismo y como incomprensión del verdadero comunismo”.(12)
Con semejante panorama la posibilidad de una revolución era más que remota. Sin embargo, las fuerzas represivas actuaron con saña. Uruguay, como tantos países latinoamericanos, fue descabezado dentro de la Operación Cóndor. Intelectuales, artistas, sindicalistas, marcharon rumbo a la cárcel, el destierro y, en muchos casos, la muerte. Quedaba liquidado, de esa forma lo mejor del país, la posible futura disidencia.
Hay dos escritores que son fundamentales en esa época: Onetti y Benedetti. Es curioso que ambos hayan sido denostados, ignorados, negados en estos últimos años por los nuevos escritores. Habría que estudiar ambos casos con sumo cuidado.
“El proceso de aculturación cubre todo el continente entre ambas guerras y su impacto viene de Estados Unidos y Europa. Es más visible en los enclaves urbanos de América Latina que se modernizan y en la literatura cosmopolita ligada al exterior, pero alcanza también la interioridad tradicionalista del continente. (..) El sacrificio de la integridad cultural aparece como el pesado tributo al progreso”.(13)
Dentro de la clara aculturación de la literatura uruguaya, Onetti escribe sobre Montevideo y los montevideanos, y lo hace fuera de partidos, organizaciones y de lo que hoy llamamos la cultura de masas. Sus dos primeros títulos, El pozo y Tiempo de abrazar nos colocan delante del inconformista, del escritor influenciado por el existencialismo y con una escritura parecida a la de un escritor “maldito”, el Céline de Viaje al fin de la noche.
Podríamos sintetizar El Pozo: un hombre (Linacero) sin fe ni interés por su destino observa, desde un país inexistente, a unos escritores (e intelectuales) que no asumen riesgos, a unos militantes que no profundizan y a unas gentes (él mismo) que son incapaces de amar.
De Tiempo de abrazar decía el propio Onetti: “Pinto a un grupo de gentes representativas de su generación, la que reproduce, veinte años después, la europea de la post guerra. Los viejos valores morales han sido abandonados por ella y todavía no han aparecido otros que puedan sustituirlos. El caso es que en el país más importante de la joven América crece el tipo del indiferente moral, del hombre sin fe ni interés por su destino. Que no se reproche al novelista haber encarado la pintura de ese tipo humano con igual espíritu de indiferencia”.
Y de los escritores uruguayos opinaba: “Estamos en pleno reino de la mediocridad. Entre plumíferos sin fantasía, graves, frondosos, pontificadores, con la audacia paralizada. Y no hay esperanza de salir de esto. Los “nuevos” sólo aspiran a que alguno de los inconmovibles fantasmones que ofician de Popes les digan una palabra de elogio acerca de sus poemitas. Y los poemitas han sido facturados expresamente para alcanzar tan alto destino”. Y sobre su ciudad decía: “Montevideo, mientras tanto, no existe. Aunque tenga más doctores, empleados públicos y almaceneros que todo el resto del país, la capital no tendrá vida de veras hasta que nuestros literatos se resuelvan a decirnos cómo y qué es Montevideo y la gente que lo habita. (…) Es necesario que nuestros literatos miren alrededor suyo y hablen de ellos y su experiencia. Es indudable que si lo hacen con talento, muy pronto Montevideo y sus pobladores se parecerán de manera asombrosa a lo que ellos escriban”.
¿No parece estar refiriéndose a la actualidad en esta cita de 1938?
El astillero, para poner un último ejemplo, funciona hoy día como una metáfora del Uruguay, un país que sobrevive vendiendo las joyas de la abuela, como venden los restos quienes simulan trabajar en el astillero.
Considero que habría que leer a Onetti con fe, como aconsejaba Faulkner de Joyce, colocarlo en el centro del debate cultural y plantear desde ahí toda la literatura nacional. Pero esta es una posición personal que de seguro no comparten los escritores jóvenes actuales ni las autoridades.
Dadas las circunstancias políticas y sociales de los años sesenta, era lógico que apareciera alguien como Benedetti en el campo de la escritura. Y digo escritura porque no considero que tuviera calidad suficiente para hacer literatura. Sería una falta de respeto hacia su persona compararlo con Borges, Faulkner o el propio Onetti. Benedetti incursionó en variados campos del conocimiento: poesía, novela, cuento, dramaturgia, letras de canciones, humorismo, ensayo, artículos periodísticos, crítica literaria. Su obra tuvo un gran éxito, le dio fama mundial y sus libros fueron best sellers. ¿Por qué? No era el “mejor” escritor uruguayo, pero sí el más representativo, lo que quiere decir conocido, admirado, querido y leído. Esa representatividad viene dada por la asunción del tiempo que le tocó vivir, transmitido en su obra de una manera simple, entendible para la mayoría. Al contrario que Onetti, su posición política quedaba clara en su apoyo al movimiento 26 de Marzo y su simpatía por los tupamaros.
Con sus sombras y sus luces (que tuvo muchas), Benedetti es un escritor clave para entender una época fundamental del Uruguay, un decenio en el que se cuestionó todo y terminó de forma trágica.
Hace poco, en Montevideo, la mención de Benedetti en la charla de una escritora suscitó protestas por parte de algunos de los presentes en el acto. Decían en voz alta que era un mal escritor, que no debía tenérselo en cuenta.
Sería muy importante abrir un debate en Uruguay sobre la obra y la personalidad de Benedetti. Podríamos preguntarles entonces a aquellos que lo ponen en cuestión, comparándolo con otros autores, cuántos escritores actuales uruguayos resistirían la comparación con él. Ambos serían muy buenos ejercicios.
Terminada la larga noche negra de la dictadura, nos encontramos con una situación social, política y cultural confusa. Los tupamaros, que en el año 1961 habían desoído los consejos del Che desde la Universidad de Montevideo sobre la conveniencia de no llegar a la violencia en un país como Uruguay, donde todavía era posible la libertad de expresión y la lucha parlamentaria, aceptan ahora el desafío, se hacen “demócratas” y electoralistas sumándose al Frente Amplio.
Muchos de ellos son ahora “escritores” y nos cuentan su historia y la del movimiento en centenares de libros. La calidad literaria de esas publicaciones es escasa y la autocrítica casi ausente.
Señala Esteban Valenti al respecto: “El MLN fue derrotado y contribuyó de manera importante a la derrota de todo el movimiento popular por parte de las fuerzas más reaccionarias y antidemocráticas de la sociedad uruguaya por sus errores políticos y militares, pero sobre todo políticos, porque vivían en una realidad creada e inventada por ellos. Así de duro. La catarata de libros, relatos, artículos y cuentos que hemos recibido y tragado en estos años no son responsabilidad de sus autores, sino muchas veces de nuestros silencios. Cada uno cuanta la historia como le conviene. Y eso sucedió”.
Valenti tiene razón, incluso cuando dice que cada uno cuenta la historia como le conviene. También lo hizo el Stalinismo, del que fue un destacado representante. Y sus errores también los pagaron caros los pueblos.
La generación post dictadura creció en un país quebrado, derrotado. Podría haber rescatado las brasas del antiguo fuego, pero le fue imposible: el neoliberalismo la atacaba con sus luces, sus imágenes, sus promesas de posibilidades infinitas. Encima, sumado a la televisión, estaba internet, una maquinaria que bien usada es extraordinaria, pero mal usada es el peor veneno.
La cultura, como de costumbre, llegaba de fuera. Malas series, películas infumables, música de quinta, dieron lugar a la aparición de centenares de artistas, escritores y, sobre todo, poetas. Escribir corto y hacia abajo es fácil, cualquiera puede hacerlo.
Toda la cultura anterior comienza a descalificarse con facilidad por antigua. El Frente Amplio ayuda sugiriendo la idea de que antes de su aparición no había nada en el país.
En literatura los referentes se buscan primero en Bukowski y la generación beat norteamericana y luego en la mal llamada literatura fantástica, que en Uruguay parecen encarnarla Felisberto Hernández y Levrero.
Es muy extraño en un país donde la literatura está abierta a lo social y político tener a estos dos escritores –de ambientes cerrados, casi claustrofóbicos, cercanos al contacto con los objetos y alejados del mundo real- como referentes. Da la impresión de ser un escape de la realidad.
“Está esa cuestión que aparece tan a menudo en las discusiones en las que estamos los escritores, los críticos o los historiadores que tiene que ver con que todo es ficción, que es como una situación que está muy presente en el discurso histórico y el debate cultural. Me parece que ahí se produce una extrapolación de algo que uno podría localizar más precisamente y decir que es en la cultura de masas donde la distinción entre ficción y verdad se ha perdido. Y que muchos de los filósofos “posmodernos” –entre comillas- trasladan lo que es real en la cultura de masas al conjunto de las prácticas. En la cultura de masas es cierto que se han disuelto las categorías clásicas, entre otras, la distinción entre ficción y verdad, que nos movemos en un mundo donde esas categorías han perdido totalmente relevancia. Pero no me parece que debamos tomar ese elemento que es particular a la cultura de masas como un dato para entender el conjunto del funcionamiento social. Estamos muy amenazados por la expansión de los medios, pero no me parece que un ámbito como la lucha social, por ejemplo, deba asimilar y repetir las posiciones discursivas que genera la cultura de masas”.(14)
Ahí está la cuestión. Los escritores jóvenes uruguayos han perdido la distinción entre ficción y verdad, están sumergidos la mayoría en la cultura de masas, que genera el discurso dominante (y Facebook es una prueba de ello). La literatura anterior los pone frente al espejo y los enfrenta al país y su historia. La ficción, los lugares cerrados, son un buen refugio.
Levrero es un buen ejemplo. No me estoy refiriendo a su obra, no soy crítico literario; me interesa el “efecto Levrero”. Porque Levrero no fue solamente un escritor, fundó talleres literarios, “enseñó” a escribir. Y en su taller (y los que tomaron la posta) había una máxima: “No leer a otros escritores (excepto a él); la escritura surge de la imaginación”.
Curiosa forma de “cargarse” la literatura. La regla máxima del Siglo de Oro español señalaba, por el contrario: “Leer mucho, escribir poco, corregir mil veces”. ¿Existiría Macondo si Márquez no hubiera leído a Faulkner? ¿Hubiera escrito de esa forma Faulkner si no hubiera leído a Joyce?
¿Sería lo mismo la literatura sin Marx, Freud y tantos otros? Somos cultura, y la cultura se aprende de forma retrospectiva. Nada puede dejarse librado a la imaginación, y menos en un mundo que carece de tal cosa.
Las definiciones del presidente Mujica
Cualquier análisis cultural o político del Uruguay de hoy estaría incompleto sin referirse a José Mujica. El presidente pobre (como lo llaman en Europa con la admiración de los corruptos y ladrones) que no atiende al protocolo y vive en un rancho en las afueras de Montevideo, crítico de la sociedad de consumo en las reuniones internacionales, defensor de la tierra y el planeta, es atacado por muchos de sus antiguos compañeros de armas por haber traicionado la idea de cambiar la sociedad. Creo que se equivocan. Si algo ha sido el actual presidente es coherente.
En el acto de festejo después de su triunfo electoral en la Rambla de Montevideo rindió homenaje a una gran personalidad. Los homenajeados no fueron Sendic, ni Guevara, ni aquellos que quedaron en el camino por su loca aventura. Recordó a Herrera. Es muy cierto que Herrera tuvo una actitud antinorteamericana y se negó con vehemencia a la instalación de bases militares de ese país en Uruguay. Pero también son ciertas sus simpatías por el imperio inglés, al que justificó todos sus desmanes. Trabajando con Herrera se formó ideológicamente Mujica. No pueden llamarnos la atención entonces los comentarios filosóficos y políticos que publicamos a continuación. Podrían suscribirlos Margaret Thatcher, Menem, Felipe González y un largo etcétera de pensadores afines al neoliberalismo.
La vida humana es hermosa y corta. Y no puedo sacrificar por una utopía la vida de los hombres que viven hoy.
Estamos con Argentina porque Uruguay necesita un mercado. Es el problema de Tarzán: no se puede dejar una liana si no tenemos otra.
Tabaré Vázquez es un candidato formidable, un candidato probado.
Ahora no hay preocupación por el trabajo, el problema es la seguridad. Y la falta de seguridad viene por la droga.
Creo en el socialismo pero no en el estatismo. Países como Noruega se acercan más al socialismo. Allí son enemigos de la burocracias y están por la autogestión.
A la guerrilla se le dice que puede ganar por otro lado. Vale luchar por las reglas de la democracia liberal.
No quiero propiedad pública de los medios de comunicación, quiero uruguayez.
Hace 40 o 50 años yo pensaba en el partido único y la dictadura del proletariado. Ahora no estoy de acuerdo con esa dictadura ni con ninguna otra. La democracia es una porquería, pero es la mejor porquería, como decía Churchill.
La sociología y la filosofía son importantes porque tienen que ver con la formación integral, pero el Uruguay necesita intelectualización de hombres prácticos, con los pies sobre la tierra y útiles a la multiplicación del país en todas partes en materia de valor.
Parece patético que un político con semejantes ideas pueda contar con la aprobación del 63% de la población, muchos de ellos gente joven. Da una idea de la situación por la que pasa el país.
La situación en el Uruguay actual
La salud de un país puede medirse por el estado de su Sanidad, Educación y Trabajo.
El Uruguay actual tiene una Sanidad con enormes dificultades (no entraré en detalles, hay mucha información al respecto) y una Educación de la que sólo hace falta dar un dato: la deserción en la enseñanza secundaria alcanza al 60% del alumnado.
El Trabajo es punto y aparte. El gobierno muestra con orgullo los logros en este terreno. Y no miente. Pero habría que tomar sus datos con enorme cuidado. La situación es mejor comparada con épocas anteriores, pero únicamente en términos relativos. Hace poco la mismísima Constanza Moreira constataba que el 75% de los trabajadores gana menos de 15.000 pesos (unos 500 euros). Algunos economistas son más precisos señalando que el 30% de los trabajadores ganan algo más del salario mínimo y la mitad de los que trabajan perciben algo menos de dos salarios mínimos.
Un estudio del PIT-CNT revela que los salarios representaban en 1998, cuando gobernaba la “derecha”, el 27% del PIB, mientras en 2011, luego de varios años de gobierno frenteamplista, representaban el 23,5%. (Instituto Costa Duarte)
Habría que comparar esos salarios con los precios al consumo, sobre todo los de los artículos de primera necesidad, uno de los más altos de América Latina (y de algunos países europeos), para generar dudas en cuanto a la mejora en el nivel de vida. La canasta familiar, por poner un ejemplo, está situada oficialmente en el entorno de los 45.000 pesos (1500 euros).
Ha mejorado, eso sí y de qué manera, la situación económica de las clases medias acomodadas y de los cuadros medios y altos de funcionarios públicos, que son legión.
Las cifras manejadas nos llevan directamente al tema de la pobreza, uno de las cartas ganadoras del actual gobierno, que dice haberla bajado de forma dramática.
La salida de la pobreza la sitúa el gobierno en una cifra cercana a los 9.500 pesos (unos 310 euros) y según sus datos. Cualquiera que razone más allá de las ideas prefijadas o la conveniencia personal podrá comprender que nadie puede salir de la pobreza con ese volumen de ingreso. Pero convengamos que una parte de la población salió de la pobreza extrema, más por el crecimiento económico sostenido del país que por las políticas sociales que, como antaño, tapan problemas sin resolver la cuestión de fondo.
Un estudio sobre infancia y pobreza realizado por el Rectorado de la Universidad de la República aporta razonamientos y datos muy interesantes. Dicho estudio partía de las palabras de Iain Duncan Smith, Ministro de Trabajo del Reino Unido que cuestionaba el ingreso como forma de medir el nivel de pobreza asegurando que el ingreso provee una evaluación incompleta del nivel de vida y por lo tanto es necesario atender otras dimensiones sociales.
Plantea dicho estudio la necesidad de sumar al abordaje «monetarista», que sólo toma en cuenta el nivel de ingreso del hogar otra conceptualización de la pobreza, la inclusión en el análisis de diversas variables que apuntan a las privaciones que los integrantes de los hogares pobres sufren (Necesidades Básicas Insatisfechas). Así se llega a concluir que la pobreza es, ante todo, un síndrome situacional en el que se asocian el infra consumo, la desnutrición, precarias condiciones de habitabilidad, bajos niveles educacionales, malas condiciones sanitarias, una inserción ya sea inestable, ya sea en estratos primitivos del aparato productivo, un cuadro actitudinal de desaliento, poca participación en los mecanismos de integración social y, quizá, la adscripción a una escala particular de valores, diferenciada en alguna medida de la del resto de la sociedad.
Las cifras, vistas desde este punto de vista varían. El INE, de acuerdo al método de ingreso, registró en 2011 un 27,3% de niños menores de seis años en situación de pobreza, cuando aplicando un enfoque multidimensional de la exclusión social la cifra de pobres en esa franja etaria es de 49,2%, es decir, casi el doble del registro oficial ese año. También incluye 2006, donde el INE registró 55,2% de pobres monetarios y mediante el otro método se llegó a 76,9%.
Las organizaciones y partidos que optaban en los sesenta a un cambio radical de sociedad para solucionar los problemas estructurales del país, planteaban la necesidad de la reforma agraria y la nacionalización de la banca y el comercio exterior. Las primeras medidas del Frente Amplio en un hipotético triunfo electoral en 1971 recogían esos objetivos.
¿Cuál es la situación actual? El antiguo problema de la excesiva concentración de tierra en pocas manos sigue siendo un tema a resolver. El 70% de los propietarios controla el 10% de la tierra, mientras un 10% controla el 61%.
A este problema de concentración se ha agregado otro, la extranjerización. En el año 2000 el 90% de la tierra pertenecía a uruguayos, mientras que en 2011 sólo eran uruguayos los propietarios del 53%. Del total se calcula que el 43% de los propietarios son sociedades anónimas, lo que muchas veces lleva a desconocer al verdadero propietario. La forestación constituye todo un tema en este sentido: tres empresas controlan 650.000 hectáreas, el 70% del área forestada. También controlan esas empresas la industrialización y comercialización de la materia prima gracias a la concesión estatal de zonas francas libres de impuestos y la instalación de la megaindustria de producción de pulpa de celulosa.
Proceso similar se da con la soja, que arrasa, además, con los esquemas naturales de pasturas y cuando deja de plantarse la recuperación del terreno lleva años y sus residuos envenenan el agua.
Queda claro que el país tiene, ahora agravados, los mismos problemas del pasado. Los intereses extranjeros siguen mandando y como resultado se expulsa a la gente del campo.
“La cultura es un ingrediente central de la identidad nacional. El desarrollo de la propia cultura es tan imprescindible como la capacidad de apertura a lo que se produce fuera de nuestro territorio. Sin ella seríamos un país semicolonial, obligado a repetir acríticamente lo que se genera en los centros del llamado primer mundo”.
Esta es la primera parte de un documento público del Frente Amplio, enviado por internet a militantes y simpatizantes para ser firmado. Luego de este inicio, el texto constata los estímulos a la creación generados desde el MEC por el gobierno.
Dichos estímulos existen, y quizá sean los primeros otorgados en la historia del país; pero es necesario matizar, el hacer, si bien es importante, no es siempre suficiente y muchas veces va en la dirección equivocada.
El gobierno y el MEC nos hablan continuamente de industria cultural. El término no es nuevo, viene, como es costumbre, de Europa. Cuando decimos industria cultural estamos refiriéndonos a un negocio y, como bien se sabe, los negocios deben ser rentables. Las subvenciones y ayudas, por lo tanto, se dan a un producto, a una mercancía (hablamos de negocios), que debe generar plusvalía. Y cuando se da este extremo y encima las ayudas vienen del Estado, de cualquier Estado, siempre son sospechosas. Los gobiernos, no seamos ingenuos, ficcionan, y esa ficción es generada por los suyos y por sus simpatizantes. Y los premios y subsidios se otorgan a gusto de un jurado o comité que premia lo que considera bueno (o rentable) desde su perspectiva. Los jurados, está claro, son nombrados desde “arriba”. Por eso en Uruguay siempre se sospechó de ellos.
Sería sumamente interesante que el gobierno, a través del MEC, promoviera la calidad, la originalidad, la vanguardia, la tradición cultural uruguaya, si hay alguna, y si no la hay tomara a algún creador (el país tiene grandes, yo sugiero a Onetti) y desde ahí la fundara.
Es importante, llegados a este punto, observar cómo ha funcionado la tan cacareada globalización. Pongo como ejemplo la literatura, la palabra. Se creía, y se decía, que esa globalización nos traería la democratización, la igualdad. Craso error. Las grandes casas editoriales españolas (nos une el idioma) han instalado sucursales en toda América Latina.
Cuando publican a un español lo difunden por todo el ámbito de habla hispana; el uruguayo se queda en Uruguay y los demás escritores latinoamericanos también en sus respectivos lugares. Antes estaban todos de espaldas, ahora la globalización ha agregado el provincianismo.
El gobierno y el MEC deberían tener claro que la difusión es fundamental, más que la publicación. Y la difusión de los escritores uruguayos en el exterior no existe. Un reconocido escritor me contaba que había ido a España a presentar un libro y al acto no había acudido ninguna representación oficial. Esto no es nuevo. Una muestra de literatura uruguaya publicada por una editorial barcelonesa y declarada de interés cultural por el MEC espera hace un año los apoyos prometidos por las autoridades oficiales. Debería tomar nota el gobierno uruguayo del gobierno de Argentina, cuyos consulados europeos tienen agregados culturales de prestigio, por ejemplo el de París, que cuenta con Susana Rinaldi. Podríamos desde aquí sugerir unos cuantos nombres para los consulados uruguayos. Uno de los problemas es que Uruguay está dividido en tres: Montevideo, en interior y los uruguayos que viven en el exterior (cerca del 30% de la población total). Y los que viven en el exterior no importan, incluso se decidió en referéndum negarles el voto en las elecciones.
El problema de fondo es que se ayuda a los creadores, es verdad, pero para que creen dentro de la cultura de masas. Desde ahí (el mundo de la imagen, lo efímero, las ideas que sólo alcanzan para terminar el día) el Uruguay no tiene ninguna posibilidad de hacerse notar. Sólo queda lo que hay: generar una cultura occidental, europea de segunda fila.
¿Todo esto quiere decir que no hay buenos escritores en Uruguay, que no hay buenos artistas y creadores? Para nada. Pero son, como muy bien los definió Héctor Rosales, árboles sin bosque: aislados, solos, pobres de ventas, rumiando en silencio la desgracia de su calidad.
El país, como antes, como siempre, espera. Los ruidos son de murga, de tambor, de pie contra una pelota. En un altillo hay alguien quemándose las pestañas para plasmar el cuadro, la película, el libro, que luego le darán sentido a este viaje extraño montados todos en un planeta que gira. Detrás de ese alguien que trabaja están Artigas, Onetti, Quiroga, Delmira y un largo etcétera, sumados a los que se quedaron en el camino por soñar con un país mejor. Son aquellos que nunca se vendieron a los intereses extranjeros, ni necesitaron las prebendas del Estado. En ese altillo está la vida.
Aquejado de cierta manía clasificatoria, desde adolescente me di a catalogar los libros de mi biblioteca.
En el momento de cursar el quinto año del secundario, ya contaba con una razonable —para mi edad— cantidad de volúmenes: me estaba acercando a los seiscientos.
Poseía un sello de goma con la siguiente leyenda:
BIBLIOTECA DE FERNANDO SORRENTINO VOLUMEN N. º ______ FECHA DE ALTA: ______
Apenas entraba un nuevo libro, le aplicaba el sello —con tinta siempre negra— en la primera página, lo numeraba correlativamente y consignaba —con tinta siempre azul— la fecha de adquisición. Luego, a imitación del antiguo catálogo de la Biblioteca Nacional, asentaba sus datos en una ficha de cartulina, que archivaba en orden alfabético.
Mis fuentes para adquirir información literaria eran los catálogos editoriales y el Pequeño Larousse Ilustrado. Un ejemplo cualquiera: en unas cuantas colecciones de diversas editoriales se hallaba Atala. René. El último abencerraje. Instigado por esa profusión y porque Chateaubriand parecía, en las páginas del Larousse, revestir mucha importancia, adquirí el libro en la edición de la Colección Austral, de Espasa-Calpe. A pesar de estas precauciones, esas tres historias me resultaron tan insoportables como evanescentes.
Como contrapartes de estos fracasos hubo rotundos éxitos: en la colección Robin Hood fui fascinado por David Copperfield y, en la Biblioteca Mundial Sopena, por Crimen y castigo. En la acera de los números pares de la avenida Santa Fe, y poco antes de llegar a la calle Emilio Ravignani, se arrinconaba la Librería Muñoz: oscura, profunda, húmeda y mohosa, con pisos de listones de madera que crujían un poco. Su dueño era un español de unos sesenta años, muy serio y algo macilento.
Solía atenderme el único dependiente: joven, calvo, erróneo y sin mayor conocimiento de los libros que se le pedían ni de su ubicación. Se llamaba Horacio.
En el momento de esa tarde en que yo acababa de entrar en el local, Horacio se encontraba hurgueteando por diversos estantes, en busca de vaya a saber qué título. Según pude inferir, se lo había solicitado una chica, alta y flaca, que, mientras tanto, paseaba su mirada por la amplia mesa donde se exponían volúmenes de segunda mano.
Desde las honduras del comercio llegó la voz del propietario:
— ¿Qué buscas ahora, Horacio…?
El adverbio ahora indicaba cierto mal humor.
— No encuentro Don Segundo Sombra, don Antonio. En los estantes de Emecé no está.
— Es libro de Losada, no de Emecé. Fijate en el estante de La Contemporánea.
Cambió Horacio el lugar de sus búsquedas y, tras extensa exploración, se volvió hacia la muchacha y le dijo:
— No, lo siento, no queda ningún Don Segundo.
La chica se lamentó, dijo que lo necesitaba para el colegio, preguntó dónde podría conseguirlo.
Horacio, azorado ante un enigma insondable, abrió grandes los ojos y levantó las cejas. Por suerte, don Antonio había oído la pregunta:
— Por aquí —contestó—, difícil. No hay buenas librerías. Tendrías que ir al centro, a El Ateneo, o a alguna otra de Florida o de Corrientes. O, si no, cerca de Cabildo y Juramento.
La decepción turbó el rostro de la muchacha.
— Disculpame que me meta —le dije—. Si me prometés tratarlo con cuidado y devolvérmelo, yo puedo prestarte Don Segundo Sombra.
Sentí que me ruborizaba, como si hubiera incurrido en una audacia inconcebible. Y, simultáneamente, experimenté disgusto contra mí mismo por haberme dejado llevar por un impulso que se oponía a mi verdadero sentir: amo a mis libros y aborrezco prestarlos.
No sé exactamente qué respondió la muchacha, pero —tras algunos remilgos— terminó por aceptar el ofrecimiento.
— Necesito leerlo en seguida para el colegio —dijo, como justificándose.
Luego supe que cursaba el tercer año en el colegio para mujeres de la calle Carranza. Le propuse que me acompañara hasta mi casa para entregarle el libro en cuestión. Le dije mi nombre y apellido, y ella me dio los suyos: Mabel Mogaburu.
Pero antes de ponernos en marcha cumplí con el objetivo que me había llevado a la Librería Muñoz: compré Los crímenes de la rue Morgue. Yo ya había leído las Historias extraordinarias y, encantado, decidí reincidir en las ficciones de Edgar Allan Poe.
— No me gusta nada —dijo Mabel—. Es truculento y efectista. Siempre con esas historias de asesinatos, de muertos, de ataúdes… No me atraen los cadáveres.
Mientras caminábamos por Carranza hacia la calle Costa Rica, Mabel habló, con entusiasmo y sinceridad, de su afición (o, más bien, pasión) por la literatura.
En ese punto había honda afinidad conmigo, pero, desde luego, mencionaba autores convergentes y divergentes de nuestros respectivos amores literarios.
Aunque yo le llevaba dos años de edad, me pareció que Mabel había leído una cantidad bastante mayor que la mía.
Era morena, más alta y más delgada que lo que me había parecido en la librería. La adornaba cierta elegancia difusa. El matiz aceitunado del rostro parecía atenuar alguna palidez más profunda. Los ojos oscuros se clavaban rectamente en los míos, y me costaba sostener la intensidad de esa mirada inmóvil.
Llegamos a la puerta de mi casa de la calle Costa Rica.
— Esperame en la vereda un minuto, que en seguida te traigo el libro.
Y, en efecto, lo encontré al instante, pues, por una cuestión de homogeneidad, tenía (y sigo teniendo) los libros agrupados por colección. De manera que Don Segundo Sombra (Biblioteca Contemporánea, Editorial Losada) se hallaba entre La metamorfosis de Kafka y El candor del padre Brown de Chesterton.
Al volver a la calle, advertí —aunque nada conozco de ropas— que Mabel vestía de una manera, digamos, algo anticuada, con blusa grisácea y pollera negra.
— Como ves —le dije—, este libro está flamante, como si lo hubiera comprado hace un segundo en la librería de don Antonio. Por favor, cuidalo, forralo, no dobles las páginas como señalador y, sobre todo, no se te vaya a ocurrir escribir una sola coma en él.
Tomó el libro —largas y bellas manos— con lo que me pareció cierto respeto burlón. El volumen, con su anaranjado impecable, parecía recién salido de la imprenta. Lo hojeó un poco.
— Pero veo que vos sí escribís en el libro —dijo.
— Por supuesto, pero lo hago con lápiz, con letra pequeña y muy prolija: son notas y observaciones útiles para enriquecer mi lectura. Además —agregué, un poco irritado—, el libro es mío y le doy el uso que me da la gana.
Al instante me arrepentí del desplante, pues vi mortificación en el rostro de Mabel.
— Bueno —dijo—, si no confiás en mí, prefiero que no me lo prestes. Y me lo extendió.
— No, no. De ninguna manera. Simplemente, cuidalo: confío en tu prudencia.
— Oh —miraba la primera página—. ¿Tenés catalogados los libros…?
Y leyó en voz alta, sin ánimo jocoso:
— «Biblioteca de Fernando Sorrentino. Volumen número 232. Fecha de alta: 23/04/1957».
— Así es: lo compré cuando estaba en segundo año. Lo pidió el profesor para trabajarlo en las clases de castellano.
— Los pocos cuentos de Güiraldes que he leído me parecieron bastante malos… Por eso nunca se me ocurrió comprar Don Segundo.
— Yo creo que te va a gustar: al menos no hay ataúdes ni casas malditas ni enterrados vivos… ¿Cuándo calculás que me lo devolverías?
— Antes de quince días lo tenés de vuelta, tan esplendoroso —subrayó— como me lo das ahora. Y, para que te quedes tranquilo, voy a anotarte mi dirección y mi teléfono.
— No hace falta —dije, por decoro.
De la cartera extrajo un bolígrafo y un cuaderno escolar, y escribió algo en la última página; la arrancó y yo la acepté. Para más seguridad, también le di mi número de teléfono.
— Bueno, en fin… Muy agradecida. Me voy a casa.
Me estrechó la mano (en esa época no se estilaban los besos de ahora) y se alejó hacia la esquina de Bonpland.
Me quedé con alguna inquietud. ¿No habría cometido un error al prestar un libro querido a una persona de la que nada sabía…? Los datos que me había brindado ¿no serían apócrifos…?
La hoja del cuaderno era cuadriculada; la tinta, verde. Busqué en la guía telefónica el apellido Mogaburu. Suspiré con alivio: un tal Mogaburu, Honorio figuraba en el domicilio anotado por Mabel.
Entre La metamorfosis y El candor del padre Brown coloqué una ficha con esta leyenda: Falta Don Segundo Sombra, prestado a Mabel Mogaburu el día martes 7 de junio de 1960. Prometió devolverlo, como última fecha, el miércoles 22 de junio. Y, debajo, agregué su dirección y su teléfono.
Luego, en la página de mi agenda correspondiente al 22 de junio, escribí: Mabel. ¡Ojo! Don Segundo.
2
Corrió esa semana y también se deslizó la siguiente. Desarrollé las actividades habituales —en general, no deseadas— de un alumno que cursaba el último año de la segunda enseñanza.
Estábamos en la tarde del jueves 23. Como suele ocurrirme hasta el día de hoy, hago anotaciones en mi agenda y luego olvido leerlas. Mabel no me había llamado para devolverme el libro o, si fuera el caso, para solicitarme una prórroga del préstamo.
Marqué el número de Honorio Mogaburu. Del otro lado de la línea, la campanilla sonó hasta diez veces sin que nadie atendiera. Corté y volví a llamar, muchas veces y a distintas horas, con el mismo resultado infructuoso.
El proceso se repitió el atardecer del viernes. El sábado a la mañana me dirigí a la casa de Mabel, en la calle Arévalo, entre Guatemala y Paraguay.
Antes de tocar el timbre, observé la casa desde la acera de enfrente. Típica construcción de Palermo Viejo: puerta en el medio de la fachada y una ventana a cada lado. Por una de ellas se veía luz: ¿estaría en esa habitación Mabel, entregada a la lectura…?
Abrió la puerta un hombre alto y moreno, al que imaginé abuelo de Mabel:
— ¿Qué deseaba…?
— Disculpe. ¿Esta es la casa de Mabel Mogaburu?
— Sí, pero ella ahora no está. Yo soy el papá. ¿Para qué la necesitaba? ¿Es algo urgente?
— No, no es urgente ni demasiado importante. Es que yo le había prestado un libro y…, en fin, ahora lo necesitaría para… —busqué alguna causa plausible— un examen que tengo el lunes en el colegio.
— Entre, por favor.
Tras un breve zaguán surgió una salita que me pareció pobre y antigua. Flotaba cierto olor desagradable, como de salsa de tomates fríamezclado con vapores de insecticida. Sobre una mesita estaba desplegado el diario La Prensa y había un ejemplar de la revista Mecánica Popular.
El hombre se movía con extrema lentitud. Era bastante parecido a Mabel, con su semblante aceitunado y sus ojos de mirada dura.
— ¿Qué libro le prestó usted a Mabel?
— Don Segundo Sombra.
— Vayamos a la pieza de Mabel, a ver si lo encontramos.
Sentí un poco de vergüenza por incomodar a ese hombre mayor que juzgué infortunado y que vivía en una casa tan triste.
— No se moleste —le dije—. Puedo volver otro día, cuando esté Mabel. No hay apuro.
— Pero ¿no me dijo que el libro le hace falta para el lunes…?
Tenía razón. Preferí no agregar nada.
Cubría la cama de Mabel una colcha bordó, con cierto brillo atenuado.
— Estos son los libros de Mabel —me llevó hasta una diminuta biblioteca de solamente tres estantes—. Vea si está el que busca. No creo que hubiese ni siquiera cien volúmenes.
Abundaban los de la Editorial Tor, entre los que reconocí —porque también yo tenía esa edición del año 1944— El fantasma de la Opéra, con su tremebunda ilustración de tapa. E identifiqué otros títulos comunes, siempre de ediciones bastante antiguas. Pero Don Segundo no se hallaba allí.
— Yo lo hice pasar para que se quedara tranquilo —dijo el hombre—. Pero Mabel hace muchos años que no trae libros a esta biblioteca. Ya habrá visto que estos son bastante viejos, ¿no?
— Sí, me extrañó un poco que no hubiera libros más recientes…
— Si está de acuerdo y si tiene tiempo y ganas —me clavó su mirada y me hizo bajar la mía—, ahora mismo le damos punto final a este asunto. Vayamos a buscar su libro a la biblioteca de Mabel. Se colocó anteojos y agitó un llavero.
— En mi auto llegamos en menos de diez minutos. Su auto era un De Soto del 46 o 47. En su interior me recibió un tufo de encierro y de tabaco viejo. Mogaburu dio la vuelta a la manzana y tomó Dorrego. Pronto estuvimos en Lacroze, en Corrientes, en Guzmán, y entramos en las calles interiores del cementerio de la Chacarita. Descendimos y echamos a andar por esos senderos adoquinados. Mi bendita o maldita curiosidad literaria me impulsaba a seguirlo, sin preguntas, ahora por la zona de las bóvedas. En una en cuyo frontispicio se leía MOGABURU abrió con una llave la puerta de hierro negro.
— Venga —me dijo—, no tenga miedo.
Aunque yo no deseaba hacerlo, obedecí, pues me molestó su alusión a mi presunto miedo. Entré en la bóveda y bajé una escalerita metálica. Había dos ataúdes.
— En este cajón —el hombre señaló el del catre inferior— descansa María Rosa, mi mujer, que murió el mismo día en que Frondizi asumía la presidencia. Con los nudillos dio unos golpecitos en la tapa.
— Y este otro pertenece a mi hija Mabel. Murió, la pobrecita, tan joven. Sólo tenía quince años cuando se la llevó Dios, en mayo de 1945. El mes pasado se cumplieron quince años de su muerte: ahora tendría treinta. Me sentí temblar las piernas y una especie de pelota durísima se me alojó en el estómago.
— La injusta muerte no logró apartarla de su gran pasión: la literatura. Continuó, incansablemente, leyendo libro tras libro. ¿Ve? Aquí está la otra biblioteca de Mabel, más completa y actualizada que la que está en casa.
En efecto, una pared de la bóveda estaba cubierta, desde el suelo hasta el techo, por centenares de libros, casi todos —por falta de espacio, deduje— horizontales y en doble fila.
— Ella, como es muy metódica, fue llenando los estantes desde arriba hacia abajo, y de izquierda a derecha. Por lo tanto, su libro, como es de préstamo reciente, debe estar en el estante a medio llenar de la derecha.
Una fuerza desconocida me llevó al anaquel señalado. Allí estaba mi Don Segundo.
— En general —continuó Mogaburu—, no se han presentado demasiadas personas a reclamar los libros prestados. Se ve que usted los quiere mucho. Yo tenía la mirada fija en la primera página de Don Segundo. Una enorme equis verde tachaba mi sello y mi anotación. Debajo, con el mismo color y cuidadosa letra de imprenta, se leían tres líneas: Biblioteca de Mabel Mogaburu Volumen 5328 7 de junio de 1960
«Hija de puta», pensé. «Y tanto que le recomendé que no fuera a escribir ni una coma».
— Bueno, en fin, así son las cosas —decía el papá—. ¿Va a llevarse el libro o lo deja en donación para la biblioteca de Mabel?
Con rabia y con gesto hosco, repliqué:
— Por supuesto que me lo voy a llevar. No me gusta desprenderme de mis libros.
— Hace bien —contestó, mientras subíamos la escalera—. De cualquier manera, a Mabel le será muy fácil conseguir en seguida otro ejemplar.
“Todo arte es a la vez superficie y símbolo”, dictaminaba Oscar Wilde en su famoso prefacio a El retrato de Dorian Gray y agregaba: “Los que quieren comprender el símbolo, corren también su riesgo.” La poeta Tatiana Oroño sumerge al lector en el fluyente símbolo del estuario, que en su libro homónimo, adquiere dimensión de diálogo con las aguas, que conjugadas, confluyen en el estuario mágico del poema. Unas y otras -superficie y símbolo- tocan al lector y lo sumergen, lo conjugan en la lengua del poema, que es lengua materna y propia y recreadora de la vida contra la muerte por medio, a instancias del arte que todo acontecer humano localiza , que todo sistema piadoso registra como se registra el devenir del río que forma el estuario en la geografía humana de las cosas. Este símbolo inmortalizado por Jorge Manrique para siempre en la literatura en lengua española es en Oroño, un flujo dialéctico entre superficie y símbolo, y entre lo que se ve de un estuario –aquí en la estuárica Montevideo- como presencia y compañía, como cuestión central de la vida de la poeta, a saber y a riesgo de no ser taxativo: niñez, maternidad, familia, actualidad y consolidación desarrolladas en cinco partes o estancias -impar es la dicha se sabe- e impar es la dialéctica porque el tres no es trinidad dogmática, es salto a un nuevo desafío. Manrique hablaba de vidas y ríos, muerte y mar y el alma, síntesis de vida y muerte, escurriendo hacia el padre que la dio, que la otorgó como regalo platónico. Oroño dice: “como la flor de tuna” que persiste desde la tierra infame y a la vez misteriosamente eleusina, pese al terror y a la muerte (tuna espinosa, tierra nutriente, flor abierta) abriendo otro ciclo como el estuario abre otro curso de agua que es uno y otro y diferente y nuevo. “Ese esqueleto: un haz de pétalos.” Un nuevo salto a lo que vendrá que fue desde la muerte pero no es sino el grano de mostaza que cambia el universo. Y ese poema abre el libro. Una epifanía cernudiana, Lázaro trunco que abre otra vida; la de la verdad del maestro asesinado.
2
Cuando una poeta con poderosa obra se abre al lector con nuevo poemario, la tentación del que escruta en el texto es tratar de enumerar rasgos, metáforas, reiteraciones cifradas, obsesiones poéticas, y está bien caer en la tentación. Pero cada verso es una nueva posibilidad y en cada verso de Ororño -sobre todo en esos que discurren entre los sugestivos diminutivos y las capciosas expresiones coloquiales- el lector puede perderse, no ya en el bosque, en el sendero que lo rodea.
“interrogo a los ojos de los míos
-de los míos más jóvenes-
y reconozco el nido/nudo del mirar. asomados al mundo
ellos capturan cazan, han asido la presa. asaltan el fanal.
guárdanse el recio eslabón de impresiones.
cómo acopian los bienes del botín me pregunto, mirándolos.
como organizan
la casa del mirar. ¿saben qué miran?”
El poema es la síntesis de todo lo propio, de la pertenencia que por conocida no es menos reveladora a los ojos de la poeta. Técnicamente todo el poema es un logro superior pero como en el caso de Antonio machado, todo discurre con la naturalidad de la vida vista desde el presente, no la zozobra diaria, sino desde la comarca apacible aunque rumorosa. Parónimos, metátesis, hasta las asonantes rimas en “u” se suman a la certeza de que algo nunca se sabrá del todo. Eso es entender la poesía: reconocer que su revelación adviene, acaso en el insólito momento de la serena fuga de la vida (si se da) o en la contemplación de los ojos amados.
Algo albea allí en esa cadena vital, algo nutricio, solitario y a la vez comunitario y desde ese rincón observado, desde ese mirador, rumia la vida, la sucesión.
3
¿Y si después de mirar en los descendientes se vuelve sobre sí misma la poeta, se invagina, se trata de ahuecar en la luz y en el agua y en el aire -la Tierra es el padre- y dice: “respirá hondo, atrapá el aire/ el mar te alza” , se asiste a un nuevo parto asistido a su vez, por comadrón paterno? ¿Cómo se puede ser tan excelsamente sintética sin perder un ápice de creatividad, de poiesis, y contar, poetizar un parto nuevo de una niña que quiere -y es impulsada- a aprender a nadara, a vivir?
Colocados en ese escenario, la voz poética flota, -¿en un estuario?-, y es en sí misma producto de una dialéctica: hija de padre y madre, flota sobre agua pero escruta el aire -¿podemos decir que se ha instituido en la poesía uruguaya una nueva forma de connotar a la poesía, una forma paralela, simétrica a la forma arbórea de Amanda Berenguer, o a la forma de la sospecha en puntas de pie de ese espíritu de la escalera de Circe Maia?, sí, seguramente estamos ante una nueva forma de definición de lo poético y de la poesía que nos regala Ororño- y reza desde la levedad del acto de flotar, del futuro que la llevará a ser eterna náufraga con islotes de querencia amorosa.
Ya está presente en el poema el devenir: “-voces dadas/ muchas playas atrás” con ese guión reflexivo, solitario, sin concluir como corresponde a toda dialéctica salvífica.
Honrar la vida alzándose hacia la luz como herencia porque hay una tradición amorosa que te alza, Tatiana Oroño, niña en ciernes de vivir, viviendo ya, parece decir la voz del padre.
¿Y qué hacer sino conmoverse hasta la desazón con este: “(el padre de la abuela/ instruía: que no se hundiera el cuerpo/ no se arqueara/ la columna lumbar: “el flotador: tuy pecho”)”.
Se puede intentar despejar ese paréntesis de pequeña cueva cobijada en la conseja, en la oquedad de la voz dulce del relato de la abuela/abuelo, admonitoria y ética: no ha de arquearse para evitar el hundimiento, el pecho guía, enseña y enseña de la vida.
¿Por qué resuenan en este momento en mi cabeza de escrutador de la poeta los versos de Alfredo Zitarrosa en la chamarrita P’al que se va?
La verticalidad de Oroño en su vida, enseña la dialéctica. Ya sabemos cómo ha pagado su quintal de sangre y esfuerzo y maternidad.
Y se suceden abuelas y manos y nietos y bañistas perdidos en las afueras de algo insondable -nueva Newton escogiendo restos traídos a la costa y soportando la inmensidad del universo- y el mundo sigue permanece en el acto de la niña poeta, de la niña que surca el estribo débil de flotar, el verbo de la primera conjugación que impele a vivir, de la tercera conjugación, acaso síntesis, peldaño de un futuro mar incierto, manriqueano otra vez.
Pero hay un final: “en la orilla del mar que no es eterno/ pero burla estaciones” establece la voz poética un resuello infinito y agrega, espacio abajo -ah, la infinita, cruel, connotación de la página en blanco rodeada de sonidos- la veleidosa palabra “dura”.
Es conjugación del verbo durar, ¿o es adjetivo al acecho de dureza, la piedra nada sabe?, medición de un tiempo inasible por mutante, Heráclito renovado en el estuario de Tatiana Oroño, es y será, para que la poesía dure.
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Álvaro Ojeda; Parque de los Aliados, primavera de 2014.
¿Quieres que te diga la verdad, quieres saber tu origen, realmente lo quieres saber? Y cuando preguntaba, no dejó de observar ni por un segundo la mirada fija y desamparada de aquella criatura.
Sí, necesito saberlo, llegó a responder en la frontera del sollozo.
En el campo no había más que unas cuantas piedras redondeadas por el tiempo, mezcladas con el pasto que fue verde y abundante en otra época. Encima, un cielo profundamente plomizo arrastraba otra nueva presencia en forma de agua. Ni una choza, ni la más mínima vivienda se adivinaban tras las pequeñas lomas oscurecidas.
No había ningún pájaro, ni siquiera un insecto. Podría ser un bosque, o una nube baja y muy extraña, la mancha detenida al fondo del horizonte.
Girando la cabeza hacia aquella zona, el hombre continuó con voz tensa y más atenuada:
Te diré cómo viniste hasta aquí. Se trata de una emboscada. Me habían prometido que cobraría los cuatro meses, pero no hubo suerte. Quedé desesperado, les grité, vieron que les pegaría y me golpearon antes. Perdí la conciencia. Al abrir los ojos no había nadie alrededor. Robé cuatro latas de comida, unos trozos de pan y media botella de vino en la cocina de la estancia, aprovechando que la cocinera había ido al pueblo. Después escapé.
No sé cuánto he corrido tierra adentro. Un rincón entre los árboles protegió mi cena. Agotado, dormí de un tirón hasta que el sol apareció. Recordé mi situación y en unos minutos salí de allí, salí caminando primero, luego volví a correr.
En este momento el hombre clavaba sus ojos en los de la criatura. Le era familiar aquella boca apretada con siete años de edad, el temblor en el mentón y en las escuálidas rodillas, la forma de estirar los dedos hacia abajo, como si pretendieran conseguir la raíz de la alegría en algún descuido del destino.
Me parece que estuve en el lugar donde naciste, queda muy lejos, añadió. ¿Y desde cuándo esa palidez? Y el lunar en el cuello…, pero bueno, lo importante es que tú también escapaste y estás aquí.
La tarde se había desplazado sigilosamente, sin dejar de escuchar el diálogo en la llanura. El niño todavía esperaba una explicación.
Sí, sí, escapaste. Quizás te tenían en alguna de las barracas. En ellas siempre sonaban voces infantiles. Alguna vez comenté esto y me dijeron que eran chicos adoptados por los dueños de la finca. No sé, nunca los vi jugar o ir al colegio. Estaban allí, del otro lado del corral de los caballos, en zona reservada, aparentemente vigilados por los adultos.
La criatura le cortó el discurso, el aire y la fiebre, con las que serían sus palabras finales:
Conozco ese temblor en tus manos. Me da miedo el de la mano izquierda, la que me marea agitando mi reflejo en la última lata que agarra tu delirio. Desde aquí veo las manchas de sangre seca en los tres agujeros de tu camisa, veo el sudor en la frente, veo la miseria eterna en la que has crecido.
Los rasgos impúberes y la vocecita se fueron desvaneciendo desde la superficie llana y brillante de la lata. El hombre le había arrancado su etiqueta horas atrás, después de agotar el alimento. En seguida aplastaría al recipiente, dejándolo como una hoja mojada donde el invierno buscaba antiguos fulgores.
Ahora doblaba ese frío metal como estaba doblando su espalda contra la tierra inerte. Tocó por un instante el resultado de las balas y de su rebeldía. El borde circular de una de las heridas era muy parecido al del viejo lunar y tenía el mismo color.
Podría ser un bosque, o una nube baja y muy extraña. Pero la mancha, que anochecía sobre el horizonte, avanzaba hacia él.
Gabriel Impaglione: sus respuestas y poemas / Rolando Revagliatti
Entrevista en tramos-e realizada por Rolando Revagliatti
Gabriel Impaglione nació el 15 de enero de 1958 en Villa Sarmiento, partido de Morón, provincia de Buenos Aires, la Argentina. Reside en la ciudad de Lanusei, provincia de Ogliastra, isla de Sardegna, Italia.
Es el responsable de la revista de poesía “Isla Negra”, la que se distribuye como adjunto a sus miles de suscriptores, y de http://revistaislanegra.fullblog.com.ar y de http://revistaislanegra.wordpress.com. Ha sido traducido al francés, ruso, catalán, italiano, gallego, inglés, búlgaro, portugués, sardo, turco y rumano. Es co-fundador y organizador del Festival Internacional de Poesía “Palabra en el Mundo” y miembro fundador del Movimiento Poético Mundial que integra más de un centenar de festivales de poesía y cientos de organizaciones literarias y poetas de innumerables países. Su quehacer fue incluido en antologías de España, Canadá, México, Chile, Italia, Argentina y Francia. Algunos de sus libros cuentan con ediciones electrónicas. De entre los que aparecieron en soporte papel, elegimos citar “Echarle pájaros al mundo” (1994), “Letrarios de Utópolis” (México, 2004), “Prensa callejera”(Buenos Aires, 2004), “Carte di Sardinia” (Italia, 2006), “Racconti fantastici, d’amore e di morte”, en co-autoría con Giovanna Mulas (España, 2007), “Medanales, crónicas y desmemorias /y otros enigmas” (Buenos Aires, 2009), “Parte de guerra” (Venezuela, 2012) y “Giovannía” (Venezuela, 2012).
1 – ¿Así que naciste en esa localidad del Partido de Morón que suele confundirse con zonas de las ciudades de Haedo y Ramos Mejía, y que linda con El Palomar, Caseros y Ciudadela? Se me da por imaginarte un pibe inquieto, curioso, atrevido y hasta con carisma de líder sarmientino. ¿Me equivoco?… ¿Y de muchacho?…
GI – Villa Sarmiento, esa zona difusa, como decís, que para mí tiene identidad de reivindicación. Nací en una clínica que creo ya no existe, la Peralta Ramos o algo así, pero en esa ciudad no pasé sino esos días de establecida rutina natalicia. Mis padres vivían en Ramos Mejía (del otro lado de las vías) y hacia allí fuimos los tres en ese enero del ‘58. Vivíamos por la calle Necochea, a pocas cuadras de la estación. No puedo precisar cuanto tiempo estuve allí; toda la información que pueda ofrecerte sobre esta etapa surge de fuentes confiables familiares, mis recuerdos no existen o apenas, vagamente, me sugieren cosas que asocio a veces equivocadamente. Tengo imágenes de muros bajos en las casas asomadas a las calles arboladas, veredas anchas, un camioncito metálico de bomberos, a cuerda. Creo que luego fuimos a vivir a Ituzaingó. Mi familia hizo varias mudanzas. Algo del desarraigo y de andante proviene desde entonces. Villa Sarmiento es una reivindicación cuando la nombro, una referencia necesaria. Cada tanto me llegan noticias de ese “pago” de luz primera a través de la escritora Gloria Arcushin que dirije (no sé si aun lo continúa) el taller literario de un centro cultural en el que realizan hermosas actividades (de las que me llega el convite afectivo). La confusión de ciudades que comentás en tu introducción a la pregunta con referencia a mi natal Villa Sarmiento, sea la parábola que explique mi colección de domicilios… Ramos Mejía, Ituzaingó, Reta, Merlo, capitalino barrio de Floresta, San Antonio de Padua, Luján, Roma, Nuoro, Lanusei, y muchas escalas por sitios “impensables”.
Siempre inquieto y curioso, a pie o en bicicleta, en aquellos años de exploraciones inaugurales. Y la pelota. Y la gloriosa camiseta de mi Gimnasia/Lobo querido. Nos sabíamos todos los potreros del barrio, las horas de rito, las cuentas pendientes que a veces se resolvían en guerrillas de terrones semihúmedos (esos que estallan cuando dan en el blanco, pero casi no duelen). Mas, así como tenía una intensísima vida social (callejero), que disfrutaba, también amaba encontrarme un rincón donde leer, dibujar, escribir… Tuve una familia muy apegada a los libros. Abuelos, padres, tíos…, en casa se compraban casi junto al diario y había una gran biblioteca. Pasaba mucho tiempo con mis abuelos. Abuela Sara me hacía elegir un libro de poesía antes de ir a dormir; también la abuela Amelia: dos grandes lectoras. Sara escribía: letras de tango que mi abuelo Humberto musicalizaba. También poesía y novela. Sé que hay materiales suyos en los archivos de la Biblioteca Nacional o en la Sociedad Argentina de Autores y Compositores de Música. El abuelo Humberto fue un pionero de la telegrafía sin hilos y escribió libros técnicos (este hincha de Gimnasia nacido en Massarino, Sicilia, llegó con pocos años all’Argentina en 1904) y compuso centenares de tangos. Tenía un inmenso piano de cola que yo aporreaba cada tanto.
Mi quinto grado lo cursé en la escuela rural de Reta, localidad balnearia del partido de Tres Arroyos. Allí pasé varios veranos en casa de la abuela Amelia (y semanas santas y escapadas en cualquier momento del año). Éramos también muy compinches con Amelia. Es como que siempre estuve en Reta: Atlántico por un lado y vastedad de girasoles y trigo por el otro. Grandes amigos. (Una punta de años después en los cuentos de “Medanales…”, instalo aquel territorio fantástico, con los modismos campesinos como herramienta contracorriente, de valoración identitaria. Eso somos, eso me siento también.) ¿Y qué más confluía en la niñez?: el fútbol, ininterrumpidamente, y siempre como arquero.
¡Con la adolescencia llegan tantos pájaros! Bandadas multicolores que abren huecos en lo que se suponía un mundo conocido y entonces resulta que crece el mapa.
Comienzo a intuir a los poetas de la Generación del ’27, me llegan nombres como los de Raúl González Tuñón, Elvio Romero, Pablo Neruda, algunos franceses… En simultánea, en cuadernitos intentaba lo mío con las palabras: balbuceos. Pura sabiduría de quien no sabe nada.
En 1978 aparezco en Comodoro Rivadavia, provincia de Chubut, y allí “resido” por dieciocho meses como colimba en el ejército. Nunca participé de misas, que eran obligatorias. Recuerdo que esto me llevó cada vez, por todo el tiempo que duraban los oficios religiosos, a “pasear” con un sargento que me hablaba de dios y de la familia…, yo con cara de escuchar, buscaba con los ojos en la tierra pedregosa alguna punta de flecha, algún güesito fósil, que me habían dicho que cada tanto algo se encuentra. Con posterioridad entendí la verdadera dimensión de aquellas caminatas. No lograron endurecerme – ya las “durezas” de la vida se me fueron inscribiendo en mi proletario sello de familia-.
Hasta algunos años después de mi salida de la “colimba” solía calzarme la mochila para andar de travesías, solo o con algún amigo, sin urgencias ni destino fijo. Aparecí en Bolivia una vez; otra, llegué a la provincia de Tucumán; otra, en Carmen de Patagones, la ciudad más austral de la provincia de Buenos Aires. Me gustaba hablar con la gente. Rebuscármelas con menos de lo indispensable. Conocer más la realidad. Entender la historia y cómo transformarla. No es caprichoso este sintético repaso. Creo que todo esto fue el alimento de aquello que comenzó a aparecer luego en mi poesía. El sufrimiento y la pobreza, la soledad y la contemplación, los diversos rostros, los gestos, las latitudes, sus geografías y silencios… me llevaron a la poesía porque tuve la fortuna de encontrar muy temprano la que me hablaba de todo ello. De esas materias el pibito curioso y andariego al que le creció la barba junto a la cuestión de clase que, aunque algunos se molesten, sigue vigente en el planeta, dolorosamente.
Bueno, Rolando, eso de carisma de lider sarmientino… me ha hecho reir. Gracias. Sobre tu expresión: tengo a mano dos fragmentos de escritos del sanjuanino que pintan de cabo a rabo al prócer del stablishment: se trata de una carta de Domingo Faustino Sarmiento a Mitre del 24/09/1861: «Tengo odio a la barbarie popular… La chusma y el pueblo gaucho nos es hostil… Mientras haya un chiripá no habrá ciudadanos, ¿son acaso las masas la única fuente de poder y legitimidad? El poncho, el chiripá y el rancho son de origen salvaje y forman una división entre la ciudad culta y el pueblo, haciendo que los cristianos se degraden… Usted tendrá la gloria de establecer en toda la República el poder de la clase culta aniquilando el levantamiento de las masas». Y como si ésta no bastara: «La invasión de las Malvinas por parte de los ingleses es útil para la civilización y el progreso» (“El Progreso”, 28/12/1842). Hay más, pero me parece un abuso. Por eso lo de líder sarmientino lo cambio por un “referente natural”, para aludir a esa particularidad que has entrevisto en mi condición humana. En realidad, de pibito he tenido el imput de la iniciativa. Esto me ha llevado por la vida a tomar otras responsabilidades, encarar proyectos con grupos o instituciones, asumir la representación de mis pares, discutir en primera fila y ponerle el pecho a las realidades adversas.
2 – Enfoquemos sobre tus primeras y segundas incursiones en el periodismo.
GI – Empujado no sólo por la necesidad sino también por el estímulo del bello oficio, desde mis jóvenes años de estudiante comencé a trabajar en medios zonales del Gran Buenos Aires y localidades de las provincias. ¡Oh, la linotipia y las máquinas de impresión planas, armatostes artesanales, monstruos de multiplicar! Fui corresponsal para agencias y diarios –“La Voz del Pueblo”, radio LU24, de la bonaerense ciudad de Tres Arroyos, entre las más gratas incursiones-. Y cuando aparecen las emisoras de FM produje programas que contribuían al desarrollo del potencial de las comunidades. Combatí los monopolios y la centralización comercial de la información, útil apenas para hacer negocios. Ejercí el cuentapropismo fundando pasquines –revista “Realidades”, periódico “El Correo”- de fugaz tránsito por los kioscos. Ensayo o error o mala vena para los números.., hasta arribar al periódico “La Provincia”, que desde la ciudad de Merlo se mantuvo durante los ochenta. Los maremotos económicos me obligaron a desistir de la jamás rentable empresa, y luego de una experiencia cooperativa en “La Gaceta de los ‘90”, con los compañeros de un frente de izquierda local que propugnaba encendidos sueños, me dejé contratar por una televisora por cable de la ciudad de Luján, en la que fui jefe de redacción del noticiero y presentador del informativo. Produje allí durante varios años dos programas de entrevistas sobre el hombre, la cultura y el mundo –“El Unicornio” y “En la Boca del Lobo”- que obtuvieron suceso y premios provinciales y nacionales. Estos programas también los produje en una televisora de San Antonio de Padua, donde asumí las mismas responsabilidades que en Luján. Asistieron como invitados Hamlet Lima Quintana, Carlos Carbone, Eduardo Espósito, Teresa Parodi, Horacio Guarany, Jorge Marziali, Ara Tokatlian, Julio Lacarra, Federico Luppi, el Chango Farías Gómez, Marián Farías Gómez, Nito Mestre, Gloria Arcushin, Juan Carlos Baglietto, Juan Alberto Nuñez, Dalmiro Sáenz, Rodolfo Campodónico, Ricardo Horvath, Martín Dorronzoro, Domingo Cura…, en fin, una lista de conversadores excepcionales. Con fondo de cámara negra, una mesa, dos copas, una botella de vino, una hora de charla sin estridencias ni el vértigo que suele prevalecer en el medio. Por ejemplo, el artista plástico Jorge Hueso Ricciardulli hacía retratos de los invitados en vivo (un maestro). Colaboré como corresponsal con la producción de “Protagonistas”, aquel memorable programa de Eduardo Aliverti. Participaba en actividades junto a los compañeros de UTPBA (Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires, donde estaba sindicalizado), mantenía en una radio zonal programas nocturnos (“El Gato con Botas”, “En la Boca del Lobo”) dedicados a la poesía y las editoriales políticas. Tuve acceso a instancias imborrables: la jornada de los cien días de democracia en la Argentina (1984), por ejemplo… ; yo estaba acreditado en el Congreso Nacional, cubría información para diversos medios, y tuve la suerte de ingresar al “famoso” balcón de la Casa de Gobierno, y cerquita del primer presidente luego de la dictadura cívico-militar, y otros funcionarios y parlamentarios, vivir el acto allí sintiendo aquella multitud en Plaza de Mayo. En otra ocasión, munido de una credencial ad hoc de funcionario municipal y cierta confusión en la organización de la seguridad, asistí a la excavación y primeros trabajos de reconocimiento de cuerpos “NN” en una fosa común en el cementerio de la ciudad de Libertad. Excede cualquier relato fantástico todo aquello que vi.
Desde finales de los noventa trabajé en la Universidad Nacional de Luján, contratado como director de Radio Universidad. Varios directores de radios similares planificamos y concretamos la Asociación de Radios Universitarias, red que continúa en la actualidad. Además de ser co-fundador, fui el primer secretario: redactamos los apuntes iniciales para incluir a dicha categoría de emisoras en la Ley de Radiodifusión. Es con suerte dispar que participé en diversas iniciativas para unir a los laburantes de medios zonales y a los agitadores culturales desde los ochenta en adelante. Recordarás que eran tantas la revistas alternativas en la Patriagrande y que la vinculación entre ellas era fluida. Pretendimos armar también en esta área una red, con carácter de foro e intercambio de contenidos y proyectos (anticipo de aquello que con Internet acontece con naturalidad). El poeta Antonio Aliberti, poniendo el acento en las propuestas gráficas alternativas, me había hecho un reportaje difundido en la revista “Pájaro de Fuego”. Todo aquello no excedió el alcance de algunos intercambios por correo tradicional. El costo del franqueo era una bicoca, todavía. No se pudo pasar a mayores, a pesar de que eran casi permanentes los encuentros de revistas subtes por todas partes. El material – “Antimitomanía”, “El Lagrimal Trifurca”, “Rayos del Sur”, “Celeste”, “Némesis”, “El Zumo Sumo”, “Ayesha”, “La Rosa Blanca”, “Merlina” “Noesis”, “Nova”, “Ornitorrinco”, “Oeste”…, eran tantas…- que recibía lo compartía con los amigos. Los poetas santafesinos Rubén Vedovaldi y Eduardo D’Anna formaban parte del corazón de aquel movimiento; también Daniel Mourelle, de Buenos Aires y el poeta Eduardo Reboredo, de “Rayos del Sur”, un amigo que nos dejó temprano; David Ciechanover con su “Oeste”, que hacía desde Merlo. Ellos integraban junto a otros la vanguardia de aquel movimiento de revistas subte. En diversas localidades de las provincias había muchachos y muchachas que armaban trípticos con poesía, lo foto-duplicaban y repartían: acciones aisladas, módicas, pero que tal vez no lo eran tanto.
3 – Acaba de surgirte, entre otros, ese referente del Oeste del conurbano bonaerense: el reconocido traductor al italiano y periodista cultural, Antonio Aliberti, nacido en Sicilia en 1938, quien residiera en la Argentina desde 1951 y falleciera en 2000.
GI – Lo conocí siendo yo pebete adolescente. Estudié algunos años en el San Antonio, colegio de los franciscanos casi enfrente de su peluquería. De él me había hablado, si no me equivoco, Alberto Macagno, un artista-historietista paduense que, sabiendo de mis intentos de escribir poesía, me sugirió visitar a Aliberti. Me armé de coraje y entré en la peluquería cuando no tenía clientes. Recuerdo su sonrisa, su trato afectuoso, su atención para escuchar. Charlábamos varias veces por semana. Durante algunos años viví a la vuelta de su peluquería. Intercambiábamos revistas, me regalaba libros de poesía, cada tanto leíamos juntos, me hacía conocer a los poetas italianos. Él editaba “Zum Zum”, medio donde difundía las traducciones de poetas argentinos y de la península. Escuchaba el concierto de la tarde de Radio Municipal mientras trabajaba. A veces le buscaba una vuelta más a una palabra porque estaba con una traducción y él las laboraba finito, con rigurosa paciencia, y entonces me preguntaba qué me parecía, y yo ¿qué podía decirle a Él? Pero Antonio escuchaba y pensaba. Examinaba mis balbuceos poéticos. Polemizábamos sobre posicionamientos políticos. Años después me di cuenta que sufrió mucho todo lo que sucedía en Argentina, y especialmente la desaparición de Roberto J. Santoro. Era muy amigo de Gabriel Cacho Millet, entonces franciscano en el San Antonio; quizá el mayor estudioso sobre la poética de Dino Campana (reside ahora en Roma y cada tanto hablamos por teléfono), y de un mito proveniente de la escuela del Teatro del Pueblo, Carlos Rubino, con quien, a inicios de los ochenta comencé a tomar cursos de arte dramático.
En algún concurso que organizamos con un diario que edité en los ’80, Aliberti fue miembro del jurado junto a Alberto Luis Ponzo y, si no me equivoco, Elsa Fenoglio. Recuerdo que en una de esas ediciones el primer premio lo ganó Jorge Ariel Madrazo, y otro premiado fue el amigo entrerriano Luis Salvarezza, a quienes conocí entonces.
Una tarde, tantos años después y hace tantos años, visité a Antonio en su peluquería y me puso al día de sus ediciones, sus actividades y su próximo viaje a Italia. Yo vivía en la ciudad de Luján y los horarios no me permitían pasar a tiempo por su local. Muy después supe de su muerte.
4 – Y por entonces tu vinculación con “las tablas”.
GI – Después de unos años de entrenamiento actoral en el Teatro Poético de Padua con Carlos Rubino, seguí preparándome en La Casona del Teatro, sobre la calle Corrientes de tu ciudad, con el chileno Franklin Caicedo, fallecido el año pasado en su Chile, un actorazo y didacta excepcional. Intervine en diversas puestas y trabajé con varios laboratorios. Inclusive conseguí un bolo –¡personificando a Bartolomé Mitre!- en una producción de televisión sobre historia argentina, con guión de Félix Luna, dirigida por Néstor Paternostro. ¡Ah, mis fotos caracterizado de semejante… personaje, en las revistas de actualidad! En simultánea, integré el grupo Cruz del Sur, de Morón, con el actor y director Marcos Ríos y su esposa, Ana Guerra, que actualmente dirige el Teatro Discépolo, fundado por ambos frente a la plaza del municipio de Morón, en una propuesta escénica dedicada a Martín Güemes, donde interpreté al héroe salteño (era fortísima la contraposición ideológica entre Güemes y Mitre). Con esta obra pudimos viajar a la provincia de Salta y dar varias funciones. Mientras, hacía un laboratorio sobre Chejov y comenzaba las primeras lecturas de mesa del “Hamlet” de Shakespeare que desembocarían en una puesta de Stoppard (¡qué matete!). El motivo principal que me indujo a formarme como actor fue el de imbuirme de los “entretelones”, apuntando a la creación de dramaturgia. Pero no he pasado de intentar monólogos. En lo íntimo, no he renunciado. Alguna vez será… Del escenario me despedí con la obra de Tom Stoppard (“Rosencrantz y Guildenstern han muerto”), que representó la compañía Cara y Cruz en el Galpón del Sur, un teatro del barrio de San Telmo. Allí componía un Hamlet que circulaba por la periferia, pues el foco del autor estaba en los otros dos personajes. Me enriqueció mucho esta etapa.
Rosencrantz lo interpretaba el amigo César Hazaki, uno de los editores de la renombrada revista de psiconálisis y cultura “Topía”.
5 – La única vez que nos vimos fue el 12 de julio de 2004. Fuiste uno de los poetas programados, junto con Gladys Cepeda, Nixte Zapicán, Cristina Cambareri y Wenceslao Maldonado, para leer en “La Anguila Lánguida” Muestra de Poesía, que yo coordinaba. En cada encuentro se evocaba la poética de algún autor fallecido. Aquel 12 de julio correspondió a Salvatore Quasimodo (1901-1968). Wenceslao, además de leer textos propios, dio a conocer versiones suyas de poemas del homenajeado. Un toque allí de la Italia, ¿no, Gabriel?, donde no mucho después te radicarías.
GI – ¡Una década, Rolando! ¡Y qué valioso ese ciclo! Tengo un gratísimo recuerdo de esa visita a “La Anguila Lánguida”. Y además de contactar con las compañeras y los compañeros allí presentes, sus territorios poéticos, atesoro el encuentro con Elsa Fenoglio, poeta que estaba sentadita con una amiga en la antesala del bar, y la lectura de Wenceslao de sus impecables traducciones de Quasimodo. Si no recuerdo mal, esa noche también estaba José Emilio Tallarico, otro hermano. Sí, un toque de italianitá, seis meses antes de mi partida hacia Roma. Sabés, no he abundado en participaciones en ciclos o cafés literarios a pesar de los convites. Tu invitación la acepté con mucho gusto. Tenía el deseo de conocerte personalmente, y además, la presencia de Wenceslao, un escritor de esos con los que no bastan mil horas para charlar.
6 – Y en 2004… “Isla Negra”.
GI – ¡2004! Es de un programa de radio nocturno, “Isla Negra”, que nace ese año el Boletín del programa. Llamados telefónicos y mails reclamaban los textos de los poetas invitados. En unas cuantas semanas se convirtió en “revista”. En tanto se gestaba lo que devendría en la continuación de mi vida en el “Viejo Mundo”. Resulta que yo tenía una amiga sarda en nuestro país, Teresa Fantasía (cuyo hermano Antonio fue director técnico del Sardi Uniti, equipo de fútbol de los sardos en los torneos argentinos, que integré una temporada como arquero). Teresa, que conduce un programa radial en la Argentina, “Sardegna nel cuore”, me comentó por entonces que sabía de una escritora italiana –Giovanna Mulas- que precisaba contactar con traductor y editor para elaborar un libro que deseaba publicar en nuestro país. Y bueh, contactamos! Ah! también el libro (“El tiempo de un verano”), finalmente apareció en la editorial de Alejandro Margulis. El Gran Encuentro entre ella y yo fue en Roma, en enero de 2005. Y ya no volví. Nos casamos el siete del siete de 2007. Y como desde el primer día somos felices, remamos a brazo partido, resistimos borrascas, proyectamos. En 2009 pudimos viajar a la Argentina para abrazar a mis hijos (Gonzalo y Martín), estuvimos durante un mes queriéndonos recuperar con ellos de tanta distancia, en Reta sobre todo.
Fue estupendo cuando en “La Academia”, emblemático bar del centro intelectual de tu ciudad, me encontré con “tantos hermanos que no los puedo contar” (vos, recuerdo, estabas veraneando en una quinta de por mis lares: Moreno).
¡Quien diría que jugando para los sardos a la pelota, iba a terminar en Sardegna! También aquí juego al fútbol. Ya son dos temporadas con el Olimpique Intermedia, de Lanusei, luego de integrar otros equipos en el torneo amateur. Siempre de arquero, claro…, mientras el cuerpo aguante. Ya lo dijo el colega Camus (Albert, quien también era arquero): “Lo poco que sé de moral lo he aprendido en los campos de fútbol…”.
7 – ¿Y qué más, de allá?…
GI – El aquí es una relación compleja. Bella la isla, su gente, pero… El movimiento cultural es básico; se carece de espacios de encuentro, debate, entrecruzamiento de ideas e identidades. En el centro del mundo antiguo, y así, tan carentes de posibilidades, se hace difícil el día a día. Hay una enorme belleza en el paisaje, en su patrimonio arqueológico. Saltando fuera de la isla con cualquier rumbo se puede acceder a esa dialéctica añorada. Claro que abonando avión o barquito de ocho horas de travesía.Viajamos mucho por Italia e incluso llegamos a Canarias, España, Portugal. Giovanna, que es principalmente narradora (diversos libros publicados, dos candidaturas al Nobel de Literatura por Italia), y yo, organizamos en ocasiones mesas de lectura, y ofrecimos laboratorios de poesía y narrativa, tanto para adultos como para los chicos de escuela, con buenos resultados. Lo que nos reconforta. Pero no existe desde los municipios un real interés: historia universal de la indiferencia… Orgánicas políticas de Estado no hay. Conclusión: durísimas estrecheces económicas. Pude sí participar de varios festivales de poesía, como el de Medellín, Colombia, y el de Venezuela (por citarte dos).
Fui secretario de sección del Partido de los Comunistas Italianos (una de las dos o tres resultantes de la fragmentación del histórico PCI). Y tuve alguna posibilidad de integrar las listas electorales para el parlamento italiano y el consejo regional sardo (que no acepté). Me preocupa mucho más refundar el PCI. A pesar de los reveses en este tiempo insólito y feroz en Europa, la iniciativa de unir a los diversos segmentos comunistas bajo un mismo símbolo y construir un frente de izquierda anti-imperialista, podría llegar a operar como herramienta para salir de la perversa succión de energías que victimiza.
¿Y qué más, de acá?… Como hincha histórico de Gimnasia y Esgrima La Plata amanezco conectado para mirar los partidos en directo; en otras cuestiones, estoy empeñado en traducir a poetas de Patriagrande al italiano. Van apareciendo en el suplemento Navegaciones de Isla Negra y quisiera editar una colección de fascículos.
¿Dónde hay un mango para imprimir cuadernillos bilingües y distribuirlos en bibliotecas de estos lares? Lares en los que es casi nada lo que se conoce de nuestrapoesía. Con respecto a Isla Negra (diez años, casi 400 ediciones) sé que hay quienes contribuyen imprimiéndola para divulgarla en universidades, bibliotecas, escuelas o centros culturales, la reenvían vía mail e incluso la publican en sitios de la web. Diversos poetas toman sus contenidos para traducirlos a distintas lenguas y publicarlos en blogs y sitios. Por otro lado está el Festival Palabra en el Mundo, que en cada mayo gestiona más de mil acciones poéticas en numerosos países. Lo que fue promoviendo programas radiales, cafés literarios, colectivos poéticos, bibliotecas, otros festivales y algunos proyectos comunes valiosos.
Hace dos años, en Medellín, varios poetas fundamos el Movimiento Poético Mundial. Algo se va logrando en el plano de las realizaciones y en el de afirmar las bases para, uniendo, propender a tareas colectivas. Trabajar por un mundo posible es una tarea que ninguno de nosotros debe soslayar. Desde la cultura se pueden obtener los cambios más sólidos.
8 – ¿Traducir favorece a un poeta a mejorar la propia escritura? ¿Te ha ayudado a aprender procedimientos y técnicas de otros autores?
GI – Entrar a la intimidad del instante creativo del otro para interpretar la vibración de esas cuerdas y obtener el mismo sonido en unos parches deja sus experiencias. Abre nuevos territorios este desafío, y enriquece. Es, sobre todo, conocer al otro. El poema es algo transitorio. En algunos casos se tiene la posibilidad de ver/sentir descubrir a 360 grados y en varias dimensiones. Cada tarea de traducción es una señal que te dice: más allá hay más, está el otro. Pero también sabemos que el resultado de la traducción ya es otra cosa, otro poema. Aunque se ponga todo el esfuerzo en replicarlo, es diverso. Traducir poesía es como traducir música. Hay quienes sabiendo esto se dicen: pues bien, como es imposible que sea igual hagamos una versión libre. Esto no es para mi modestísimo entender la tarea de la traducción. Procuro hacer versiones respetando al máximo inclusive cada palabra original. No me complacen las traducciones que toman la idea y la reproducen marcando una presencia personal acentuada del traductor. Creo que quien traduce debe pasar inadvertido. Se firma para cargar con las culpas, para poner el pecho. Pero una traducción debe ser lo más aproximado al original. Casi sin preferencias personales, para decirlo de algún modo, entre parroquianos. Conscientemente no pongo en práctica aquello que “noto” en otros colegas. No creo en técnicas y procedimientos. Jamás busco estas respuestas en el poema ni propio ni ajeno. No me interesa. Jamás podré ser un crítico. La poesía como el amor no admite las razones sino que está destinada a hacerlas vibrar en todos los sentidos. En un poema vislumbro el mensaje, el uso y la elección de los vocablos que a su tiempo son junto a los silencios como una música. Para percibir la belleza no uso aparatos de medición ni manuales y reniego de estas cosas, de los encasillamientos generacionales, de los sellos de vanguardia, de los ismos de tal o cual y por supuesto, de cualquier forma de canon (cosa discutible y, bienvenido que así sea). Me gusta o no me gusta, simplemente. Y siempre la agradezco.
Leo mucha poesía, tal vez en alguna, en algún verso, en los intersticios de una u otra vocal resida el enigma…, pero en verdad nunca busqué entre las enseñanzas de otros poetas, considero que las enseñanzas estan en otra parte. Se puede admirar a una u otro, admirar la riqueza y la calidad poética de una pieza o una obra, vislumbrar que existen otras formas de reflexionar y escribir, acertar en esas formas, pero el aprendizaje -ese alimento en poesía- reside en la tierra, costa o bosque o vastedad, entre las cosas diminutas y la infinitud, en la mesa y el pan, en los gestos de la gente, en sus luchas, en las palabras que van y vienen por la calle, en las esperas y los silencios… algo hace reverberar lo que soy, son estímulos que ponen en funcionamiento aquello que cargo y me ha formado. Y en esto no me ha influenciado el trabajo de traducción y a cada verso voy para servirlo. Éste sea el objetivo.
9 – Inventándote un ordenamiento de preferencias por su eventual poder sugerente, o por cualquier otra razón, que mejor sería si la pudieras explicitar, ¿cuál establecerías con lo que a continuación encomillo: “vasto desinterés”, “sueño incorruptible”, “cavilando desde su insignificancia”?
GI – Esto me hace recordar un verso de Gustavo Pereira, el poeta venezolano que afirma que la poesia nunca es inocente. La pregunta en una entrevista realizada por un poeta y psicólogo, tampoco lo es. Lo celebro, querido Rolando.
La primera lectura sugerente me resulta en este orden desde una caprichosa primera persona del singular: “cavilando desde su insignificancia” (referido al discurrir del poeta ante el mundo y sus circunstancias) -y aferrado a su- “sueño incorruptible” (alusión a la ideología del poeta, revolucionaria y, para más datos, terrenales, anticapitalista y antiimperialista) -palpa un-“vasto desinterés” (conclusión acerca de la suicida indiferencia de las intoxicadas mayorías hacia el uso de las herramientas que provean con esfuerzo personal y colectivo un mundo posible).
10 – Hoy al mediodía fui a realizar un trámite bancario por mi barrio, y en un kiosco advertí el nº 41, agosto 2014, de “La Guacha” (una de las pocas revistas de poesía que perduran), y ya en casa, me leí el Editorial de sus directores: Javier Magistris y Claudio LoMenzo. El título es una pregunta: “¿Cuál es la zona de influencia de los poetas?” Y transcribo de la Editorial: “…¿dónde se hace fuerte la poesía? (…), ¿en qué momento privado la poesía ocupa el espacio innegable que tiene en la historia de la humanidad? ¿Para qué la poesía hoy, en medio del cacareo de las gallinas, frente a la cobarde intrepidez del pavo? ¿Se puede esperar la bondad, el entusiasmo, la melodía que nos permita sentirnos caminando armónicos por esta tierra, sin las breves líneas de un poema?” Te cedo, Gabriel, la posibilidad de que urdas, para nosotros, tus respuestas.
GI – Gracias, Rolando: hay varios ejes muy buenos en la cuestión de Javier y de Claudio (además de su vocación sostenida que emociona al mantener una revista como “La Guacha”). Y dan material para soltar botellas y botellas de elucubraciones. No creo que los poetas, en general, influyan. Fluyen, huyen, chamuyan, yugan, pero influir…
Comenzaría con una reflexión sobre la última pregunta. La aspiración a una total armonía, como la utopía, es una búsqueda que sirve para mantenernos despiertos. Un mundo de bondad es impensable a juzgar por ciertos e inciertos comportamientos humanos. No creo que la poesía venga a nos a poner las cosas del mundo en su lugar y dotarnos de la plenitud para gozarlo. Ya no unas breves líneas de un poema, colecciones enteras de poemas no nos alcanzarán para calmar el ojo y dar respuesta cierta a tantos porqué. Parecería que todo lo contrario: nos abriría mucho más la mente (masa crítica), para entendernos con otros interrogantes de mayor complejidad.
¿Para qué la poesía (entre tanta plumifería…)? Digo que para el Hombre (entiendo Mujer/Hombre). Como canta el hermano Martín Poni Micharvegas: para alentar coraje. Y agrego: para celebrar el amor. Esto quiere decir: todo. Porque la poesía no se hace fuerte a las tres de la mañana, en el pecho o frente a una ventana. No hay músculo, sustancia ni horario ni bésame ni caminemos. No hay que buscarla en el papel o al cuarto vino. Como tampoco el poeta se hace fuerte de pie o en la esquina, en el bar o transpirando la gota gorda para llegar a fin de mes. La poesía no se hace fuerte en los malditos ni en los benditos. Y ni siquiera nada de todo esto es válido como respuesta.
No creo en zonas de influencia. Ni geográficas, ni de las otras. ¿En qué puede influenciar un poeta? Tal vez en la obstinación de la búsqueda, pero sin garantías. Eso sea, echar alguna claridad apenas en alguna dirección para hacer camino. ¿Esto es influenciar? Apenas sea solo ánimo de iniciativa. A lo sumo el poeta, con alguna claridad, se asocie a la marcha e intente –tropezones mediante- un codo a codo verso el enigma. Tampoco aquí influencia. Aquí acompaña, cosa que es mucho decir. Que luego nos relate la experiencia, saque conclusiones, nos hable del cosmos que habita uno u otro sendero abierto en el claroscuro de la marcha, he aquí el oficio, que tampoco influencia, que no ha sido desarrollado para influenciar. A la poesía no le importa un pito influenciar. La poesía es esencia en todas las cosas y en todos los seres vivos. Madre de la cultura universal. Aquello que influencia al Hombre es el coraje de quienes luchan o la indiferencia de quienes miran para otro lado o la angustia de quienes lloran. También influencia la bestialidad y el horror. La belleza puede influenciar. La emoción. Los ejemplos buenos o heroicos. Pero el poeta que cante una u otra carecerá de ese poder. Eso sí: un poeta podrá alentar coraje. Eso sí, la Memoria. Darnos una mano para entender, gozar, descubrir. Pero de aquí a influenciar…
Saliéndome del sendero terrenal sobre las influencias y entrando al país de la poesía y sus rigores teóricos, se habla de las influencias de unos sobre otros. Se habla de los grandes influenciadores (Góngora, Darío, Neruda, Vallejo, Ginsberg … no sé…, estoy escribiendo nombres por caso), pero como en muchos órdenes de la vida para que uno influencie, otro debe dejarse influenciar. El asunto de las influencias en la poesía pasan por una cuestión de personales búsquedas, paternidades, imitaciones. “Un palenque donde rascarse” diría nuestro paisano. O tal vez debamos pensar en el asunto del placer. Establece Virgilio: cada uno tiende, si puede, hacia lo que le da placer. El asunto de las influencias (a veces desviación burguesa, voz de lo nuevo ante lo viejo, a veces cambio de paradigma, campaña de marketing, mero ismo, a veces paso adelante o paso atrás, necesidad de señales, de confrontar aferrado a algo con el misterio del vacío), es una decisión del o los influenciados. No de la poesía. ¿Que haya poetas que desean o sueñan influenciar? Bueno, este terreno ya te compete profesionalmente, Rolando.
Recordemos que el hombre es transformado por la cultura a la que pertenece y también, dialécticamente, por aquello que cuestiona. El asunto de las influencias juega aquí su picadito informal. Los ismos en poesía no vienen solos. Acompañan procesos sociales o populares, pueden venir de abajo o de arriba, pueden ir hacia un lado o el otro. Es terreno de los críticos este asunto de las influencias. Pero aquí ya nos alejamos de la poesía. La búsqueda de Javier y Claudio tal vez nos indique la necesidad de construir una gran casa común donde convivir con estas interrogaciones, conocernos, aportar al bien común y encontrarle causa a tanto desvelo. Todo aquello que la poesía nos diga o sugiera por estos días va a contramano de las noticias del mundo. Pero no es la poesía el problema. Es que abunda la muerte. Preguntarse dónde se mueve Ella, para qué se mueve, porqué se mueve, sea intentar la certeza de sentirnos contemporáneos con la vida. La poesía no cambia el mundo, solo puede cambiar el Hombre. Apenas esto.
11 – Mencionaste tu lejano contacto laboral con ese notable periodista que es Eduardo Aliverti. Resulta que él, desde hace varios años realiza una propuesta radial semanal donde entrevista a músicos, actores, escritores, políticos, científicos… Y las charlas las concluye preguntando lo que da nombre al programa (www.decimequiensosvos.com.ar ). Me apropio de la frutilla del postre del citado programa: Gabriel: decime quién sos vos.
GI – “…Bajo los chuscos carteles/ pasan los fieles/ del dios jocundo…” y vos querés que me saque el antifaz? Será una desnudez completa el estarse sin mascarita en medio del carnaval? O de tanto carnavalear el mundo, ya la máscara haya perdido sentido?
No conocía este programa de Eduardo. Por lo que pispeo, de charlas informales se trata. Él y yo conversamos varias veces. Hace unos años encontré unas fotos del ‘83, tomadas en el primer congreso de periodistas que se hizo en aquel histórico y argentino diciembre democrático; aconteció en la Universidad de Morón; Eduardo Aliverti había sido el panelista de la jornada inaugural. Yo hacía las funciones de presidente de ese congreso y laburé de moderador de su charla. Le envié esas fotos, donde éramos tan jóvenes… ¡30 años no es nada!
Pero me fui del tema… ¡Si supiera! Si me fuera fácil definirlo. Acaso una larga pausa sirviera para ayudar a juntar en una síntesis las partes que somos y responder sin puntos suspensivos. En este Ahora me siento habitante de un no espacio. Todo “exilio” sea un no espacio. Por eso la isla adquiere formas ideales, un poco de allá, otro poco de acá, y así se inventa el lugar de uno con un cocoliche un poco al tono. Soy uno que quiere estar en el pago, con los hijos, la familia, los amigos, las cosas de este tiempo. Y soy otro que quiere andar de lugar en lugar buscando las piezas del infinito rompecabezas. Tengo el amor de Giovanna y de mis hijos. Soy comunista y tripero (ver Gimnasia y Esgrima La Plata), escribo poesía, juego al fútbol y me entusiasma ser testigo de la caida fisica del orden unipolar (la derrota moral ya la han sufrido). Creo en el Hombre.
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En la Ciudad de Lanusei, Isla de Sardegna, Italia, y en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, distantes entre sí unos diez mil kilómetros, Gabriel Impaglione y R. R., septiembre 2014.