Gemas / Alicia Silva Rey
La araucaria no daría sus frutos felices este año. Enero
había iniciado bodas con el verano y crudamente
comenzaba
a deshacerse de lo austero y discreto y ocre de la estación
pasada. Los ropajes
deshechos se acumulaban
dentro de la caja de gemas que una
mano había posado
sobre los cajoncitos del espejo del dormitorio.
Madera clara bajo cristal; reflejos del jardín interior
sobre la superficie limpia y dual: cuarzo verde, aguamarina, coral,
cristal de roca, heliotropo, lapislázuli, ónix,
malaquita, perla, turmalinas, piel de leopardo, selenita,
turquesa, ágata, calcedonia, cuarzo azul, esmeralda, ojo de gato,
kunsita, jaspe, azabache, olivina, dolomita, obsidiana, larimar,
de la cruz, hematite, piedra shaman, alice.
Cada piedra elaborada y dura –en sus distintos
grados de rusticidad, de frialdad-,
constituía en sí misma un don. De ese don susurrado
de uno a otro y de éste a aquél, apenas advertible en las horas
arrimadas –como piedritas o gemas-a ese
enero preliminar a cualquier otro enero por venir,
provendrían los sueños que las habitaciones de estío
cobijarían tras sus persianas: piedra del equilibrio;
piedra de mantener quieta la espalda en el escalón más elevado
de la quietud; piedra de aquietamiento del corazón –las palabras guardan un
orden, ningún defecto-; piedra de la constante perseverancia
–aquietamiento de los
dedos
de los pies-;
piedra que aplaca la inquietud de los nervios espinales – posición abisal,
sin
falta-;
piedra de no dejar caer el cucharón sacrificial ni el cáliz;
piedra del trueno controlado, del pesar controlado, del temor y temblor
controlado;
piedra de lo no mancillado –gran ventura, el caldero lleva argollas de jade-;
piedra de las cien
mil
maneras de no envilecer los tesoros, de aprender a distribuir los tesoros;
piedras
de no sentir el cuerpo, de no dejar ir el cuerpo sin haber contemplado la imagen
de
un patio;
piedra de aquietamiento de las pantorrillas –porque no se
puede intentar dar aliento a nadie de corazón descontento-;
piedra del alimento –la grasa del faisán no se come-;
piedra de hacerse como una pantera, un tigre;
piedra
de la revuelta, de la noble cronología, de la clarificación de las aguas de la
época;
piedra de limpiar el pozo pero de no acercarse a beber en él;
piedra de la fuente
clara que vive en ese pozo y de la que es preciso beber.
La veladura en los ojos, los colores
que las gemas suscitarían
en el interior de la cajita laqueada,
apartadas de la bondad de la luz.
Bajo el velo de la tapa de la cajita,
el padre proyectaría su visión de las gemas,
reconocería sus dones,
anticiparía los veranos por venir.
Puesto de pie a causa del enero triunfante,
vacilaría un momento ante la blancura de la ventana impregnada,
caminaría por el pasillo transido
de esa puesta de luz.
Pronto tendré su edad
y él
no volverá para reconocerme
porque
no estaré reflejándome como hija en sus ojos.
¿Vas a tenderme
en algún instante de la larguísima despedida,
la palma de tus
manos, papá?
4
Portal de ramas y hojas de bambú secasque había levantado, no sola, en la costa del río.
Pónganla ahí debajo, con su túnica de trama de red
contra el cielo púrpura
como si el texto de la túnica
de su cuerpo y
del nombre del padre,
fuera sólo uno e indivisible.
Lo uno del amor
que recogerá dividido
y dará dividido.
Pero antes hubo eso en su vida:
un padre.
5
Y cuando de mí no queden sino
hilachas
de ser des-advenido,
todavía tu palabra,
que supiste hundir en el silencio
como si hubieras conmigo hablado,
palabra
insistentemente
no dicha
anhelada
en vida
por mí,
vendrá
y
vendrá
una y otra vez
impronunciada
en lo incierto
de una materia
oscura
declinada
como el sereno
desnudo
de Modigliani
o la cabeza de mujer
atribuida
a un discípulo de Giotto
vistas
como detalle
de un fresco
en el Museo de Bellas Artes
de Budapest,
que me recuerda
a la monja portuguesa
y asocio a la mirada
del ángel
en la Melancolía de Durero.
Alicia Silva Rey, enero de 2012.
____________________
Alicia Silva Rey nació en Quilmes, provincia de Buenos Aires, en 1950.
Es docente de enseñanza primaria (maestra y bibliotecaria escolar).
Escribió: La mujercita del espejo (1985); Fragmento de correspondencias (1996-2003); Partes del campo (1998); (circa) (2004-2007); Orillos (2006).
Publicó La solitudine (Bs. As., CILC, 2009). Colaboró con Gustavo Fontán en el guión de su película La madre (2010). Escribe en del Sur, agenda cultural de Quilmes, que dirige Sonia Otamendi.