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Número 53

Artigas y la nación en armas / Jorge Abelardo Ramos

Artigas y la nación en armas

Artigas y la nación en armas / Jorge Abelardo Ramos

A Methol Ferré, Carlos Real de Azúa, Vivián Trías, José Williman.

El eclipse de los grandes revolucionarios latinoamericanos del siglo XIX no pudo ser más patético. Sólo es comparable al silencio posterior que sepultó sus actos. Bastará indicar que Bolívar, habiendo concebido la idea de crear una gran nación, desde México al Cabo de Hornos, concluyó dando nombre a una provincia y, para condensar más aún el infausto símbolo, murió vencido en su propia aldea.

Abandonado por el gobierno porteño de Rivadavia, San Martín renuncia a completar su campaña continental y se retira de la vida pública. Olvidado, muere en Francia treinta años más tarde. En el caso de Artigas, la ironía se vuelve más trágica y refinada aún. Desde hace más de un siglo, su estatua evoca a un prócer de Uruguay. Había luchado por la Nación y la posteridad le rinde tributo por haber transfigurado la Nación en provincia y la provincia en Nación. Su carrera se despliega en sólo una década; y agoniza en el desierto paraguayo, en la soledad más total, a lo largo de otras tres. Se trata de la víctima más ilustre de la impostura porteña a la que es preciso poner término, pues alude a un hombre clave de nuestra frustración nacional.

El derrumbe del imperio español arrojó a la historia mundial las semidormidas colonias americanas. Por todas partes brotaron los doctores de Chuquisaca, los hijodalgos iluministas, los tenderos, gauchos, soldados o hacendados que descubrieron una patria inmensa y una época digna de ella. Bolívar abandonó los salones de la Europa galante para empinarse en el Ianícolo y jurar desde la colina romana la libertad del Nuevo Mundo. El primero de los unificadores, miranda, embriagado por el Himno de los Ejércitos del Rhin, desembarcó en las costas venezolanas para blandir una nueva bandera. San Martín peleó con los franceses en Bailén, y se lanzó en seguida al Océano para defender la revolución que, vencida en España, se afirmaba en América. Moreno leía a Rousseau para concebir luego la estrategia jacobina del “plan de operaciones”. En la Banda Oriental, en fin, aparecía José Gervasio Artigas, de antigua y linajuda familia, hacendado y oficial de Blandengues, ese cuerpo armado del paisanaje que la guerra de fronteras forjó en la lucha contra el indio. La singularidad de Artigas reside en que fue el único americano que libró en el Río de la Plata casi simultáneamente una lucha incesante contra el Imperio británico, contra el Imperio español y el portugués y contra la oligarquía de Buenos Aires. (1)

Esta rara proeza no agota su significado. Obsérvese que es Mariano Moreno el primero que llama la atención en documentos oficiales sobre la valía militar de Artigas, ya reputado en la Banda Oriental desde el tiempo de los españoles. Su base social es la campaña oriental, de donde nace, en la sociedad primitiva de la colonia, una especie de aristocracia del servicio público, según la calificación del historiador inglés John Street, formada por las familias delos primeros pobladores, cabildantes, estancieros modestos y soldados. Los estancieros apoyaron inicialmente a Artigas, dice Real de Azúa, para resistir a los pesados tributos exigidos por Montevideo para la lucha contra la Junta de Buenos Aires; evadir la nueva “ordenación de los campos” y la revalidación de los títulos que las autoridades españolas pretendían imponer. (2)

Su más ancha base, que se hundía en las profundidades del pueblo oriental, estaba constituida por los gauchos, peones, indios mansos y el mundo social agrario que la acción de los Blandengues de Artigas había defendido de las depredaciones de los bandidos, vagos, ladrones, contrabandistas e indios Charrúas y Minuanes, que infestaban la campaña oriental, según diría el Diputado por Montevideo a las Cortes de Cádiz, exaltando la figura de Artigas en España. Pero su marco histórico es el movimiento de nacionalidades típico del siglo. Artigas pertenece a la generación revolucionaria de SanMartín y Bolívar.

La desarticulación del Imperio español libró a sus solas fuerzas a las provincias ultramarinas. Sus jefes más lúcidos se propusieron conservar la unidad en la independencia, asumiendo la idea nacional que los liberales levantaban sin éxito en la España invadida. Los americanos reaccionarios combatieron junto a los godos contra nosotros, y con nosotros usaron las armas los españoles revolucionarios que vivían en América. Tal fue el dilema. A diferencia de San Martín, que se asignó la misión de extender la llama revolucionaria a través de loa Andes y sólo le cupo luchar contra los realistas, lo mismo que Bolívar y Moreno, Artigas se erigió en caudillo de la defensa nacional en el plata y al mismo tiempo en arquitecto de la unidad federal de las provincias del Sur. Defendió la frontera exterior, mientras luchaba para impedir la creación de fronteras interiores. Fue, en tal carácter, uno de los primeros americanos y, sin disputa, el más grande caudillo argentino.

En este hecho reside todo secreto de su grandeza y la explicación de su “entierro histórico”, según las palabras de Mitre. Cuando Buenos Aires sustituye a España en la hegemonía sobre el resto de las provincias, todas ellas se levantan contra Buenos Aires. Pero de todos los caudillos es Artigas el que más hondo y lejos ve el conjunto de los problemas históricos en juego. Escribir su historia sería en cierto modo reescribir la historia argentina y, por ende, reescribir este libro, pues también nosotros hemos pagado tributo a la falsía de nuestro origen y también nosotros, víctimas solidarias de la balcanización hemos “balcanizado” a Artigas, amputándolo de nuestra existencia histórica para confinarlo a la Banda Oriental.

Entre Mitre y López, las dos figuras mayores de la historia oficial, han hecho del Artigas histórico lo mismo que la burguesía porteña logró hacer con el Artigas vivo. Escribe Mitre: El caudillaje de Artigas, o sea el “artiguismo” localizado en la Banda Oriental, y dominando por la violencia o por afinidades los territorios limítrofes, obtuvo por primera vez carta de ciudadanía, y se le reconoció el derecho de resistencia. El artiguismo oriental, dueño de Entre Ríos y Corrientes, sintió dilatarse su esfera de acción disolvente, aspiró por la primera vez a dominar los destinos nacionales, con sus medios y sus propósitos. Divorciado de la comunidad argentina sin principios vitales que inocularle, sin más bandera que el personalismo ni más programa que una confederación de mandones, en que la fuerza era la base, empezó a chocarse con los régulos argentinos de la orilla occidental del Uruguay…

Las veloces lecturas romanas de Mitre no le dejaron una idea bien clara de quién era Régulo, pero la superficial condenación de los caudillos ha hecho escuela. El mismo Mitre no puede menos que admitir la influencia real de Artigas en las Provincias Unidas: A santa Fe siguió Córdoba, que se declaró independiente; arrió la bandera nacional, que quemó en la plaza pública, enarbolando la de Artigas; se incorporó a la Liga Federal, poniéndose bajo la protección del caudillo oriental, y se adhirió a la convocatoria del Congreso de Paysandú, promovido sin programa político y con objetivos puramente bárbaros y personales. De aquí la primera resistencia de Córdoba a concurrir al Congreso de Tucumán. (3)

Los argentinos ignoran que entre 1810 y 1820 el artiguismo era el poder dominante en gran parte de nuestro actual territorio. Aclamado por los pueblos reunidos en la Liga Federal como “Protector de los Pueblos Libres”, Artigas ejercía su influencia en las Provincias de la Banda Oriental: Misiones, Corrientes, Entre Ríos, Córdoba y Sante Fe. El gobierno directorial de Buenos Aires sólo alcanzaba a dominar la Provincia Metrópoli y un puñado de provincias, en las que ya comenzaba a fermentar por lo demás la idea federal. ¿Qué significaba esto? Pura y simplemente que el federalismo expresó la reacción general de los pueblos del interior ante las despóticas tentativas de Buenos Aires por subyugarlas a su política exclusivista. Pero el magno peligro para los intereses de la burguesía porteña y montevideana consistía en el artiguismo, que aspiraba a organizar la Nación con la garantía de plenos derechos para cada una de las provincias que concurrieran a formarla. El riesgo de una poderosa Confederación sudamericana que sucediese al Virreinato en las fronteras históricas, era demasiado considerable para la política británica. He aquí la concepción del “uruguayo” Artigas:

Convención de la Provincia Oriental, firmada por Rondeau y Artigas , 19 de abril de 1813 (Texto de los dos primeros artículos).

Art 1º – La Provincia Oriental entra en el Rol de las demás Provincias Unidas. Ella es una parte integrante del Estado denominado Provincias Unidas del Río de la Plata … Art 2ª – La Provincia Oriental está compuesta de Pueblos Libres, y quiere se la deje gozar de su libertad; pero queda desde ahora sujeta a la Constitución que organice la Soberana Representación General del Estado, y a sus disposiciones consiguientes teniendo por base inmutable la libertad civil.

Año 1813. Proyecto de Constitución artiguista.

Art 1º – El título de esta confederación será: Provincias Unidas de la América del Sud. 2º Cada provincia retiene su soberanía, libertad e independencia y todo poder, jurisdicción y derecho que no es delegado expresamente por esta confederación a las Provincias Unidas juntas en Congreso. (5) Artigas escribía a Felipe Gaire el 13 de setiembre de 1814:

Mi muy estimado pariente:

Las circunstancias hoy en día no son buenas. Los porteños en todo nos han faltado; no tratan más que de arruinar nuestro país, de este modo será de Portugal o del inglés; ellos están muy lejos de la libertad; yo hoy en día me veo en grandes aprietos porque todo el mundo viene contra mí. Los amigos me han faltado en el mejor tiempo y yo he de sostener la libertad e independencia de mi persona hasta morir. (6)

Gran Bretaña no podía admitir que un solo Estado controlara la boca del río. Se imponía separar al puerto y campaña de Montevideo para dejar a las provincias libradas al monopolio del puerto bonaerense.

Río de Janeiro era entonces el baluarte portugués de la política inglesa; y así se produce la invasión portuguesa planeada por el general Beresford, el mismo actor de las invasiones inglesas al Río de la Plata en 1806. Se debía consolidar a Buenos Aires segregando rápidamente al Uruguay. Con esta separación las Provincias Unidas estaban inexorablemente condenadas al puerto único de Buenos Aires, escribe Methol Ferré. (7) Los portugueses invaden la Banda Oriental, ocupan la provincia y derrotan definitivamente a Artigas en 1820.

Buenos Aires había firmado en 1818 un convenio con Portugal cuya cláusula 5ª decía: “Libertad recíproca de comercio y navegación entre ambas partes con exclusión de los ríos interiores, salvo en el caso de que los portugueses penetrasen a ellos en persecución de Artigas y sus partidarios”.

Veamos ahora la opinión que merecía al Brigadier Pedro Ferré la lucha de Artigas: “Mientras las provincias estuvieron sujetas a Buenos Aires, no había imprenta en ellas. De aquí es que nos han quedado sepultados en el olvido el Gral. Artigas y la independencia de la Banda Oriental, sus quejas por la persecución que sufría por este patriotismo; las intrigas del gobierno de Buenos Aires para perderlo, hasta el grado de cooperar para que el portugués se hiciera dueño de aquella provincia, antes que reconocer su independencia; como entonces sólo hablaba Buenos Aires aparece Artigas en sus impresos como el principal salteador (así aparecen todos los que se han opuesto a las miras ambiciosas del gobierno de Buenos Aires). Si alguna vez se llegan a publicar en la historia los documentos que aún están ocultos, se verá el origen de la guerra en la Banda Oriental, la ocupación de ella por el portugués,, de que resultó que la República perdiera esa parte tan preciosa de su territorio, todo ello tiene su principio en Buenos Aires, y que Artigas no hizo otra cosa que reclamar primeramente la independencia de su patria y después sostenerla con las armas, instando en proclamas el sistema de federación y entonces, tal vez resulte Artigas el primer patriota argentino. (8)

Tacuarembó asesta un golpe decisivo al potencial bélico de Artigas en la Banda Oriental. Se tendrá presente que las tropas portuguesas que invaden la Banda se componen de unos quince mil veteranos, perfectamente armados y fogueados en la guerra contra Bonaparte. Artigas, por su parte, sólo contaba con una provincia que en esa época apenas tenía una población total de unos cuarenta mil habitantes en la campaña y unos veinte mil en Montevideo, que por supuesto le era hostil. Tan sólo unos ocho mil hombres componen su tropa principal, armada de bayonetas y sables de latón e impedida de practicar la guerra de montonera, a la manera de Güemes en salta, por las particularidades de la topografía oriental. Por lo demás, ya en 1820 la clase de estancieros y todo el “patriciado” lo había abandonado, por la proyección revolucionaria de su política agraria.

En el Reglamento Provisorio de la Provincia Oriental para el fomento de su campaña y seguridad de sus hacendados, dado a conocer en el Cuartel General el 10 de setiembre de 1815, se lee en el artículo 6º: “Por ahora el Sr Alcalde Provincial y demás subalternos se dedicarán a fomentar con brazos útiles la población de la campaña. Para ello revisará cada uno, en sus respectivas jurisdicciones, los terrenos disponibles; y los sujetos dignos de esta gracia, con prevención que los más infelices serán los más privilegiados. En consecuencia, los negros libres, los sambos de esta clase, los indios y los criollos pobres, todos podrán ser agraciados con suerte de estancia, si con su trabajo y hombría de bien propenden a su felicidad y a la de su Provincia”. El artículo 12º estipulaba. “Los terrenos repartibles son todos aquellos de emigrados, malos europeos y peores americanos que hasta la fecha no se hallan indultados por el jefe de la Provincia para poseer sus antiguas propiedades”. Y, por fin, el 19º: “Los agraciados, ni podrán enajenar, ni vender esta suerte de estancias, ni contraer sobre ellos débito alguno, bajo la pena de nulidad hasta el arreglo formal de la Provincia, en que ella deliberará lo conveniente”. (9)

La burguesía comercial de Montevideo lo rechazó siempre con todas sus fuerzas, en virtud de su política industrial proteccionista (10). Los estancieros por su parte no tenían más remedio que aborrecer al caudillo que elevaba su política por encima de la patria chica y que en el caos de la guerra civil y la invasión extranjera ponía todos los recursos de la provincia en juego (11). Esto se verá muy claramente cuando, después del desastre militar de Tacuarembó, numerosos estancieros y comandantes de campaña, hasta entonces partidarios de Artigas, capitulen ante Lecor y acepten la dominación portuguesa de la Provincia Cisplatina, como lo había hecho ya la burguesía de Montevideo, que recibió al jefe portugués bajo palio y lluvia de flores. En un oficio que jefes y oficiales de Canelones dirigen al General Lecor, poniéndose a sus órdenes, se lee una alusión al reparto de tierras iniciado por Artigas: “Bajo el sistema adoptado por Don José Artigas no se tendía sino a destruir la propiedad de la provincia…”.

Con respecto a la política agraria de Artigas, Methol Ferré dice lo siguiente: “No hay duda que la reforma agraria artiguista tuvo enormes proyecciones y puedo apuntar aún en 1884 a P. Bustamante le sorprendía la osadía de quienes reclamaban derechos invocando “donaciones” de Artigas. Y de muestra final baste indicar que todavía hoy el Banco Hipotecario del Uruguay no considera válidas las salidas fiscales originadas en mercedes de tierras del gobierno de Artigas y sí acepta, por ejemplo, las provenientes del ocupante portugués Barón de la Laguna. (12)

Sólo en los cronistas, memorialistas y olvidados historiadores de provincias, custodios de la patria vieja, se encuentran hoy recogidos los testimonios fidenignos del pasado. Uno de ellos es el salteño Bernardo Frías, historiador del norte argentino y de Güemes. Su obra fundamental, de 8 tomos, comenzó a publicarse en 1902. Pero sólo se publicaron, en 60 años, los cinco primeros, todos agotados. Los restantes permanecen inéditos. Escribe el doctor Frías: “Era de este modo Artigas el único gobernante argentino que acudía en defensa de la integridad nacional; y como este deber obligaba en primer término al gobierno de la Nación que a un jefe de provincia, y el gobierno de la Nación se mantenía como extraño, sin tomar parte en la defensa común, comenzaron a alarmarse los pueblos, sospechando que el gobierno de Pueyrredón iba de acuerdo con el Brasil. Con esta sola actitud pasiva que asumía el gobierno, quedaba descubierto el crimen de marchar de acuerdo y aliado con el extranjero para aniquilar al jefe de provincia. Artigas, que lo comprendió antes que ninguno,, se volvió al Director para decirle: “Confiese Vuecelencia que sólo por realizar sus intrigas puede representar ante el público el papel ridículo de un neutral. El Supremo Director de Buenos Aires no puede, ¡no debe serlo! Pero sea Vuecelencia un neutral, un indiferente o un enemigo, tema justamente la indignación ocasionada por sus desvíos; tema con justicia el desenfreno de unos pueblos que sacrificados por el amor de la libertad, nada les acobarda tanto como Perderla”.

El doctor Frías, en su notable obra, expone detalladamente la infamia porteña. En lugar de ayudar a Artigas contra los portugueses, toleraba la codicia de los comerciantes de Buenos Aires, que aprovisionaban Montevideo contra los intereses de la Nación. Frías llama a Pueyrredón el “Iscariote argentino”. (12bis)

La derrota de Tacuarembó asimismo reconoce otra causa capital, la connivencia de los directores de Buenos Aires, con Pueyrredón a la cabeza, con los portugueses, y que perseguía el objetivo de entregar a Portugal la Banda Oriental para destruir a Artigas y quebrar en el Litoral la influencia de sus lugartenientes Rámirez y López. Mientra Pueyrredón practicaba esa política de suicidio nacional, en la que revelaría su profunda perfidia la burguesía porteña, ordenaba a San Martín y a Belgrano, generales de Cuyo y del Norte, que bajaran a las provincias del Centro a aniquilar la montonera. San Martín, que mantenía correspondencia con Artigas y los caudillos del Litoral, rehusó “desenvainar su sable en la guerra civil” y marchó a la conquista de los Andes; Belgrano obedeció la orden: su ejército se rebeló en el motín de Arequito. En ese momento, según observa Acevedo (13), Artigas ha perdido la Banda Oriental, pero su influencia en las provincias argentinas es más fuerte que nunca. Sufre una defección: el lugarteniente Fructuoso Rivera, el que será luego conocido como Don Frutos, o bautizado por Rosas el “Pardejón Rivera”, se arregla con los portugueses y abandona al Protector de los Pueblos Libres.

En tiempos de Artigas, los diputados en Salta fueron elegidos al grito de ¡Mueran los porteños! Cuando el irlandés Campbell, jefe de la escuadrilla de Artigas, llegó a Santa Fe, fue recibido por el vecindario a los gritos de ¡Viva la Patria Oriental! Por su parte dice Herrera: “¿No saben que el nombre de porteños es odiado en todas las Provincias Unidas o Desunidas del Río de la Plata? escribía Fray Cayetano Rodríguez al doctor Molina. Los cordobeses pidieron que se borrase el nombre de porteños en las calles, plazas, colegios y monasterios”. (14)

Derrotado por los portugueses en su tierra natal, Artigas pone en ejecución un meditado plan. Traicionado por los porteños y ya que se revelaba imposible derrotar a los portugueses con las provincias rioplatenses divididas y con la pérfida Buenos Aires en contra, se imponía primero derrotar a Buenos Aires, organizar la Nación y volver su poderío unificado hacia la reconquista de la Banda Oriental.

Al dirigirse a las provincias convocándolas a la lucha contra Buenos Aires, Estanislao López invitaba a los cordobeses a marchar, prometiéndoles “los más felices resultados y la protección invencible del inmortal Artigas, vencedor de riesgos y minador de bases de toda tiranía y el héroe que cual otro Hércules dividiría con la espada sus siete cabezas” (15). La batalla entre las fuerzas artiguistas de Santa Fe y Entre Ríos contra el ejército del nuevo Director Rondeau se libró en la Cañada de Cepeda el 1º de febrero de 1820. La montonera triunfó de manera decisiva.
Pero la victoria y la traición marcharon juntas. Con Cepeda caía todo el régimen directorial y el Congreso de Tucumán, instrumentos porteños. El nuevo gobernador de Buenos Aires fue Don Manuel de Sarratea y como habría de ocurrir durante más de medio siglo, Buenos Aires compensaría sus fracasos militares con los recursos financieros de su puerto. Este será, en definitiva, todo el drama.

El pánico invadió a la ciudad de Buenos Aires: “Se esperaba por unos momentos un saqueo a manos de cinco mil bárbaros desnudos, hambrientos y excitados por las pasiones bestiales que en esos casos empujaban los instintos destructores de la fiera humana que como “multitud inorgánica” es la más insaciable de las fieras conocidas: cosas que debe tener presente la juventud, expuesta por exceso de liberalismo a creer en las excelencias de las teorías democráticas que engendran las teorías subversivas del socialismo y el anarquismo contra las garantías del orden social”, juzga López ese momento. (16)

Ramírez acampó con sus hombres en el pueblo de Pilar, a unas 15 leguas de la ciudad. Desde allí planteó sus exigencias a los mercaderes aterrorizados. En primer lugar exigía la disolución del Congreso y del Directorio. Todo fue rápidamente aceptado. La Constitución, lo mismo que el Directorio, se desvaneció ante las lanzas federales.

La segunda exigencia consistía en la publicación de los documentos producidos por la diplomacia secreta del Congreso recién extinguido; este acto demostró que se había llegado a un acuerdo con los franceses para imponer en el Río de la Plata al príncipe de Luca, miembro de la casa de Borbón y cuya corona estaría bajo el protectorado del gobierno francés.

El tratado del Pilar, suscrito el 26 de febrero de 1820 por los gobernadores de Buenos Aires, Santa Fe y Entre Ríos, entre una nube de lanzas, establecía también la libre navegación de los ríos Paraná y Uruguay. Esta última era una reivindicación fundamental para los caudillos litorales, obligados a destruir por las armas el monopolio porteño de los grandes ríos.

Un historiador adversario ha dejado un evocador testimonio de ese instante histórico: “Después del tratado, Sarratea se permitió volver a Buenos Aires acompañado de Ramírez, López y Carrera y de numerosas escoltas de hombres desaliñados, vestidos de bombachas y ponchos, sin que pudiera distinguirse quiénes eran jefes y quiénes soldados. Toda esa chusma ató los redomones en las verjas de la Pirámide y subió al Cabildo de mayo donde se les había preparado un refresco de beberaje en festejo por la paz. Fácil es conjeturar la indignación y la ira del vecindario al verse reducido a soportar tamañas vergüenzas y humillaciones. (17)

Pero el Tratado del Pilar desató las pasiones del localismo porteño. Sumida en el más espantoso desorden, la ciudad fue teatro de las disputas de todas las facciones por el poder. En un mismo día se sucedieron tres gobernadores; ganaderos, comerciantes y militares discutieron ásperamente la situación creada por la montonera. ¿Transigir con ella, cumplir el Tratado del Pilar? ¡Qué locura! ¿Abrir el río a esa pleba andrajosa? ¿Qué político porteño podría ser tan insensato? (18)

En los círculos áulicos de la burguesía portuaria, sin embargo, sabíase que las concesiones de Sarratea, inaceptables para Buenos Aires, no habrían de cumplirse. El Tratado, por el contrario, constituía una puñalada en la espalda de Artigas. Sarratea era uno de los enemigos irreconciliables mde Artigas. López atribuye a este personaje “procedimientos desparpajados y moralidad poco segura, además de viveza pervertida, principios morales poco delicados, extraña mezcla de Buen carácter y de cinismo de habilidad y desvergüenza”. Y agrega: “trapalón y entremedio, como decía M. de Anchorena y movido siempre por una incorregible afición a tretas y manejos embrollados, no era tan malo que pudiera ser tenido por un malvado de talla para despotizar por la fuerza y por la sangre, ni por peligroso siquiera fuera de los enjuagues y escamoteos que le hacían despreciable más bien que perverso”. (19)

Con tal gobernador es que los lugartenientes de Artigas celebraron el Tratado del Pilar. Dicho convenio violaba las órdenes expresas del Protector, pues se limitaba a formular una platónica expresión de deseos en lo tocante a la ocupación portuguesa del territorio patrio, cuya reivindicación por las armas quedaba librada a la buena voluntad de Buenos Aires, justamente la provincia cuyos intereses le habían dictado facilitar la ocupación extranjera. No se trataba de ceguera política de los lugartenientes de Artigas, como podría suponerse, sino la puesta en práctica de una política que se revelaría fatal durante mucho tiempo.

La traición de Ramírez hacia Artigas, de López hacia Ramírez, de López hacia Quiroga, de Urquiza al partido federal luego, compendiaban la defección de los intereses litorales a la causa global del Interior y de la unidad nacional. Esa defección encontraba su más profundo fundamento en el carácter librecambista de la política económica que dictaban a Entre Ríos y Santa Fe sus producciones exportables, similar en este aspecto a la provincia de Buenos Aires. Sus divergencias con la burguesía porteña radicaban en que esta última monopolizaba el puerto y cerraba los ríos interiores a la navegación comercial extranjera, exigida por dichas provincias y acaparada por Buenos Aires. Esta última –durante todo el período de Rosas- amansó a los caudillos litorales con dádivas, ganado y otras concesiones, para separarlas de las provincias mediterráneas; si bien es cierto que éstas eran el refugio del espíritu federal nacionalista, eran fatalmente incapaces de oponer una una fuerza económica y militar suficiente para levantar ejércitos y poner fin al monopolio de Buenos Aires. Ramírez, López y Urquiza serían los pequeños caudillos del localismo, el “federalismo” aldeano agonizante después de la ruina del Protector de los Pueblos Libres.

Los documentos son abrumadores a este respecto. Pancho Ramírez pacta con Buenos Aires después de Cepeda a espaldas de Artigas, que se retiraba diezmado de la batalla de Tacuarembó, aunque dispuesto a seguir luchando. Cuatro días después, desde las orillas de la ciudad porteña, el fiel lugarteniente Ramírez se dirige afectuosamente al Protector adjuntándole el texto del Tratado “asegurándole que la alegría de este pueblo y su reconocimiento hacia el autor de tantos bienes era inexplicable”. (20)

Pero cuarenta y ocho horas más tarde el mismo Ramírez exponía, en un oficio “Reservado”, el plan de traición a su amado jefe. Dirigiéndose a su medio hermano, Ricardo López Jordán, en su ausencia Gobernador interino de Entre Ríos, le ordenaba confidencialmente que “procure entablar relaciones amistosas con el general Rivera, con el gobernador de Corrientes, etcétera.

En otros términos, los caudillejos menores se disponían a distribuirse las satrapías locales del poder federal: uno, pactando con los portugueses, el otro, con Buenos Aires. En el mismo oficio Ramírez confiesa el influjo que en Entre Ríos conservaba Artigas y expresa sus temores: “Usted conoce las aspiraciones del General Artigas y el partido que tiene en nuestra Provincia: su presencia aun después de los continuos desgraciados sucesos en la Banda Oriental podría influir contra la tranquilidad… Procure V. por cuantos medios aconseje la prudencia conservar en el ejército los auxiliares de Corrientes atrayéndolos, pagándolos y haciéndoles ver se les lleva a un sacrificio por una guerra civil, cuando quedando en nuestras banderas todo será paz y trabajar por la verdadera causa”. (21)

Después de Cepeda, Ramírez, presa de inquietud por la previsible reacción del Protector, maniobra con la burguesía porteña para conseguir armas en pago de su inminente rutura con Artigas. En una carta, también reservada, al chileno José carrera, expone sin disimulos la situación: “En estos momentos sin tener recursos ningunos, cómo quiere V. que yo me oponga al parecer de Artigas cuando estoy solo y que él ya debe haber ganado la provincia de Corrientes, como estoy cierto que la lleva adonde él quiere. Nada digo de Misiones porque son con él”. (22)

Aludiendo a la apatía del gauchaje por su política de acuerdo con Buenos Aires y de renuncia a la guerra con Portugal, Ramírez Agrega estas palabras significativas: “¿Cómo podré persuadir a los paisanos ni convencerlos de ninguna manera? Cuando los elementos precisos para la empresa fuesen en algún tanto proporcionados al número que yo solicité (a Buenos Aires) podría convencerlos, por lo de lo contrario seré con el voto general de aquellos que sólo se conforman con la declaratoria de guerra a los portugueses”. Y concluye su nota “reservada” confesando su capitulación ante la burguesía porteña: “No he anoticiado a la provincia del auxilio que se nos presta; porque me abochorno, y tal vez causaría una exaltación general en los paisanos”. (23)

Se comprende el carácter reservado de semejantes testimonios. En estos documentos se encuentran los hechos irrefutables que rodean el hundimiento de la Federación artiguista. Ramírez se dirigía a Sarratea el 13 de marzo, reclamando humildemente los “auxilios” que en virtud del acuerdo secreto firmado al mismo tiempo que el Tratado del Pilar debía proporcionar la burguesía porteña al incorruptible teniente de Artigas: “mi mando en remuneración de sus servicios e indemnización de gastos en la cooperativa que había prestado para deponer la facción realista que tenía oprimido el país el auxilio de quinientos fusiles, quinientos sables, veinticinco quintales de pólvora, cincuenta quintales de plomo, que se repetiría de acuerdo a las necesidades que tuviera el ejército; teniéndose en cuenta para este suplemento el interés propio de esta ciudad como de todas las demás Provincias de la federación en mantener la libertad del territorio de Entre Ríos… Añadía: “En este concepto me veo precisado a suplivar a V.S. como lo hago, tenga bien en las circunstancias dar alguna extensión a aquel tratado y facilitarme un auxilio capaz de subvenir a los primeros objetos que nos propusimos… Yo quedaría satisfecho con que se doblase el número y municiones que debieron dárseme la primera vez y que se diese a la tropa un vestuario y una corta gratificación al arbitrio de V.S. dando para ello disposiciones más prontas que estén a su alcance pues no espero más para retirarme”. (24)

Quince días más tarde, las gestiones parecen haber tenido éxito y las armas y recursos del puerto se ponen al servicio de Ramírez para combatir al Protector y garantizar la “libertad de Entre Ríos, es decir, su localismo y, en consecuencia, su dependencia de Buenos Aires. El 28 de marzo, desde Pilar, Ramírez escribe a Carrera: “El estado de las cosas en mi provincia no puede ser peor, pues D. José Artigas no pasa por los tratados ni deja de mirar la opinión de los habitantes de ella para atraerlos a su partido… Por otra parte V. me dice que el armamento está seguro por la combinación de Monteverde y sabe que con esto ya puedo hablar a Artigas como debo.

Con la ayuda porteña, Ramírez podría, por fin, hablar con Artigas “como debía”. La intriga estaba a punto de consumarse trágicamente. Pocos días más tarde Artigas escribe a Ramírez, le recuerda su dependencia hacia él y lo acusa de haberse entregado con el Tratado del Pilar a la facción porteña. Califica el Tratado de “inicuo” y la firma de Ramírez al pie del documento de apostasía y traición. Y agrega: “ Recuerde que V.S. mismo reprendió y amenazó a don Estanislao López, gobernador de Santa Fe, por haberse atrevido a tratar con el general Belgrano sin autorización suya y que hizo anular esos tratados; lo que prueba que tratando ahora V.S. con Buenos Aires sin autorización mía, que soy el Jefe Supremo y Protector de los Pueblos Libres, ha cometido V.S. el mismo acto de insubordinación que no le consintió al gobernador López; y eso que V.S. tenía entonces y tiene ahora mucho menos jerarquía en el mando y en la confianza de los Pueblos Libres de la que tengo yo… V.S. ha tenido la insolente avilantez de detener en la Bajada los fusiles que remití a Corrientes. Este acto injustificable es propio solamente de aquél que habiéndose entregado en cuerpo y alma a la facción de los pueyrredonistas procura ahora privar de sus armas a los pueblos libres para que no puedan defenderse del portugués…”. Artigas concluía su nota definiendo el contenido del Tratado del Pilar: “Y no es menor crimen haber hecho ese vil tratado sin haber obligado a Buenos Aires a que declarase la guerra a Portugal y entregase fuerzas suficientes para que el Jefe Supremo y Protector de los Pueblos Libres pudiese llevar a cabo esa guerra y arrojar del país al enemigo aborrecido que trata de conquistarlo. Esa es la peor y más horrorosa de las traiciones de V.S.”. (25)

Con las armas porteñas en su poder, Ramírez eleva el tono ante Artigas y desnuda el fonde de su política: “¿Por qué extraña a V.S. que no declarase la guerra a Portugal?… ¿Qué interés hay en hacer esa guerra ahora mismo y en hacerla abiertamente? ¿O cree V.S. que por restituirle una provincia que se ha perdido han de exponerse todas las demás con inoportunidad?”. (26) En esa mera enunciación, y pese a la retórica “federal” de sus proclamas, Ramírez anticipaba la traición de Urquiza, que no mezquinó el cintillo rojo después de Caseros, pero que libró al hierro porteño las provincias federales.

Que la política antiartiguista de Ramírez era lisa y llanamente una traición a la causa de la unidad nacional, termina de probarlo acabadamente una nota de Fructuoso Rivera, escrita desde Montevideo el 5 de junio de 1820. De traidor a traidor, el diálogo entre el oriental aportuguesado y el entrerriano aporteñado alcanza una asombrosa claridad retrospectiva. Le pide a Ramírez la devolución de algunos oficiales portugueses en su poder y la “reposición del comercio”. Añade Don Frutos que tales actos demostrarían por parte de Ramírez la “…extremosa afección a la Provincia de su mando. Cooperarán a esto último con todo su poder las fuerzas de mar portuguesas cuyo Jefe tiene las competentes órdenes para ponerse a disposición de V. cuando lo crea necesario. Mas para que el restablecimiento del comercio tan deseado, no sea turbado en lo sucesivo es de necesidad disolver las fuerzas del General Artigas, principio de donde emanarán los bienes generales, y particulares de todas las provincias, al mismo tiempo que será salvada la humanidad de su más sangriento perseguidor”.

El choque entre las fuerzas de Artigas y Ramírez se produjo el 24 de junio en Las Tunas. Artigas fue aniquilado: el epílogo es rigurosamente homérico. Poseído de un miedo sobrecogedor al prestigio de Artigas, el caudillo Ramírez inicia una persecución inexorable del Protector para impedir que rehaga sus fuerzas en la huida. Rodeado de un puñado de oficiales e indios, Artigas es obligado a luchar cada día: el 17 en la costa de Gualeguay; el 22 en las puntas del Yuquery; y así sucesivamente. ¿En qué fundaba Ramírez su temor ante un jefe fugitivo, rodeado de una docena de hombres? En el hecho de que el solo nombre de Artigas levantaba en masa al paisanaje de las provincias que atravesaba en su retirada. Ramírez sabía que si le daba dos semanas de tiempo Artigas pondría en pie un nuevo ejército. La persecución tenía como objetivo eliminarle o obligarle a abandonar el territorio de las provincias. Las tropas improvisadas en esa marcha forzada hacia el interior eran desechas hora a hora antes de que pudieran armarse y luchar.
Desde el Paraná a la frontera paraguaya transcurre esa lucha donde Artigas se desangra y con él la esperanza postrera de la Patria Grande. En el umbral de la Provincia gobernada por el Doctor Francia, jaqueado, traicionado y vencido, Artigas mira por última vez la escena y entra a galope a la larga prisión guaraní. Muchos años más tarde, cuando la Banda Oriental se transforma por la presión británica en la República del Uruguay, el viejo Protector de los Pueblos Libres dirá: Yo no tengo patria.

Ese era todo su secreto. La patria se había perdido en la balcanización y con Artigas desaparecían simultáneamente los unificadores: Bolívar y San Martín:

Francisco Ramírez había traicionado a su jefe, pero ¿cómo había podido vencerlo? Mitre y Vicente Fidel López, feroces antiartiguistas, no lo ocultaban en sus obras. Por las estipulaciones secretas anexas al Tratado del Pilar, sabemos que Buenos Aires había entregado armamento a Ramírez para resistir a Artigas. Pero no lo sabemos todo al respecto. Ramírez triunfó sobre los gauchos mal armados de Artigas “gracias al concurso de un piquete de artillería de seis piezas y un batallón de trescientos veinte cívicos que estaban a las órdenes del comandante Lucio Mansilla”.

Agreguemos que Mansilla era porteño y estaba a las órdenes de Ramírez por autorización expresa del gobernador de Buenos Aires, Manuel de Sarratea; que se le entregaron 250.000 pesos a Ramírez para elevar la moral de la tropa; que los vestuarios de la ciudad porteña fueron vaciados para sus soldados, con lo que quedó dueño del Paraná y pudo jaquear a Artigas.

He aquí a Ramírez dueño del Litoral, en apariencia, ebrio de poder. El vástago entrerriano del Protector abandona enseguida la concepción confederal y nacional para proclamar la República de Entre Ríos. Intenta edificar la misma insularidad que Urquiza creará más tarde, indiferente al destino de las provincias federales. Pero derrotado Artigas, Buenos Aires inicia la segunda maniobra. Había empleado la traición de Ramírez para eliminar al Protector; ahora utilizará a Estanislao López para desembarazarse de Ramírez. En efecto, al negarse Buenos Aires a cumplir las estipulaciones del Tratado del Pilar que beneficiaban a las provincias litorales, se reinicia una crisis entre ambos sectores. El poder excesivo que había alcanzado Ramírez en Entre Ríos y Corrientes, mueve a la burguesía porteña a pactar con López, dejando a un lado las aspiraciones entrerrianas. Esta defección de López del frente común lleva a Ramírez a amenazarlo con invadir Santa Fe. Se repite el caso de la intriga porteña contra Artigas.

A espaldas de Ramírez, López firma con el nuevo gobernador de Buenos Aires, Martín Rodríguez, el Tratado de Benegas: en pago por levantar el cerco de Buenos Aires y traicionar a Ramírez, el otro teniente artiguista recibe una compensación de 25.000 cabezas de ganado. Fue el estanciero Juan Manuel de Rosas quien intervino en la negociación para domesticar al caudillo santafecino, revelando desde sus comienzos singulares condiciones de político.

Era el Litoral librecambista e impotente quien inclinaba sus armas en el Tratado de benegas. López reclama entonces la ayuda ofrecida por Buenos Aires para combatira a Ramírez. El coronel Lamadrid parte de la ciudad con 1.900 soldados. Las fuerzas coaligadas de Santa Fe y Buenos Aires derrotan al Supremo Entrerriano –que tal era el nombre orgullosamente asumido por el antiguo oficial de Artigas. Al cabo de una despiadada persecución. Ramírez cae al intentar salvar a su compañera Delfina, hermosa porteña que cabalgaba junto a él en sus campañas; la muerte caballeresca se coronó con el degüello. Sus vencedores cortan la cabeza de Ramírez y la envían a Estanislao López.

El gobernador de Santa Fe escribió a su congénere de Buenos Aires: “La heroica Santa Fe, ayudada por el Alto y aliadas provincias, ha cortado en guerra franca la cabeza del Holofernes americano.”

López “envolvió la cabeza en un cuero de carnero y la despachó a Santa Fe, con orden de que se colocara en la Iglesia Matriz, encerrada en una jaula de hierro.”

La estrategia del puerto de Buenos Aires se realizaba con el sistema de las complicidades sucesivas. El más grande caudillo argentino meditaba en la selva la quimera de su Nación infortunada.

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Número 53

Arquitectura y género – La invisibilidad de la mujer en la arquitectura / Mónica Cevedio

Arquitectura y género

Arquitectura y género – La invisibilidad de la mujer en la arquitectura / Mónica Cevedio

“Lo ausente debe hacerse presente porque
la mayor parte de la verdad reside en o
que está ausente”

Herbert Marcuse (Razón y Revolución)

Cuando analizamos la Historia de la Arquitectura – y en general la  Historia – vemos que esta no ha recogido las contribuciones y   participaciones de las mujeres,  lo que invalida por lo tanto  la pretensión de “universalidad” que se nos quiere transmitir.

Arquitectura y género

Se trata de pedir un “reconocimiento histórico” empezando a denunciar muchos discursos y concepciones que se suponen neutros y universales y solo están pensados a través de ideas patriarcales, androcentricas, donde la mujer a sido y sigue siendo la gran ausente ya que la arquitectura ha sido y sigue controlada por el género masculino.

A lo largo de toda la historia, las clases dominantes se apropiaron y impusieron una cultura (parte de la superestructura) que justificara y perpetuara su poder económico y social. Por esto podemos decir que la cultura actual es burguesa, clasista, genérica, androcéntrica y misoginia.

Vemos, entonces, como la Arquitectura a sido pensada por y para los hombres, y cuando las mujeres queremos identificarnos con el espacio, con la vivienda, con la ciudad, nos encontramos que estamos “huérfanas” de un pasado, sin historia, sin referencias, es decir viviendo en un marco impuesto y del que no somos consientes que habitamos. Donde la cultura dominante es norma universal, por lo que existe un imperialismo cultural.

Debemos relacionar por tanto al espacio con el poder (económico, social y cultural) y reconocer que el espacio no es neutral. Por lo que es válido hacer una nueva interpretación cultural e histórica.

Es decir, que debemos basar estos nuevos planteamientos teniendo en cuenta las distintas realidades sociales y culturales de la mujer con un discurso donde primen estos valores, ya que el “saber” y el “ser” de la mujer ha sido excluido, silenciado y negado por las ideas, relaciones y conocimientos masculinos dominantes a través de la historia.

Valoraciones patriarcales que van mas allá de las diferencias de clase, de raza, de género, que decretan que la mujer es inferior, sometiendo y rebajando a las mujeres a un lugar inexistente o de marginalidad.

Si hacemos un análisis, en esta nueva búsqueda sobre los arquitectos clásicos modernos, vemos, como Le Corbusier cuando habla de la Arquitectura, al igual que Loos siempre lo hace pensando en el sexo masculino, es decir en el hombre, y cuando se refieren al sexo femenino lo hace despectivamente y esto se refleja en sus escritos y sus obras.

En el libro “El espíritu nuevo” dice Le Corbusier, que la Arquitectura se ocupa de la casa normal y corriente, para hombres normales y corrientes”. También dice: “Nuestras necesidades son unas necesidades de hombres”. (1)

Así, como: “¿Para quién debe construirse la casa?, Para el hombre no cabe la menor duda”. (2)

O: “ La casa, del hombre, no es cárcel, ni espejismo, la casa edificada y la casa espiritual”, (3) así como: “Construir para el hombre, para que éste no se encuentre nunca ausente, en un futuro, de ninguna de las obras de la construcción, sino que se convierta en su invitado más honrado y en su Señor”. (4)

Cuando habla de los ingenieros, lo hace en los siguientes términos: “Los ingenieros son viriles y sanos…” (5)

En definitiva, Le Corbusier ve la evolución del mundo a través solo de ojos masculinos, dice: “Las herramientas del hombre jalonan las etapas de la civilización, la edad de piedra. La edad de bronce, la edad de hierro… La herramienta es la expresión directa, inmediata del progreso”. (6)

Cuando hace referencia a la mujer, Le Corbusier, lo hace de manera despectiva, desvalorizándola, escribe por ejemplo, hablando de los estilos de arquitectura:

“Esto no es Arquitectura. Son los estilos, vivos y magníficos en su origen, ya no son, hoy, sino cadáveres.

¡O mujeres de cera! (7)

También nos dice: “ El arte no es una cosa popular, ni mucho menos una querida de lujo”. (8)

Vemos como Le Corbusier ve a las mujeres a través de ojos masculinos otorgándoles el papel reproductoras, cuidadoras o prostitutas como en este caso.

Loos, también escribe para los hombres, dice: “La arquitectura despierta sentimientos en el hombre. Por ello, el deber del arquitecto es precisar ese sentimiento”. (9)

Cuando se refiere a las mujeres, al igual que Le Corbusier, lo hace siempre en referencia al ama de casa: “Por todos estos motivos construyo la cocina – habitación, que desahoga a la ama de casa y le da un papel mas fuerte en la vivienda que si tuviera que pasar el tiempo de cocinar en la cocina”. (10)

Así, como cuando dice: “La mujer austríaca procura atar al marido a la familia por medio de la cocina, mientras que la americana y la inglesa lo hacen con un hogar confortable”. (11)

O: “Toda ama de casa sabe que la ropa se seca antes si corre el viento.” (12) Reafirmándola en el papel subordinado, de ama de casa.

Observamos, que Le Corbusier cuando proyecta, al igual que Vitruvio sigue pensando las viviendas en función del “paters familia” –Ej. Casa Curutchet -, esta misma discriminación se manifiesta en cuanto que algunos de sus proyectos han sido diseñados a través del Modulor – Ej. “Unité” de Marsella -. Según Le Corbusier es un sistema de medidas organizado sobre las matemáticas y la escala humana (13) pero, que en la realidad propone adaptar toda la Arquitectura a las dimensiones del hombre, en 1942 el modulor mide: 1,829 m, cuatro años más tarde en 1946, la altura del modulor pasa a: 1.75 m (14) es decir, que se basa sólo en las medidas del hombre y se da por hecho que representa e incluye a las mujeres.

Le Corbusier y Loos, siguen así el principio de Alberti: “ … el hombre como modo y medida de todas las cosas” (15) principio basado en el hombre de Leonardo da Vinci, con el que se pretendía la relación entre hombre, Dios y naturaleza.

Es así, como Le Corbusier, no sólo ve una imagen en el hombre modulor, cuando dice: “Estudiar la casa, para el hombre corriente universal, recuperar las bases humanas, la escala humana, la necesidad – tipo, la función tipo, la emoción – tipo”. (16)

O: “Todos los hombres tienen el mismo organismo, las mismas funciones, todos los hombres tienen las mismas necesidades. Por lo tanto, la casa es un producto necesario para el hombre”. (17)

Opino, que no se trata de imponer “una modulora”, deportista, atlética, pero, sí de reconocer que nuestras necesidades como mujeres no han sido contempladas, por quienes detentaron el poder históricamente, (ni siquiera los físicos).

Aunque existe el “mito” de que el espacio privado pertenece a la mujer y el espacio público al hombre, es decir el espacio interior y el espacio exterior, el espacio de la vivienda y el espacio de la ciudad, vemos que a la mujer no le pertenece ninguno de los dos espacios Ya que el espacio privado y el público han sido concebidos bajo una única mirada, la del hombre; en la que transmite solo sus propias vivencias y sus conocimientos que son unilaterales (sólo masculinos), y en el que las mujeres habitamos y somos usuarias pasivas, sin cuestionarnos, ni advertir la invisibilidad que encierra no solo el diseño, sino la existencia real, material de esos espacios que nos envuelven y nos representan sin evaluar si son los necesarios y los únicos que podemos habitar.

Se trata entonces de analizar la vivienda y la ciudad y darles un nuevo enfoque donde se reconozca la posición social y económica de las mujeres en la sociedad capitalista.

Resumiendo, diré que este análisis trata de demostrar y combatir a través de la crítica el “lugar” impuesto a las mujeres. Lugar impuesto por un proceso ideológico, transmitido por los hombres a la humanidad, a través de la cultura, el arte, la arquitectura.

Considero, por tanto, que es importante, que las mujeres encuentren su saber, sus valores para profundizar en el conocimiento, y en este caso tratar de llevarlo al “espacio”, comprender y ver como se opera en él y desde él para tratar de dar o tener pautas con las que se pueda transformar la realidad que habitamos.

Esta nueva búsqueda “cultural”, – con la que nos identificamos las mujeres que poseemos un pensamiento basado en las diferencias, pero no en las desigualdades – es con la que debemos empezar a andar, no para imponer una única manera de hacer, una única mirada, sino para establecer una cultura dialogica que sume y trate de establecer en todos los ámbitos una vida más humana, más justa, más igualitaria.

MONICA CEVEDIO
Dra. Arquitecta.

____________________

NOTAS
01 – Precisiones, ed. Apóstrofe, p. 130
02 – La casa del hombre, Le Corbusier, ed. Poseidón, p. 24
03 – Ibid, p. 46
04 – Ibid, p. 46
05 – Hacia una arquitectura, ed. Apóstrofe, p. 6
06 – Hacia una arquitectura, p. 5
07 – Precisiones, Le Corbusier, ed. Apóstrofe, p. 90
08 – Hacia una arquitectura, p. 79
09 – Escritos II de Adolf Loos, ed. El Croquis, p. 34
10 – Ibid, p. 240
11 – Escritos I de Adolf Loos, p. 191
12 – Escritos II de Adolf Loos, p. 235
13 – El ModulorI y II, ed Poseidón, p. 56
14 – Le Courbusier 1910-1965 Boesiger, Girsberger, G G, p. 290
15 – M. Dezzi, Bardeschi, E. Garin y otros (1988), León B. Alberti, ed. Stylos, p. 57
16 – Hacia una arquitectura, p. 16
17 – Ibid, p. 108

Este artículo forma parte del libro titulado “Arquitectura y Género”, editado por Icaria editorial, en noviembre 2003-2010.

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Número 53

La poesía femenina del Modernismo / Emir Rodríguez Monegal

La poesía femenina del Modernismo

La poesía femenina del Modernismo / Emir Rodríguez Monegal

Aunque ha habido mujeres poetas en la América hispánica desde la Colonia –el mayor poeta de la época es, sin duda, la monja mexicana Sor Juana Inés de la Cruz-, una poesía distintamente femenina sólo aparece en el Modernismo.

La mayor parte de estas poetas nacen en la parte Sur del continente: María Eugenia Vaz Ferreira, Delmira Agustini y Juana de Ibarbourou en Uruguay, Alfonsina Storni en Argentina, Gabriela Mistral en Chile. Sólo las dos primeras fueron estrictamente modernistas, pero hay en las otras rasgos del movimiento que permitirían marcarlas como “epígonas” si su obra no se proyectase fuera de esos reducidos marcos. En Juana de Ibarbourou y Gabriela Mistral la poesía femenina toma otros rumbos. Por otra parte, a ambas cabe la distinción de haber llamado la atención sobre la poesía femenina, al trascender los límites de su propia patria. En 1930, en ceremonia que tuvo enorme publicidad, la uruguaya fue proclamada “Juana de América; en 1945 Gabriela Mistral ganó el Premio Nobel, el primero en ser adjudicado a un escritor de América Latina.

Pero tal vez fue Delmira Agustini la que mejor representó un cierto tipo de literatura femenina, de pasión y sensualidad, una poesía que en el momento que se publica desafía las convenciones sociales de lo que era decoroso para una mujer decir. Nacida en las afueras de Montevideo en 1887, Delmira (como siempre fue llamada) fue educada en casa. Una madre dominante y hasta tiránica rigió su vida hasta el menor detalle. Recibió la educación convencional de las muchachas de su clase social: lecciones de francés, de piano y de dibujo. Bajo la dirección de su madre desarrolló un gusto por la poesía que produjo poemas convencionales que disimulaban sus sueños de sensualidad. Cuando fueron publicados asombraron a los críticos, que no podían comprender cómo una joven pura y casta podía intuir tales cosas. Estos críticos estaban equivocados, es claro. En primer lugar, Delmira no era tan jovencita como su madre la presentaba (en la época era normal sustraer un par de años a toda muchacha, lo que de paso rejuvenecía a la mamá), y en segundo lugar sus poemas no revelaban tanto conocimiento. Su erotismo era como la pintura para Leonardo, cosa mentale. Tomaba de sus autores favoritos la experiencia sensual que le faltaba. Pero su mérito mayor en el Montevideo de 1900 era atreverse a escribir esas cosas siendo aún virgen. Roberto de las Carreras, el mismo poeta que había ayudado a Herrera y Reissig a ponerse al día con las novedades francesas, ayudó también a Delmira. Años más tarde, ella habría de encontrar a Darío. Era en 1912 y el poeta ya estaba en franca decadencia física, pero no dejó de reaccionar al encanto de esta joven mujer (tenía la piel de ese tono rosado que enloquecía a los hombres de entonces) y de escribir un breve prólogo para su libro Los cálices vacíos (1913), en que declaraba que desde Santa Teresa de Jesús la poesía hispánica no había producido versos tan intensos como los de Delmira.

Al margen de la cortesía de este tipo de textos, Darío tenía razón. La intensidad, la obsesiva imaginería erótica, la pasión de los versos, vienen de áreas del inconsciente que la poesía femenina hasta ella no se había atrevido a explorar.

En violento contraste con Delmira, la mejor poesía de gabriela Mistral está dedicada no a la sensualidad y al deseo sino a la ausencia de amor, a la muerte del amado, a la privación del hijo. Nacida en Chile en 1889, era autodidacta, y por su propio esfuerzo se hizo maestra a los 15 años. La notoriedad le llegó con un premio, ganado en 1914, por la secuencia de Sonetos a la muerte, en el que lloraba la muerte de su novio. Este amor canceló su vida afectiva por un tiempo y la orientó a cantar una maternidad imposible. La fama internacional le llegó en 1922, con la publicación de Desolación. Su vocación de maestra se reflejó también en su poesía y ensanchó inmensamente el área de su popularidad. En sus mejores libros, Tala (1938) y Lagar (1954) tiene poco de modernista. Una poesía enraizada en la Biblia y en cierta aridez lingüística aprendida en Santa Teresa, es lo que reflejan esos grandes libros. Pero la Mistral que habría de ser popularísima en las primeras décadas del siglo es la de los primeros versos. Allí está la imagen desolada y funérea que impresionó al lector modernista. La paradoja es que esa imagen dominante no coincidía ni con la evolución posterior de su poesía (hacia un despojamiento emocional) ni con sus propias inclinaciones sexuales. Aunque con suma discreción, la Mistral renunció al amor de los hombres y se rodeó de jóvenes, hermosas mujeres que fueron sus compañeras a los largo de días de triunfo y dolores.

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Meretta, entre la ceniza y el mar / Héctor Rosales

Meretta, entre la ceniza y el mar

Meretta, entre la ceniza y el mar / Héctor Rosales

Me pidió algo para escribir. Había traído tres publicaciones, dos breves cuadernos y una edición antológica, El sobrante del humo (Linardi y Riso, Montevideo 2000), que ahora dedicaba doblado hacia la mesa, a espaldas de un Río de la Plata visible en la noche del barrio de Malvín, mayo 2003 en la capital uruguaya.

Después de mi nombre añadió con letra fatigada: para que me conozcas mejor. Lo que entonces conocía de aquel hombre lento, culto, amable, como salido de algún relato de Onetti donde éste quisiera dibujar un poeta bohemio y montevideano de mediados del XX, era simplemente una plaquette y varios poemas sueltos leídos hacía más de diez años.

En aquella noche, atendiendo la certera dedicatoria, yo tendría unas cuantas páginas decisivas para comprender la dimensión de uno de los autores más esquinados de las letras uruguayas, si bien su extensa obra certifica a un poeta de referencia, coherente e intemporal.

Jorge Meretta bebía con parsimonia. El humo de nuestros cigarrillos se perdía en un cielo vagamente estrellado, que nos escuchaba con la misma indiferencia que aquella sociedad otorgó durante décadas al hombre que tenía delante. Todavía no había llegado al deterioro físico de sus últimos años, pero ya se le notaba cierto abandono, el desgaste irremediable, el deseo de vivir –si fuera posible- en otro plano, un espacio a la altura de sus numerosas inquietudes artísticas e intelectuales, y a salvo del tiempo y la soledad, tan presentes en su poesía.

Jorge Meretta

Odontólogo de profesión, docente en esa disciplina y también en fotografía, un arte que le gustaba mucho, al igual que la música, Meretta mantenía íntegra su múltiple curiosidad, según corroboré en aquella noche.

La mesa estaba en la vereda de la calle Amazonas muy próxima a Orinoco, adonde se había trasladado el Bar Michigan. Al despedirnos advertí su peculiar manera de caminar, aún ágil en aquel momento, inclinada levemente hacia delante, como si apenas rozara el suelo y sus pies pensaran en otro lugar.

Al regresar a Barcelona leí con mucho interés aquellas publicaciones suyas, y otras que fue remitiéndome años después. No fue difícil encontrar el motivo de su ausencia en antologías y publicaciones oficiales: allí había un poeta independiente, ajeno a comisiones y puestos públicos, despreocupado por las modas y los focos de la prensa, y sí completamente respetuoso del lector.

Había elaborado una obra muy abundante, estructurada, con un tono hecho a su medida, heredero de las formas poéticas tradicionales. Su cuidadosa voz recorría los grandes temas de la literatura clásica, afines a sus circunstancias de hombre montevideano y contemporáneo. La vida de Meretta se había sostenido y edificado en sus versos, no tenía acreedores literarios, sólo libros para leer día tras día y, en particular, una respiración en estado de escritura, un afán incesante por buscar el fondo de los espejos de papel, esa sangre blanca que oxigenaba su profundo pensamiento.

En estos días de agosto encuentro en un volumen de Luis Bravo (“Voz y Palabra. Historia transversal de la poesía uruguaya, 1950-1973”, Ed. Estuario, Montevideo 2012) un atinado texto sobre nuestro poeta. Subrayo: La problemática de la identidad y el drama filosófico del devenir, considerados ante un referente divino imposible de asir, aparecen como tópicos recurrentes. (…) Meretta transita a veces por interrogantes disparadas desde fuentes bíblicas (….) Pero lo que esencialmente construye es una imagen de la errática mismidad del ser, propia de quien concibe a la escritura como asidero de la existencia.

Poesía plenamente existencialista, donde la técnica creativa busca una transparencia que aliente la visibilidad de los contenidos, principalmente los resortes de la condición humana y el misterio que los mueve, la extranjeridad a la que nos condena la conciencia: Aún sigo sin morir porque no nazco. / Aún sigo sin nacer porque estoy muerto.

Pero el sábado 7 de julio de este año, tras un accidente, llegó la muerte física de Jorge Meretta. Y Todo el adiós (como uno de sus títulos más rotundos).

Gerardo Ciancio, uno de los críticos que más se ocupó de la obra del poeta, me daba la noticia en un escueto correo electrónico.

Otro autor uruguayo, Jorge Arbeleche, escribía en un mail al día siguiente:

Murió Jorge Meretta, uno de los poetas nacionales más destacados. Usó todos los metros del verso castellano -o casi- con encomiable destreza, sensibilidad y contenida emoción sobre un sustrato permanente de interrogación metafísica. Por suerte, en los últimos tiempos, creadores y críticos de las nuevas promociones, como Ciancio, Courtoisie y Benítez -entre otros- supieron sacudir la pereza de cierta crítica, heredera de la generación del 45, que se obstinaba en mantener en penumbra una poesía de altísima calidad como es la obra que nos lega el poeta fallecido.

Esa obra comenzó muy temprano en la vida de Meretta, y ensayando precisamente una métrica que luego dominaría con incuestionable maestría: el soneto. Aquel jovencísimo poeta, cuya precocidad asombró a su madre, había escrito un soneto a los reyes magos.

Vuelvo a la noche de Malvín 2003. Dije que habían algunas estrellas en el cielo y que tras la espalda de Jorge Meretta se veía aquel “río ancho como mar”. Quizás algún rey mago también nos estaba viendo desde el techo de aquellas sombrías aguas marrones. Me gustaría pedirle un deseo: que leyera y nos cumpla estos versos de Jorge:

El mar es lo que está, lo que vendrá. Y no hay adiós posible y no hay olvido.

Los poemas que leerán a continuación dan fe de que ganará la memoria. Es imposible separar la vida de lo que sigue y seguirá latiendo en la intimista, fecunda voz merettana.

Héctor Rosales
Barcelona, 21 de agosto 2012

____________________

PD / Recomendamos el documental de Juan Pablo Pedemonte: “Jorge Meretta. La magia evolucionada” (Montevideo, 2012). http://vimeo.com/45313613
Y la lectura del testimonio que este joven artista uruguayo escribió sobre la muerte del poeta: “¿Qué se muere de entierro?”, presente en este número de MALABIA.

EN BLANCO

Aquí hubo una hoja en blanco, arena
de un oleaje de voces, de un torrente
que brota silencioso de su frente
y a su claro secreto se encadena.

Aparto bruma y aparece pena
en mayúscula. Y vuelvo lentamente
a ser su mismo rostro y diferente
del blanco ayer que fuera mi condena.

Alguien se esconde en ella, tiembla, husmea,
como un ciego que a tumbos deletrea
y me dice y me calla y se apresura

a leerme lo que soy: sellado río
de un hombre desvistiéndose de frío
en el espejo fiel de su blancura.


VIOLÍN DEL CIEGO

En plena Ciudad Vieja, en plena herrumbre
donde nadie daría
ni un solo pan por todas las palomas,
ni un solo paso por el mar,
oigo al violín de un ciego
pedir auxilio a todos los que pasan.

Un violín apostado en unas manos
con un ahorcado en cada cuerda,
con ojos que los miran desde adentro,
debería guardarse bajo tierra
por pudor a esa herrumbre y esas calles
donde todos los días pasa el viento
como un violín tocado por un ciego.


ALLÍ

Un dedo dice allí
y deja
a otro dedo copiado de una mano
con visibles propósitos de rama;
porque desde el allí volando
al dedo quieto
siempre hay un pájaro dispuesto a hablar
cuando una mano se empluma con palabras.


DEFENSA POR OFICIO

Le debo a cada santo la pobreza
de un Padrenuestro entero por pecado
original y extremo, sin recado
ni remitente expreso. En una mesa

un plato humea. Husmeo. En la pereza
de un reloj sin agujas me he tumbado
y soy en su retraso un arropado
arrepentido que a sus huesos reza.

Si me declaro torpe y vil, confeso
de otoño sin memorias, quedo preso
tendido cielo arriba, boca abajo.

Mejor es la certeza de haber sido
un prófugo de pájaros sin nido
donde empezar la luz abriendo un tajo.


POSTALES
A Ángel Fernández Molina

Ir por el blanco.
Dar el blanco por dado.
Ir a oscuras.
Ser el blanco de un dado
que nos mira por el ojo del uno.
Dar en el blanco del azar.


CARACOL
El caracol
lengua ciega en la espiral
de un nudo nunca desatado
alfombra el verde.

Sagrada baba del deseo.


LUNES
A Manuel Fernández Calvo

Igual que agujas de un reloj, puntual,
por la pendiente de los lunes, ciego
de ahora para hoy no para luego
recorro la semana, fiel, ritual,

seco, llovido por mis hombros, mal
dormido entre los pájaros. Y agrego
a cierta piel desnuda y a otro ruego
sin adioses o gracias. Y qué tal

ir viviéndome adentro como un pozo
la luz que me ceniza, el cielo, el gozo
de ser cuerpo y memoria de esta suerte:

turno del golpe, niebla a la deriva,
y a veces mano alzada siempre viva
como si fuera a despedir la muerte.

JORGE MERETTA

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Los poemas integran el libro “El sobrante del humo”, ed. Librería Linardi y Riso (Montevideo 2000), exceptuando Defensa por oficio y En Blanco, pertenecientes a “Cambios de sitio”, Ediciones La Luna Que (2ª ed. aumentada, Buenos Aires 2003), donde también aparece Lunes.

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Número 53

«¿Qué se muere de entierro?» Vida y obra del poeta Jorge Meretta (1940-2012) / Juan Pablo Pedemonte

Vida y obra del poeta Jorge Meretta

«¿Qué se muere de entierro?» Vida y obra del poeta Jorge Meretta (1940-2012) / Juan Pablo Pedemonte

La muerte es un detalle: el aforismo onettiano surge inevitablemente frente a la pérdida física de uno de los más grandes creadores uruguayos del último medio siglo. Pero la pérdida es solamente física, porque Jorge Meretta, además de su entrañable recuerdo, ha dejado una obra tan sólida como extensa, que apenas ha sido sopesada con justicia por la crítica.

Decía Meretta: “Las vanguardias serán las retaguardias del mañana”. Por eso, su búsqueda fue la de una sensibilidad renovada (así decía citando a Vallejo) valiéndose del arsenal clásico y de la multiplicidad de lecturas. La suya es una poesía por momentos erótica, por momentos desoladora, por momentos ensimismante, pero sobre todo, una poesía que se presenta ante el drama existencial como un posible asidero de acogimiento.

Sin desprenderse de las raíces clásicas, su poesía es a la vez moderna; dialoga transversalmente con las distintas vanguardias y, no obstante, es auténtica, vital, personalísima.

meretta

La obra de Meretta es tan vasta -más de una setentena de títulos entre libros y plaquettes- como refinada. Desatenderla es desoír una de las expresiones de mayor sensibilidad artística de los últimos tiempos. Como sonetista tal vez no se encuentren referentes comparables desde la ausencia de Álvaro Figueredo, Juan Cunha o Concepción Silva Bélinzon, por citar algunos de los autores que hicieron culto de la forma endecasílaba.


Laberinto clave

Entrar en la poética merettana es abrir la puerta hacia un misterio tan exquisitamente concertado que ni siquiera el autor debe haber tenido entera conciencia del constructo de belleza universal que estaba pergeñando.

Por momentos, leer a Meretta es entrar en un laberinto. El lector avanza en un poema y, de pronto, se encuentra en un punto sin soluciones lógicas. La sensación es la de haber avanzado inocentemente hacia una emboscada; la de haber entrado por la puerta del sentido a un sinsentido aparente; un metasentido. Es la impresión de hallarse en una trampa epistemológica; o simplemente, la de verse deslumbrado frente al misterio. Como Meretta alguna vez dijo: “El problema es estar entre las palabras para llegar a ese enigma”.

Algunos de sus poemas muestran, a la manera de un símbolo urbórico, la delicada unión de los extremos, construyendo un corpus en el que las primeras palabras reaparecen -y no redundan- en el remate de la obra: “La palabra vil, por ejemplo / me cae a violín partido al medio / porque hay sonidos que debieran / cuidarse de contexto de lenguaje, / de fonemas y alófonos / que un día puedan / salvar al violín de la palabra”, dice el poema “Violín”, en Después de las puertas.

Es que en Meretta hay una preocupación formal sobresaliente. Además de la rítmica interna, hay un manejo preciso de las zonas de tensión -a la manera de una estructura narrativa- donde el autor es notoriamente consciente, por ejemplo, de la importancia del desenlace. Es destacable el carácter sentencioso y a la vez abierto de muchos de los finales de sus textos; por ejemplo, el poema VII de Laberinto clave: “También debería nombrarte / con un paso tardío / como en aquel patio perdido / a la deriva por tu piel; / sólo allí, como ayer, / sigues desnuda: / brillan tus hombros, arde tu cintura. / Sí, debería llamarte otra vez / o dejaría un hueco vacío para siempre, / un desamparo sin consuelo y unos claros cabellos. / Pero olvido hasta tu nombre para que nada te cubra”.

O el poema IX de Escrito en casa: “Me he tumbado en la cama y eso es todo. / Fumo esperando a nadie si esperar / es escuchar cómo un reloj martilla / sobre el clavo del tiempo. Me desnudo / Regreso hasta mi cuerpo. Estoy mirándome / a los pies que reposan como piedras caídas en el charco de la noche. / Quiero dormir y fumo. Tengo frío. / Tiro de mí. Recojo mis cobijas. / Y me cubro de toda transparencia”. En la composición de Meretta impera un gran sentido de orden. La sucesión de fonemas está orquestada bajo tal concepto de equilibrio, que pareciese existir en el poeta un dominio magistral del lastre de cada palabra sobre el sopeso general de la obra. Nada es indeliberado, sino producto de la rigurosidad y de cierta obsesión estética.

Por otro lado, hay un Meretta aporístico que entreteje en los límites del lenguaje; un Meretta que aprieta y deshuesa la palabra interpelando su sentido. Es el del poema “A caballo”: “Gasto la piel / rascándome / a espaldas de mis uñas”; o el de “Del blanco”: “Padre: sólo el mirar / del no ver lo que se mira / es ojo”; o el de “El pozo”: “Cavo un pozo / y escarbo sin llegar al pozo/ el escondite del vacío”; o el del libro Basta, el poema IV: “Por una grieta / el tiempo escapa de una pared / Nadie puede saber cómo lo hace, cómo puede dejar a una pared tan sola / y no ser la grieta en la pared del tiempo”.


Premiado e ignorado

Quizá la médula rítmica, musical, de la poesía de Meretta tenga parte de su explicación en un oído cultivado por el jazz. Meretta fue ejecutante de vibráfono. Pero su carácter polifacético se extendió en múltiples actividades.

Durante cinco años fue panelista del programa De puño y letra en CX 26. Fue, además, un intervencionista editorial, habiendo participado en cada una de las tapas de sus libros, muchas de ellas bajo la estampa de otra de sus aficiones: la fotografía. Además de fotógrafo, fue presidente del Foto Club Uruguayo. Incursionó en cine como director y guionista del cortometraje Muñeca rota. Todo esto sin desatender su profesión de odontólogo, que le valió integrar el profesorado de la Facultad de Odontología de la Universidad de la República.

Comenzó a publicar a los 18 años de edad y ya desde entonces nos encontramos con un creador importante. Su poemario Ufanía del sueño (1958) revela esta calidad en sonetos como “Por la eternidad de tu imagen”: “Dime dónde está el mármol o el granito / que perdure la sabia de tu albura / y el cincel que burile tu figura / para plasmarte eterna como un grito”.

Entre Ufanía del sueño (1958) y Los espejos del fuego (2010) hay, por lo menos, 68 títulos, sin tener en cuenta algunos no registrados. Determinar la cantidad exacta es difícil, porque el poeta se había desprendido físicamente de más de la mitad de sus libros y en el archivo de la Biblioteca Nacional tampoco se encuentra la totalidad. En diferentes antologías y artículos se incurre repetidamente en el error de mencionar apenas una treintena de títulos editados.

Llama la atención que Meretta no proviniera de una familia vinculada a las artes. Su padre, Juan Pedro Meretta, registraba los cuadernos contables de la empresa textil Campomar & Soulas, y su madre, María Dolores Pomodoro, era un ama de casa dedicada a las labores domésticas. La primera vinculación de Meretta con la poesía fue por intermedio de su tío, Santiago Pomodoro, que le hizo llegar los sonetos de Julio Herrera y Reissig. Ahí surge un idilio entre él y la poesía, como si ambos se atrajesen desde tiempos inmemoriales. Si se puede hablar de ser poeta de raza, sin dudas Meretta lo fue.

Al mismo tiempo, fue refractario a los círculos literarios, quizá porque su vocación no fue otra que la de escribir. Pero lo que resulta sorprendente, por decirlo de una forma eufemística, es el escaso conocimiento que hay de su obra y la falta de atención o indiferencia que demuestra la crítica vernácula. Recién a fines de la década del 90 se le prestó cierta atención. Era inevitable: en esos años Meretta se había llevado prácticamente todos los premios otorgados por el Ministerio de Educación y Cultura (1992, 1993, 1994, 1997, 1998, 1999), así como el Premio Internacional La Porte des Poètes (Francia, 1998). En 2008 la Biblioteca Nacional publicó su Obra selecta y en 2010 fue distinguido por la Academia Nacional de Letras como uno de los mejores poetas uruguayos vivos. Sin embargo, su nombre siguió faltando en muchas antologías de autores, más allá de que críticos como Gerardo Ciancio, Hebert Benítez Pezzolano, Rafael Courtoisie y el ya fallecido Hugo Emilio Pedemonte lo hayan señalado como un poeta fundamental. Sus libros, por supuesto, prácticamente no se difundieron ni, en consecuencia, se vendieron.

Es inexorable -imposible decir inminente- que exista una revisión de su obra; en todos los casos, el tiempo es soberano. O, para decirlo en Meretta, “durar sólo es dominio de los dioses”. Porque, acaso, “¿Qué se muere de entierro? / ¿Qué se entierra de un muerto?”.


“El tiempo es como el viento”

El paisaje de los últimos años de Meretta ha sido desolador. He sido -no me place en absoluto jactarme de esto- testigo como nadie de su abandono. Salvador Puig fue de los pocos que timaron la soledad del cuarto piso de la calle Garibaldi. Ya cuando yo lo conocí, Salvador no estaba entre nosotros, y no es un juego de palabras aunque parezca (yo no fui a salvar a nadie). Me acerqué a Jorge con la más honda admiración, y el tiempo -y ciertos vientos a favor- nos convirtieron en amigos entrañables. Lo acompañé como pude, lo ayudé como pude, lo difundí como pude; siempre un hombre puede cuando la entraña aprieta. Pero siempre van a quedar cortas y pretenciosas las palabras cuando se trata de hablar de la amistad.

Lo que siguió a Garibaldi fue el sanatorio médico Villa Carmen y luego un residencial que nunca fue su residencia. Ya no esperaba otra cosa que la muerte. Me lo dijo y respondí jorobándolo: “Eso no es un problema: se resuelve solo”.

El 28 de junio organicé un homenaje, en el que presenté por primera vez el documental Jorge Meretta: la magia evolucionada. Fue una noche de lluvia y ausencias. Había invitado a cientos de personas; fuimos cinco. Finalmente no hubo discursos ni ceremonias (también había faltado uno de los disertantes ), pero Jorge igual se notó feliz y miramos en silencio la película. Sé que hubo un pequeño homenaje a Jorge después de fallecido. Sé que reunió gente. Decir lo que pienso por este medio sería recurrir a un eufemismo.

En los últimos años, había rejuvenecido tanto que parecía ir a contramarcha del tiempo. Sin embargo, como una premonición, la última vez que conversamos me dijo: “Me queda poco”. A la semana, el 7 de julio de 2012, me llamó Eliana, su hija, mi amiga: “Papá y mamá tuvieron un accidente”. Al día siguiente Jorge ya no estaba entre nosotros. No quiero hablar de ese dolor.

Un día, sentados en un banco, me dijo: “El tiempo es como el viento; lo liviano se lo lleva”. Él sabía algo que Selva Casal (otra gran creadora que merece más atención) había anticipado en su poesía: “Ya hay el reposo necesario para perdurar”. Es que Jorge Meretta, véase o no, ha sembrado un grano de luz para la eternidad.

Juan Pablo Pedemonte

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En la foto que ilustra este trabajo aparece su autor junto a Jorge Meretta. La imagen fue tomada durante una pausa en el rodaje del documental de Juan Pablo Pedemonte: “Jorge Meretta. La magia evolucionada” (Montevideo, 2012).  http://vimeo.com/45313613

Pedemonte, poeta, artista visual y documentalista, ya había publicado una versión previa en el blog muertosenflor.blogspot.com, como también en la publicación uruguaya La Diaria (sección Cultura, 21.07.2012).

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Número 53

Intemperie y otros poemas / Juan Pablo Pedemonte

Intemperie y otros poemas

Intemperie y otros poemas / Juan Pablo Pedemonte

Textos para MALABIA. Montevideo, agosto de 2012.

Juan Pablo Pedemonte

MANO SOBRE HOMBRO


derrumbarse todo el vitral de polvo en mi pecho.
Tu mano fue un domingo atrasado de campanas
que no supo cómo empezar
a ahorcar las húmedas palomas.
Solamente se arrodilló en mi hombro
con el disfraz de la misericordia.

No hay piedad
cuando urge la ceniza en un adiós.


DICIEMBRE

Aquella copa tenía su noviembre fracturado;
tenía a mi hermana sangrando bajo un árbol de locura.
La luna, adentro, anegaba
junto a un animal pariendo su sombra.

Aquel cristal –cáscara de lluvia–
repetía su rostro, el mío,
el de la muerte haciendo un leve giro en el aire.

Pero brindamos.


VARIACIONES DEL RÍO DE LA SAL

Montevideo, todo el polvo atrasado
deslunándose en los espejos;
todos tus muertos ladrando hacia el sur
de una plaza enterrada en la costilla de un puerto;
todo es, Montevideo, apenas
la navaja del viento,
una rosa clausurada
en el cemento turbulento del Río de la Plata.

Montevideo: playa acuchillada de palomas.
El silencio es la rama más profunda
en la hora lastimada de tu llanura. Oigo
el rocío quebrando el paisaje
como un sucio sudario de grises. Todo es apenas.
Y en los muros tiembla la mano fría de la noche
auscultando letanías.

Hay sombras que ningún dios comprende.
Montevideo, todo es apenas
tu penar.


LAS MORAS

El desamor y las moras
ruedan la escalera de los huesos.
Arriba, un ángel evita
el derrumbe de la osamenta. Espera,
teje un manto de cenizas en silencio.
¿Pero qué hay para los presos, sin cipreses,
sin preseas? ¿Qué hay de su presura espesa?
¿Bajo qué rama, qué aroma, tienden su hueso?
¿Bajo qué cuerda teje el amor el ángel de su muerte?

El amor demora. Sin aroma se encharca
en la arena de los relojes. Agrisa el cuerpo, enloda
el cielo de los apresados. ¿Pero qué ángel
los condena a sentencia de vida? ¿Bajo qué espalda cargan las moras
los amantes enramados en el cuerpo del día?

¿Cómo hay tanta muerte entretejida
en el racimo morado de la noche?


ÁGAPE DE CUERVOS
(a Jorge Meretta)

Una mujer cosiendo postigos abre la boca de los muertos
Selva Márquez
Las bocas se deszuman
Maestro,
los cuervos de la menopausia
son perros que muerden los cristales.
Ambos sabemos que hay bravos
asaltando las praderas.

Pero cuando abrevamos la piel
a flor de tinta,
cuando somos el revés a oscuras
por un plato de luz,
¿quién apuesta su colmillo ante nuestras voces?
¿quién soporta su vacío sino con las uñas?

Las bocas se despuntan
como noches derramadas en nuestras espaldas.
Puede que se replieguen las palabras
copiando el deber de los cuchillos; puede la luna
vendarse con un manto de cenizas. Pero,
¿quién se hace cargo del fuego
ahora que crece más allá de los tropos? ¿Quién
levanta el entrecejo sobre el filo de las escrituras?

Las falsas campanas redoblan
su ruido ajado de mármol, su tripa anestesiada.
Resuenan bajo el frío de sus badajos
rompiendo el silencio de las velas.
Los filisteos arrecian la borrasca de su talante.
Pero todo tiene siempre una vena de la cual soltarse,
un ayer para huir o quemar a todo viento.

A flor de tinta,
siempre somos el revés a oscuras.


INTEMPERIE

Cuando todo hombre se haga insecto
al rezar un Padre Vuestro para entrar
en la misericordia de los otros;

cuando duelan las rodillas
y todo sea derrota santa,

habrá Poema.

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Juan Pablo Pedemonte (Montevideo, 1981). Reside en Uruguay. Allí los estudios, galardones, trabajos y proyectos mencionados en esta síntesis.

Licenciado en Comunicación (Universidad ORT, 2004), diseñador gráfico (Escuela de Comunicación Social, 2003) y artista plástico (Taller Clever Lara). Director general de Tremendo films y Minimal Ideas & producciones. Primer premio Fundación Zitarrosa a la creación artística 2008. Primer premio Serafín J. García 2010.

Ha publicado Almajara (Caracol al galope, Montevideo, 2003) y participado en publicaciones colectivas y antologías de autores nacionales. Mantiene inédita la obra Muertos en Flor, mientras trabaja sobre tres poemarios: Los cristales del vientre, Los vitrales del cristo y Poema de blanco. Actualmente dirige la serie de documentales Los Pájaros Ocultos (FCC, 2011), orientada a la difusión de artistas nacionales.

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La casa asesinada / Federico Nogara

La casa asesinada

La casa asesinada / Federico Nogara

El timbre del teléfono sonaba repetido a su derecha, pero él no lo escuchaba, seguía sentado mirando caer la lluvia sobre el pavimento de la calle cercana y regodeándose con el olor triste a humedad mientras oía, lejana, una voz cálida que estaba ahí y le pertenecería de nuevo con sólo extender el brazo. Lo hizo. Recién al aferrar el auricular comprendió su error: aquella tarde había muerto hacía mucho y ya sólo era un hombre maduro solitario atrapado entre las cuatro paredes de una vivienda impersonal. Muerto el sueño debía acomodarse a la realidad habitual, la de quienes estaban al otro lado de la línea. ¿Para qué podían necesitarlo un domingo? El tono de las primeras palabras –el de los informativos y las condolencias-, que no invitaba precisamente al optimismo, lo llevó a su hija envuelto en un escalofrío. Toboganes, un pony junto a un lago en un parque, la primera salida, los consejos, el primer baile, el doloroso adiós, el no haber podido, el sentimiento de culpa por haber sido un mal padre. Una persona va urdiendo su fracaso durante muchos años y de repente lo asume en un segundo, para terminar después viviendo de las hilachas, recuerdos de pequeñas batallas ganadas, insuficientes como justificativo o acto de contrición.

Sin embargo se equivocaba, la llamada no estaba relacionada con su paternidad, era el trabajo integrándolo a las viejas rutinas olvidadas, a un tiempo sin días libres, la génesis de su desgracia. Desde la sorpresa atinó a decir que llegaría en media hora y cortó la comunicación. El tiempo había pasado demasiado deprisa amontonándose en una cantidad de años excesiva, superior a los cincuenta. A esa edad un hombre no sirve para nada si no es un ser excepcional, había escrito alguien. Se levantó del sillón aturdido. Al menos lo necesitaban, podía engañarse en la mentira de seguir siendo útil, necesario.

Se cambió de ropa, salió y subió al coche. A los pocos minutos deambulaba como un autómata por la ciudad, su ciudad, si podía llamar así a ese lugar de nacimiento casi irreconocible, convertido, por esa extraña cosa llamada progreso, en un conglomerado de viviendas anónimas. Las antiguas casas que fueran el decorado de sus juegos infantiles –jardines, fondos con árboles, huertos- habían sufrido el mismo destino de sus moradores: habían envejecido, se habían deteriorado y la mayor parte de ellas había sido sustituida por altos y esbeltos edificios sin categoría ni personalidad. Los cambios sucesivos van haciendo desaparecer las seguridades. Detuvo el coche junto a la acera, sacó el mapa de la guantera, lo extendió y trazó el recorrido con el dedo índice. Sus ojos pasaron, mientras resbalaban hacia fuera del mapa, por el sitio de la costa donde estaba la casa asesinada -como la bautizara el niño que le indicó el camino- y luego se detuvieron en el retrato de su hija sonriendo en la foto junto al volante para terminar en la calle, en los hombres con pinta de extranjeros merodeando en busca de un motivo para seguir adelante. Aclarado el camino y terminada la observación, volvió a ponerse en marcha. El atardecer tenía un sabor triste a cosa terminada, a decadencia. No lo alegraban el par de adolescentes que se empujaban riendo junto a la puerta de una tienda de ropa de segunda mano ni la chica con el ombligo al aire y un peinado de peladuras y mechones de diferentes colores que los acompañaba. Unos años atrás los hubiera mirado con simpatía y optimismo, en la seguridad de que superada la época de las tonterías, la edad del pavo, se convertirían en el germen de una nueva era de realizaciones; a esa altura de su vida, habiendo aprendido a desconfiar del futuro, no le importaban, eran seres extraños poblando un territorio cada vez más hostil, por el que andaba poco y cada vez le importaba menos. En el fondo le venía bien mantenerse apartado, no mezclarse, así soportaba mejor los tragos duros, como una visita a la morgue el domingo a la tarde. En épocas pretéritas, cuando era un verdadero policía, podía soportar mejor la visión de los cuerpos inertes, a menudo mutilados, dándose ánimo con el manido cuento del servicio prestado a la comunidad; en su situación actual eso carecía de sentido, observar la desgracia ajena imaginándose a sí mismo como solución tenía mucho de broma macabra, quien no puede arreglar sus propios problemas difícilmente consiga incidir en los de los demás. Y su soledad no se mitigaba en la constatación de que todos estamos condenados, tarde o temprano, al dolor y a la muerte.

Anduvo corredores grises, desolados, sin cuadros, sillas o revisteros -el final requiere austeridad-, hasta una sala enorme donde había gente reunida alrededor de una mesa metálica: un par de batas blancas, algunos trajes raros, como tristes, corbatas pasadas de moda, zapatos de goma, y esas miradas impersonales de quienes se obligan a la insensibilidad para poder continuar con sus trabajos. Se metió entre ellos, cerró los ojos, llenó sus pulmones de doloroso aire frío y cuando creyó estar preparado, miró. Justo en ese momento el doctor levantaba el paño blanco con un rápido movimiento de la muñeca. A la vista de los presentes quedó una desnuda estatua joven llena de moretones y cruzada de cicatrices. Lo sorprendió la sonrisa leve en el rostro, tanto que quedó sumergido en ella hasta ser rescatado por una voz carente de matices:

– Antes de matarla la golpearon, le hicieron cortes y la quemaron con cigarrillos. Para ella el final fue un alivio.

Enseguida de leerle parte de los pensamientos y hacerlos públicos, el médico bajó la cabeza y la sacudió apretando los labios, gesto que profundizó el silencio general. A él le dio vergüenza, porque había imaginado, antes de ver el cuerpo, que en realidad no lo necesitaban para nada, lo habían llevado hasta allí engañado para mostrarle el cadáver de su hija, y ahora que descubría su error sentía un gran alivio; se estaba convirtiendo en un ser anónimo despreciable al que ya no le importaban los demás y cuya única manera de seguir adelante era aferrándose a una muchacha a la que había abandonado siendo una niña después de haber cometido la barbaridad de traerla a un mundo horrible. Y en plena huída hacia ninguna parte ella se aparecía a recordárselo en los sitios más insólitos.

El ruido metálico de la puerta del nicho al cerrarse dio por concluido el corto encuentro con la muerte. Fue como un anuncio; las voces volvieron a oírse enseguida y a superponerse; rescató una entre todas y no le costó demasiado trabajo colocarle el rostro de su jefe. Entonces vinieron a su mente las últimas palabras que le dedicara antes del largo silencio: “Los niños no hablaron en todo este tiempo debido al choque emocional. Al fin lo hicieron. Corroboraron, palabra por palabra, la versión del muchacho. Usted persiguió con saña a un inocente hasta matarlo. Y todavía hay más. El educador del reformatorio opina que estaba en condiciones de normalizar su vida”.

Ahora esa misma voz se acercaba y parecía dispuesta a levantarle el veto.

– Hansen, vamos a necesitarlo para esta investigación. Andamos bastante cortos de efectivos. El discurso actual era menos contundente pero igualmente doloroso. Lamentó no haber devuelto la placa después del primer viaje a la lona; quedarse en un esfuerzo supremo de rehabilitación había sido una terquedad en la que acabó deteriorando sus relaciones y perdiéndolo todo. ¿Por qué no se había pegado un tiro? Ese dilema del pasado había perdido toda relevancia: era tarde para hacerlo, ya tenía más de cincuenta años y una mala reputación.

El edificio gris agujereado de ventanas era el principio de un fin que podía ser, en cierta manera, honorable, o el desastre total. En el camino, tratando de distraerse, había terminado recordando a sus ancestros. Nunca pensaba en aquella gente de las fotos amarillentas de su infancia, hombres de largos bigotes, generalmente de pie junto a mujeres de talante grave y sombreros raros, siempre sentadas. Inmigrantes dedicados a tareas menores, trabajadores en la ciudad o en el campo, carne de cañón que había parido, como colofón final, como último miembro, a un policía fracasado. Alguien le había dicho, en cierta ocasión, que Hansen quería decir el hijo de Hans. Lo sintió por ese habitante del frío norte que un día tuvo la ilusión de comenzar a construir un grupo humano; nunca pasaría a la historia, jamás tendría estatua, nadie lo recordaría, donde quiera que estuviese debería conformarse con la pobre ilusión de haber puesto el hombro para llegar a construir el mundo actual. El principio y el fin se tocaban después de haber recorrido un círculo. Pero más lo sintió por quienes habían tenido menos suerte, como por ejemplo aquel muchacho sin plan alguno, que de repente vio una ventana abierta en una casa y decidió meterse con su amigo a robar. Lo que parecía un simple episodio más de su vagabundear diario por la ciudad en busca de dinero, comida o diversión, pura rutina, acabó en tragedia: media hora después huía despavorido con las manos vacías, dejando atrás a su amigo muerto de un navajazo, a dos niños traumatizados por lo que habían presenciado y a su cuidadora desnucada tras rodar por las escaleras. La policía lo encontró, horas después, acurrucado en la playa, temblando de frío y miedo. Su versión, el único relato con que se contaba para reconstruir los hechos, era, por supuesto, exculpatoria: música, una chica con poca ropa, un intento de violación, una navaja como arma de defensa, pánico, carreras y al final la escalera. El pobre diablo había insistido en repetirla creyendo que encontraría a alguien tan estúpido como para creerle. Y tuvo suerte, el juez decidió dejarlo libre bajo vigilancia. Pero para su desgracia, no contaba con el hijo de Hans, quien, desconforme, decidió dedicar su vida a cerrar el círculo familiar haciendo justicia.

La cara pálida con los ojos hinchados de una mujer –copia envejecida de la joven de la morgue-, se asomó a la puerta apenas golpeó, como si hubiera estado detrás esperando. Seguramente la llamaron de comisaría para ponerla en antecedentes de la clase de tipo que iría a visitarla, pensó mientras balbuceaba un pésame tardío –recién la conocía y ya había pasado casi un mes desde el asesinato-, un par de disculpas y hacía el esfuerzo mental de armar las primeras frases, tarea difícil para quien ha perdido la práctica. Ella le ganó de mano musitando un “gracias por preocuparse, pero ya hemos sufrido bastante” que lo desarmó por completo haciéndole bajar el mentón casi hasta el pecho; entonces la situación le pareció conmovedora: un hombre con la cabeza gacha y una mujer destrozada por el dolor parados en medio de un pasillo lleno de puertas de un edificio colmena de un barrio suburbano de una ciudad de un mundo poblado por miles de millones de personas parecidas a ellos tratando de un hecho que había perdido importancia porque detener a un degenerado o a un paranoico no le devolvería a ella la hija ni a él su perdida confianza. No tenía sentido, pero sin embargo seguirían adelante, como sigue adelante la gente pensando que mañana se presentará la felicidad anhelada. Vivir es, simplemente, una cuestión de esperanza.

– Mire, quiero ser justo con usted. Me asignaron este caso porque no hay pruebas ni móvil y en la comisaría soy el único con tiempo para perder. La verdad es que deberían haberme jubilado, pero mi jefe piensa que la jubilación anticipada sería como un premio para un tipo como yo, por eso me tiene ahí, reservado por si aparece este tipo de cosas. Tengo que llevarle algo, si no me hará volver cada día. Es mejor terminar de una vez.

El resumen lo hizo sentirse bien, no apelaba a la lástima que despierta un hombre maduro golpeando puertas, estaba acercándose a la verdad, y esa nueva faceta de su personalidad –había sido siempre un mentiroso- lo impulsó a seguir sincerándose:

– No es sólo eso. Hace algún tiempo un joven murió por mi culpa y tengo una hija. Ella sigue viva. Unas frases rápidas, pronunciadas a través de unos labios apenas abiertos, que se apretaron al terminarlas como si hubieran dicho una indecencia.

El cuerpo de ella, flojo hasta entonces, sostenido apenas por el quicio de la puerta, pareció cobrar súbita energía y luego de enderezarse se echó hacia atrás invitando a entrar. Hansen conocía esa repentina vehemencia, tenía que ver con la incomodidad de dejar hurgar a un desconocido en las pertenencias de un ser amado desaparecido, era una manera de terminar rápido. La mano señaló una habitación a la derecha y luego siguió al cuerpo camino a la cocina entrevista a lo lejos.

Se sintió incómodo al abrir los cajones del escritorio de la joven asesinada. Todavía peor fue revolver en sus papeles y su ropa. Convencido de haber perdido toda aptitud para realizar ese tipo de trabajo, decidió darlo por finalizado. Sentado en la cama enjugó la frente sudorosa con un pañuelo de papel y se quedó quieto mirando el vacío. El muchacho no tenía miedo, eso lo sorprendió y le hizo temblar el pulso. Debía controlarse, estaba eliminando una alimaña, un mal ejemplo a quien nadie extrañaría. Su respiración se serenó, el arma dejó de moverse, era sólo cuestión de apretar el gatillo y acabar con la sonrisa irónica y con los labios moviéndose en el dibujo de palabras de seguro recriminatorias.

– La encontraron en un callejón lejos de aquí.

Lo sorprendió la inesperada frase y sobre todo la voz, no pertenecía a un joven de cuyo nombre no quería acordarse, venía de una madre desesperada y encontraba eco en una habitación vacía, triste, que había perdido al ser humano que le daba una razón de ser.

– Es extraño.

Apenas lanzar las dos palabras comprendió su desacierto, no hay nada raro en la aparición de un cadáver en cualquier sitio de una ciudad, es sólo una cuestión de transporte.

– Mi hija no andaba por ahí, si es eso lo que piensa.

Hansen estaba cansado de estudiar documentos, de interrogar gente, de haber perdido el tiempo deteniendo e interrogando a todos los pederastas de la región, a los camellos, a cualquiera que tuviera conexiones con el mundo de la prostitución y la pornografía sin sacar nada en limpio. Sus entradas en comisaría, acompañado de alguien que pronto se probaría inocente, generaban sacudidas de cabeza y bromas. Su impopularidad, poco necesitada de alicientes, crecía sin descanso. El día anterior su jefe había cortado por lo sano ordenándole dar carpetazo y dedicarse a algo útil, por eso estaba allí, jugando la carta desesperada de visitar a la madre de la víctima por si descubría un cabo suelto. Estaba cansado, pero por encima de todo estaba harto de pensar, llevaba mucho tiempo haciéndolo sin resultados concretos.

– Le pido disculpas, ya me voy.

Giraba hacia la salida cuando se topó con la sonrisa de su hija, la misma del coche, pero esta vez rodeada de cuatro jóvenes de su edad delante de un pastel de cumpleaños con las velas encendidas. Cuando reaccionó de la sorpresa apretaba el marco de madera con fuerza ante la atónita mirada de la mujer; su hija ya no estaba, había sido suplantada por la chica de la morgue. De nuevo sintió alivio y vergüenza. Tratando de salir del paso pidió permiso para llevársela. Los pequeños redondeles sin vida, hundidos en dos cuencos negros, apenas pestañearon: ¿para qué podía servirles, a esa altura, la imagen de una fiesta irrepetible? Hizo un movimiento con la cabeza en forma de agradecimiento y se encaminó hacia la puerta de salida. La mujer retiró el cuerpo de la pared que lo aguantaba y lo detuvo poniéndole la mano sobre el antebrazo. Enseguida, como la cosa más natural del mundo, reclinó la frente en su pecho. El llanto empezó a derramarse desde una fuente inextinguible de dolor. Por un largo rato, quietos, abrazados, ambos volvieron a sentirse humanos.

Los tres días siguientes fueron de descanso, necesitaba una tregua para definir los pasos a siguientes y en la comisaría podían pasar sin él. La mañana del cuarto, muy temprano, comenzó a preparar el borrador del informe final para presentarlo junto con la carta de renuncia. Hubiera querido traspasar la puerta por la que entrara y saliera durante tantos años con la frente alta, dejando claro que fracasado no es sinónimo de inútil; no sería posible, el tiempo de rectificar se había agotado y sus decisiones equivocadas acababan en derrota y exilio. Disimulando su abatimiento comenzó a vaciar los cajones ante la indiferencia general. Iba por el primero cuando recordó la foto del cumpleaños. Algún detalle le llamaba la atención y no conseguía determinarlo.

La sacó del bolsillo de la chaqueta y la puso delante suyo para observarla detenidamente. Una escena pura, inocente, alejada del mundo atormentado en que se había hundido abrazado a un joven ladronzuelo. ¿Por qué no le había permitido normalizar su vida, por qué lo había empujado a delinquir? ¿Se podía caer tan bajo? Las niñas no contestaban, pertenecían a una parte de la sociedad alejada de tanta miseria. Hansen dudó; aun aceptando este hecho le quedaban preguntas sin respuesta: ¿Por qué no se habían ofrecido a colaborar en la investigación? Siendo tan amigas de la chica asesinada debían tener alguna sospecha aunque fuera remota. ¿Y por qué no las habían interrogado? Cerró los ojos y apretó el gatillo; cuando volvió a abrirlos el joven con mala suerte que un día encontrara, para su desgracia, una ventana abierta y se arruinara la vida, estaba tirado en el suelo, mientras un niño señalaba una casa y una joven regresaba a la suya a recoger las llaves olvidadas y encontraba a su padre con otra mujer. En el preciso instante de volver a colocarse, por enésima vez, en el dormitorio de su casa pidiendo disculpas a su vociferante hija, comprendió claramente el problema de su vida: había actuado siempre como aquel borracho que buscaba las llaves no en el lugar donde las había perdido sino debajo de un farol porque había luz. Su drama no radicaba en la barbaridad que había cometido sino en las equivocadas valoraciones de la realidad que le llevaran a cometerla. Sus compañeros de trabajo no eran santos, aceptaban sobornos y propinas por hacer la vista gorda y si se les iba la mano buscaban taparlo como fuera; tenían claro que eso no era lo correcto, pero también sabían que su papel no consistía en corregir, actuar por encima de sus atribuciones o convertirse en sociólogos. Tenían una tarea dura, riesgosa, mal pagada y, por encima de todo, se sabían la parte más débil del engranaje. Si un inocente iba a parar a la cárcel o un culpable quedaba libre se encogían de hombros, no era su problema, habían cumplido su parte del trato y de complicarse las cosas se llevarían la peor parte. Él no había asumido esas simples reglas no escritas, prefería creerse todos los cuentos y jugar a redentor, en el fondo le servía para tapar sus errores personales. Pero esta vez estaba decidido, no buscaría debajo del farol.

El colegio hacía juego con el barrio, de bellas casas con jardín. El recuerdo del suyo, el lugar donde realizara el simulacro de estudiar, helado en invierno y un horno en verano, lo hizo dudar, las diferencias seguían siendo muchas y, como siempre, no estaban de su parte, de meter de nuevo la pata podía acabar muy mal, y aunque estuviera en lo cierto y pudiera probarlo no conseguiría torcer el rumbo de la historia, era mejor abandonar y retirarse a descansar en algún paraje lejano donde pudiera pasar desapercibido. El cerebro se lo pedía con insistencia, pero una fuerza irresistible lo arrastraba hacia la parte trasera del edificio, donde destacaban las copas de una cantidad considerable de árboles. Caminó hacia ella. Cuando llegó y vio el alambrado el corazón comenzó a latirle con fuerza. Buscó hasta encontrar, detrás de unos arbustos, el boquete que permitía pasar un cuerpo. Desde ese punto arrancaba un holladero –cicatriz dibujada en el pastizal por miles de pasos- hacia el bosque cercano, un lugar a salvo de las miradas indiscretas, ideal para lo prohibido.

En medio de la maleza encontró un claro. No necesitaba ser un genio para adivinar la razón por la que los estudiantes se reunían allí. Entre un montón de restos –bolsas de plástico, botellas, colillas- descubrió la piedra manchada de lo que supo enseguida –tenía vasta experiencia- era sangre. La levantó y la sopesó en la palma de la mano. Siempre se perseguía a los más débiles y desgraciados, por eso los demás habían llegado a considerarse impunes hasta el extremo de no preocuparse por ocultar las posibles pruebas.

Era viernes. Hansen se duchó, se afeitó, desayunó y al salir dejó la llave en el buzón. En una florería cercana compró dos ramos de flores y en un taxi se dirigió al cementerio. Se había propuesto depositarlos en las tumbas de los dos jóvenes inocentes que marcaran su errático paso por el mundo. Necesitaba hablarles, explicarles sus tardíos esfuerzos por entender. El interrogatorio a las dos chicas y sus posteriores derivaciones habían sido patéticos. Las dos habían confesado enseguida sin manifestar el menor arrepentimiento, no las alarmaba lo que habían hecho sino la posibilidad –que consideraban descabellada- de poder recibir un castigo por torturar a una compañera y luego machacarle la cabeza. Ellas habían actuado con la mejor de las intenciones, como un experimento, buscando conocer qué se siente en una situación extrema. Con la pistola aún humeante en la mano miró el cuerpo del muchacho, el hilo de sangre que comenzaba a formar un charco en la calle, al niño señalando la casa, a su hija gritando no entiendes nada y sintió que tenían razón, él era un intruso en un mundo prestado. Había intentado sin éxito razonar con los padres de las chicas buscando explicaciones que sirvieran como atenuantes antes de detenerlas y éstos habían llegado a la ridiculez de amenazarlo con abogados caros que arruinarían su carrera. En la comisaría no le fue mucho mejor. La pérdida de la relación con quienes fueran sus seres queridos, principalemente su hija, aunque a veces echara a faltar a sus parejas y a sus padres, muertos hacía bastante tiempo, le habían obligado a desarrollar otros hábitos atados a nuevas circunstancias. El hombre anterior había muerto en más de un sentido, apareciendo resucitado en un nuevo ser, más decidido y vehemente pero menos seguro de sí mismo, sin esa certeza que otorga el poder intercambiar, sopesar y compartir opiniones y juicios día a día, y decididamente más solitario. En su vida anterior sus superiores eran los dueños de verdades indiscutibles, sobre todo en lo referente a la lucha sin cuartel contra quienes contravenían las leyes, y además poseían una personalidad intachable, alejada de cualquier trato de favor o excepción. Ver a su jefe haciendo inclinaciones de cabeza y casi pidiendo disculpas a los padres de dos asesinas despiadadas culminaba un proceso de decepción que fuera creciendo a medida que comprobara, lenta y dolorosamente, la debilidad de aquellas verdades indiscutibles. Ya no le dolían las frases hirientes ni las miradas duras, no era mejor que todos ellos –padres, autoridades, su jefe, sus compañeros de trabajo- pero tampoco peor. Tiró la placa sobre la mesa y se fue sin hacer el mínimo comentario ni saludar, sintiéndose por primera vez en muchos años, una persona libre.

Caía la tarde cuando dejó el cementerio y dirigió sus pasos hacia la casa asesinada, el lugar donde el muchacho había comenzado su huída hacia la nada arrastrándolo con él, principio de muchas heridas y fin de muchos sueños. Llegó cuando sobre ella caían los postreros rayos de sol, insuficientes para insuflar vida al cuerpo agónico, chorreado de humedad y rodeado de hierbas y malezas crecidas a su antojo. A un costado de la puerta un cartel certificaba el derribo y anunciaba la construcción de apartamentos de lujo. Hansen escuchó el mar, rugiendo cerca de la espera de bañistas. Pronto llegarían cargando sus sillas de playa, sus sombrillas, su alegría a plazo fijo, y de la casa y su historia quedaría un recuerdo borroso durante unas temporadas, tiempo suficiente para que cada uno fabricara su propia desgracia atada al mismo lugar y a otros problemas. La suya seguía estando ahí, unida por sutiles lazos al día en que dos adolescentes casi niños entraran a robar. Toda su existencia había quedado marcada por ese hecho, incluso la resolución del asesinato de la joven.

Huyendo de esa pesadilla entró en la vivienda abandonada. Después de acostumbrarse a la penumbra del interior subió la escalera deteniéndose en el lugar donde encontraran el cuerpo inerte de la cuidadora. Después de unos segundos de meditación continuó hacia la habitación principio del drama. Todavía podían verse las manchas negruzcas en la alfombra deteriorada. Se sentó en el suelo con la espalda contra la pared. De la maleta sacó una botella, un vaso y su arma, la misma que acabara con una vida inocente. Las sombras, en su avance, parecían apagar los sonidos del exterior. Pronto el silencio y la oscuridad lo cubrirían todo.

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Número 53

Aquellos días / Javier Seguer

Aquellos días

Aquellos días / Javier Seguer

– Por fin se acabó.

– No, Juan, no te equivoques, hace tiempo que se acabó.

Atardece en la playa de Argelès-sur-mer mientras las sombras comienzan a estirarse sobre la arena. Al sur, casi al alcance de la mano, los Pirineos imponen su presencia de cimas nevadas como si fueran gendarmes que velan por la paz del pequeño pueblo. Juan recorre con la mirada el horizonte marino, es un día frío y despejado, sin pájaros ni barcos, parece que el tiempo se ha detenido en algún punto de esa lejanía en la que esta orilla no tiene importancia, donde esta realidad no existe más allá del eco incansable que cada ola esculpe desdibujando las huellas de la anterior, una lejanía cercana, tras un abismo de ceguera de ojos que no quieren ver…

– ¿Te acuerdas de Barcelona? Esos sí fueron buenos tiempos.

– Sólo hubo una insurrección militar, no se me ocurre un momento mejor…

– Cuando te conocí en el Bar Kunin… Perdí el tranvía después de trabajar como un imbécil más horas que un reloj por dos perras, y entré a emborracharme a ver si con un poco de suerte había alguien a quien dar en el hocico para quitarme de encima la mala leche que se me iba agarrando cada día más a los huevos. Estabas al fondo, había tanto humo que casi no te veía, parecía que nadie más podía hablar allí y pensé que ya había encontrado a quien partirle la cara con tanto discursito. Parecías un cuervo dando el sermón…

– Debatiendo.

– ¡Qué coño debatiendo! Nadie decía ni pío, hasta a mí me liaste con tus palabrejas. Al principio no me enteraba de nada, que si el estado opresor, que si la revolución de las clases oprimidas, que si la acción directa…, pensé que le partiríamos todos la jeta a alguien y me pareció más desahogo que partírtela yo. Confiaban en ti, en eso que decías. Nunca había visto algo igual, ni en la parroquia cuando chico y mi madre me arrastraba los domingos y fiestas de guardar. Me abriste los ojos, joder, empecé a entender y se notaba que algo iba a pasar, en las calles, en las fábricas… hasta los bebés mamando de las tetas secas de sus madres sindicalistas lo sabían. Nos enseñaste a ser libres, a leer y escribir, ¡a pensar, cago en dios! Lo peor para un burgués capitalista cabrón. Íbamos a hacer un mundo mejor, pero no nos iban a dejar, nos perseguían, pero los mandamases no podrían con nosotros. Por cada compañero asesinado o preso salían diez más, qué digo diez, cien, ¡mil! Lo de los militares era algo que todos esperábamos, si todo el jodido país sabía el día y la hora, coño. Pensaban que saldríamos corriendo como gallinas descabezadas y les teníamos una buena zurra preparada. ¿Te acuerdas de los barcos y las fábricas sonando cuando los fascistas salieron de las cochineras? Qué poco esperaban que nos defendiéramos. Apenas teníamos armas, pero nos sobraban cojones.

– Eso no suele ser demasiado útil.

– Lo que tú quieras, pero les paramos los pies a esos hijos de mala madre –la oscuridad se va entrometiendo en la conversación, el cielo se tiñe de los colores que usurpa al día, dejando la propina de los grises a los que aguardan la madrugada para confesar un último secreto. El frío empezaba a dejarse sentir por dentro de la piel y Juan, agarrándose las piernas para obillarse con la esperanza de conseguir algo de calor, regresaba de su silencio–. Menuda carnicería, sólo de pensar en la Plaza Cataluña me coge un no se qué…, murieron muchos, críos que apenas tenían pelo en el pecho con los sesos desparramados agarrando los adoquines con sus manos, muertos y todo. ¿Y eso lo hacían en nombre de dios? No podíamos hacer otra cosa que luchar. Yo no tuve una pistola hasta que tumbaron cinco delante mío que la llevaban, y sólo tenía dos balas, ya me dirás, ¡contra un ejército! La Historia, esa que tú siempre dices que va con mayúscula, echó a galopar y hubo que subirse a su lomo, algo así ponía una pintada de la calle Tallers y se me quedó a fuego, parece tuya la frase, ¿eh? ¿Y de la artillería en Pau Claris con Gran Vía, te acuerdas? Cómo no te vas a acordar, allí te vi cuando os lanzasteis a toda leche contra las jodidas ametralladoras que protegían los cañones. Saltasteis en el último momento tirando las bombas de mano, qué huevos, amigo. No sabía si los chupatintas de café os mojaríais, pero cuando os vi en primera fila estaba claro, aplastaríamos a esos malnacidos. ¿De dónde venías tú?

– De Pueblo Nuevo, quedamos en agruparnos en el campo del Júpiter, por allí vivían muchos líderes del sindicato.

– Yo vivía en Pueblo Seco. Tiré para la Brecha de San Pablo, pero como iba con las manos peladas me mandaron para arriba. En todas partes caían esos fascistas, nada se puede contra el pueblo en armas. Nada más acabar con el último puerco, mandé a María al pueblo con los chicos, me subí al primer camión que salía y ¡hala!, a liberar Aragón con lo puesto, a apoyar a nuestros hermanos. Ni en la comida pensamos, tuvimos que buscarnos la vida por los pueblos porque los camiones de abastos todavía no se habían organizado, ja, ja, menuda locura. Morir sólo parecía un paso más hacia nuestro sueño. Ésta sí es tuya, pero de tanto decirla ya es un poco mía también. Caspe, El Frago, Bujaraloz… no nos andábamos por las ramas, donde llegaba la columna, llegaba la revolución. Dimos tierras a quien las trabajaba y si faltaban manos ahí estábamos los milicianos, con el espinazo retorcido, total, no había pistolas para todos. Y dicen de la guerra, hostias si era duro aquello del campo, camarada. Menudos éramos, con Buenaventura a la cabeza, no se escurría nunca el bulto, se estaba para la guerra y para la paz. Si no nos hubieran hecho parar a 20 kilómetros de Zaragoza… eso nos costó caro.

– No acabar con la Generalitat fue lo que nos salió caro. –La memoria reclama su silencio, tanto uno como otro están avergonzados de no haber sido suficiente, de tener que seguir con los lamentos del pasado. Siempre hay algo que podría haberse hecho de otra manera, o que no se hizo. Siempre del lado de la derrota, de las miradas bajas, de los hombros caídos porque todo lo que se hace nunca basta. Ofrece un cigarrillo a Juan, cuyos temblores empiezan a dejarse ver, pero al menos a la luz del fósforo podrá recordar lo que ha quedado atrás, al otro lado de esas montañas que queremos pensar que siguen ahí durante la oscuridad.

– Solos no podíamos defender todo el país, teníamos que acabar con los fachas o esas cucarachas se meterían por todas partes.

– Al cuerno con el mundo, la anarquía no puede encamarse con el Estado, es contranatura, su fin. Tras ese pacto empezó la agonía de la revolución. La guerra no era nuestro objetivo, únicamente la circunstancia necesaria para nuestros fines. Pero si los republicanos encarcelaron a más sindicalistas que Primo de Rivera, ¿qué nos podía interesar de esos burgueses? El problema es que todos son unos burócratas, peor aún, unos aprendices de burócratas.

– No me jodas, apenas teníamos armas ni comida, teníamos que encargarnos de todo, ¿qué querías hacer? Había que parar a los nacionales. No hubiéramos durado ni un mes. ¡Ni un mes!

– Pero hubiera sido un mes de victoria. Companys suplicando, Madrid más lejos que nunca… no tendremos otra oportunidad así. La sociedad, nuestra sociedad, estaba preparada, sabíamos qué hacer. Teníamos el control de las calles, pero les dio vértigo y en ese mismo momento se inició la cuenta atrás. También Buenaventura calló en el Pleno Regional, sólo Xena mantuvo seguir adelante hasta el final y no la pantomima del Comité Central de Milicias Antifascistas. Las decisiones se tomaban entre cuatro, y decidieron que la CNT dejara de ser anarquista para ser antifascista, se acabó el funcionamiento horizontal y federativo de la lucha, pero claro, los de a pie no sabíais nada.

– Teníamos las milicias, los comités locales, las fábricas, la Telefónica… se colectivizó para un futuro justo, todo eso lo vi con mis propios ojos –mirada que poco a poco se va acristalando al calor de las décimas, en una lucha biológica por devolver el cuerpo a su estado normal, como si ese estado no fuera el más anormal de todos.

– Nuestra labor fue tan grande que no podían eliminarla de un plumazo, además, tenían que conseguir buenos sillones a cambio. Entraron en el gobierno de la Generalitat y a nuestro querido García Oliver le faltó tiempo para decretar la militarización de las milicias, eliminar los comités locales, nacionalizar las industrias colectivizadas… Si hasta a Durruti no le quedó más remedio que protestar, entendió tarde lo que significó su silencio en el Pleno Regional, pero su dignidad no le permitió pasar por esa humillación callado de nuevo. ¿Recuerdas su discurso por la radio? Ese mismo día se anunció en prensa la entrada de cuatro anarquistas en el gobierno de Madrid, ya no bastaba con Cataluña, ¿se te ocurre algo más disparatado? Federica Montseny, Juan López, Joan Peiró y el insaciable García Oliver, al que Buenaventura recordó que venían juntos de Nosotros. Cito de memoria sus palabras, perdona si no son exactas: “El enemigo es también aquel que se opone a las conquistas revolucionarias y que se encuentra entre nosotros…”, o “la política es el arte de zancadilla”, entre otras muchas. Seguro que tú también lo escuchaste. Curiosamente lo sacaron del frente de Aragón, donde estaba con su gente, para llevarlo a Madrid, bajo manejo de los comunistas. A los quince días del discurso ya estaba muerto. No quiero decir que hayan sido los republicanos, puede que fuera una bala perdida, o quizás un fascista campeón de tiro, o a lo mejor fue él mismo quien se reventó con su fusil, o incluso una vieja beata que escupió un hueso de aceituna. Si es que además nos toman por idiotas. ¿Y quién tuvo el valor de hablar en su entierro?

– Si no te conociera diría que eres un perro quintacolumnista. ¿Es que no luchábamos todos en el frente? ¿Acaso no nos salvávamos el culo unos a otros?

– Sigues sin entender nada. La guerra la perdíamos en el frente y la revolución en la retaguardia. ¿No viste qué pasó cuando empezaron a salir voces disidentes?

– Había que mantenerse unidos por encima de todo, joder, que los fachas nos ganaban terreno. A ti te pilló lo de mayo en Barcelona, ¿no? ¿Qué pasó? Joder qué frío, estoy tiritando… ¿No tendrás una manta? Qué vas a tener, si vienes con lo puesto. Me arde la frente… pero dime, ¿qué pasó? Nunca supe qué creer.

– Cuando la Guardia de Asalto nos intentó tomar la Telefónica por la fuerza yo estaba en el Sindicato de la Madera, y allí mismo nos atrincheramos contra los del Casal Carlos Marx, del PSUC. Había comunistas por todas partes, cuando en el 36 no había ninguno, así que tuvimos que volver a tomar las calles, una agresión así era inaceptable. Aún estaba viva la revolución y parecía no estar todo perdido. Companys estaba aterrado de nuevo, pero esta vez no se vistió de cordero. Pidió a la aviación republicana que nos bombardeara, ¡en plena ciudad de Barcelona!, no le importaban los civiles ni su propia gente, sólo quería acabar con nosotros. No aceptaron su petición, aunque sí mandaron al ejército desde Valencia, y lo único que consiguió fue que el control de Cataluña pasara a manos del Gobierno español y lo perdiera la Generalitat. Renunció al control del territorio para aplastarnos. Ésa era su obsesión desde el comienzo de la revolución, pero no tenía poder suficiente para eliminarnos, quien acabó con el nuevo brote fueron, una vez más, nuestros propios dirigentes del sindicato. Comenzaron a distribuir bandos impresos y a emitir comunicados por radio para la rendición de las barricadas anarquistas. Los afiliados les volvieron a creer, pobre gente. Fue el canto del cisne, tras las jornadas de mayo desapareció el último rastro de dignidad y comenzó la persecución de los verdaderos anarquistas.

– ¿Qué hiciste?

– Ya no hice nada, la guerra había terminado para mí. Me salí de la línea y ya sabes qué pasa entonces.

–Pues a mí me quedaban unos cuantos tiros por pegar todavía. Pasamos a ser la 26 División del Ejército Popular Republicano, y cada vez íbamos a peor, la cosa estaba muy jodida. Madrid aguantaba, pero perdíamos terreno en todas partes, ya nadie creía que ganaríamos esta asquerosa guerra. Nos mandaron al Ebro y aquélla fue la peor matanza de todas, nos mandaron a morir. Conseguí salvar el pellejo por poco, y cuando empezó la retirada fui a casa, a buscar a María y los niños que estaban en El Vendrell. Al llegar no había nadie, todo estaba quemado o saqueado. El Mochuelo me dijo que creía que habían ido a Francia hacía unos días, así que tiré para arriba como pude, a ver si llegaba a Cerbère antes que los fachas, y buscarles allí.

La madrugada gélida invade ya sin resistencia todos los rincones de Juan, lo que era castañeteo empieza a ser un temblor incontrolable, pero la fiebre mantiene su mente más allá de todo lo que ha perdido, de lo que han perdido todos, siguiendo el rastro de los últimos días de la guerra. Algunas luces centellean aquí y allá sobre la playa apenas por unos instantes, quizás un cigarrillo, quizás el intento vano por quemar el rastrojo de lo que fue un zapato. La arena se esconde bajo una capa de hielo que iguala con su manto todo lo que hay en la playa. Ya no hay manera de encontrar calor ni en la nostalgia.

– Ni arrastrarnos en paz nos dejaron… Los hijos de su putísima madre de la Legión Cóndor nos bombardeaban a cada rato sabiendo que eran niños, mujeres y viejos los que llenaban los caminos. Más mal que bien, llegué a donde los gabachos como un civil más y pude cruzar la frontera. He preguntado por todas partes por los chicos y mi María, pero ni rastro… ¿Sabes lo que es mirar la cara de todos los muertos de la carretera por si eran ellos? Seguramente es mejor que estuvieran muertos, o estarlo yo…

– Lo siento, Juan. Ya no hay lucha, ni esperanza, y esto no es nada con lo que está por venir. Nunca volverán aquellos días. No hay resistencia posible. Vente conmigo, ya no tenemos camino…

– No puedo más –las lágrimas se mezclan con el sudor frío que baña todo su cuerpo, y baja los brazos, derrotado finalmente. Su vida, como tantas muertes, al final no ha bastado. Las convulsiones van remitiendo entre los espasmos del llanto, hasta que cesan del todo y, ya ligero, entra en el último silencio.

Sobre la playa de Argelès-sur-mer amanece un nuevo día, el frío oscuro empieza a deshacerse y el trasiego de las personas va tomando el protagonismo. Todos van de un lado a otro del campo de refugiados como si hubiera algo que hacer en medio de ese silencio resignado. Un viejo tropieza con Juan y se disculpa según las buenas maneras, se aleja unos pasos, mirándole dubitativo, hasta que tiene la certeza y vuelve para robarle su alianza y el reloj, puede que hoy coma caliente. Después alerta a los guardias senegaleses que custodian el campo. Dos de ellos llegan con una carretilla en la que lanzan sin miramientos el cadáver, llevándolo, sobre el leve contoneo de la arena, a la fosa del otro lado de la alambrada, donde montones de refugiados ya no tendrán que huir de nada. Sigue llegando gente al campo, rebosando el hueco que otros van dejando entre el rumor del oleaje.

– Deben ser ya los últimos –comenta el jefe del campo a un subordinado–, Franco está a punto de llegar a la frontera y ya no entrarán más pordioseros. –Pero eso a Juan ya no le importa. Por fin se acabó.

Escultura Miguel Sánchez

Escultura: Miguel Sánchez

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Número 53

Gemas / Alicia Silva Rey

Dos lecturas foráneas del Quijote

Gemas / Alicia Silva Rey

La araucaria no daría sus frutos felices este año. Enero

había iniciado bodas con el verano y crudamente

comenzaba

a deshacerse de lo austero y discreto y ocre de la estación

pasada. Los ropajes

deshechos se acumulaban

dentro de la caja de gemas que una

mano había posado

sobre los cajoncitos del espejo del dormitorio.

Madera clara bajo cristal; reflejos del jardín interior

sobre la superficie limpia y dual: cuarzo verde, aguamarina, coral,

cristal de roca, heliotropo, lapislázuli, ónix,

malaquita, perla, turmalinas, piel de leopardo, selenita,

turquesa, ágata, calcedonia, cuarzo azul, esmeralda, ojo de gato,

kunsita, jaspe, azabache, olivina, dolomita, obsidiana, larimar,

de la cruz, hematite, piedra shaman, alice.

Cada piedra elaborada y dura –en sus distintos

grados de rusticidad, de frialdad-,

constituía en sí misma un don. De ese don susurrado

de uno a otro y de éste a aquél, apenas advertible en las horas

arrimadas –como piedritas o gemas-a ese

enero preliminar a cualquier otro enero por venir,

provendrían los sueños que las habitaciones de estío

cobijarían tras sus persianas: piedra del equilibrio;

piedra de mantener quieta la espalda en el escalón más elevado

de la quietud; piedra de aquietamiento del corazón –las palabras guardan un

orden, ningún defecto-; piedra de la constante perseverancia

–aquietamiento de los

dedos

de los pies-;

piedra que aplaca la inquietud de los nervios espinales – posición abisal,

sin

falta-;

piedra de no dejar caer el cucharón sacrificial ni el cáliz;

piedra del trueno controlado, del pesar controlado, del temor y temblor

controlado;

piedra de lo no mancillado –gran ventura, el caldero lleva argollas de jade-;

piedra de las cien

mil

maneras de no envilecer los tesoros, de aprender a distribuir los tesoros;

piedras

de no sentir el cuerpo, de no dejar ir el cuerpo sin haber contemplado la imagen

de

un patio;

piedra de aquietamiento de las pantorrillas –porque no se

puede intentar dar aliento a nadie de corazón descontento-;

piedra del alimento –la grasa del faisán no se come-;

piedra de hacerse como una pantera, un tigre;

piedra

de la revuelta, de la noble cronología, de la clarificación de las aguas de la

época;

piedra de limpiar el pozo pero de no acercarse a beber en él;

piedra de la fuente

clara que vive en ese pozo y de la que es preciso beber.

La veladura en los ojos, los colores

que las gemas suscitarían

en el interior de la cajita laqueada,

apartadas de la bondad de la luz.

Bajo el velo de la tapa de la cajita,

el padre proyectaría su visión de las gemas,

reconocería sus dones,

anticiparía los veranos por venir.

Puesto de pie a causa del enero triunfante,

vacilaría un momento ante la blancura de la ventana impregnada,

caminaría por el pasillo transido

de esa puesta de luz.

Pronto tendré su edad

y él

no volverá para reconocerme

porque

no estaré reflejándome como hija en sus ojos.

¿Vas a tenderme

en algún instante de la larguísima despedida,

la palma de tus

manos, papá?



4

Portal de ramas y hojas de bambú secasque había levantado, no sola, en la costa del río.

Pónganla ahí debajo, con su túnica de trama de red

contra el cielo púrpura

como si el texto de la túnica

de su cuerpo y

del nombre del padre,

fuera sólo uno e indivisible.

Lo uno del amor

que recogerá dividido

y dará dividido.

Pero antes hubo eso en su vida:

un padre.



5

Y cuando de mí no queden sino

hilachas

de ser des-advenido,

todavía tu palabra,

que supiste hundir en el silencio

como si hubieras conmigo hablado,

palabra

insistentemente

no dicha

anhelada

en vida

por mí,

vendrá

y

vendrá

una y otra vez

impronunciada

en lo incierto

de una materia

oscura

declinada

como el sereno

desnudo

de Modigliani

o la cabeza de mujer

atribuida

a un discípulo de Giotto

vistas

como detalle

de un fresco

en el Museo de Bellas Artes

de Budapest,

que me recuerda

a la monja portuguesa

y asocio a la mirada

del ángel

en la Melancolía de Durero.

Alicia Silva Rey, enero de 2012.

____________________

Alicia Silva Rey nació en Quilmes, provincia de Buenos Aires, en 1950.
Es docente de enseñanza primaria (maestra y bibliotecaria escolar).
Escribió: La mujercita del espejo (1985); Fragmento de correspondencias (1996-2003); Partes del campo (1998); (circa) (2004-2007); Orillos (2006).
Publicó La solitudine (Bs. As., CILC, 2009). Colaboró con Gustavo Fontán en el guión de su película La madre (2010). Escribe en del Sur, agenda cultural de Quilmes, que dirige Sonia Otamendi.

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Fábio Lucas, um mestre aos 80 anos / Aricy Curvello

Fabio Lucas

Fábio Lucas, um mestre aos 80 anos / Aricy Curvello

O HOMEM

“…na época em que meus colegas alvejavam vidraças e passarinhos, eu já me encaminhava para os livros ¬ minha mais remota paixão e o objeto de quase todas as horas de que disponho…” ¬ (1) afirmava em seu discurso de posse na Academia Mineira de Letras, em 19 de outubro de 1961, para a qual fora eleito no ano anterior.

Assumia a cadeira 22, cujo patrono é Júlio Ribeiro, autor do polêmico romance “A Carne”, mineiro nascido em Sabará. Tomava posse, saudado pelo poeta Emílio Moura, sendo o mais jovem escritor a ingressar, aos 30 anos, na Casa de Alphonsus de Guimaraens. Já residindo em São Paulo, no ano de 1987 assumia a sua cadeira na Academia Paulista de Letras.

Não se trata de um homem comum, muito menos de um escritor comum.

O Professor Fábio Lucas Gomes nasceu na cidade de Esmeraldas (MG), aos 27 de Julho de 1931. Bem cedo transferiu-se para Belo Horizonte, que sempre foi e continua sendo um dos cenários mais permanentes de sua biografia. O homem e o escritor que estamos homenageando, ao completar os seus 80 anos de vida, é um dos principais membros da geração literária mineira que fundou, em Belo Horizonte, as revistas “Vocação” (1951) e “Tendência” (1956), em cujas equipes participaram, entre outros, o poeta Affonso Ávila e o romancista Rui Mourão. Data, portanto, da década de 50 do século passado, o começo do seu exercício da crítica literária, em revistas e jornais mineiros.

Sua ligação com Minas é mais profunda do que se julga, mais do que admitiu ele na abertura de seu livro “Mineiranças”:- “ Algumas vezes, ao falar bem ou mal de temas e autores estou a dizer de mim mesmo, em contínua interação com o meio de onde provenho. Aqui estão muitos atores, políticos, escritores, personagens, poemas, frases, exclamações que formam o pátio reservado chamado Minas…” (2)

Em obra em que estuda Guimarães Rosa, buscando analisar parte do principal da fortuna crítica do mineiro autor de Grande Sertão: Veredas, registrou que: “Por aí é que se nota que são múltiplos os caminhos do sertão, dos Gerais, de Minas e da mente. Por todos eles transitou a fala de Riobaldo”. (3) Por todos eles transitou a Crítica de Fábio Lucas. O que se torna mais claro, quando se atenta o quanto FL ressaltou o capítulo “Minas Gerais”, da antologia de Guimarães Rosa organizada por Paulo Rónai com o título Seleta de Guimarães Rosa. (4) Paulo Rónai recolheu de Ave, palavra (obra póstuma, 1970) esse capítulo, em que se procura descrever os vários aspectos do Estado, bem como “os contornos biológicos, psíquicos e fisionômicos dos habitantes. Daí falar ora dos acidentes geográficos, ora do mineiro na sua individualidade. Diz Guimarães Rosa a certo momento: ‘pois Minas é muitas. São, pelo menos, várias Minas”. (5)

Como se definiria “o mineiro”? Vejamos o que FL destacou do texto de GR: “Sua feição pensativa e parca, a seriedade e interiorização que a montanha induz ¬ compartimentadora, distanciadora, isolante, dificultosa. Seu gosto do dinheiro em abstrato. Sua desconfiança e cautela […] o permanente perigo, àquela gente vigiadíssima, que cedo teve de aprender a esconder-se. Sua honesta astúcia meandrosa, de regato serrano, de mestres da resistência passiva ( p.141)”. (6)

E mais adiante, ainda RG sobre o mineiro: “ Não tem audácias visíveis. Tem a memória longa. Ele escorrega para cima (p.143)”. (7)

CARREIRA UNIVERSITÁRIA

Fábio Lucas graduou-se em Direito pela Universidade Federal de M. Gerais, turma de 1953. Doutor em Direito Público (abril de 1963). Doutor em Economia e História das Ciências Econômicas pela Fafich/UFMG (novembro de 1963). Na mesma Universidade, foi professor de História da Renda e Repartição da Renda Social, na Faculdade de Ciências Econômicas, em que teve mestres como Emílio Moura e Francisco Iglésias como colegas. Sofreu perseguições durante os mais sombrios anos da ditadura militar (1964-1975), quando lhe retiraram a Cadeira em que lecionava, em 1969, e ele teve de partir para o exterior. A respeito desse fato há o registro em entrevista concedida ao editor Carlos Augusto Viana, do “Diário do Nordeste”:

“Viana – Por que o exílio?

F. Lucas – Em verdade, a gente nunca sabe. O que eu sei é que tirara uma licença-prêmio na UFMG, fizera uma reforma na minha casa e estava sem dinheiro. Então, usei esse tempo para dar um curso na Universidade de Brasília, ocasião em que, em 69, cassaram os meus direitos de magistério. Aí eu tive que me desfazer de meu patrimônio e, juntamente com a família, partir para o exterior, uma vez que não podia mais trabalhar no Brasil”. (8)

Professor, ensaísta, tradutor, crítico e teórico da literatura, lecionou em seis universidades norte-americanas, cinco universidades brasileiras e uma portuguesa. Dirigiu o Instituto Nacional do Livro em Brasília, bem como a Faculdade Paulistana de Ciências e Letras por dez anos.

Foi bolsista pelo Social Sciences Research Council, de Nova York, e pela Fundação Calouste Gulbenkian, de Lisboa.

CARREIRA LITERÁRIA

Membro da Associação Brasileira de Crítica Literária, nosso homenageado é autor de mais de 50 obras de crítica e ciências sociais, entre as quais se destacam, entre outros : O caráter social da literatura brasileira (1970), Vanguarda, história e ideologia da literatura (1985), Do barroco ao moderno (1989), Mineiranças (1991), Fontes literárias portuguesas (1991), Luzes e trevas, Minas Gerais no séc. XVIII (1998), Murilo Mendes, poeta e prosador (2001), Literatura e comunicação na era da eletrônica (2001), Expressões da identidade brasileira (2002), O poeta e a mídia: Carlos Drummond de Andrade e João Cabral de Melo (2003) e Ficções de Guimarães Rosa: perspectivas (2011). Na ficção, produziu o romance A mais bela história do mundo (1996).

Considerado um dos mais importantes críticos e conferencistas internacionais de literatura brasileira. Quando da comemoração de seu aniversário, em 1997, em homenagem prestada pela grande imprensa de Minas Gerais, o escritor e jornalista Roberto Drummond definiu Fábio Lucas como o que há de melhor na Crítica no Brasil, ao lado de Antônio Cândido e de Wilson Martins.

PRÊMIOS E TÍTULOS HONORÍFICOS

• 1960: Prêmio Cidade de Belo Horizonte / Erudição.
• 1960: Prêmio Pandiá Calógeras/ Erudição.
• 1962: Personagem do ano no setor de Literatura, em inquérito realizado pelo semanário O Binômio entre jornalistas e intelectuais de Belo Horizonte, MG.
• 1966: Professor honorário de “The American for Foreign Trade” de Phoenix, Arizona, USA.
• 1970: Prêmio Jabuti, da Câmara Brasileira do Livro, em S. Paulo, setor de “Estudos Brasileiros”, concedido ao livro O Caráter Social da Literatura Brasileira.
• 1981: Personalidade cultural do ano, título concedido pelo Prêmio Fernando Chinaglia da União Brasileira de Escritores, seção do Rio de Janeiro.
• 1982: Prêmio Crítica, Os melhores do ano da Associação Paulista de Críticos de Arte (APCA) pela obra Razão e Emoção Literária.
• 1983: Medalha da Inconfidência, pelo então Governador do Estado de Minas Gerais Tancredo Neves.
• 1991: Prêmio Juca Pato, como Intelectual do Ano, conferido pela União Brasileira de Escritores (UBE), juntamente com o jornal Folha de São Paulo.
• 2005: Prêmio FCV de Arte, Ciência e Cultura 2005, na categoria Literatura. O Prêmio é conferido pela Fundação Conrado Wessel, de S. Paulo, a intelectuais, artistas e cientistas que mais se destacam em suas respectivas áreas de trabalho, abrangendo sete categorias de premiação.

UBE –SÃO PAULO

Fábio Lucas foi presidente da UBE- União Brasileira de Escritores, de São Paulo, durante cinco mandatos:

1º) – De 1982 a 1984;
2º) – De 1984 a 1986;
3º) – De 1994 a 1996;
4º) – De 1996 a 1998;
5º) – De 1998 a 2000.

A UBE-SP conta com mais de três mil associados, sendo uma das maiores organizações de escritores da América Latina.

ESTUDIOSOS E FUTUROS BIÓGRAFOS

Diante de uma obra literária tão vasta e importante, bem como de uma existência que, felizmente para nós, vai se tornando longa, julgamos que os estudiosos da obra e os futuros biógrafos do Professor Fábio Lucas terão de se defrontar com um imenso trabalho.

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NOTAS:

1.- O livro : minha mais remota paixão. In Revista da Academia Mineira de Letras, Belo Horizonte, vol. 46, out./nov./dez. 2007, pp. 97-109.

2.- Belo Horizonte : Oficina do Livro, 1991, p. 9.

3.- Ficções de Guimarães Rosa : perspectivas. Barueri (SP): Amarilys, 2011, p. 31.

4.- Seleta de Guimarães Rosa. Coleção Brasil Moço, vol. 10. Rio de Janeiro: Livraria José Olympio Editora, 1973.

5.- Guimarães Rosa : perspectivas, p. 34.

6.- Idem, p. 34.

7.- Ib., p. 35.

8.- A criação literária e o papel da Crítica – uma conversa de Fábio Lucas com o poeta Carlos Augusto Viana, in Diário do Nordeste, Fortaleza (CE), 19 jul. 1999.

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Aricy Curvello é poeta, ensaísta e tradutor.