Margarita Xirgu / Antonina Rodrigo
Mucho se ha dicho sobre la importancia de la figura de Margarita Xirgu en el teatro rioplatense, sobre todo en el uruguayo. Poco se sabe, en cambio, de su primera época, cuando luchaba en una España difícil por hacerse un lugar en el mundo del teatro. La escritora Antonina Rodrigo nos lo cuenta en el libro “Mujeres para la historia” de 1978, que fue reeditado por Ediciones Carena, Barcelona, en 2002. Transcribimos la contratapa de esta última edición:
«En los primeros tiempos de la transición, cuando ni siquiera se había refrendado el texto constitucional, la autora quiso recuperar para la memoria colectiva la labor y la palabra de catorce mujeres de singular trayectoria. Dos actrices y una bailarina (María Casares, Margarita Xirgu y Antonia Mercé “la Argentinita”), cuatro políticas (Victoria Kent, Margarita Nelken, Federica Montseny y Dolores Ibarruri “Pasionaria”), una periodista (María Luz Morales), una maestra y miliciana (Enriqueta Otero Blanco), una artista (María Blanchard) y cuatro universitarias con dedicación a la literatura y a la pedagogía (María Teresa León, Zenobia Camprubí, María Goyri y María de Maetzu) integraban aquella selección de 1978, prologada entonces por la desaparecida escritora Montserrat Roig y que ahora se publica revisada y puesta al día. Porque considerar la peripecia de estas mujeres, su esfuerzo para adquirir una preparación intelectual, sus dificultades para ver reconocido el ejercicio de su profesión, su lucha por la independencia, sus sacrificios, sus éxitos y sus fracasos, supone no sólo recordar etapas fundamentales en la lucha por la emancipación femenina, sino que nos sitúa ante unos valiosos ejemplos de actitud solidaria y comprometida en momentos muy difíciles de la vida del país».
La actriz lorquiana
El encuentro de Margarita Xirgu y Federico García Lorca constituyó ese maridaje escénico, ideal de todo binomio actriz-autor. Xirgu confesaría en repetidas ocasiones que su encuentro con el poeta granadino fue el suceso más trascendente de su vida, y Lorca vio en ella a «la actriz que rompe la monotonía de las candilejas con aires renovadores y arroja puñados de fuego y jarros de agua fría a los públicos adormecidos sobre normas apolilladas«. Fue en el verano de 1926. En el hall del madrileño hotel Ritz, la cubana Lydia Cabrera presentó a la actriz y al poeta. Los nombres de las dos mujeres quedarían unidos en el Romancero gitano. Lorca dedicó «a Lydia Cabrera y a su negrita» La casada infiel y a Margarita Prendimiento de Antoñito El Camborio en el camino de Sevilla. Ese mismo día le entregaron a la actriz el drama lorquiano Mariana Pineda. Estaba previsto que la obra la estrenaran Catalina Bárcenas y Gregorio Martínez Sierra, pero llegado el momento temieron que el exaltado canto lírico a la libertad que latía en la obra se tomase por un velado ataque a la dictadura de Primo de Rivera, por lo que desistieron de su propósito.
Mariana Pineda fue una gran figura que traspasó los linderos del mito y simbolizó las nobles luchas por la libertad durante el siglo XIX. Granadina como lorca, era la heroína una sombra amiga de la infancia del poeta, con la que se sentía en deuda.
«Los niños de mi edad, y yo mismo -declararía Lorca-, tomados de la mano, en corros que se abrían y cerraban rítmicamente, cantábamos en tono melancólico los populares romances dedicados a la heroica mujer.»
Margarita estrenó Mariana Pineda el 24 de junio de 1927 en el barcelonés teatro Goya. La admiración del poeta por la Xirgu la convirtió en su actriz predilecta. Luego seguirían los estrenos lorquianos de La zapatera prodigiosa, Yerma, Doña Rosita la soltera o el lenguaje de las flores y su obra póstuma La casa de Bernarda Alba. El poeta diría de la actriz:
«Es una mujer extraordinaria y de raro instinto para apreciar e interpretar la belleza dramática, que sabe encontrarla donde está. Va a buscarla con una generosidad inigualable, haciendo caso omiso de toda consideración que pudiéramos llamar de índole comercial.»
A lo largo de la fecunda amistad, el poeta le dedicó a la actriz los más expresivos elogios verbales, escritos y poemas.
Margarita fue una actriz conflictiva, pródiga en desplantes al convencionalismo imperante. No salía sólo a escena a declamar su papel, porque, como García Lorca, no creía en el arte por el arte:
“Ese concepto del arte por el arte –declaraba Lorca pocas semanas antes de ser asesinado- es una cosa que sería cruel si no fuera afortunadamente cursi. Ningún hombre verdadero cree ya en esa zarandaja del arte puro, del arte por el arte mismo. En este momento dramático del mundo, el artista debe reír y llorar con su pueblo. hay que dejar el ramo de azucenas y meterse en el fango hasta la cintura para ayudar a quienes buscan azucenas.»
En honor a este concepto, a la actriz no le importó exponer su carrera ni su libertad, estrenando obras como Fermín Galán de Alberti, Yerma, o El malentendido de Camus en la Argentina de Perón.
«Yo soy un admirador ferviente de Margarita Xirgu. Soy un religioso fanático del Arte y, en el templo del Arte, entre los muchos altares que en él se erigen encuentro siempre el suyo, ante el que inclino la rodilla. Margarita ya no es una artista maravillosa, es una esclava, una servidora de su religión. Anteayer fue una obra moderna, ayer un Auto Sacramental, hoy un romance que en algunos sectores pueden restarle simpatías.»
Así se expresaba Rafael Alberti momentos antes de que se levantara el telón del madrileño teatro Español y diera comienzo el estreno de su obra dedicada al proto mártir de la República Fermín Galán y a su compañero García Hernández.
El comienzo se desarrolló con normalidad pese al arranque de la obra:
“Noche negra, siete años/de noche negra sin luna./ Primo de Rivera duerme/ su sueño de verde uva./ Su Majestad va de caza:/mata piojos y pulgas/y monta yeguas que pronto/ ni siquiera serán burras…/.
Pero en el segundo acto había un cuadro en que la Virgen aparecía con fusil y bayoneta calada, acudiendo en ayuda de los sublevados de Jaca y pidiendo a gritos la cabeza del Rey y del general Berenguer. El auditorio protestó con sorprendente unanimidad: los republicanos, en su mayoría ateos, porque nada querían saber con la Virgen y los monárquicos por parecerles irreverentes las intenciones atribuídas a la madre de Dios. Entre vivas protestas se reanudó la representación. El cuadro más conflictivo estaba aún por llegar: en él aparecía un personaje que encarnaba a un cardenal, borracho y soltando latinajos molierescos en medio de una fiesta en el palacio de los duques.
«Ante eso –escribe Alberti- los enemigos no pudieron contenerse. Bajaron de todas partes, y en francas oleadas, entre gritos y garrotazos avanzaron hacia el escenario. Afortunadamente, alguien entre los bastidores ordenó que el telón metálico, ese que se usa en caso de incendio, cayese a la mayor velocidad posible. A pesar de eso, como el público seguía dispuesto a ver la obra hasta el final, Margarita, una Agustina de Aragón aquella noche, tuvo todavía el coraje de representar el epílogo, siendo coronada, al final, con toda clase de denuestos, pero también de aplausos por su extraordinario valor y ganado prestigio”
Xirgu diría:
«Me sentía moralmente obligada a exaltar la figura de unos hombres que habían dado su vida en defensa de la libertad.»
A los pocos días, paseando la actriz por el Retiro, se formó un grupo que, a juzgar por las miradas y gestos acusadores, hablaba de ella. De repente, del grupo se separó una mujer, que se acercó a Margarita y la abofeteó llamándola republicana y catalana de mierda.
HYERMA, OBRA POLÉMICA
Tres años más tarde, en el mismo teatro, estrenaría Yerma. Corría el rumor de que se preparaba un complot contra la obra. En realidad iba dirigido contra Margarita y Lorca. ¿Qué crimen de lesa patria habían cometido? García Lorca declaró a la prensa:
“Yo siempre seré partidario de los que no tienen nada y hasta la tranquilidad de la nada se les niega. Nosotros –me refiero a los hombres de significación intelectual y educados en el medio ambiente de las clases que podemos llamar acomodadas- estamos llamados al sacrificio. Aceptémoslo. En el mundo ya no luchan fuerzas humanas sino telúricas. A mí me ponen en la balanza el resultado de esa lucha: aquí tu dolor y tu sacrificio, y aquí la justicia para todos, aun con la angustia de un tránsito hacia el futuro que se presiente, pero que se desconoce, y descargo mi puño con toda su fuerza en este último platillo.»
Las declaraciones fueron consideradas intencionadamente políticas por un sector de derechas. Además, Xirgu había ofrecido hospitalidad a Manuel Azaña, ex jefe de gobierno acusado de favorecer el movimiento revolucionario de 1934, en su casa de Badalona a la salida de la cárcel.
“Cuando pusieron en libertad a Azaña –declararía Xirgu-, estuvo en mi casa con su mujer hasta que salieron para Madrid. Se Trataba de un acto solidario. Los que me atacaron sabían perfectamente esto, pero convirtieron aquel episodio, puramente sentimental y humano, casi en un delito político.»
El argumento de la tragedia es el drama íntimo de Yerma. Todo gira en torno a su esterilidad; del ansia de la maternidad que le niega la naturaleza. La angustiosa obsesión de ser estéril va cuajando la tragedia. El interés del poema dramático crece vivamente, acallando diferencias. Uno a uno van claudicando, sosegándose, los instigadores del complot, vencidos por la emoción y la belleza que brota del escenario. La fuerza del personaje es arrolladora. Carlos Morla, espectador de excepción aquella noche, nos ha transmitido el ambiente de la sala:
«Pero la inmensa mayoría del público -al margen de ideologías y tendencias- se indigna y a su vez protesta, y durante unos momentos se forma tal barahúnda que Margarita se ve obligada a abandonar el diálogo. El barullo es, afortunadamente, de poca duración y, una vez restablecida la calma, la representación sigue su curso. A medida que avanza en su desarrollo, la obra se va imponiendo en forma contundente, definitiva, aplastando literalmente a sus detractores.»
Cuando yerma, con su cuerpo seco para siempre, estrangula la esperanza de su hijo gritando: «No os acerquéis, porque he matado a mi hijo, yo misma he matado a mi hijo«, el teatro se venía abajo era una apoteosis. El poeta tiene que salir al escenario. Margarita, tan dueña de sí misma en todo momento oculta su rostro entre las manos: llora, sostenida por Federico. El poeta se adelanta y pide un aplauso para ella sola. Es como un desagravio a la mujer valiente y un homenaje a la genial actriz. Ante las reiteradas ovaciones del público, que puesto en pie no abandona la sala, Lorca, con su generosidad habitual se adelanta y pronuncia unas palabras en honor de la actriz. Cuando cae el telón le dice:
«Tu mano me sacó a escena la primera vez. Tú me diste la mano entonces y sigues dándomela.»
No podía imaginar que la mano de Xirgu sería la última que lo sacara a escena.
UNA INFANCIA DIFÍCIL
Margarita Xirgu nació en 1888 en Molins de Rei, pueblo cercano a Barcelona. A los 8 años se traslada a Barcelona con su familia. Se instalan en el Casco Antiguo, laberinto de callejuelas y pasadizos lóbregos, donde escasea el sol. Es un barrio habitado por obreros y gente marginada. Las familias se hacinan en viviendas incómodas, en obligada promiscuidad y, sin embargo, los habitantes hablan casi siempre a gritos. Los problemas económicos, los conyugales, los de la mera convivencia, se explanan ante los atónitos ojos de los niños, pequeñuelos mal alimentados y sin escuela, que esperan el día en que, sin haber alcanzado la adolescencia, serán arrojados al deshumanizado mundo laboral. Xirgu nunca olvidará sus orígenes. Con motivo del estreno de Electra recordará:
“Lo esencial de este drama podría suceder en la calle triste y dramática de mi niñez”.
EL DESPERTAR DE UNA ACTRIZ
El siglo XX heredaría del anterior la irrupción de las fuerzas obreras en la vida política del país, organizadas en formaciones de clase y en los sindicatos. Pedro Xirgu, el padre de Margarita, era el prototipo del inquieto obrero catalán de finales del siglo XIX, en permanente lucha por plasmar en la realidad las justas aspiraciones de su clase. Autodidacta, republicano y convencido de que la cultura debía ser el vínculo primordial del progreso del mundo, reunía en su casa una tertulia formada por compañeros de trabajo para leerles pasajes de la obras de Zola, Galdós o Tolstoi, tan en boga en la época. Muy aficionado a los coros de Anselm Clavé, cantor del proletariado catalán, y al teatro, formaba parte de un cuadro de aficionados. En Cataluña, esos grupos amateurs dependían de sociedades culturales y recreativas que, integradas por la clase obrera, constituían los Ateneos, que tanto proliferaron en los barrios populares.
A los 8 años Margarita era una niña traviesa de inteligencia despierta, con esa precocidad natural de muchas de las criaturas que conocen una existencia difícil. El primer escenario que pisa es la mesa del comedor de su casa, donde su padre, para amenizar la lectura, la hace recitar poesía e incluso representar algún papel de comedias trenzadas por su propia fantasía. Una vez, en una taberna a la que acudía a comprar provisiones, Margarita sorprende en un cuartucho la reunión de unos obreros dedicados a imprimir unas hojitas de papel que, al caer en sus manos, con ruego de que las reparta, le revelan la preparación de un complot subversivo. Uno de los conspiradores, que la conoce, le pìde que lea una octavilla en voz alta. Margarita se sube a una silla y, más que leer, declama el texto con tal brío que recibe la primera ovasión pública de su vida y es sacada en hombros a la calle. Este fue, quizá, su debut.
LOS ATENEOS OBREROS
Los Ateneos polarizaron y encauzaron durante muchos años las actividades culturales de las clases modestas barcelonesas. Los había en cada barriada y disponían de biblioteca, de conjuntos musicales y danzas populares, así como de compañías de aficionados al teatro. Barcelona ha sido siempre una ciudad de gran tradición teatral. En aquella época el teatro ocupaba el lugar que hoy tienen el cine, la televisión o el fútbol. En las representaciones las mujeres escaseaban, por eso había que recurrir, muchas veces, a actrices profesionales. El Ateneo al que pertenecía Pedro Xirgu acordó poner en escena “Don Álvaro o la fuerza del sino”, una de las obras cumbres del teatro romántico. A la hora de distribuir los papeles no tenían quien hiciera de Curra, la sirvienta. Alguien se acordó de Margarita, pero su padre se negó alegando que aún era una niña. La futura actriz tenía doce años y era aprendiza en un taller de pasamanería. Al final el padre accedió y la convirtió en la actriz más jove del Ateneo. Poco después ingresa en un grupo juvenil, Gent Nova, que hacía teatro en Badalona. Del estado de ánimo de aquellos tiempos, declararía en 1936, antes de zarpar para América:
«Fueron aquellos mis primeros días felices. A veces, muerta de sueño, porque la noche anterior la pasé ensayando, me levantaba al amanecer para ir a mi taller de pasamanería y lo hacía tan contenta. Y yo iba repasando mentalmente mis parlamentos, y era dichosa, completamente dichosa.»
A pesar del sacrificio que suponían los ensayos, en Badalona, después de la jornada laboral:
«…havia de sopar de pressa per no perdre el tramvía d´anada; havia d´acabar rápidament els assaigs per no perdre el de retorn… Tot ho oblidava quan s´aixecava el teló y els llums del escenari il.luminaven. En aquells moments la vida em semblava bella i em sentia feliç.»
EL ESCÁNDALO DE SALOMÉ
La revelación de Xirgu en los medios intelectuales barceloneses fue con el drama Teresa Raquin de Emile Zola, en diciembre de 1906. El crítico de La Vanguardia profetizó: «Barcelona cuenta desde anoche con una primera actriz indiscutible«, y otros periódicos le dedicaron reseñas en términos parecidos. El empresario del teatro Romea no tardó en contratarla como primera actriz joven. Actuó en el teatro Intim de Adriá Gual. Ese gran hombre de teatro la elogió con emoción en sus Memorias.
En la temporada 1908-1909 estrenó Xirgu el poema Salomé de Oscar Wilde. Interpretaba a la princesa erótica cuyo estremecido deseo brotaba a flor de piel ante las desnudas carnes del Bautista. La mujer liviana que mata, con su desdén, al joven sirio; la que enloquece al tetrarca con sus danzas y brinda su cuerpo a las miradas de judíos y romanos para lograr la cabeza del insensible Precursor… Tan osada representación provocó un auténtico escándalo en la Barcelona del primer decenio del siglo XX, con gran revuelo polémico en la prensa local. El diario La Tribuna reconocía que Salomé era «una figura llena de peligros para ser exhibida en escena, especialmente en la nuestra, poco preparada para espectáculos de esta índole». Los mismos argumentos de siempre. La polémica adquirió tal magnitud que a los pocos días la dirección se vio obligada a retirar la obra. Pero las órdenes de la Junta eran terminantes: la empresa rescinde el contrato a la compañía y tienen que abandonar el teatro por ser la obra pornográfica.
Margarita Xirgu fue una mujer sin prejuicios y con un espíritu abierto a todas las innovaciones. Es la primera actriz catalana que sale a escena en bañador con todo lo que significaba entonces. Además, en Salomé luciría los clásicos velos y otro supremo atrevimiento: el vientre desnudo.
Estrenaría luego obras de los primeros dramaturgos: Guimerá, Iglesias, Rusiñol, Maragall, Folch i Torres, Pérez Galdós, Unamuno, Azaña, sin olvidar los mejores autores extranjeros de todas las épocas.
DIRECTORA DE ESCUELAS DRAMÁTICAS
En 1936 se abre la tercera etapa en su vida. Tiene por escenario América Latina y es, probablemente, la más fecunda. En ella la actriz catalana asumiría una labor pedagógica. Funda Escuelas de Arte Dramático, organiza seminarios, conferencias, charlas, representaciones y coloquios en centros universitarios.
A finales de abril de 1969 la prensa difundía la noticia del fallecimiento de la actriz en Montevideo a los ochenta y un años.