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Número 62

Aleixandre: memorias, gratitud / Roberto Fernández Retamar

Revista Malabia número 62

Aleixandre: memorias, gratitud / Roberto Fernández Retamar

El verdadero conocimiento de un poeta es esencialmente, por supuesto, el de su poesía. Y ese conocimiento sobre Aleixandre vine a tenerlo entre 1845 y 1949.

En 1945, cuando cumplí quince años, comencé a escribir poesía y ensayo que fueron publicados en revistas. Mis lecturas se hicieron entonces más encarnizadas: y así apareció Aleixandre en mi vida.

Es innecesario, y a la vez inevitable, recordar que en esa fecha hacía sólo seis años que había concluido, trágicamente desde el punto de vista nuestro (mío, de mi familia, de mis amigos), «la guerra de España», y este hecho sería uno de los determinantes de mi formación. La España de entonces quedó para nosotros cortada en dos: tajante e injustamente, como sabría después. Los «buenos» estaban muertos -Unamuno, admirado en mi primera adolescencia hasta la devoción, Machado, Lorca, Miguel Hernández- o en el exilio -Juan Ramón, Moreno Villa, León Felipe, Alberti, Guillén, salinas, Cernuda, Prados, Altoaguirre…- ; los «malos» estaban dentro. Con seguridad, Aleixandre fue el primero en desarreglarme aquella dicotomía falaz aunque explicable. Yo no tenía mucha claridad política, para decir lo menos, pero me parecía natural no estar de acuerdo a la vez con Federico, astro deslumbrante, y con «los asesinos de García Lorca». Estaba convencido de que la justicia política andaba maridada con la expresión mejor. A esta creencia coadyuvaban las oleadas de exiliados españoles que habían llegado y seguirían llegando a tierras americanas, donde muchos iban a echar hondas raíces, incluso en mi alma.

¿Y Aleixandre? No estaba fuera, sino dentro; no estaba enterrado ni exiliado. Sin embargo, con relación a él, se hizo de rigor hacer una excepción (que incluiría luego a muchos más), no exenta de perplejidad. Había estado, es cierto, con «los leales». Incluso Miguel Hernández le había dedicado Viento del pueblo. No había manifestado en forma alguna adhesión al régimen sombrío impuesto en su país tras la derrota. Y una enfermedad (más o menos misteriosa: nunca llegué a saber cuál era) le había impedido el penoso peregrinar. Esas razones fueron el pórtico que no sólo me autorizaba, sino incluso me impulsaba a leerlo con los mejores ojos. Que yo estaba acertado en esto me lo ratificó la aparición de un poema suyo en la Revista de Guatemala, publicación progresista de aquel país.

Así entré en aquella poesía personal, tan cerca de la de algunos americanos de su generación como del duende o el bramido de Federico; el ingenio, el claro dibujo o la politización expresa de Alberti; la perfección no carente de lumbre de Jorge Guillén; el sofrenado amor de Salinas; la realidad y el deseo de Cernuda (tendría que esperar aún mucho para que existiera su admirable desolación de la quimera). En Aleixandre, después del ejercicio de Ámbito, su voz se abrió a una marea jadeante, invadida por los grandes, imperecederos temas del Romanticismo. Pronto me llamó la atención que dos de sus mejores libros tuvieran el mismo título, el cual proclamaba, con distintas palabras, una pareja esencial de dichos temas. Me refiero, como es natural, a Espadas como labios y La destrucción o el amor. «Espadas» equivale a «destrucción», a «muerte»; y «labios», a «amor». Thanatos y Eros en su vigorosa presencia, pero no opuestos, sino fundidos: «Quiero amor o la muerte, quiero morir del todo». Pues el «como» del primer título equivale a la «o» del segundo (y del verso citado); «o» no disyuntiva, sino identificativa, como estudiaría minuciosa y acertadamente el poeta Carlos Bousoño en su libro sobre la poesía de Aleixandre, libro que reseñé con simpatía. Por ese camino poético, de vuelta de asepsias al cabo esterilizantes, y en camino de «humanización», como se dijo sin duda para impugnar el famoso ensayo de ortega y Gasset, andaba Aleixandre. El último libro de César Vallejo se llamó, significativamente, Poemas humanos, y es un texto capital cuyas resonancias llegan hasta nuestros días. En su evolución, Aleixandre también desembocaría en la historia mejor. Nada sorprendente que un libro suyo se llamara Historia del corazón. Pero me he adelantado algo.

Para finales de los años cuarenta la poesía de Aleixandre había entrado en la mía alimentándola. Y un poeta joven imita como respira, si bien no respirará del todo sino cuando deje de imitar; sin por eso dejar de admirar. Esta constatación me llevó a enviarle mi segundo libro poético, Patrias, en 1952. Su carta sobre el libro fue muy elogiosa.

Sé que en más de una ocasión se le echó en cara a Aleixandre el carácter manirroto de su correspondencia, su elogiar sin demasiada medida a incontables versificadores que volcaban sus papeles, desde todo el ámbito hispánico sobre su casa de la madrileña calle de Velintonia.Pero, lógicamente, no puedo sumarme a esos echadores. Para un poeta de veintidós años, cuya faena poética recién comenzaba, unas líneas así, escritas por un poeta mayor admirado de veras, en aquella letra ancha, llena de aire, que parecía ella misma una mano cordial, tenían que ser un estímulo inolvidable. Que ese estímulo se dilapidara en muchos casos, no debe imputársele a quien, como Alfonso reyes en nuestra América, sentía el deber de incitar a las entonces nuevas hornadas.

Por eso al aparecer mi próximo se lo envié. A vuelta de correo recibí carta suya:

«Le leo a usted siempre con gusto y enseñanza. Esta temporada he tenido conmigo su libro La poesía contemporánea en Cuba, precioso estudio utilísimo para los que no siendo cubanos, pero sí lectores de la poesía de ustedes, agradecemos la sistematizada versión que usted da de esa lírica, sin duda una de las más altas de América».

Para que se aprecie plenamente la delicadeza que Aleixandre mostró en aquella carta y en acontecimientos posteriores, me es inevitable referirme a una amarga circunstancia en la que él desempeñó un papel involuntario y doloroso. El gran escritor e inolvidable amigo José Lezama Lima (quien, dicho sea entre paréntesis, a la sazón era prácticamente desconocido salvo por unas cuantas docenas de lectores entusiastas, entre los que me contaba), en cuya memorable revista Orígenes yo había empezado a colaborar en 1951 y lo seguiría haciendo hasta su triste final, me pidió que aquel libro llevara el sello de la revista: así vio la luz en 1954 dentro de esa prestigiosa colección. Sucede, sin embargo, que dos años antes se había iniciado en Orígenes un proceso que daría al traste con la publicación: tal proceso comenzó en el número 31 (1952).

Uno de los varios «Epigramas» de Jorge Guillén, «Los poetas profesores», aludía con ironía a Juan Ramón, y sobre todo a su esposa Zenobia. Desde las primeras revistas impulsadas por Lezama, había sido habitual que en ellas colaboraran escritores de la España peregrina, el más destacado de los cuales era el extraordinario Juan Ramón, cuyo paso por Cuba, a raíz del inicio de la Guerra Civil en España, tuvo un enorme impacto no sólo en poetas para entonces ya formados, sino especialmente en poetas en formación, como el propio Lezama (quien siempre reconoció el magisterio juanramoniano) y otros más jóvenes que se agruparían en torno a sus revistas. Un excelente ejemplo del fecundo paso del gran poeta andaluz por tierras cubanas se encuentra en el libro Juan Ramón Jiménez en Cuba, compilado, prologado y anotado por Cintio Vitier para su publicación en La Habana en 1981, al cumplirse el centenario del nacimiento del poeta español. Tengo que mencionar estos hechos porque ellos contribuyen a explicar la aparición en el número 34 de Orígenes (1953) de unas prosas de Juan Ramón con el título de Crítica paralela. Allí, entre otros temas, respondió con virulencia a Guillén, y, además, hizo una brutal alusión a la enfermedad de Aleixandre, a propósito de un aforismo (en verdad poco afortunado) que éste había dado a conocer en una revista madrileña. Lezama, según me dijo, trató de convencer por carta a juan Ramón para que no publicara esos materiales, pero éste adujo que había sido atacado en Orígenes (lo que era cierto en lo tocante a Guillén, pero no a Aleixandre), y que tenía el derecho a responder desde esas mismas páginas. El codirector de la revista, el crítico y traductor José Rodríguez Feo, se encontraba en ese momento en España, por lo que a Lezama no le fue posible consultar el asunto con él y decidió publicar el defensivo/agresivo texto. A su vuelta, Rodríguez Feo discrepó de la decisión de Lezama y después de discutir decidieron separarse creando sendos Orígenes. El de Lezama contaba con un comité de colaboración formado por intelectuales cubanos que integraban el «grupo Orígenes» (entre los que nos contábamos los escritores muy jóvenes que habíamos publicado en la revista); el de Rodríguez Feo tenía un comité de colaboración formado por escritores no cubanos, entre los que se contaba Aleixandre. Hay que añadir que Aleixandre había colaborado por dos veces en la revista original, donde además había aparecido una hermosa semblanza sobre él debida a Luis Cernuda (número 26, 1950). Era evidente, pues, que no había allí animadversión alguna a propósito suyo. Incluso su opinión era una de las tres que Lezama adujera (las otras dos fueron de Alejo Carpentier y Octavio Paz) al realizar, en el mismo número 31 en que Guillén dio a conocer sus «Epigramas», una apasionada y justa defensa de la antología de Vitier Cincuenta años de poesía cubana. Citó entonces Lezama este juicio de Aleixandre:

«Repasando la colección de la revista Orígenes, ve uno el valor ejemplar que en el ámbito total tiene la poesía cubana, y la fuerza, el fuego espiritual que da sentido a ese admirable grupo de poetas, cuya vitalidad y alcance son ejemplares, y la perfecta emoción de la obra de arte que con el consiguiente haz de sus dones obtiene».

De hecho, Aleixandre, Vicente Gao y José María Valverde fueron los únicos escritores españoles residentes en la Península que publicarían textos suyos inéditos en Orígenes. Los demás escritores que lo hicieron estaban en el exilio. La revista de Lezama, sin la ayuda económica de Rodríguez Feo se extinguió en 1956, clausurándose así, tras doce años fecundos, la vida de una de las revistas literarias, especialmente poética, que ha tenido Cuba. No voy a insistir en el penoso incidente, que hoy es agua pasada, ya que hubo después reconciliaciones (y separaciones de otro orden) imprescindibles. Aleixandre, por su parte, colaboró en el primer número de Orígenes de Rodríguez Feo y otra vez en Ciclón, su segunda revista, pero, según lo que sé, no intervino en aquella polémica específica, ni alteró por ella su relación con los escritores que habíamos publicado en la revista desde la cual recibió el ataque de Juan Ramón: ataque que, como bien se sabe, tenía que ver con antiguas y lamentables rencillas entre poetas españoles, en las cuales se cruzaron palabras innecesarias que no se apagaron al trasladarse muchos de los discutidores a América, a veces con consecuencias tan infaustas como la muerte de Orígenes.

Me ha sido necesario este rodeo para hacer entender la benevolencia de Aleixandre (tan distinto, según experimenté en carne propia, de algún coetáneo suyo) no sólo en cuanto a la carta anterior, sino a otros hechos más relevantes. En 1955, habiendo ganado una beca, me trasladé a París para realizar estudios. Todavía soplaban aires macartistas en USA, por lo que ni me tomé el trabajo de pedir visa de tránsito en ese país. Y como no había conexión directa La Habana- París, tuve que intentarlo por Madrid. Aquella España resultó en esto menos intolerante que los Estados Unidos de entonces y así obtuve mi visa. Esa circunstancia me llevó a pasar por un país aún enlutado por la guerra, cuyo pueblo me conmovió por el enorme cariño demostrado, más allá de cualquier coyuntura política, a Cuba. Al regresar, en diciembre, pasé de nuevo por Madrid y decidí presentarme en casa de Aleixandre. Creo que puedo hacer mías las palabras de la semblanza dedicada por Cernuda a su colega a la que ya hice mención:

«Recuerdo siempre la cordialidad, la simpatía con la que Aleixandre me acogió. No sabía yo cómo él, regulando su jornada de manera precisa e invariable, dedicaba al reposo, para atender a su salud, las horas en que yo, sin previo aviso, había irrumpido con mi visita. Que rompiera su reposo para recibirme fue ya una gentileza. Era en su casa tan recogida y silenciosa, entre los árboles del parque Metropolitano. En el salón donde me habían hecho pasar, mientras anunciaba mi nombre, apareció un mozo alto, corpulento, rubicundo, de cuya benevolencia amistosa daban prueba, ambas sonrientes, la entonación de su voz y la mirada de sus ojos azules».

Quizá sólo deba cambiar el término «mozo», ya que en aquel diciembre del 55 Aleixandre tenía cincuenta y siete años, los que yo tengo ahora (¡Dios mío: a lo mejor era mozo!). La conversación fue como de viejos amigos. De hecho, en parte lo éramos, ya que habíamos cruzado algunas líneas, yo conocía y admiraba con fervor casi todos sus libros publicados hasta la fecha (incluso Historia del corazón, recién aparecido), y él, a su vez, había leído lo poco que había yo escrito hasta entonces. Debió haber sido jueves, porque Aleixandre, que había ingresado en la Academia de la Lengua, tenía reunón ese día, por lo que me invitó a acompañarlo mientras se encaminaba a dicha reunión. No recuerdo si tomamos algún vehículo. Sí recuerdo que caminamos juntos durante cierto tiempo, hablando sin cesar. Como ya he dicho, el incidente de Orígenes no surgió en ningún momento. Yo le preguntaba con insistencia sobre cómo había sido su vida en España a partir de la derrota del 39, teniendo en cuenta su evidente simpatía por la causa de los derrotados, visible en sus romances de la guerra, en los manifiestos que firmara, en su participación en revistas como la excelente Hora de España… Aleixandre me dijo que durante cierto tiempo incluso la mención de su nombre había sido prohibida en las publicaciones españolas. Al cabo, en un catálogo de de libros se permitió que apareciese, y ello lo animó a enviar a un editor los originales de su libro Sombra del paraíso, que se publicó en 1944. Aquel año también vio la luz el notable libro de Dámaso Alonso Hijos de la ira. Como es de sobra sabido, con ambos textos (en especial el de Dámaso) la poesía de España empezó a salir de su momificación que, con raras excepciones, había sido lo usual en el primer quinquenio posbélico. Era evidente que Aleixandre había seguido conservando cálidas relaciones con los otros poetas de su brillante generación dentro y fuera de España. Y bien sabía yo cuánto lo estimaban muchos de los poetas españoles más jóvenes, quienes con frecuencia veían en él a un maestro, por su obra y por su gallarda postura. Además, su preocupación por la poesía hispanoamericana era insaciable; y la información que tenía sobre ella, copiosa.

De su propia poesía, sin embargo, habló poco. Como las meteduras de pata tienen la desdicha ya no de ocurrir, sino además de ser recordadas, me viene ahora a la mente una: yo conocía por algunos poemas publicados en antologías su primer libro, Ámbito, y, suponiéndolos de aquella obra, le mencioné entre otros (felizmente bien ubicados) esos versos suyos que tanto me gustaron (y me gustan) del soneto «A Fray Luis de León: «La alta noche su copa sustantiva / -árbol ilustre- yergue a la bonanza, / total su crecimiento y ramas bellas.» Aleixandre me rectificó con suavidad: aquel poema no había aparecido en Ámbito, aunque haberlo sido por su escritura. (Ahora veo en sus Poesías completas de 1960 que lo recogió en Nacimiento último, donde hay poemas escritos entre el 27 y el 52; y también que lo escogió para su antología Presencias, de 1965.) Pero en general, como dije, apenas habló de su poesía. Sí evocó su discurso de ingreso en la Academia, Algunos caracteres de la nueva poesía española, donde señaló nuevos rumbos (nuevos para entonces, claro) de la lírica de su tierra, a los cuales él no era ajeno: así podía ser objetivo sin dejar de hablar de sí.

No recuerdo acritud alguna en sus palabras, y habría querido conservar con nitidez sus alusiones, positivas todas, a tantos poetas, desaparecidos y vivos. Por desgracia, las tres décadas pasadas desde entonces me han borrado no pocos detalles y no quisiera ser injusto con nadie. A la puerta de la Academia nos despedimos con un cálido apretón de manos.

De vuelta en Cuba me encontré con la publicación de mi libro Alabanzas, conversaciones y le envié de inmediato un ejemplar a Aleixandre. En el verano de ese año me encontraba de nuevo en París cuando recibí una larga carta suya:

«¡Sorpresa! ¡Usted otra vez en Europa! Su libro me llegó y pensé en escribirle a usted despacio desde esta soledad, donde llevo tres meses. Me reservé… y al abrir el equipaje me encontré sin su obra. Así me pasa por mi desorden. Le hablo de memoria, pero su libro me acompañó mucho, después de ser una sorpresa. Ha crecido usted mucho. Tiene una dicción ceñida en transparencia, en su justo verso libre para un fondo complejo y rico. Obtiene usted un desarrollo para sus poemas que se cumple en su proporción. Me parece que el timbre de este libro es inconfundible y es, sin duda un libro importante (espero que usted mismo se dé cuenta de ello) en la nueva poesía cubana, que me precio de conocer bastante bien. (…) Ya veo que no se dará una vuelta por Madrid. lo siento y recuerdo nuestra tarde de diciembre último. Será para mí una satisfacción si usted escribe su recuerdo de aquel día, y le animo a hacerlo, si entra en sus planes. ¡Cuánto me gustaría leerlo y tenerlo! Dentro de un par de días regreso a Madrid. Si baja a España, allí me tiene. (…) Muchas gracias por su libro y adelante con su poesía».

Mi vida iba a complicarse, y a llevarme por derroteros distantes. Cerrada por conocidas razones políticas la Universidad de La Habana, y tras recibir una invitación de José Arrom, y constatar un cierto apagamiento del macartismo en Estados Unidos, estuve un tiempo en la Universidad de Yale, donde ofrecí un curso sobre poesía hispanoamericana contemporánea, y leí de y sobre ella. Volví en 1958 a mi país, y retorné a mi modesta colaboración con el Movimiento de Resistencia Cívica.

Ese mismo año Jorge Mañach, quien vivía en España, realizó en Madrid, entre otras, una interesante entrevista a Aleixandre. Al preguntarle por la poesía cubana él respondió:

«En su tierra de usted, el gran Martí dio con su obra la justa lección. Hoy siento a la poesía cubana como una de las más ricas de aquel hemisferio; y no se lo digo por halagarlo. Reciente aún la desaparición de Brull y de ballagas, vivos dichosamente Nicolás Guillén y Florit, la poesía cubana actual muestra la variedad de su poder en maestros y jóvenes: Lezama, que ha hecho escuela, y Dulce María Loynaz, solitaria; Feijoo, Baquero, Cintio Vitier, Fina García Marruz, Piñera y alguno más. Hasta los últimos, Eliseo Diego, Iznaga, Fernández Retamar, Fayad Jamís, y tantos otros que hacen experimentar, cara al porvenir, La continuidad de la poesía cubana.»

No obstante algún que otro nombre ausente o situado fuera del orden cronológico, Aleixandre reveló aquí, una vez más, su familiaridad con nuestra poesía, y el aprecio con el que la miraba.
A principios de 1959 se produjo en Cuba una eclosión de publicaciones periódicas de carácter cultural. Una de ellas, Nueva Revista Cubana, comenzó a dirigirla Cintio Vitier y luego yo cuando él fue nombrado profesor de una Universidad del centro del país. Apenas apareció la revista Cintio pidió colaboración a Aleixandre, quien le escribió carta dirigida a ambos:

«Queridos amigos: (…) A uno y a otro manifiesto mi satisfacción por la revista, que ha empezado con fuerza y carácter. La veo, con su inteligente entendimiento y medios, a la cabeza de las revistas de América. Defiriendo a vuestros deseos soy ya colaborador de la misma y aquí va mi primer original para ella: «Dos poemas» (…)»

Pocos meses después Aleixandre se dirigió sólo a mí felicitándome otra vez por la publicación y tratando de asegurarse de que habíamos recibido sus textos.

Los años transcurridos desde entonces han sido y siguen siendo un torbellino: hermoso y vertiginoso y creador y amenazado. Quien se haya tomado la molestia de leer las cuantiosas páginas que he escrito en este cuarto de siglo, sabe que más de una vez he pensado y sentido que vivía experiencias como las de aquella entrañable España de 1936-1939 cuyos dramáticos resplandores iluminaron mi infancia. Esto es, desde luego, otra cosa. Pero las memorias se amontonan; y las esperanzas. En este torbellino, además de escribir sin cesar, he desempeñado tareas que no voy a enumerar, con tres excepciones, porque tienen que ver con Aleixandre. En 1962, siendo secretario de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, publiqué mi primer intento de «poesías reunidas» (como llamó a las suyas mi fraterno José María Valverde). Tras enviar el libro a Aleixandre recibí unas líneas en una tarjeta que tenía impresas sus señas personales:

«Mil gracias, amigo mío, por este regalo de su libro Con las manos tendidas (el libro se llama Con las mismas manos) ¡Una hermosa sucesión ardiente!».

No me aparece en mi revuelta papelería otra carta o tarjeta suya. ¿Se han extraviado? ¿No volví a mandarle libros míos? ¿Le fatigaba seguir manteniendo su gigantesca correspondencia? No sé: quizá un poco de todo. Pero Aleixandre quedó muy cerca de mí, porque durante años ofrecí en la Universidad de La Habana un curso sobre poesía española del sigloXX, y hasta publiqué -con fines sólo escolares- una antología de ella en 1965. Aleixandre ocupaba un lugar muy alto en aquel curso.

En 1965 pasé a dirigir, hasta hoy, la revista Casa de las Américas, y mi labor se volcó hacia lo que Martí llamó «nuestra América». En la sección de informaciones varias que en dicha revista se llama «Al pie de la letra», tuve la inmensa alegría de escribir la breve nota «Aleixandre con Nobel». (número 106, enero-febrero de 1978), cuando en 1977 se le otorgó con justicia dicho premio al autor de En un vasto dominio. Después de una presentación escueta de su obra y de aludir a la rica generación a que perteneció, la nota concluía:

«Bien puede decirse que durante los años siniestros del franquismo Aleixandre desempeñó una noble tarea de orientador y estimulador de jóvenes poetas españoles, que le reconocían su cordial magisterio. Es a este poeta al que se le ha otorgado el galardón sueco, en momentos en que su país vive un proceso de apertura. Un abrazo al viejo amigo y constante poeta.»

Los datos que he aportado en estas páginas explican el contexto de estas palabras.

Su muerte (que me llenó de tristeza) me sorprendió de viaje fuera de Cuba. El jefe de redacción de Casa escribió entonces, encabezando «Al pie de la letra» (número 149, marzo-abril de 1985), bellas líneas que ratifiqué en planas, con identificación, y concluían: «el legado de su quehacer literario y vital fue afirmación de amor y negación rotunda de la destrucción».

Atenea, Concepción, Chile, Nº 473, segundo semestre de 1995

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Discurso en la Biblioteca de Fuente Vaqueros. Federico García Lorca, 1931 / Federico García Lorca

Revista Malabia número 62

Discurso en la Biblioteca de Fuente Vaqueros. Federico García Lorca, 1931 / Federico García Lorca

«Cuando alguien va al teatro, a un concierto o a una fiesta de cualquier índole que sea, si la fiesta es de su agrado, recuerda inmediatamente y lamenta que las personas que él quiere no se encuentren allí. ‘Lo que le gustaría esto a mi hermana, a mi padre’, piensa, y no goza ya del espectáculo sino a través de una leve melancolía. Ésta es la melancolía que yo siento, no por la gente de mi casa, que sería pequeño y ruin, sino por todas las criaturas que por falta de medios y por desgracia suya no gozan del supremo bien de la belleza que es vida y es bondad y es serenidad y es pasión.

Por eso no tengo nunca un libro, porque regalo cuantos compro, que son infinitos, y por eso estoy aquí honrado y contento de inaugurar esta biblioteca del pueblo, la primera seguramente en toda la provincia de Granada.

No sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a gritos. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio de Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social.

Yo tengo mucha más lástima de un hombre que quiere saber y no puede, que de un hambriento. Porque un hambriento puede calmar su hambre fácilmente con un pedazo de pan o con unas frutas, pero un hombre que tiene ansia de saber y no tiene medios, sufre una terrible agonía porque son libros, libros, muchos libros los que necesita y ¿dónde están esos libros?

¡Libros! ¡Libros! Hace aquí una palabra mágica que equivale a decir: ‘amor, amor’, y que debían los pueblos pedir como piden pan o como anhelan la lluvia para sus sementeras. Cuando el insigne escritor ruso Fedor Dostoyevsky, padre de la revolución rusa mucho más que Lenin, estaba prisionero en la Siberia, alejado del mundo, entre cuatro paredes y cercado por desoladas llanuras de nieve infinita; y pedía socorro en carta a su lejana familia, sólo decía: ‘¡Enviadme libros, libros, muchos libros para que mi alma no muera!’. Tenía frío y no pedía fuego, tenía terrible sed y no pedía agua: pedía libros, es decir, horizontes, es decir, escaleras para subir la cumbre del espíritu y del corazón. Porque la agonía física, biológica, natural, de un cuerpo por hambre, sed o frío, dura poco, muy poco, pero la agonía del alma insatisfecha dura toda la vida.

Ya ha dicho el gran Menéndez Pidal, uno de los sabios más verdaderos de Europa, que el lema de la República debe ser: ‘Cultura’. Cultura porque sólo a través de ella se pueden resolver los problemas en que hoy se debate el pueblo lleno de fe, pero falto de luz.»

Firma de Lorca
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Diez respuestas a «los notables bobos que organizaron la patota literaria» / Enrique Amorim

Revista Malabia número 62

Diez respuestas a «los notables bobos que organizaron la patota literaria» / Enrique Amorim

¿Qué obras y qué autores han contribuido más a su formación intelectual? ¿Se considera inscripto en una tradición nacional o más vinculado a movimientos estéticos extranjeros?

La formación intelectual no está supeditada a una obra ni a ciertos autores, sino, más bien, a los ambientes en que se desarrolló esa formación. Para mí fueron piedras de toque -pedernales diríamos- Iván Bunin, Maupassant, Chejov. Sin “La Maison Tellier” yo no me habría atrevido a “inventar” La Carreta. En la época en que el escritor resuelve continuar escribiendo recurre a los maestros luego de haber frecuentado, sin pensarlo, a los clásicos. Leí a Sherwood Anderson para penetrarlo. Estoy inscripto en la tradición nacional y los movimiento estéticos extranjeros no son nada más que eso… “movimientos”; cambios, modas, paparrucha al fin.

¿Hay en su vida algún suceso que haya tenido honda influencia sobre su creación intelectual?

Sí. A los quince años tuve un maestro (don Pedro Thévenet), que nos exigía diariamente una copia de cualquier texto-diario, revista, libro. Yo empecé a escribir las diez líneas exigidas sacándolas de mi caletre. Eso me hizo escritor. El maestro calibraba el gusto del alumno, leía en su caligrafía, escudriñaba en las diez líneas. Al fin del año supe que yo tenía capacidad de inventiva. Ya es algo en países sin imaginación. Aquí se copia y poco se inventa, casi nada.

¿Ha podido cumplir con sus propósitos artísticos o algo ha impedido su plena realización? ¿Cuál de las obras que ha escrito le interesa más y por qué?

No tuve muchas dificultades. Mi primera casa editora en serio fue Claridad, de Buenos Aires. Vendieron muchos Tangarupá. Las obras que más quiero son aquellas que Juan Pueblo compró, primero a cincuenta centavos, en ediciones más que baratas; y después, las que empezaron a recorrer el mundo.

¿Cuál es su régimen de trabajo? ¿Tiene obra inédita? ¿Ha tenido dificultades para publicar? ¿En qué obra trabaja y cuáles son sus proyectos?

Siempre he trabajado de ocho a medio día. No he sido noctámbulo. Me gusta el atardecer para la amistad y el diálogo. Están en prensa: Los pájaros y los hombres y Temas de amor en Buenos Aires. Y escribo El Ladero, novela bastante uruguaya. Y en Abril publicaré Mi Patria en tiraje limitado y lamentable.

Qué opina Ud. de la repercusión que ha tenido su obra en el país y fuera de él? ¿Cuál es el mejor crítico que ha tenido?

Alguna carta de Juan Sin Nombre me halaga. El librero que me dice: “Sus libros se venden”, me hace mucho bien. Jamás pregunto cuántos ejemplares. Porque me duele tener que enterarlos de que en Praga o en Moscú la cifra de ventas de El caballo y su sombra y Corral abierto ha llegado a los veinte y los cuarenta mil ejemplares. (Claro… son “lectores cretinos” pero sumamente útiles para la Humanidad).

¿Qué papel entiende Ud. que ha desempeñado la promoción intelectual a la que Ud. pertenece en el desarrollo cultural del país?

Ningún papel. Porque el papel impreso no interesó jamás a los que dirigieron la cultura de mi país. Lo que les interesaba era el papel escrito del diario tradicionalista. Los caudillos admiraban al que tenía el facón junto al cinto. El que les sucedió -el notorio cretino, blanco o colorado- escribía para defender a la burguesía (y aceptando esa condición). Pero la vida sigue siendo dura.

¿Qué función desempeña el intelectual en nuestra sociedad y cuáles son las actividades que según Ud. le corresponden?

En nuestra sociedad el intelectual no cuenta para nada, siempre que no lo asistan la adulonería y el acomodo. Ya debiera haberse escrito sobre El ventajero. Pero está muy dura la vida para hablar con seriedad de “Las funciones del intelectual”. Por ahora debe masticar un pan duro y escaso.

¿Qué medidas concretas estima necesarias para mantener viva la comunicación escritor-público?

Terminar con la discriminación antipatriótica y repugnante. Hay diarios que sólo hablan del escritor si el pobrecito se corre a la sección Sociales y se somete a la insensibilidad indiscriminada de las clases dirigentes. El periódico se ocupa del escritor también cuando se le supone investigador del crimen de “un hombre que sabe demasiado” o se le descubre cocainómano. Antes no cuenta. Habrá que cometer algún lindo delito y huir con sutileza al extranjero. A algunos se los premiaría con cuantiosas ediciones. En resumen: el escritor-público no es posible en una sociedad gobernada por Gentes que no son pueblo

¿Qué piensa de la literatura actual del país, narrativa, poesía y crítica?

Que hay algunas “notables plumas”, como diría uno de esos notables bobos que organizaron la patota literaria. Yo creo que hay creadores de mucho valor sin el menor reconocimiento y que eso es gravísimo y muy penoso.

¿Qué corrientes artísticas o qué autores entiende Ud. que apuntan hacia el porvenir inmediato de las letras?

La única corriente es el realismo en cualquiera de sus formas. Lo demás es lágrima, baba fría, desesperación y unas ganas tremendas de llorar como en la letra del tango.

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Del semanario Marcha, Montevideo, 8 de abril de 1960.

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Orfila Bardesio en Alemania / Orfila Bardesio

Revista Malabia número 62

Orfila Bardesio en Alemania / Orfila Bardesio

Gedichte Poemas - Orfila Bardesio

Con edición coordinada por José I. Fernández Bardesio (hijo de la poeta, destacado compositor e intérprete de guitarra clásica, radicado hace años en Alemania) y traducción de Simone Tillmann y Peter Rosenthal, se publicó la antología bilingüe Gedichte / Poemas (Köln, 2015), de Orfila Bardesio.
La autora (Montevideo, 1922-2009), una de las voces uruguayas más personales y hondas de la Generación del 45, accede en lengua alemana a nuevos lectores y amplía el foco sobre su obra, sin duda merecedora de atenta recepción.
En MALABIA/62 ofrecemos varios poemas del libro. Y, a pie de página, enlaces en internet para un mayor conocimiento de esta reciente edición y la trayectoria de la inolvidable poeta.

EL TOCAR

La cabellera quema el filo
entre la piel y el cielo
con sus llamas:
las encinas no alumbran su follaje
en las florestas lejanas,
los leopardos no encantan
entre verdes cortinas,
las piedras no recuerdan historias
en milenarias intimidades,
el sol no estalla espigas en una tierra azul.

En la mano desnuda
es donde todo sucede.



JULIETA EN EL PÁRAMO

Muertos presentes en el humilde fuego de las cosas
y en los correspondientes movimientos del agua del silencio
que circula entre ellas,
muertos que ya sois flores en el misterio claro,
mirad los cuatro lados de mi muerte,
mirad mis soledades de metal y los guardianes
que me prohíben conocer,
conducid mi tristeza a los jardines de los huesos,
llevad a los espacios mis alegrías circulares,
interrumpid mi sueño con un vino
que sabe que existe,
elegid los mejores latidos que tengo,
juntadlos como tibios guijarros,
y probaos mi frente, mis lágrimas, mi infancia,
seguid por el oscuro corredor hasta mi mesa
y repartid mi pan entre vosotros,
tomad mi voz prestada para decirme al menos
quién os echó desiertos y silencios,
robadme las sonrisas, los pulmones, las manos,
y bebed de los ríos que llevo a la sombra,
antes de que amanezca, aunque mi cuerpo
tiemble como indefensas hierbas,
¡oh muertos!, abrazadme,
abrazadme y cantad antes de que amanezca,
cantad desde mi vida como lluvias consoladas.
Llevadme a la extensión
en los hombros de las libres manzanas,
llevadme por el aire de la tierra hacia el sol,
llevadme a las ventanas donde hierven abejas con setiembre,
llevadme a la pradera en que sucede la gloria de las puertas,
llevadme hacia el ardiente cementerio.



LA QUE PASEA

El aire la recibe cuando anda,
el cielo la posee, los árboles la besan,
la ama el mar.
Sus pies no pertenecen a su cuerpo,
sino al camino.
Sus piernas le obedecen
como columnas a la Música.
Sus pasos desprendidos del tobillo
no caen en el silencio
como sonidos huérfanos.
Cada uno es guardado en la tierra
como campanas en la memoria.
No se aleja, se acerca.
—Alejarse es volver a besar
en el aire que espera—.
Como las olas condenadas
a gastar un lugar
el movimiento no la deja partir.



CISNE

Quédate conmigo,
misterio,
no te desnudes
de golpe,
quédate callado
y oscuro,
es como eres que te quiero,
no explicado por la claridad,
ni disimulado por la apariencia,
quédate en la ventana
abierta al espacio,
cerrada a la intimidad.
Sin ti no sucede la vida,
no se levanta la luz
a no decir lo que es ella
ni lo que somos nosotros.
Y es bello no saberlo.



EL EQUILIBRIO

Cada vez que el silencio
desciende su escalera de pausas
hacia raíces oscuras,
las palabras coronan
gloriosamente los tallos.

Orfila Bardesio
Orfila Bardesio en Köln (Alemania), 17 de julio de 1993.

___________________

ENLACES:

Web sobre el libro:
http://gedichte-bardesio.de/index.html

Homenaje a Orfila Bardesio en la Facultad de Filología de la Universidad de Salamanca / Referencias y poemas de la antología:
http://www.crearensalamanca.com/carta-y-otros-poemas-homenaje-a-orfila-bardesio-en-la-facultad-de-filologia-de-la-universidad-de-salamanca/

En Wikipedia (síntesis bibliográfica y enlaces):
https://es.wikipedia.org/wiki/Orfila_Bardesio

Orfila lee su poema Sueño:
https://www.youtube.com/watch?v=Yk0e0IyCevY

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Número 62

Universalismo abstracto – Universalismo concreto / Joseph Vechtas

Revista Malabia número 62

Universalismo abstracto – Universalismo concreto / Joseph Vechtas

La socialdemocracia toma formas de ocultamiento diferentes. Una de ellas es la oposición al universalismo (kantiano, hegeliano, marxista). De Marx conocemos la tesis XI, cuya teoría critica la mera especulación sobre la explotación del hombre por el hombre. En cuanto a Kant, pese a las objeciones que puedan hacérsele a su pensamiento, se olvida su imperativo categórico: “No se debe tomar a la persona como simple medio sino como fin en sí mismo”. Es justo lo contrario al capitalismo, para el cual el beneficio es lo incondicionado y la persona un simple medio para lograr ese beneficio. Toma a la persona como Aristóteles, para quien “el esclavo es una máquina viviente”. Su etapa más extrema es el capitalismo “salvaje”.

El profesor Miguel Benasayag –entrevistado por eldiario.es a mediados de 2015 y publicado luego por el semanario Brecha (18/03/2016)– utiliza, como yo, el término “universalismo concreto”, que rescata al ciudadano como persona en situación concreta –igual que el situacionismo francés–.

El fundamento de la democracia es la universalidad de los DDHH. La Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano de la Revolución francesa del 89 no explicitó que su concepción del hombre y el ciudadano era en realidad el propietario. Apenas la burguesía controló el poder, confirmó de hecho y de derecho que la universalidad de los Derechos humanos, y ciudadanos, era declarativa. Lo inviolable y sagrado era su propiedad individual y su conducción del Estado. Desconoció el derecho al voto de la mayoría no propietaria lo mismo que Luis XIV (“El Estado soy yo”). Se prohibieron las huelgas y asociaciones obreras. Las tropas comenzaron a disparar contra los manifestantes. O sea, que democracia (universalista) y capitalismo (individualista) son contradictorios en los términos, un oxímoron; y no sólo en economía.

Contra el universalismo abstracto, el crítico argentino apela al individuo en su situación concreta.


La situación

El profesor Benasayag define “situación”: “es la unidad que permite volver a territorializar la vida, el pensamiento y la acción”. Pero como el neoliberalismo está “localizado”, la solución aproximada –no utópica– del problema concreto, es combatirlo en esa situación concreta. Para evitar la “dispersión” y el relativismo post moderno, el inmediatismo propio de la economía neoliberal, que deja de lado el universalismo abstracto (kantiano, marxista, hegeliano), propone: “pensar una unidad múltiple, convergente, que permita un nivel de inteligibilidad y comprensión, de exigencia ética y política, que no mire con el espejo retrovisor al pasado ni se haga cómplice… del individualismo neoliberal”. Esto permitiría la acción y una “nueva racionalidad”. ¿Volvemos al presentismo, saltándonos la historia, el origen del problema? El concepto desecha lo accesorio y recoge lo esencial de la realidad. Es imposible actuar sin guiarse por un criterio general, orientador de la práctica de una realidad múltiple y compleja. Para evitar desconocer los casos concretos, y no caer en las soluciones ideales y abstractas –“desde ninguna parte y para todas”– propone “dinámicas universales”. En Francia, las mujeres musulmanas afirman su dignidad con el velo. En Arabia Saudita, lo digno es quitárselo. En Francia hay que permitir el velo; en Arabia Saudita, apoyar a quienes se lo quitan. Esto confirma al universalismo concreto, aplicado a la situación; serían las “dinámicas universales”.

“El neoliberalismo es global pero distinto, autónomo, según el país, el lugar, la fábrica. El neoliberalismo, la gestión empresarial de la vida, es una lógica global, pero se dispersa en el infinito de las situaciones (la escuela, la salud y la naturaleza son gestionadas como empresas)”. “Uno no encuentra al neoliberalismo más que bajo sus diversos modos de existencia, compuesto de prácticas cotidianas, de relaciones sociales y nosotros mismos participamos en esta explotación a la que estamos sometidos…; sólo existe dentro de cada situación concreta”.


El beneficio como absoluto

Estoy de acuerdo, pero ¿cómo explicarse los monopolios globales, la concentración del capital y las empresas; que el 1% (doscientas mil familias) acumule el 99% de la riqueza planetaria?

Son las plutocracias que financian a los partidos y corrompen a los gobiernos que las representan. En un pasaje afirma: “El neoliberalismo se desarrolla como una estrategia sin estrategas (¡!) que (subrayo) tiene autonomía y que no es manejada por nadie. Los que se benefician de él no lo pueden dirigir ni orientar”.

¿El capitalismo global carece de tácticas y estrategias unificadas por el axioma de obtener el mayor lucro al menor costo… y como sea? ¿Es así el capitalismo de la revolución industrial, del XVIII, del XIX y parte del XX? ¿Qué propósito tuvo el Consenso de Washington, de qué intereses se trató en Davos? ¿Qué nos imponen el FMI, el BC, la UE? ¿Cuál es la estrategia de colonizar a Grecia por deudas? ¿Quiénes están detrás del Imperio? Si el capitalismo no necesita expandirse (Marx), concertar y globalizarse, Las venas abiertas de América Latina es una novela de ficción.

¿No son los holdings quienes maquinan sus negocios, mienten, destruyen y reconstruyen ciudades, países, continentes, con los eufemísticos daños colaterales, cuyas muertes y víctimas superan las de los ejércitos profesionales?


El todo y las partes

Si “el todo está en cada una de las partes”, ¿no es evidente que lo común es el sistema capitalista, industrial o financiero, no importa la situación concreta en que se imponga? Donde sea, su valor incondicionado es el beneficio, no la persona (incluso el automatismo, busca prescindir de la mano de obra y aumentar el lucro). Premisa que contradice el universalismo “abstracto” kantiano, repito: “No usar a la persona como un simple medio sino como un fin en sí mismo”.

La premisa del sistema niega, de hecho, el discurso democrático burgués –declarativo– de las Constituciones. No es de extrañar que se incumpla mayoritariamente por la propia lógica del beneficio: la apropiación de la plusvalía. ¿La solución es el “arreglo”, el diálogo? Cuando la acumulación de plusvalía se ve amenazada por las “exigencias” de los trabajadores de donde fuere, acuden a sus leyes y a la violencia. ¿No es el modus operandi de la economía obtener el mayor beneficio, así sea hambreando a quienes producen la riqueza?

Las revoluciones no las urden los “militantes tristes” (mención desafortunada) del psicólogo filósofo, que “no se comprometen (¡?) construyendo situaciones concretas” sino que actúan por ideas abstractas, ideales; por un “deber moral de cómo deben ser las cosas”. “Las ideas son ideas… No todo lo que es posible en el mundo de las ideas es composible” (término lógico de Leibniz, para quien estamos en “el mejor de los mundos posibles” creables por Dios; idea satirizada por el Cándido o el optimismo de Voltaire).

¿No es la filosofía del “esto es lo que hay”, el conformismo, la resignación, la naturalización que busca la ideología? Por ende, hagamos “arreglos” según la situación, no lo que “debe ser”: la distribución de la riqueza para quienes la producen. Un salario justo, que permita alimentar y educar a los hijos, realizar las potencialidades personales. Sabemos cuántas calorías, lípidos, minerales, necesitamos; cuánto para la educación, para el recreo.


El cambio social

Le preguntan cómo piensa el cambio social y responde: “Como una resultante de fuerzas”. Unos empujan de un lado del ropero, otros del otro, y no resulta lo que quiere cada uno –la síntesis hegeliana, sin mencionarla–. Las sociedades no cambian por una simple toma de poder (estoy de acuerdo), sino “por un largo proceso práctico y teórico, que no es lineal”. (“Largo me lo fiáis”, de Don Juan).

Para él, cambian con “arreglos”, transacciones (el gradualismo popperiano). Un paisito hoy, otro mañana. Limpiar un pantano sin salir del mismo. Optimismo político que no cuenta con la experiencia histórica: el gradualismo conduce a la represión, no al cambio. Las élites de poder ponen un non plus ultra a lo que atenta contra sus intereses. ¿Cómo explicar, si no, las medidas esenciales por reclamos laborales y la fuerza pública para reprimirlos? Las masacres. Lo único necesario para el liberalismo económico –que pretenden confundir con el político– es la seguridad de la propiedad privada, el orden público y el laissez-faire, laissez-passer para sus negociados, la evasión de impuestos, la industria de la guerra. El huevo de la serpiente de las crisis cíclicas. La social-democracia, el gradualismo, cuando el sistema peligra, opta por el sistema. Adhirió al imperialismo en la Primera Guerra Mundial enviando a morir a los trabajadores enfervorizados por salvar una patria que los excluía (murieron unos treinta millones). Luego, entre guerras, continuó con la pesadilla del nazismo, en una Alemania abrumada por las reparaciones bélicas, y se retomó en la Segunda Guerra.

La solución gradualista fue la del laborismo inglés, el socialismo francés, el español, el latinoamericano, elegidos por las crisis y la corrupción conservadoras. Duran lo que los ciclos favorables. Ya aferrados al poder, no entienden otra opción que asemejarse y mantener el orden establecido, por horror al vacío, al cambio.

La democracia se salva con más democracia, se dice. De no cambiar el sistema, nos precipitamos a una edad oscura, como teme Hobsbawn al final de su Historia del siglo XX.

Joseph Vechtas
Montevideo, 22.03.2016

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Número 62

Intruso en el jardín de la memoria / Héctor Rosales

Revista Malabia número 62

Intruso en el jardín de la memoria / Héctor Rosales

El 30 de marzo de 2001 el semanario sueco Liberación publicaba un artículo de Rosales sobre la trayectoria del profesor de Filosofía, artista plástico, narrador y poeta Joseph Vechtas, un inquieto intelectual uruguayo del que también ofrecemos un texto reciente e inédito en este nuevo número de Malabia.

A casi 16 años de su escritura, esta semblanza sigue vigente para conocer al veterano profesor.
Y al mismo tiempo celebrar su coherente resistencia, su esfuerzo permanente por construir una sólida y alta cultura para mayor beneficio de la sociedad.

Vechtas - Figari
Vechtas, firmando en la presentación de su ensayo Figari / estética, arte, pintura (Museo Figari, Montevideo, 31/05/2012)

Primeros puentes

Sobre la mesa de trabajo hay cuatro ejemplares de una interesante publicación uruguaya titulada Garcín / Libro de Cultura. Conservo esos números (del 2 al 5, años 1981/82) y casi la certeza de que fue a través de estas páginas donde aparecieron por primera vez poemas míos en el suelo natal. La certeza es completa cuando reconozco que fue allí donde conocí el nombre de Joseph Vechtas. En las cuatro ediciones aparecen otras tantas partes de un excelente enfoque suyo sobre la figura de Torres García. Este ensayo y las coordenadas generales donde transitó el proyecto Garcín, toda una cruzada en pro de la cultura uruguaya y sus canales internos y externos, cobran una luz especial al comprobar –a casi dos décadas de distancia– la buena salud de aquella serie dirigida por José María Nerone.

Esos puentes trajeron también perdurables y generosas amistades a mi vida, poetas y profesores como Álvaro Miranda, Juan María Fortunato y el propio Vechtas. Todos auténticos “corredores de fondo” en el ejercicio de las letras, personalidades que han venido desarrollando su labor al margen de modas, capillas, pirotecnias. Cultivadores de la palabra nacida de una verdadera motivación personal (la escritura como expresión de algo sustancial, improrrogable en el silencio), con detonantes y planteamientos estéticos distintos en cada caso.

¿Cómo comunicar estas obras en un rincón tan aislado como el Uruguay de 1980 (sin recursos editoriales ni económicos, sin libertades, y sin ese actual mecenas llamado internet), sabiendo de antemano que estarían relegadas al más minoritario anaquel social?

Más allá de la estrategia del autor para la circulación de su trabajo, es innegable la profunda vocación que sustentó la génesis del mismo. Y es en la vocación del artista (según me dijera Nelson Marra en Barcelona y en aquellos años) donde al final se comprueba lo más valioso de su esfuerzo.

Los cimientos iniciales de los puentes con Vechtas se edificaron, pues, sobre las oscuras aguas del Río de la Plata de los primeros ochenta. En su último poemario [El presente incesante] hay un texto titulado Puentes, que extiende hasta hoy una parte de aquella química histórica, la cual no deja de ser un pasaporte hacia cualquier época humana: ”Un puente es un hombre / yendo hacia otros hombres. / Cadena de palabras / con las hebras del aire. / Un hombre es un puente / tendido entre dos nadas, / cual huidizos versos / que duran un instante / y penden de la voz / y del olvido”.


Itinerario

Las raíces familiares de Joseph Vechtas provienen del este europeo, aunque él nace en París en 1934. Establecido tempranamente en Uruguay, con una significativa incidencia de la posguerra que, intuyo, serviría de acicate para sus estudios filosóficos, la personalidad y bagaje cultural de nuestro autor, responden a las del típico montevideano formado a caballo de las décadas cincuenta y sesenta, aunque con una propulsión extra derivada de su inquieta naturaleza individual, una pasión vital y una curiosidad multidisciplinar nada frecuentes en su sociedad adoptiva.

Vechtas ejerció durante años el profesorado de Filosofía, con incursiones paralelas en el ensayo, la narrativa y la poesía. Además de sus colaboraciones con Garcín, ha publicado artículos y poemas en Jaque, La Semana [de El Día], Asamblea, Brecha y otras revistas y periódicos. La obra poética editada, comprende los siguientes títulos: Hombre libre y la ciudad del exilio (Banda Oriental, Montevideo, 1984), Cosmoagónicas (Banda Oriental, Mdeo., 1992) y El presente incesante (Montevideo, 1998).

Su dedicación a la plástica se remonta prácticamente a la niñez. Discípulo muy joven de Torres García, son ilustrativas las semblanzas que del maestro y su entorno realizara Vechtas al comienzo del citado enfoque en Garcín (Año I, Nº 2, pág. 91, Montevideo, setiembre 1981). Pienso que en estos apuntes el autor no sólo sintetiza un fiel retrato del venerable creador y docente, también nos presenta su propia experiencia de lo pictórico, la cual tiene claras resonancias en su vertiente poética.

“(…) quiero comenzar por mi vinculación existencial con el maestro. Cuando falleció estaba alejado del Taller, por diversas razones. Mi paso fue fugaz y marginado después de un curso inútil con M. Rosé. Con los años advertí cuán profunda, sin embargo, había sido para mí esa relación. No se aceptaban más alumnos. Llevé mi cuadrito, me aceptó. Tal vez Gurvich hizo lo suyo… no lo sé. Era mi primer contacto. Asistí a algunas conferencias. Respiré ese ambiente espiritual: lo veneraban. Augusto Torres me dio una, dos clases en Abayubá. Los demás eran grandes y artistas; yo, pequeño, callado, introvertido. Aquello, un templo donde pintar era orar. Luego, Alpuy; un año, tal vez dos. El espíritu del arte me entraba con el olor del óleo. Dibujé hasta aburrirme. Pinté un cuadro, alguno más. Lo asocio al azul y a la música: la Sinfonía infantil de Haydn y la alegría luminosa de la experiencia plástica. Un enorme domingo vital. Frecuentaba el taller de Gurvich: una pieza oscura, telas escondidas debajo de la cama, caballete asomado a la poca luz que la madre le barría a la puerta –ella lo adoraba–; le salían cosas de una gran poesía.

(…) Un día el maestro tuvo unas pocas, generosas palabras para un bodegón que yo pintara:

“Eso es, eso es”. Nada más. Lo que él quería. Fue una gentileza suya. Yo no abrí la boca. Los grandes me rodearon con su simpatía.

(…) Cuando recibí la espantosa noticia, apenas había cumplido quince años y ya hacía un buen tiempo que abandonara aquello. Mi última imagen se liga a unas palabras, breves, significativas: las dijo al reconocerme, en la Exposición. Me previno. Mas yo era demasiado joven, demasiado. Y me alejé, definitivamente. Pero no me corre decirlo: mi homenaje fue llorar violentamente su muerte que, pese a los años, no esperaba, me resistía a aceptar. No fueron sólo las plúmbeas clases de dibujo, la demora en hacerme tomar los colores, sino motivos más profundos: escozor al espíritu de escuela, a las versiones aburridas de sus búsquedas, al verticalismo –así lo sentía–, a la ausencia de sentido crítico, a las chicas snob que invadieron la cueva de Rondeau, ajenas a la mística del arte, ese oficio… Releyendo las obras del maestro, comprendo muchas cosas; lo rechacé visceralmente, sin iniciación teórica y lo que todavía acepto, más, respeto, en ese hombre a quien debo la imagen del maestro, de la seriedad artística, de la religión por lo bello –eso tan terrible, como sabía Homero–.

Aprendí a percibir el tono, a valorar un empaste, a sentir la morbidez de la pasta, el frotar de las cerdas, a captar la unidad de un todo, a sentir la solidez de una estructura, a apreciar el plano, a advertir la inteligencia constructora, la sensibilidad de la materia, la música de un ritmo, la música de un ritmo. Y me ha ayudado a comprender que ciertas afirmaciones puramente teóricas, inválidas tal vez desde el miraje estético, o contradictorias simplemente, se resuelven en la experiencia plástica, se retraducen en un código pictórico. En el decir, se adivina un hacer. Y a la larga, en Torres, es lo que prima: curó los ojos, articuló las manos, enseñó pintura”.


Los estudios de Vechtas en el Taller Torres García se realizaron desde 1946 a 1949. Entre 1947 y 1948 también estudió en el Taller de Uruguay Alpuy, recibiendo, paralelamente, orientación artística de José Gurvich. Egresó de la Escuela Nacional de Bellas Artes (Taller Anhelo Hernández) en 1994.

El propio Hernández, al final de su presentación en el impreso de la más reciente exposición de Vechtas (Asociación Cristiana de Jóvenes, Montevideo, abril/mayo 2000), describe atinadamente algunas de las características del que fuera su alumno:

“(…) Joseph aborda las apariencias cotidianas, la calle, la casa, la ventana, los árboles, las huertas, para transformarlas, por una suerte de decantación, de maduración, en los testimonios de un orden. Para ello somete todo lo que es experiencia visual, así a lo hermoso como a lo que no nos lo parece, a una clase de cristalización de la que surge una verdad, la suya. No símil sino versión, no ocurrencia sino parte descamada de sí mismo”.

Joseph Vechtas comenzó a exponer en 1954 (individual, Grupo Erato, Mdeo.). Dentro de la capital uruguaya alternó muestras individuales y colectivas, obteniendo el Primer Premio en el IV salón de artes plásticas de la Asociación de Estudiantes (1960) y el Segundo Premio en el Primer Salón de Independientes de la Alianza Francesa (1975).


Las ideas y la vida

Los libros de Joseph Vechtas dan fe de un compromiso serio y humanísimo con el hombre y su especie. Poeta de aliento machadiano y emparentado en cierta medida con el halo entrañable, despojado y suburbial del uruguayo Líber Falco, la poética de Vechtas se juega desde el comienzo a cuidar el tono, la honesta vibración de cada pieza. Busca y consigue una verosimilitud sustentada en versos que se proyectan con claridad y fluidez expresivas, más afiliados a la sentencia, la reflexión personal, histórico o filosófica (en buena parte metafísica), que a la experimentación lingüística, la caza de la originalidad o el afán de encerrarse en el misterio, recursos completamente lícitos, pero que en tantas ocasiones distraen a los autores de un planteamiento formal tan antiguo como imperecedero: escribir sobre lo que se siente, lo que se considera esencial del momento en que se vive, lo inherente a la identidad individual o colectiva, todo aquello que afile las armas del pensamiento o encienda el farol compartido de la emoción.

La temática de fondo no puede ser más clásica: el amor, la vida y la muerte.

Releyendo la mayor parte de su obra se advierte una voz apasionada, mucho más enamorada de la vida de lo que ella misma se empeña en cuestionar mediante los versos más desolados. Vechtas, si bien ha perseguido durante toda su existencia un conocimiento trascendente y redentor de las circunstancias humanas, no ignora la inútil batalla de las palabras para iluminar el mecanismo de fondo de los días y sus criaturas: “Por más que el hombre quiera / aprehender la realidad con las palabras, / se desvanecen espectrales en el aire; / la realidad, ajena / al diálogo y al ruego, / ciudad de eternidades sucesivas”. (La noche, de Cosmoagónicas).

En su primer libro, Hombre libre y la ciudad del exilio, donde comparto la opinión de Jorge Albistur: “una de las más conmovedoras versiones de la angustia colectiva padecida en los años de la dictadura”, el poema final trasladaba al lector a una perspectiva de superación, de dinámica positiva, de fe en un destino plural (incluso sobrehumano), que está en la base de toda la estructura vivencial de Vechtas.

A través de sus siguientes volúmenes, portadores de situaciones, imágenes y propuestas de carácter más intimista, el poeta se afianza en versos que sin dejar de ataviarse de la tónica popular (prima una lúcida y, en algunos pasajes, casi coloquial comunicación con el lector), introducen un hálito espiritual, heredero tal vez de la religiosidad de fondo que preconizaba su viejo maestro Torres García, quien afirmaba que el pintor “vive, pues, místicamente, con espíritu religioso (…). Y si de alguna pintura puede decirse que está del lado de Dios, mayormente lo estará el Arte Constructivo”. Vechtas postularía años después, en la primera estrofa de su poema Como la eternidad a veces (El presente incesante): “Hay que mirarse a veces / como la eternidad nos mira, / ver a nuestros pies el agua / que corre de la vida, / como debe mirar Dios desde su torre”.

Ricardo Pallares, en el prólogo a este último libro, añade: “De allí también nacerían la sensualidad de esta poesía, la suavidad irónica de ciertas nostalgias, la derivación filosófica, el ropaje para los recuerdos, la multiplicación de imágenes relativas al orden de la naturaleza primordial, la manifestación intensa del deseo, la celebración de la vida que se posee, la recurrente confesión de cosas que se sufren”.


Intruso en el jardín de la memoria

Cuando regresé a Montevideo en 1986, luego de más de siete años de ausencia, tuve ocasión de conocer personalmente a Joseph Vechtas y su familia. Nuestros reencuentros se sucedieron en viajes posteriores y siempre (desde antes de aquel año) hemos mantenido un diálogo epistolar tan cálido como enriquecedor para quien escribe estas líneas.

Nombro las cartas porque precisamente a través de ellas he calibrado a partes iguales dos constantes en la vida de este amigo. Una: su tenacidad creativa e intelectual, la aplicación permanente en lecturas y trabajos. Otra: el enorme esfuerzo de una empresa individual tan decente y válida, como marginada por una sociedad que no atiende aquellos aportes sin sintonía ni inquilinato con la historia o las vanguardias reducidas a ombligos oficiales.

Uruguay, empatando escasa población y despilfarro humano, sigue permitiéndose, con tanta insolencia como torpeza, que personas de la dignidad artística y la altura docente de Joseph Vechtas sean algo parecido a un alienígena, no por su naturaleza, sino porque el propio ámbito decidió olvidarse de los rasgos de sus habitantes más despiertos.

El poeta, en unos versos aparecidos en Asamblea (Montevideo, 30/10/1985), pedía a la muerte: “Llévame en un sueño como entré en la vida, / intruso en el jardín de la memoria”.

Yo preferiría que sea el mismo pueblo al que Vechtas se entregó con cuerpo y alma quien le recuerde en el jardín del presente incesante, quien visite su múltiple obra, sus análisis del panorama estético, filosófico y social, el diálogo personal que el veterano profesor todavía (y que sea por muchos años) ofrece y ofrecerá, generoso a cuanto interlocutor se acerque con noble intención.

En el vértice de la calle Obligado con Libertad, barrio donde vive, o en cualquier calle de la inefable Montevideo, cuentan ustedes con un pintor que les anotará la existencia con luces/palabras reconocibles, porque cada tela y cada página tienen la temperatura y el temblor de las palabras que recobran su memoria, la memoria de todos, nunca de nadie.

Héctor Rosales.
Barcelona, julio de 2000

____________________

Nota de redacción:
Incluimos enlace a una página de El País Cultural (Montevideo, 27/11/2015)
donde se publica un poema de Vechtas y archivo de lectura en su voz.
Además de una ficha bibliográfica actualizada:
http://www.elpais.com.uy/cultural/poesia-lxxxii-joseph-vechtas.html

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Apuntes sobre Benedetti / Federico Nogara

Revista Malabia número 62

Apuntes sobre Benedetti / Federico Nogara

El Benedetti político

Los escritores y lectores deberían tener claro, a estas alturas, que la escritura es siempre política. “Es tan absurdo pretender que todo hombre intelectual, todo escritor, todo artista, se dedique a la militancia política, como pretender que se aparte y se desentienda de la vida política de su país. Que se quiera dejar “la política para los políticos”. En principio, políticos somos todos en cierto modo; lo somos necesariamente, por el simple hecho de vivir en el seno de una sociedad políticamente organizada. Lo político es una condición de hecho de nuestra realidad social a la que, prácticamente, tampoco podemos eludir. Estamos en lo político como estamos en lo telúrico. Podemos actuar o abstenernos, pero no podemos eludir los efectos de las condiciones de esa realidad sobre nuestras propias condiciones personales de vida”. (1)

También deberíamos tener claro todos (agregando los opinadores a escritores y lectores) otro elemento fundamental para acercarse a una obra: las opiniones políticas de un escritor muchas veces van por el lado opuesto de su escritura. Como bien señala Rodríguez Monegal, Balzac se declaraba monárquico y católico, pero su pintura de la sociedad francesa de la primera mitad del XIX no transitaba por esas piadosas ficciones; D´Annunzio estaba cercano al fascismo, aunque en su obra no defiende la sociedad burguesa, conservadora de la familia y el Estado, de las buenas costumbres y la propiedad privada, que son la base de ese pensamiento; Céline es en sus obras partidario del caos y del absurdo, atravesado todo por una piedad que sólo sabe expresarse en el insulto y la cólera (en su obra no aparece el antisemita). Y conocido es el caso del revolucionario marxista y ateo que reivindicaba a Gógol como el escritor que mejor había entendido el «alma» rusa, dejando de lado que el escritor se declaraba zarista y católico.

Mario Benedetti (1920-2009) es un escritor abiertamente político. No existe la menor contradicción entre sus opinones y su obra, que las refleja con claridad. Pero podríamos señalar dos etapas en su escritura: la primera con libros como Montevideanos, Poemas de oficina, La tregua y Gracias por el fuego, donde los problemas «morales» de la sociedad uruguaya (como él mismo los llama) son el centro del relato y de la preocupación del autor, y una segunda que se inicia en 1960 con el ensayo El país de la cola de paja, se define en el relato en verso El cumpleaños de Juan Ángel -homenaje a los guerrilleros del MLN y dedicado a su líder Raúl Sendic- y se remata en el «desexilio».

Hoy, a la distancia, algunos opinan que los críticos de aquella primera época eran complacientes con los libros del autor. Nada de eso. Cierto es que Montevideanos, una obra primeriza, alentaba grandes expectativas, de ahí la complacencia; pero ya en las siguientes, en las que el autor definía estilo y temas, las críticas negativas aparecieron. Pongo algunos ejemplos:

«Sus personajes son siempre el mismo: un montevideano de clase media, mediocre y lúcidamente consciente de su mediocridad, desvitalizado, con miedo a vivir, resentido contra sí mismo, quejoso del país y de los otros, egoísta por la incapacidad de comunicarse, de entregarse entero a una pasión, candidato al suicidio si no suicida vocacional. El personaje cambia de edad y de nombre, de condición social y de esperanzas superficiales, pero en su entraña es el mismo.» (2). «La tregua, considerada la mejor novela de Benedetti, baja sin embargo la guardia estilística y asume una forma lineal y tradicional de diario íntimo.» (3). «Como los personajes que pinta, la escritura de Benedetti es opaca, grisácea, despojada de efectos intensos. La tregua paga tributo a un realismo un tanto sentimental. Sus personajes -salvo viñetas aisladas- son desdibujados.» (4)

Convendría hacer un poco de historia. Benedetti nació en Montevideo en 1920, unos años después de las reformas progresistas del gobierno de Batlle y Ordóñez (jubilación a los 65 años, prohibición de trabajar a los menores de 13 años, el divorcio, el voto de la mujer, etc.), que junto al crecimiento de las exportaciones y de la renta agraria -distribuída entre la pequeña burguesía de la ciudad, naturalmente partidaria de un orden democrático y parlamentario liberal de corte europeo-, creaban las condiciones para que el país entrara en una suerte de capitalismo tardío. La era de bienestar general se prolongará seis décadas.

«El Uruguay urbano comenzaba a ser ya un país de ahorristas, pequeños propietarios, empleados públicos bien remunerados y artesanos independientes. El batllismo es su expresión política; el positivismo, su filosofía; la literatura francesa su arquetipo. Es la ciudad de los templos protestantes, de los importadores, de los maestros poetas. Reina un tibio confort hogareño, una actitud ahistórica, una propensión portuaria. Uruguay se ha «belganizado»; un alto nivel de vida en la semi-colonia próspera ha sepultado los ideales nacionales. De ahí que ignore su origen, pues nada le importa de él. El hijo o nieto de inmigrantes permanece vuelto de espaldas a la Banda Oriental, a las Provincias Unidas, a la América criolla. Vive replegado sobre sí mismo en una antesala confortable de la grande Europa». (5)

Después de la guerra de Corea (1950-1953) -durante la cual Uruguay aumentó sus exportaciones a Estados Unidos de manera importante- y de la recuperación europea acabada la Segunda Guerra Mundial, comenzó la decadencia económica del país. Pese al bienestar de la primera mitad del siglo, el Uruguay carecía de bases económicas sólidas. El régimen de tenencia de la tierra –fundamental es la tierra en un país agrario y ganadero- no había cambiado desde la época colonial, era (y es) el latifundio. Un grupo reducido de familias eran dueñas del 90% del territorio nacional (hoy la mayoría del territorio nacional está en manos de compañías extranjeras). No necesito entrar en detalles de lo que significó, y significa, el latifundio, sólo señalar que las grandes estancias necesitan muy poca mano de obra. En estas condiciones la mayoría de la población se fue amontonando en la capital, problema que aún hoy se mantiene, y nace una figura que será clave en el imaginario popular, el empleado público, que marcará la época y, de paso, la escritura de Benedetti. ¿Era el empleo público un seguro de paro?

El país, poco a poco, empezó a caer en la decadencia y los conflictos sociales se agudizaron. Hasta que en 1958 Cuba decidió dar un paso al frente. La revolución cubana fue un terremoto que sacudió a todo el subcontinente, balcanizado por los intereses de la grandes potencias (América Latina debería ser los Estados Unidos del Sur). Los latinoamericanos dejaron de verse como ciudadanos de segunda casi anónimos: existían, tenían una identidad, y encima estaban llevando a la práctica las utopías europeas que los propios europeos comenzaban a olvidar.

El problema de la balcanización fue particularmente complejo en Uruguay. Retrocedamos cien años desde la fecha de nacimiento de Benedetti. Artigas, quien luchara y venciera en la guerra de liberación de la corona española, está acorralado por las tropas portuguesas venidas de Brasil (con el patrocinio inglés), el Directorio de Buenos Aires y la traición de sus propios hombres. El territorio por el que luchaba, su territorio, su «patria», languidecía: eran las Provincias Unidas, que abarcaban el Uruguay actual, gran parte de Río Grande del Sur y las provincias hoy argentinas de Santa Fe, Corrientes, Córdoba, Misiones y Entre Ríos. ¿Cuál había sido su falta para ser perseguido tan ferozmente? Haberse planteado la unidad latinoamericana (opuesta a la balcanización que buscaban las potencias europeas, en especial Inglaterra) y querer llevar a cabo una reforma agraria que favoreciera a los más débiles. Vencido, debe refugiarse en el exilio paraguayo, donde dirá a quienes van a buscarlo para que vuelva a «su patria»: “Yo no tengo patria”. Morirá pobre pero no olvidado, ni por los paisanos por y con los que luchó, ni por sus enemigos, «curiosamente» todos gente de gobierno y fortuna. Estos últimos desatarán primero la leyenda negra, para luego, de acuerdo a su conveniencia, convertirlo en héroe nacional.

La leyenda negra comenzó con un escrito descalificador del doctor Cavia y continuó, entre otros, con personalidades del calibre de Bartolomé Mitre, Sarmiento y los enviados del gobierno de Estados Unidos a América Latina en 1818 para estudiar la situación (Graham, Bland, Brackenridge). «Gobierna como un cacique indio, imparte justicia como le da la gana, degüella, actúa como un rey de Argel, no tiene otro sistema que el desorden, la fiereza y el despotismo», fueron algunas de las acusaciones al Protector de los Pueblos Libres. A raíz de ellas comenzó a usarse su nombre en el Montevideo «europeo» cono sinónimo de malo («más malo que Artigas» era el dicho popular). En Gran Bretaña se decía que bebía sangre de yeguas y lanzaba a sus enemigos desde las colinas envueltos en cueros de vaca. Para Artigas, la muerte (1850) no significó el final de las vicisitudes, estas pasaron de la persecución al exilio y siguieron, ya muerto, con el abandono: recién en 1855 se nombró una comisión para repatriar sus restos, y no se hizo por altruismo, sino porque el país necesitaba una figura que calmara los continuos enfrentamientos entre blancos y colorados, los dos partidos nacidos en 1836 tras la batalla de Carpintería. La repatriación al final tuvo lugar, pero la situación política se complicó y los restos del caudillo quedaron olvidados en el puerto de Montevideo durante largo tiempo.

«Fue recién en 1860 que comenzó la revalorización de Artigas: Isidoro de María, Francisco Frageiro, Francisco Bauzá, Máximo Santos y, por supuesto, Eduardo Acevedo todos contribuyeron a promover una nueva revisión del juicio negativo que condicionaban los estudios al respecto. Es evidente que Artigas no concordaba con los intereses de las clases altas que se encargaron no solo de sacarlo del medio, sino de destruir su memoria. Artigas era un hombre de su tiempo, era un gaucho y peleaba por sus ideales y representaba a las clases menos poderosas opuestas a las de los hombres de levita. Sin embargo, cuando fue necesario crear el ideario nacional, se recurrirá a su memoria y se construirá una nueva imagen del héroe, ya no visto como lobo devorador ni bandido degollador. Entonces, su figura servirá a los fines de la clase dirigente para atraer a las masas y crear así la idea de una nación unida» (6)

“A partir de la Triple Alianza, el viejo partido blanco quedó agonizante. Si bien las masas del interior mantenían existencialmente la raigambre federal, la insularidad uruguaya consolidada dio la victoria definitiva a la ideología liberal-mercantil del unitarismo. No sólo fueron unitarias las vigencias coloradas, también lo fueron las del patriciado de origen blanco. Los vencidos comulgaban con los vencedores (…) Y fue especialmente a partir de 1880 cuando quedó estabilizada la balcanización general latinoamericana, que se comenzó a sentir la necesidad de consolidar una conciencia uruguaya común superando el cisma interior de blancos y colorados y así fue tomando vuelo el regreso de Artigas. Un regreso singular y distinto. Ahora sería el gran mito unificador del país. ¡Los temores inamistosos y certeros de un Juan Carlos Gómez o un Melián Lafinur de ver transfigurado a Artigas en un edulcorado Washington o Jefferson se han cumplido! Un Uruguay separado del resto de América Latina, quitando además a Artigas su dimensión social, debía endiosar a un Artigas abstracto, inofensivo, jurista, poseedor de las Tablas de la Ley. Reducido a un antecedente mítico de nuestra estructura jurídica. Nuestro Solón, o Moisés, o Licurgo. ¡Es la última victoria de Mayo!” (7)

Latifundio, país inventado, historia escamoteada, índices de pobreza bajos pero nunca resueltos, corrupción política, héroe nacional creado por el interés de los partidos tradicionales, campo y ciudad opuestos y en pugna continua, reforma agraria siempre postergada. Todo cubierto durante muchos años por el manto de una economía en apariencia boyante, bendecida de forma indirecta por una numerosa inmigración.

Aunque hubo estudios individuales sobre estos temas, lo atesoran numerosos documentos de historiadores y pensadores, nunca se llegó al debate abierto, colectivo, tan necesario. Benedetti, por su implicación y representatividad, tendría que ser un elemento importante en ese debate.

La segunda etapa de su obra arranca con El país de la cola de paja En él seguía criticando los mismos males sociales que en sus libros de ficción -la cobardía civil, la hipocresía (fallutería), la manipulación sindical, la mentalidad mediocre de la burocracia, la represión como modo de gobernar- pero ahora en forma de ensayo. El libro no cayó bien, sobre todo entre la «intelectualidad». El duro capítulo dedicado a Marcha señalaba que el semanario había accedido al ejercicio de la crítica por pruritos anti-emocionales. Y decía algo importante, que debería estar hoy en el centro de otro debate paralelo al histórico y de igual importancia, el cultural:

«Creo que uno de los más trascendentales defectos de nuestra generación literaria fue la rabiosa anticursilería. Las gacelas de los poetas audiotas, el canjeable empalago de sus sonetos, había dejado en nosotros un trauma estilístico de una hondura tal que desde nuestros primeros palotes literarios le huimos a lo cursi como el diablo a la cruz. Sin consulta previa, cada uno desde su propia duda, decidimos que la crítica era el lógico remedio de la cursilería. Así, pues, nos hicimos críticos: de teatro, de cine, de libros, de arte, de música, de cualquier cosa. Como lectores estábamos sumergidos en Joyce, en Borges, en Rilke, en Proust, en Kafka, en Faulkner. Había algunos entre nosotros para quienes las palabras quiniela, batllismo, milonga, fútbol, murga, sonaban a cosa lejana y extranjera. Yoknapatawpha y Combray quedaban más cerca que el Paso Molino. Por fortuna, la moda pasó antes de que nos resecáramos por completo, a tiempo aún para que comprendiéramos que lo humano tiene una porción inevitable de cursilería, a tiempo aún para que admitiéramos que el suelo que pisábamos se llamaba Uruguay» (8)

El texto, toda una declaración de intenciones sobre su obra futura, nos deja flotando una pregunta: ¿tenía razón el escritor en sus apreciaciones? La realidad parece llevarle la contraria, hoy tenemos los grandes negocios de la murga y el fútbol (hasta se le levantó un monumento a un futbolista en activo) y la cultura está en sus niveles más bajos.

Las curiosidades del libro son varias: «Europa, ese monstruo de cultura que nos atrae, nos encandila, nos apabulla y, en definitiva, nos rechaza (…) Porque si en un sentido reconocemos que somos promedialmente ignorantes, impacientes, primitivos, una vez metidos en ese viejo pozo de arte y pensamiento, confirmamos que somos todo eso y quizá algo más». (…) «Se habla de crisis económica, pero se deja de lado la crisis moral» (…) «La hipocresía es la norma de la sociedad uruguaya». (…) «Como los políticos no cumplen con su deber y los funcionarios son unos corrompidos, abundan las huelgas» (…) «A las bien alimentadas estructuras del fraude no les va bien el escrúpulo solitario, individual. Para esos inconformes, para esos epígonos de la honestidad, se reserva una denominación genérica: resentidos» (…) «Los uruguayos somos criticones, guarangos y desprovistos de pasión, todo ello unido a una inteligencia bastante despierta, a una picardía deshilachada que es casi un estilo de vida, a cierta capacidad para conmovernos y olvidar rápidamente las conmociones».

A grandes rasgos la idea general podría resumirse así: Europa, centro del saber universal, encandila a los uruguayos, pero como son criticones, guarangos, faltos de pasión y muchas cosas más, quedan estancados en la inopia y la mediocridad. La culpa de ese estado de cosas es de los políticos, los funcionarios públicos, los pitucos y los guarangos. Ellos generan los dos grandes enemigos del país, la burocracia y la corrupción. Una aclaración final del autor:

«No caeré en la tendenciosa simplificación de afirmar que la grave crisis que atraviesa la nación sea un problema de izquierdas y derechas. Mucho más que los programas de izquierda y derecha, la raigambre se basa en la malversación de los fondos morales de nuestro pueblo».

Ante las lógicas críticas que generó el libro, sobre todo por no tocar un tema tan fundamental como el económico, Benedetti vuelve a la carga en una posdata a la edición del 63. Aceptadas las críticas y hechos los descargos, nos regala nuevas curiosidades: «En actos de izquierda escuché: ahora, cuando tomemos el poder (…) Aquella falsa aspiración sonaba ridícula (…) Aquello era literatura fantástica». El problema político radica, señala como hicieran y hacen los progresistas del planeta, en la desunión de la izquierda. Sin dar pistas sobre las causas de esa desunión, termina declarándose demócrata y afirmando que defiende la revolución cubana por su pureza moral.

Los razonamientos del libro carecen de sutileza y profundidad. La escritura es simple, para llegar a todos, y no hay citas ni se acude a otras fuentes, todo es cosecha propia. El problema, al fin y al cabo, no es de Benedetti -es su opinión y muy respetable-, sino de quienes lo han tomado como un referente político del radicalismo, incluso como un revolucionario desde la izquierda, justo lo que nunca fue. Y el drama reside en que todo lo que trata el autor en su escrito estaba muy bien desarrollado y explicado por figuras de relieve en el ámbito nacional e internacional, pero que no llegaban al gran público, a las clases populares y medias bajas, que debían conformarse con explicaciones simples y genéricas.

Mención aparte, dentro del mismo texto, merece el «todo tiempo pasado fue mejor», «antes la gente sí que se divertía» y el concepto sobre literatura: «el escritor debe escribir pensando en el lector, de otra forma sería considerado casi un anormal por la gente». Qué lejos quedaba Onetti, que escribía para sí mismo y para Dios. Vendía menos, eso sí.

1971 nos trae otro título: El cumpleaños de Juan Ángel. El personaje central de esta historia es Osvaldo Puente, un niño que nos va contando en verso su peripecia vital a lo largo de varios cumpleaños, rodeado por una familia patética, dentro del mismo país triste y decadente, el país de la cola de paja. Al hacerse mayor comienza a «comprender» su dilema: lo que pasa en la calle no le sirve, y mucho menos los intelectuales burgueses, que en lugar de leer a Kafka y Proust deberían leer a André Malraux, a Fanon, a Brecht. A los treinta y un años, harto de arrastrarse entre tanta inmoralidad, busca y encuentra humanidad y comprensión entre gente que ha dejado de lado las largas charlas ideológicas y políticas para pasar a lo que le da sentido a sus vidas, la acción. Convertido en Juan Ángel, su nombre de guerra, enfrenta con las armas en la mano a las fuerzas represivas antes de huir perdiéndose, junto a sus nuevos compañeros, en las cloacas de la ciudad.

El libro, que lleva al relato ficcionado la situación de El país de la cola de paja, es de una ingenuidad que asombra y la parte final le da la razón a sus críticos más enconados, es de una gran cursilería. La ingenuidad surge a raíz de la poca sutileza de su escritura, unida a una escasa preparación ideológica. A ningún escritor que hubiera profundizado en los clásicos se le hubiera podido ocurrir que la solución para el país gris y triste, en decadencia moral, era el alzamiento armado para tomar el poder, extremo que, curiosamente, encontraba ridículo en la postdata de 1963 de El país de la cola de paja. Sumada a esta contradicción hay una notoria falta de clarividencia: el libro fue publicado en el año de la derrota definitiva del MLN.

Dos años después llegó el innecesario golpe de Estado que hundió al país sin remedio y obligó a Benedetti a exiliarse.

El análisis no quedaría completo, y no haría justicia al escritor, sin hacer mención al momento político en que publicó sus obras. Si hablaba antes del Uruguay sacudido por la revolución cubana, tendría ahora que fijarme en el mundo, inmerso en la Guerra Fría y conmocionado por sucesos de gran relevancia. En 1960 es abatido un avión espía estadounidense (U2) sobre territorio soviético y surge el movimiento hippie. En 1961 es asesinado Patrice Lumumba, primer ministro y líder de la independencia del Congo; fracasa la invasión a la cubana Bahía de Cochinos por tropas de Estados Unidos; se construye el muro de Berlín y es ajusticiado Rafael Trujillo, dictador de la República Dominicana desde 1930. 1962 es el año de la crisis de los misiles en Cuba, que puso al mundo al borde de la guerra nuclear. Es, además, el año del fin de la Guerra de Argelia, que dejó un balance de medio millón de muertos y de la encarcelación de Nelson Mandela. Durante 1963 es asesinado John Kennedy, presidente de EEUU, y se produce la Marcha sobre Washington encabezada por Martin Luther King. En 1964 se inicia el conflicto armado en Colombia, hay golpe de Estado en Brasil y Estados Unidos decide intervenir en la guerra de Vietnam apoyando al sur. 1965 es el año del asesinato de Martin Luther King, de la Revolución Cultural maoísta y de la intervención de Estados unidos en el Caribe. En 1966 golpe de Estado en Argentina; 1967 es el año del asesinato de Guevara y de la guerra de los Seis Días en Oriente Medio. 1968 es el año del Mayo francés, de la matanza de estudiantes por el gobierno en la mexicana Plaza de las Tres Culturas.

Con semejante panorama nadie con sensibilidad podía quedarse indiferente. La gente se echaba a la calle y la represión crecía. El movimiento alentaba los cambios. Las viejas estructuras patriarcales crujían y se legitimaba a los revolucionarios y transgresores, se valoraba la libertad sexual, al individuo que se margina socialmente, la liberación femenina, la crítica a la familia, las vivencias alternativas.

En Uruguay, el Partido Comunista stalinista dominaba los sindicatos y las organizaciones estudiantiles (aclaro que uso el término stalinista porque esta corriente no tenía nada que ver con el marxismo). También creo necesario mencionar que en aquel tiempo los sindicatos no eran esa maquinaria burocrática en decadencia que son en estos tiempos, eran, con sus errores y aciertos, organizaciones cuyo objetivo consistía en la defensa del trabajador; y la Universidad daba a la sociedad intelectuales comprometidos con ella, no como hoy, que genera empleados para las multinacionales.

El talón de Aquiles del stalinismo (entre otros), se pueda estar a favor o en contra de esta etapa del comunismo (¿o deberíamos decir de transición al capitalismo?), respondía a la idea de la revolución en un solo país. ¿A qué llevaba esa idea en la práctica? A que los partidos comunistas de cada rincón del planeta ponían sus esfuerzos y esperanzas en consolidar la revolución en la Unión Soviética, con el objetivo de que cuando esa revolución se impusiera del todo sería más fácil hacer la propia. Al final terminaron trabajando para una revolución congelada y en descomposición que se vino abajo sola. Sobre este tema hay bastante bibliografía.

Quienes no estaban a favor de esta concepción -a la que criticaban diciendo que al paso que se iba los cambios no llegarían nunca- fueron integrándose a la vía rápida, la guerrilla, el foquismo. Eran en su mayoría estudiantes, gente de las clases medias. Su principal fuente de inspiración era el «Che» Guevara. Pero miren, qué curioso, lo que decía el «Che» en un discurso en la Universidad de Montevideo en 1962:

«Cuando recibí esta gentil invitación, hace unos cuantos días, la consulté con el Presidente Haedo, y el Presidente entendió que era correcto que estuviéramos aquí, y nos pidió que hiciéramos todo lo posible porque no se produjera ninguna clase de incidentes que pudieran manchar esta conferencia, este diálogo, esto que hemos tenido hoy ustedes y nosotros. Yo entiendo que es para mí de elemental cortesía solicitarlo encarecidamente a ustedes, solicitar que sea una demostración de las nuevas etapas a que están llegando -no digamos los movimientos revolucionarios, para no ponerles nombre demasiado atrevido- sino los movimientos populares de toda América, conscientes de la importancia que tienen, y conscientes de que no es necesario extremar la fuerza para lograr lo que uno persigue. La fuerza es el recurso definitivo que queda a los pueblos. Nunca un pueblo puede renunciar a la fuerza, pero la fuerza solamente se utiliza para luchar contra el que la ejerce en forma indiscriminada. Y nosotros -les podrá parecer extraño que hablemos así, pero es cierto-, nosotros iniciamos el camino de la lucha armada, un camino muy triste, muy doloroso, que sembró de muertos todo el territorio nacional, cuando no se pudo hacer otra cosa. Tengo las pretensiones personales de decir que conozco América, y que cada uno de sus países, en alguna forma, los he visitado, y puedo asegurarles que en nuestra América, en las condiciones actuales, no se da un país donde, como en el Uruguay, se permitan las manifestaciones de las ideas. Se tendrá una manera de pensar u otra, y es lógico; y yo sé que los miembros del Gobierno del Uruguay no están de acuerdo con nuestras ideas. Sin embargo, nos permiten la expresión de estas ideas aquí, en la Universidad y en el territorio del país que está bajo el Gobierno uruguayo. De tal forma que eso es algo que no se logra, ni mucho menos, en los países de América. Ustedes tienen algo que hay que cuidar, que es precisamente la posibilidad de expresar sus ideas; la posibilidad de avanzar por cauces democráticos hasta donde se pueda ir; la posibilidad, en fin, de ir creando esas condiciones que todos esperamos algún día se logren en América, para que podamos ser todos hermanos, para que no haya la explotación del hombre por el hombre…». (9)

Como es fácil colegir, los integrantes del recién nacido MLN Tupamaros no le hicieron caso, al contrario, tomaron las armas para acelerar el proceso. Hago esta mención porque muchos de los integrantes de la organización se declaraban guevaristas, mientras otros aparecían como marxistas, incluso leninistas, aunque las huellas del alemán y el ruso nunca aparecieron en ningún comunicado y mucho menos en el accionar de la organización o en las declaraciones de los dirigentes. El pensamiento, el programa, no existía, por eso no pudieron avanzar «hasta donde se pudiera ir» de forma pacífica como aconsejara el «Che». El MLN estaba asentado sobre el hacer, la acción, como dejara claro Sendic, su dirigente máximo, a María Esther Gilio en una entrevista en 1985:

MEG – ¿Esto querría decir que el MLN ahora sería un partido revolucionario más junto al comunista y al troskista?

RS -Yo pienso que no, que nuestro pasado es inconfundible.

MEG -¿Qué le da esa inconfundibilidad?

RS – Nuestro pasado guerrillero.

MEG? – ¿Eso le da un perfil especial? ¿En qué sentido le parece?

RS – En el sentido de la autenticidad. O sea que todo el mundo puede hacer discursos y aprobar documentos, pero pocos meten el pellejo ahí.

MEG – ¿Quiere decir que los discursos y los documentos del MLN estarían valorizados por un pasado en que sus miembros se jugaron la vida?

RS – Eso es.

La diferencia entre las dos concepciones políticas de cambio en Uruguay era clara: el stalinismo tenía, aunque distorsionada, una matriz ideológica; el MLN no tenía ninguna, su forma de actuar la determinaba la experiencia. Es por eso que desoyó las palabras de Guevara y subestimó la fuerza del enemigo (los poderosos ejércitos brasileño y argentino, prontos a actuar si fracasaba el uruguayo), lo que supuso un alto coste para el Uruguay entero.

Pese a lo dicho, las críticas a Benedetti por haberse decidido por una escritura abiertamente política me parecen insustanciales, el momento no estaba para romanticismos ni escapes. Y no es el único caso de escitor abiertamente político en América Latina, podríamos nombrar, así de repente, a Rodolfo Walsh y a Jorge Amado. Sin olvidar lo dicho al principio: toda la escritura es política, por acción o por omisión. El asunto del tema carece de importancia, se puede escribir sobre cualquier cosa, el asunto es hacerlo bien. Y yo creo que la narrativa política de Benedetti, siendo la que le dio fama mundial, es la menos valiosa dentro de su obra.


El Benedetti múltiple

A un escritor como Benedetti no puede juzgársele sólo por una faceta, porque incursionó en todos los géneros posibles: poesía, crítica literaria, letras de canciones, artículos periodísticos, humorismo, haikus, actuación, y creo que guiones, en cine.

La poesía es muy importante en su obra. Durante un largo tiempo (aún hay vestigios) la mayoría de las casas de las clases populares uruguayas tenían en las paredes algún poema suyo, aparte de las felicitaciones de Navidad y postales que los difundían. Y todavía hay algún bar en Montevideo con sus versos en las fachadas.

Para referirme a su poesía traeré a colación a tres poetas, dos compatriotas de Benedetti radicados en el exterior y un tercero español.

Enrique Fierro: «Poemas de oficina es un libro que vale más por sus intenciones renovadoras que por sus logros concretos (…) Poemas de hoy por hoy repite, con un lenguaje afín, el intento de inserción en el tan llevado y traído «aquí y ahora».

Al poeta español Antonio Gamoneda (Premio Cervantes 2006) no se le ocurrió mejor idea que decir, en la presentación de un libro suyo poco después de la muerte de Benedetti, a quien se vio obligado a citar: «Un hombre necesario en el terreno del pensamiento social y en el de la honradez, aunque yo no comparto su ámbito poético. Fue un ser admirable, pero utilizaba un lenguaje normalizado, el lenguaje de la comunicación coloquial que, aunque lo respeto, no lo comparto».

Palabras tan normales y sensatas recibieron, no obstante, todo tipo de insultos: cuervo, poeta menor, mala persona, nadie comparado con Benedetti. Entre los críticos, claro, estaba el editor de Benedetti.

Una de las características negativas de los uruguayos, que no sé si Benedetti olvidó entre las muchas que sacó a la luz, es el famoso ninguneo: si se critica a alguien en cualquier campo, aunque se haga con montañas de datos y razonamientos, se va a pedir al crítico que muestre credenciales: ¿quién es para criticar, quien es éste que la radio no lo nombra, qué se cree éste, de dónde sale, quién lo conoce? Frases hechas descalificadoras. Pero tomando el caso de Gamoneda como ejemplo da la impresión que los españoles son más extremos, ni todo un Premio Cervantes le otorga galones para criticar a un best seller.

Dejo para el final el texto de Héctor Rosales, que más que opinar, sugiere:

«Me han preguntado muchas veces por el perfil poético de Benedetti, siempre pensando (dadas nuestras diferencias en ese género) que minusvaloraría la labor de Mario. Pero no es así. Aquella vieja frase del profe Guido Castillo sobre los poetas (la escuché de otro profesor en clase de bachillerato, hacia 1976) puede certificar en nuestro amigo su autenticidad en la materia. Castillo decía (con mis palabras, no recuerdo la cita exacta): “Poetas realmente verdaderos son muy pocos, y lo son en muy pocos versos”. Estoy completamente de acuerdo. Mario Benedetti tiene varias frases, imágenes, tonos, que dan fe de su condición de poeta. Creo que sus mejores textos son los que se apoyan en estructuras clásicas, en especial los sonetos, que lo ciñen a un trabajo de composición más exigente. Está pendiente una antología rigurosa sobre Mario, un libro que, con treinta poemas o algunos más, dejarían cerrada la discusión. Su desmesurada obra en el género, donde la vena más popular le dio fama universal e ingresos económicos (un caso insólito en cualquier época), no ha dejado de impedir la percepción, el descubrimiento del poeta de fondo. El que le dio fortuna interior, capacidad de resistencia, fiel, permanente militancia cultural. Y espíritu propio». (10)

El escritor también incursionó en el humorismo, usando por lo general el seudónimo de Damocles. Él mismo nos da su versión de cómo funcionaba el humor en Uruguay en El país de la cola de paja

«La modesta teoría que aquí se quiere relevar, es que el humorismo resulta el gran nivelador psicológico del uruguayo, el único factor que —tan inconscientemente como se quiera— le permite recuperar su equilibrio y también disculparse, siquiera en forma parcial, frente a su conciencia. Es evidente que el uruguayo opina que aquí se gobierna mal. Puede confirmarlo el lector, interrogando al azar a un taximetrista o a su verdulero, a su tía política o al cobrador de impuestos, al compañero de oficina o al yerno del edil, o, si se descuida, al edil en persona. Sin embargo, ese mismo uruguayo incurre cada cuatro años en la antilogía de votar otra vez a los mismos hombres y a los mismos procedimientos. Colorados o blancos, poco importa. Nunca se da el batacazo de que un partido menor amenace la posición de los tradicionales. Es ahí donde aparece el humorismo y su misión reguladora. El ciudadanopromediolee y escucha bromas a costa del gobierno; las festeja, claro, y, con nuevos adornos y variantes, las hace circular. Hay chistes, de rigurosa invención personal, que circulan como anécdotas, y también anécdotas que, convenientemente deformadas, infladas, condimentadas, ingresan para siempre en los anales del chiste metropolitano. El chiste pasa a ser una especie de desquite, una revancha, más que contra el gobernante, contra la propia debilidad del difusor; algo así como una afirmación —por otra parte inocua— de sus convicciones, un cómodo testimonio retroactivo de que no ha caído en la trampa, de que aún es alguien. En definitiva, se contenta con bien poco, ya que en este país, donde es posible hacer (oral o gráfica o editorialmente) la broma más certera acerca de un Ministro o de un Consejero sin que el futuro se pueble en seguida de campos de concentración, apelar al humorismo como única señal de inconformismo o de rebeldía no representa una increíble hazaña sino más bien una muy verosímil cobardía. (…) Cabe admitir, además, que cada humorista tiene una dosis personal de gracia; si la concentra en una sola nota semanal o quincenal o mejor mensual, puede ser eficaz y hasta brillante, pero si la desperdiga en una docena de burlas diarias, habrá necesariamente de entrar en repeticiones, lugares comunes y groserías, que por lo general constituyen el fondo de reserva para cuando la auténtica comicidad no concurre a la cita». (11)

Agrego un par de textos humorísticos y algunas frases sueltas para ilustrar mejor al lector sobre el sentido del humor de Benedetti.


El hombre que aprendió a ladrar

“Lo cierto es que fueron años de arduo y pragmático aprendizaje, con lapsos de desalineamiento en los que estuvo a punto de desistir. Pero al fin triunfó la perseverancia y Raimundo aprendió a ladrar. No a imitar ladridos, como suelen hacer algunos chistosos o que se creen tales, sino verdaderamente a ladrar. ¿Qué lo había impulsado a ese adiestramiento? Ante sus amigos se autoflagelaba con humor: “La verdad es que ladro por no llorar”. Sin embargo, la razón más valedera era su amor casi franciscano hacia sus hermanos perros. Amor es comunicación.

¿Cómo amar entonces sin comunicarse?

Para Raimundo representó un día de gloria cuando su ladrido fue por fin comprendido por Leo, su hermano perro, y (algo más extraordinario aún) él comprendió el ladrido de Leo. A partir de ese día Raimundo y Leo se tendían, por lo general en los atardeceres, bajo la glorieta y dialogaban sobre temas generales. A pesar de su amor por los hermanos perros, Raimundo nunca había imaginado que Leo tuviera una tan sagaz visión del mundo.

Por fin, una tarde se animó a preguntarle, en varios sobrios ladridos: “Dime, Leo, con toda franqueza: ¿qué opinás de mi forma de ladrar?”. La respuesta de Leo fue bastante escueta y sincera: “Yo diría que lo haces bastante bien, pero tendrás que mejorar. Cuando ladras, todavía se te sigue notando el acento humano.”
(12)


Su amor no era sencillo

“Los detuvieron por atentado al pudor. Y nadie les creyó cuando el hombre y la mujer trataron de explicarse. En realidad, su amor no era sencillo. Él padecía claustrofobia, y ella, agorafobia. Era sólo por eso que fornicaban en los umbrales”.

Era tan ordenado que tomaba las vitaminas por orden alfabético

Los lentes de contacto son lágrimas de cocodrilo embalsamadas

No hay Marx que por bien no venga

Robaba perfumes y lo agarraron in fraganti

Nadie es maceta en su tierra

El pobre diputado está en estado de coima
(13)

Su humor, como es fácil comprobar, era ingenioso, simple y levemente ingenuo, sin la agudeza de un Groucho Marx ni la acidez y agresividad de un Capusotto, para poner dos ejemplos extremos.

La crítica literaria es otro aspecto a considerar y del que se podría decir mucho, pero excede los límites de este trabajo. Sólo quiero decir que su estudio de la obra de Onetti desde el punto de vista técnico es muy interesante, y formaría parte de esa antología sugerida por Rosales, que yo llamaría de desagravio. No es tan interesante (cede a esa debilidad de la «izquierda» en dividir el mundo en buenos y malos, una manera de pensar moralista, religiosa) lo que escribe sobre la obra de Borges:

“El discurso político de Borges, ese que a través de los años va atravesando y dando sentido a sus ficciones y a sus veredictos, no es por ciento una ambigua trayectoria, sino una larga y bien estructurada agresión a las fuerzas populares de su país y de otras tierras, ya se trate de ácratas o socialistas, comunistas o peronistas. No hay allí concesiones, ni desviacionismos (…)” (14)

Estas críticas hechas a la ligera, sin profundizar, privaron a mucha gente joven (entre ellos a mí cuando aún conservaba esa virtud) de disfrutar de uno de los más interesantes escritores de América Latina. Por suerte, ese paralelismo entre la obra de Borges y sus opiniones políticas ya ha sido dejado sin efecto por críticos literarios como Ricardo Piglia y otros.

Sus artículos periodísticos, sus letras de canciones, sus posibles guiones y demás, quedan para periodistas, músicos y especialistas en cine.


El desexilio

El exilio resultó una experiencia traumática para la gran mayoría de los uruguayos, acostumbrados a vivir en un país de inmigración. La experiencia de verse obligados a abandonar su medio, incluso su familia -en la mayoría de los casos después de haber sufrido persecución, cárcel y torturas- para tratar de integrarse a sociedades con escasa voluntad de recepción, fue de una dureza extrema. Quienes vivimos la experiencia recordamos la espera de las grabaciones con las voces de los seres queridos, las cartas que tardaban en llegar o no llegaban, las voces que se quebraban cuando se hablaba del terruño y a aquellos que no aguantaron y quedaron por el camino.

La prosa fácil, entendible, de Benedetti, caló enseguida en la colectividad desplazada, y también en la sociedad española, que luego de cuarenta años de dictadura andaba buscando referentes. El mundo, mientras tanto, cambiaba a pasos agigantados. El enano enclenque con la cabeza enorme, a través del cual se caricaturizaba a América Latina, había sido decapitado dentro de la Operación Cóndor y su calavera vagaba por esos mundos. África seguía ahí, igual que siglos atrás, Estados Unidos continuaba con sus aventuras y Europa preparaba su unión de mercaderes. El triunfo total del capitalismo se proclamó con la ya esperada, por muchos revolucionarios de verdad tiempo atrás, caída del socialismo real, el stalinismo. Los líderes de Occidente proclamaron a los cuatro vientos el fin de las guerras, de la pobreza, del hambre. Hasta hubo quien se animó a decretar el fin de la historia. Sin enemigo a la vista, el capitalismo haría eso posible. Pero las contradicciones no tardaron en aparecer y en el 2001, con un mundo sumido en más pobreza y hambre que antaño y conflictos bélicos crecientes, surgió de la nada el enemigo necesario para seguir adelante. Ahora no tenía ideología ni color de piel, ni siquiera rostro: era el terror.

La larga dictadura militar uruguaya perdió con el tiempo su razón de ser y el país regresó a la democracia, Benedetti acuñó una definición certera que todos íbamos a usar y a vivir de una u otra manera: el desexilio. Unidos a la palabra iban unos versos que tratamos de hacer nuestros: Quizá mi única noción de patria / sea esta urgencia por decir nosotros.

El desexilio no implicaba sólo el fin del exilio para quienes se habían ido del país, contemplaba también la salida de un exilio interior de los uruguayos que se habían quedado en el país:

«Todo dependerá (decía en abril de 1983) de la comprensión, palabra clave. Los de fuera deberán comprender que los de dentro pocas veces han podido levantar la voz; a lo sumo se habrán expresado entrelíneas, que ya requieren una buena dosis de osadía y de imaginación. Los de dentro, por su parte, deberán entender que los exiliados muchas veces se han visto impulsados a usar otro tono, otra terminología, como un medio de que la denuncia fuera escuchada y admitida. Unos y otros deberemos sobreponernos a la fácil tentación del reproche. Todos estuvimos amputados: ellos, los que se quedaron, de la libertad; nosotros, del contexto».

La experiencia del retorno fue diversa: unos volvieron para ser bien recibidos y acomodarse a la vida del país; otros esperaban reconocimiento de algún tipo y encontraron silencio. Muchos decidieron pensarse mejor la vuelta. Las experiencias acumuladas en el exterior sirvieron de poco; era difícil comprender vivencias tan dispares, cerrar heridas y sacarse de encima la dictadura. En mis viajes al país, constantes desde principios de los noventa, fui siempre bien recibido (el uruguayo es hospitalario), pero cuando mis razonamientos sobre la sociedad uruguaya no coincidían con los de las personas que vivían en el país, se me recordaba de alguna manera u otra que yo no sufría los problemas diarios que padecían ellos y que en realidad pensaba como un europeo.

El reproche nunca se abandonó. Los uruguayos, para poner un ejemplo, no pueden votar en el exterior. Esta barbaridad, que atenta contra los derechos fundamentales del individuo (máxime teniendo en cuenta que los uruguayos nunca pierden su nacionalidad), fue refrendada por la población, en un referendum, hace pocos años. «Los de afuera son de palo», como reza el dicho popular.

A consecuencia de todo esto (y algo más que ahora no viene al caso), Uruguay quedó partido en tres: Montevideo, los de afuera (por qué me dicen de afuera si yo soy del interior, dice Fernando Cabrera en una canción) y los de más afuera (el exterior). Benedetti mismo, aunque siguió siendo admirado y leído, sufrió varias experiencias amargas; y decían que extrañaba Madrid.

Benedetti falleció en mayo de 2009. Teniendo en cuenta sus dificultades de insersión al medio cultural uruguayo, era lógico pensar que su despedida sería discreta. Nada de eso. Más de veinte mil personas acudieron a sus funerales. Cuentan las crónicas que la primera mujer en ingresar al velatorio declaró: «Acercó la literatura a la gente común, nosotros lo podíamos entender». Hacía justicia al escritor, que una vez dijera a un colega: «Yo quiero escribir para la gente, como si estuvieran leyendo por encima de mi hombro».

Hubiera sido aconsejable dejarle descansar en paz, pero a un grupo de políticos se le ocurrió homenajearlo poniéndole su nombre al aeropuerto de Carrasco. No sé si exagero sospechando que de paso se homenajeaban ellos. Sea como sea, la cuestión es que enseguida comenzaron a aparecer las voces discordantes, venidas todas ellas del profesorado, la crítica y los escritores.

Existía de antiguo una fuerte corriente anti Benedetti en el país, ligada sobre todo al pensamiento conservador y reaccionario, crítico con la vertiente política de su obra. A esa crítica se fueron agregando con el tiempo los transgresores, individuos que buscaban notoriedad a través de la descalificación, o ya la tenían y aspiraban a afianzarla de esa forma (Benedetti los hubiera llamado guarangos).

Decía una de las críticas surgidas a raíz de la idea de ponerle el nombre del escritor al aeropuerto:

“Es difícil decir en qué la obra de Benedetti, hoy, podría contribuir a progreso o avance alguno (…) Como en el fútbol: Benedetti no es el que mejor juega, nadie está diciendo eso; pero es al que la gente más quiere, aquel con el que más puede identificarse. (…) La gente tampoco se termina de identificar con alguien por lo excelente que es en lo que hace. Benedetti no es un escritor que haya producido textos de una particular ‘calidad’. Pero los uruguayos no nos identificamos con alguien, no lo sentimos como nuestro, el mejor o más “representativo” de nosotros mismos, porque produzca cosas de alta calidad (se trate de poemas, goles, engranajes o lo que sea). Otras culturas eligen homenajear a quienes consideran los autores de las obras de mayor calidad (el mejor científico, el mejor poeta, etcétera). Nosotros estamos eligiendo homenajear a los más ‘representativos’, concepto que, en el peor de los casos, suele confundirse con el de ‘los más vendidos’”

Decía otra:

“No hay un estándar único para medir la ‘calidad’, mucho menos cuando se trata de objetos simbólicos, como es el caso de la literatura. En la mayoría de los terrenos en que a menudo ella se mide, casi nadie diría que Benedetti produjo literatura ‘de primera calidad’. Es decir: si comparamos la sofisticación de su escritura, o su capacidad para hacernos pensar o sentir cosas novedosas, o de maneras novedosas, o bien de expandir las posibilidades del lenguaje, o las de la poesía, la narrativa o el teatro, o, para decirlo en breve, su capacidad para decir algo de una manera más intensa, o más precisa, o más abarcadora de lo que ha sido dicho antes, en fin, si comparamos la obra de Benedetti, en cualquiera de estos aspectos, con la de muchos otros escritores uruguayos, no es de los ‘mejores’. Su calidad, medida en esos términos, dista bastante de la de un narrador como Onetti, un dramaturgo como Sánchez o un poeta como Herrera y Reissig. Está lejos de ser un peso pesado. Ahora bien, si se piensa la calidad en términos, por ejemplo, de la capacidad de su poesía para comunicar poéticamente algo para un gran número de personas, muchas de las cuales tienen muy poca relación con la poesía escrita, entonces es un escritor importantísimo. Si se mide la calidad en términos de lo que puede emocionar, por ejemplo, entonces la valoración dependerá de qué te emocione a ti. Y a la mayoría de las personas Benedetti las emociona más que Herrera, Delmira Agustini o cualquiera de nuestros poetas vivos. En el fondo, creo que nadie que sepa algo de poesía o de literatura te dirá que Benedetti es importante por su calidad. Yo diría que lo es por su representatividad”.

Me reservo el nombre de los autores de las críticas debido al ninguneo que ya mencioné, unido a esa costumbre, que se mantiene, de dividir a quienes opinan en buenos y malos.

Ambas miradas no están desencaminadas, pero más allá de los aciertos o los desaciertos de opinión, hubo en todo este asunto mucho de mezquindad. En lo personal, tampoco habría estado de acuerdo en ponerle el nombre del escritor al aeropuerto, había mucha gente en lista de espera, aunque ya puestos hubiera aprovechado para levantarle un monumento en Montevideo, o ponerle su nombre a una avenida. Y no sólo a él sino a tantos otros artistas que tanto prestigio han dado al país y siguen en esa lista de espera a la que me refería. ¿Hay que tener calidad literaria para ser homenajeado? ¿No alcanza con ser representativo? No olvidemos que una avenida y un monumento en sitio central homenajean a Rivera, quien traicionó a Artigas, y otra avenida lleva el nombre de General Flores, uno de los responsables del genocidio de la Triple Alianza en Paraguay. Y podría seguir.

Tengo ante mí, en mi mesa de trabajo, una entrevista a jóvenes escritores nacidos poco antes del cambio de siglo en Uruguay. Sus declaraciones no dejan de sorprenderme. Hay quien afirma escribir «porque escucha voces en su cabeza»; quien asegura que se metió en esto cuando entendió «que la poesía es algo más físico que intelectual» y hasta uno que asegura escribir «porque le gustan sus defectos». En lo que sí coinciden todos es en su extrañeza ante lo «uruguayo», que uno define así: «No sé qué es el Uruguay, no sé qué es la literatura uruguaya».

De repente, traído por mi enorme sorpresa, aparece al rescate Emir Rodríguez Monegal, uno de los más renombrados críticos literarios uruguayos, del que estos jóvenes, con seguridad, ni habrán oído hablar:

«Una de las características más lamentables de nuestra situación de cultura marginal es el robinsonismo del que hablaba Real de Azúa: ese eterno recomenzar que lleva a cada generación a ignorar que la precedente se planteó las mismas cuestiones y las resolvió en forma parecida. Actitud no sólo ignorante sino también suicida, porque obliga a cada escritor a hacer tabla rasa de lo que debió aprender y lo fuerza a empezar -él solito- a crearlo todo en la feria de las vanidades». (15)

Vienen a mi mente algunas lecturas de los últimos tiempos, que señalaban, desde autores a editoriales, la necesidad que tiene la literatura uruguaya de entrar en Europa. El problema es que no veo cómo. Porque por lo que leo, la denominación «poesía uruguaya joven» es un oxímoron. Y la prosa está dedicada a escapar de la realidad, cosa que los europeos ya vienen haciendo desde hace tiempo.

Los dos problemas que señalaba Monegal se juntan: literatura marginal y renuencia de los jóvenes al aprendizaje. El resultado es la ausencia de una tradición literaria. Los buenos escritores, que los hay (algunos excelentes), están exiliados dentro del país, y quienes viven en el exterior son ignorados cuando no ninguneados. Y nos queda, para complicar más la cosa, el tema de la identidad nacional siempre discutida.

En los variados artículos que consideré para llegar al trabajo que presento, los autores coincidían en que la dictadura había creado un vacío generacional que había hecho que los nuevos escritores quedaran sin referencias. Estoy de acuerdo, y agregaría a la dictadura la Operación Cóndor. Y aquí chocamos otra vez con el reincidente tema político. El profesor y filósofo italiano Nuccio Ordine, en una reciente entrevista, nos ilumina:

«En una sociedad corrompida por la dictadura del beneficio, el conocimiento es la única forma de resistencia. Porque con el dinero se puede comprar cualquier cosa: parlamentarios, jueces, el éxito, la vida erótica. Sólo hay una cosa que no se compra con dinero: el conocimiento. Si soy un gran magnate y quiero comprar el saber, ni un cheque en blanco me valdría. El precio del saber es el esfuerzo personal. El conocimiento no se compra, se conquista».

El profesor abre la puerta a la otra parte del problema, la que tiene que ver con la sociedad en la que el joven trata de desarrollar sus habilidades, «una sociedad corrompida por la dictadura del beneficio», nos dice. Eso es el neoliberalismo, la etapa del capitalismo en la que vivimos.

Benedetti comenzó escribiendo en una sociedad muy diferente, lejos del consumo como lo entendemos hoy, sin tecnología. Una sociedad en la que el intelectual era respetado (la cultura estaba mayoritariamente en manos de la izquierda) y las editoriales cumplían su cometido de publicar aquello que les gustaba. La diferencia entre izquierda y derecha no dejaba lugar a dudas: la derecha defendía el capitalismo y la izquierda se oponía, incluso planeaba derribarlo. También las potencias extranjeras estaban en otra etapa histórica. Estados Unidos era una sociedad industrial y agrícola y Europa se lamía las heridas de la guerra. En un abrir y cerrar de ojos todo cambió. Las revoluciones fueron vencidas y la izquierda, domada, entró en el juego de la democracia. El capitalismo clásico, de trabajo, cambió a aventurero (financiero especulativo), según definiciones de Max Weber. Las editoriales pasaron a ser sucursales de los grupos mediáticos poderosos. Eso significa que una editorial española difunde a sus autores en toda España y América Latina (los universaliza) y sus sucursales sólo difunden al autor local en su medio, en la aldea. Hemos pasado, en ese campo, de una cultura «de mercado» a la cultura de masas, que es la combinación de la televisión, las grandes radios, los diarios, las editoriales de nombre, cuyos dueños son los mismos, casi siempre grupos mediáticos o millonarios deseosos de invertir y ganar dinero.

Como decía antes, el capitalismo se tambaleó en el 2001, y luego sufrió un fuerte revolcón en el 2008. Ahora anda dando tumbos. ¿Cómo se sostiene? No tengo dudas, en la cultura.

«Eso de que todo es ficción es algo que está muy presente en el discurso histórico y en el debate cultural. Me parece que ahí se produce una extrapolación de algo que uno podría localizar más precisamente y decir que es en la cultura de masas donde la distinción entre ficción y verdad se ha perdido. Y que muchos de los filósofos «posmodernos» -entre comillas- trasladan lo que es real en la cultura de masas al conjunto de las prácticas. En la cultura de masas es cierto que se han disuelto las categorías clásicas, entre otras la distinción entre verdad y ficción, que nos movemos en un mundo donde esas categorías han perdido totalmente relevancia. Pero no creo que debemos tomar ese elemento, que es particular a la cultura de masas, como un dato para entender el conjunto del funcionamiento social. Estamos muy amenazados por la expansión de los medios, pero no me parece que un ámbito como la lucha social, por ejemplo, deba asimilar y repetir las posiciones discursivas que genera la cultura de masas (…) Lukács dice en 1913: en el cine la distinción entre ficción y verdad se ha perdido, porque lo que vemos es siempre real. Anticipa ahí una serie de hipótesis sobre el mundo de la imagen, sobre la sociedad del espectáculo, sobre la representación. Me parece que ahí hay un punto de partida para localizar este asunto de la expansión de la ficción, de la ilusión de verdad y el efecto de falsedad de una sociedad de la imagen (…) que nos lleva, a menudo, hoy, a una concepción de la verdad que no es pertinente porque pertenece a un ámbito preciso y no a todas las prácticas de la sociedad. Los filósofos «posmodernos» son filósofos de la cultura de masas y ven el mundo bajo la forma de la cultura de masas». (16)

Es cierto que Benedetti no podría resistir una comparación justa con Onetti, Borges o Rulfo, pero tampoco hace falta. Un par de meses atrás fue entrevistado en España el escritor noruego Karl Ove Knausgaard, un best seller que nos cuenta su vida en libros voluminosos. El entrevistador trajo al tapete a Proust, que también nos contaba su vida. Knausgaard, en un gesto de honradez, le dijo: «La diferencia es que Proust hacía literatura, y yo sólo pretendo escribir».

Onetti aparece en medio de la siesta uruguaya. Viene trayendo de la mano a Linacero, un individuo que trata de despertar a los uruguayos con razonamientos agresivos, muchas veces rencorosos, siempre recordando la decadencia y el vacío existencial. Los cien volúmenes de la primera edición de El pozo tardaron diez años en venderse.

Benedetti también contaba con su Linacero particular, pero la verdad de su personaje, siempre repetido en el futuro, era más simple, más popular, la gente común se identificaba con él incluso desde lo negativo.

«Creo que escribió un tipo de cuentos y de poesía que representaban una gran novedad en su época. En una época en que la literatura latinoamericana buscaba ser muy vistosa, elegante, brillante, él hizo una literatura sobre una clase media más bien gris, burocrática, que existía, en cierta medida, en el Uruguay de su juventud y de su primera madurez. Después el país se volvió traumático. Pero cuando él comienza a escribir, encuentra un lenguaje y unas historias capaces de expresar, de una manera bastante persuasiva, ese mundo de burócratas, de gente que está atrapada en una rutina de clase media; y consigue mostrar eso con autenticidad, con simpatía, con cariño… ‘Montevideanos’, por ejemplo, es un libro muy bonito, y que parecía imposible de escribir en América Latina; lo que buscaban los latinoamericanos eran historias violentas, épicas, llamativas, personajes de excepción, destinos fuera de lo común, todo lo contrario a lo que muestra Mario Benedetti. Y, por otra parte, yo creo que fue un buen escritor… No diría que fue un gran escritor, como lo diría de Onetti, por ejemplo. Pero fue un buen escritor con una obra muy coherente, muy sostenida como ensayista, como poeta, como cuentista…» (17)

Encuentro esta opinión de Vargas Llosa muy honesta (por estar en las antípodas del pensamiento benedettiano) y muy acertada, sobre todo cuando se refiere a los primeros tiempos de Benedetti como escritor. Ese que señala fue el secreto de su inmediato éxito.

«Cierta convicción es necesaria para poder leer, no me parece que se pueda leer si uno no cree que hay una verdad a partir de la cual lee. En ese sentido soy totalmente contrario a las hipótesis actuales que postulan una especie de pluralismo de consenso que existiría como imposición «débil», un dogmatismo de la incertidumbre. Me parece que uno lee porque tiene ciertas hipótesis, parte de cierto tipo de verdad». (18)

Sus numerosos lectores y admiradores, al verse reflejados, han captado en sus escritos la parte que les tocaba de esa «verdad». Siguiendo este razonamiento desembocamos en otro: no sólo es importante qué se lee, sino desde dónde se lee y cómo se lee. Una persona culta, de vida acomodada y acostumbrada a la buena literatura, tenderá a un tipo de libros muy diferente a aquellos que elegirá alguien de las clases populares, cuyo bagaje cultural está ligado a la cultura de masas. Aquí un inciso importante: la cultura de masas no es el sinónimo de la maldad, ni una estudiada conspiración de las multinacionales; es el resultado de haber convertido la cultura en otro recurso más para ganar dinero. Y el dinero se gana, en sociedades de escaso nivel cultural, con productos entretenidos y de muy baja calidad.

Los gobiernos progresistas han colaborado al desastre jugándose por la llamada «cultura popular» y cometiendo al mismo tiempo la barbaridad de hacer suya la europea denominación industria cultural, que convierte todo producto artístico en una mercancía. Por un lado, el cultural, se trata de abandonar la cultura burguesa (un viejo intento de la «izquierda» que costó muchas vidas y sufrimientos) y por el otro, el económico, el fundamental para esa clase social, se le proporciona justo lo que quiere, un negocio rentable donde más duele.

Podría seguir, pero ya me estaría metiendo en el terreno de ese debate histórico y cultural que los nuevos tiempos nos reclaman y que seguimos dilatando. Benedetti, con sus sombras y sus luces, que tuvo muchas, debería ser parte fundamental de esas respuestas, que las numerosas preguntas que nos hacemos quienes transitamos por esos caminos, andan buscando.

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Bibliografía

1) Zum Felde
2 y 15) Rodríguez Monegal
3) Fernando Aínsa
4) Mercedes Rein
5) Abelardo Ramos
6) Cristina Mazzeo
7) Methol Ferré
8, 11, 12, 13, 14) Benedetti
9) Ernesto Guevara
10) Héctor Rosales
15) Monegal
16 y 18) Piglia
17) Vargas Llosa

Gracias a Alejandro Michelena y Ruffinelli, cuyos acertados artículos me mostraron el camino.

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Número 62

El conejo de Ushuaia / Fernando Sorrentino

Revista Malabia número 62

El conejo de Ushuaia / Fernando Sorrentino

En un diario acabo de leer que, «tras largos meses de intentos fallidos y de diversas expediciones, un grupo de científicos argentinos logró dar caza a un ejemplar del “conejo de Ushuaia”, especie que se daba por extinguida desde hacía más de un siglo. Los científicos, encabezados por el Dr. Adrián Bertoni, lograron capturar un ejemplar en uno de los bosques que rodean aquella ciudad patagónica…».

Como prefiero lo específico a lo genérico y lo preciso a lo evanescente, yo habría dicho «en el bosque tal y tal que se encuentra en tal sitio con respecto a la capital fueguina». Pero no debemos pedir peras al olmo ni inteligencia alguna a los periodistas. El doctor «Adrián Bertoni» soy yo, y por supuesto tuvieron que escribir de manera equivocada mi nombre y mi apellido: me llamo exactamente Andrés Bertoldi, y, en efecto, soy doctor en Ciencias Naturales, con especialización en Zoología y Fauna Extinguida o en Peligro de Extinción.

El conejo de Ushuaia no es, a pesar de todo, un lagomorfo y, mucho menos, un lepórido, y tampoco es cierto que su hábitat sean los bosques de Tierra del Fuego; más aún, ni siquiera un solo individuo ha vivido nunca en la Isla de los Estados. El ejemplar que yo capturé —yo, yo solo, sin ningún equipo ni ayuda de nadie— apareció en la ciudad de Buenos Aires, junto al terraplén del Ferrocarril San Martín que corre paralelo a la avenida Juan B. Justo, a la altura de la calle Soler, en Palermo.

Yo no estaba buscando al conejo de Ushuaia, sino que tenía otras preocupaciones y caminaba un poco cabizbajo. Me dirigía, bajo el calor de noviembre y por la vereda de Juan B. Justo, hacia la avenida Santa Fe, a un banco donde debería realizar trámites molestos y hasta inquietantes. Entre el terraplén y la vereda hay una verja de alambre tejido sobre una base de mampostería; entre la verja y la base del terraplén estaba el conejo de Ushuaia.

Lo reconocí al instante —¿cómo no iba a reconocerlo?—, pero me llamó la atención verlo tan quieto, pues es animal movedizo y saltarín. Pensé que tal vez estuviera herido. Sea como fuere, me alejé unos metros de donde se hallaba el conejo de Ushuaia, escalé la verja y bajé con sigilo junto al terraplén. Caminé con pasos cautelosos, temiendo a cada instante que el conejo de Ushuaia huyese espantado, y, en ese caso, ¿quién podría alcanzarlo? Es uno de los animales más veloces de la creación y, aunque de modo absoluto el guepardo es más rápido que él, no lo es en términos relativos.

El conejo de Ushuaia giró la cabeza y me miró. Pero, contra lo que yo imaginaba, no sólo no huyó sino que quedó inmóvil, con la única excepción del airón plateado, que se agitaba, como desafiándome.

Me quité la camisa y quedé con el torso desnudo.

—Tranquilo, tranquilo, tranquilito… —iba diciendo.

Cuando estuve a su lado, desplegué con lentitud la camisa, como si fuera una red, y, de repente, en un solo movimiento brusco, cubrí con ella al conejo de Ushuaia, envolviéndolo por abajo y formando un paquete de regulares proporciones. Con las mangas y los faldones practiqué un fuerte nudo, que me permitió sostener el envoltorio con sólo mi mano derecha, mientras la izquierda me quedó libre para ayudarme a escalar de nuevo la verja y volver a la vereda.

Desde luego, no podía presentarme en el banco con el torso desnudo ni con el conejo de Ushuaia. De manera que me dirigí a casa; resido en un octavo piso de la calle Nicaragua, entre Carranza y Bonpland. En una ferretería adquirí una jaula para pájaros, de tamaño más bien grande.

El portero estaba lavando la vereda de nuestro edificio. Al verme con el pecho descubierto, con una jaula en la mano izquierda y un envoltorio blanco, que se agitaba, en la mano derecha, me miró con más asombro que reprobación.

Mi mala suerte quiso que, al entrar en el ascensor, me siguiera una vecina que traía de la calle a su perrito, un animal feo y antipático que, al captar el olor —más allá de la percepción del ser humano— del conejo de Ushuaia, rompió a ladrar ensordecedoramente. En el octavo piso pude librarme de aquella mujer y de su estentórea pesadilla.

Cerré la puerta del departamento con llave, preparé la jaula y, con infinito cuidado, empecé a desenvolver la camisa, tratando de no irritar, y mucho menos de herir, al conejo de Ushuaia. Sin embargo, el encierro lo había hecho enojar y, al liberarlo del todo, no pude impedir que me clavara en el brazo un aguijón. Tuve la suficiente presencia de ánimo para que el dolor no me hiciera soltarlo y logré, por fin, ponerlo a buen recaudo dentro de la jaula.

En el cuarto de baño me lavé la herida con agua y jabón, y, en seguida, con alcohol medicinal. Luego me pareció que lo más sensato era llegarme a la farmacia y hacerme aplicar el suero antitetánico, y eso fue lo que hice sin dudar.

Desde la farmacia me fui directamente al banco para concluir el maldito trámite que había quedado postergado por culpa del conejo de Ushuaia. En el camino de regreso adquirí víveres. Puesto que, durante el día, carece de aparato masticador, consideré lo más práctico cortar el bofe en pequeños trozos y mezclarlo con leche y garbanzos; revolví todo con una cuchara de madera. Tras olfatear la combinación, el conejo de Ushuaia la absorbió, sin dificultad pero con mucha lentitud.

A la caída del sol empieza su proceso de dilatación. Trasladé entonces los pocos muebles del living —dos sillones simples, uno de dos cuerpos y una mesita ratona— al comedor, apoyándolos casi contra la mesa grande y las sillas.

Antes de que no cupiera por la puertecita, lo hice salir de la jaula y, ya libre y cómodo, creció lo suficiente. En este nuevo estado había perdido por completo la agresividad, y se mostraba abúlico y perezoso. Cuando le vi brotar las escamas violetas —indicios de somnolencia—, me metí en mi dormitorio, me acosté y di por terminado ese día.

A la mañana siguiente, el conejo de Ushuaia había regresado a la jaula. En vista de esa docilidad, no me pareció necesario cerrarle la puertecita: que él decidiera cuándo permanecer dentro o fuera de su prisión.

El instinto del conejo de Ushuaia es infalible. Desde ese primer día, y al anochecer, se habituó a dejar la jaula y a extenderse, a modo de un flan de cierta consistencia, por el suelo del living. Según se sabe, evacua sus heces las medianoches de los días impares. Si uno coloca (por ánimo de jugar, claro está) esos pequeños poliedros metálicos y verdes en una bolsa, y los agita, suenan de una manera muy simpática, con algo de ritmo caribeño.

En realidad, poco tengo en común con Vanesa Gonçalves, mi novia. Es bastante diferente de mí. En lugar de admirar las tantas cualidades positivas del conejo de Ushuaia, le pareció que lo mejor era desollarlo para hacerse confeccionar un tapado de piel. Eso puede practicarse de noche, cuando el animal está dilatado y la superficie de su piel es lo bastante extensa para que las crestas cartilaginosas se desplacen hasta los bordes y no dificulten las tareas de incisión y corte. No quise ayudarla en la operación; Vanesa, sin otros instrumentos que una tijera de sastre, despojó al conejo de Ushuaia de toda la piel del lomo, la llevó a la bañadera y, bajo el agua de la canilla y con detergente, cepillo y lavandina, eliminó por completo los restos de ámbar y bilis que la cubrían. Luego la secó con una toalla, la plegó, la guardó en una bolsa de plástico y, muy contenta, se la llevó a su casa.

Esa piel no necesita más de ocho o diez horas para regenerarse por completo. Vanesa imaginó un gran negocio: desollar cada noche al conejo de Ushuaia y vender sus pieles. No se lo permití; no quería convertir un hallazgo científico de tanta importancia en algo groseramente mercantil.

Sin embargo, una entidad ecologista denunció el hecho, y en los diarios se publicó una solicitada en la que se acusaba a «Valeria González» —y, lateralmente, también a mí— de ejercer crueldad hacia los animales.

Tal como yo sabía que iba a ocurrir, la llegada del otoño restituyó al conejo de Ushuaia su lenguaje telepático y, aunque su mundo cultural es limitado, pudimos tener agradables conversaciones y hasta establecer una especie de, ¿cómo diré?, de código de convivencia.

Me dijo que Vanesa no le caía simpática, y yo comprendí perfectamente sus calladas razones: le pedí a mi novia que no viniera más a casa.

Tal vez por gratitud, el conejo de Ushuaia perfeccionó un modo de no dilatarse tanto por las noches, de manera que pude traer de regreso al living todos los muebles. Duerme sobre el sillón de dos cuerpos y defeca sus poliedros metálicos sobre la alfombra. Nunca fue de excesivo comer y, en esto, como en todo lo demás, su conducta es mesurada y digna de elogio y de respeto.

Su delicadeza y su eficacia llegaron al extremo de preguntarme cuál sería, para mí, su tamaño diurno más cómodo. Le dije que habría preferido el de la cucaracha, pero advertí que esa misma pequeñez volvía al conejo de Ushuaia peligrosamente imperceptible, con el consiguiente riesgo de herirlo (ya que no de matarlo).

Tras algunos ensayos, llegamos a la conclusión de que, durante las noches, el conejo de Ushuaia continuaría dilatándose hasta adquirir el tamaño de un perro muy grande o de un leopardo. Durante el día, lo ideal consistía en las proporciones de un gato mediano.

Esto me permite, mientras miro televisión, por ejemplo, tener al conejo de Ushuaia en mis rodillas y acariciarlo distraídamente. Hemos forjado una sólida amistad y, a veces, con sólo nuestras miradas nos entendemos. No obstante, durante los meses fríos se mantienen vigentes sus facultades telepáticas, que desaparecerán apenas lleguen los primeros calores.

Ya estamos en agosto. El conejo de Ushuaia sabe que, desde septiembre hasta febrero o marzo, no podrá formularme preguntas ni plantear sugerencias ni recibir mis consejos o felicitaciones.

En los últimos tiempos ha caído en una especie de manía repetitiva. Me dice —como si yo no lo supiera— que él es el único ejemplar sobreviviente de conejo de Ushuaia en todo el mundo. Sabe que no tiene la menor posibilidad de reproducirse, pero —aunque se lo pregunté muchas veces— jamás me dijo si esto le preocupa o lo deja indiferente.

Además de estas afirmaciones, me pregunta —todos los días y varias veces al día— si vale la pena seguir viviendo, así, solo en el mundo, en mi compañía pero sin congéneres. No tiene manera de morir por su propia voluntad, y yo no tengo manera —y, aunque la tuviera, jamás lo haría— de matar a un animal tan dulce y afectuoso.

Por estas razones, mientras perduran los últimos fríos del año, converso con el conejo de Ushuaia y continúo acariciándolo distraídamente. Cuando llegue el calor de septiembre, sólo podré limitarme a acariciarlo.

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Sobre «Ensayo sobre el poder» y «El Libro Del Buen Amor», de Liliana Lukin / Luis Osvaldo Tedesco y Horacio González

Revista Malabia número 62

Sobre «Ensayo sobre el poder» y «El Libro Del Buen Amor», de Liliana Lukin / Luis Osvaldo Tedesco y Horacio González

Dos nuevos libros para la poesía, dos escenarios para el despliegue del animal lingüístico que Liliana Lukin nos propone. No es una propuesta amable, consoladora, retóricamente esperanzada. Tampoco es una propuesta que se apoye en el comodín progresista que tantas veces anida en los vaivenes estratégicos de lo políticamente correcto. Es simple: su voz es una voz desesperada y pretende, como toda poesía, que nuestra voz traduzca la suya, sea que la leamos en murmullo alto o leve, o simplemente mudo, templando en la lectura el temblor gráfico de su despliegue conceptual, siempre anímico, siempre sacudido por la conjetura emocional.

De todos modos, algo intemperante, invasivo, una transfusión del idioma alerta al lector precavido: la molicie, la costumbre de los buenos pensamientos acordados, estalla, y no dejará de estallar, ante la lectura de cada verso, de cada estrofa, de cada página de estos dos libros que no fueron escritos desde la inmanencia afectiva ni para el decoro de la inteligencia.

Una buena lectura, se me ocurre, es propiciadora de una extensión personal de lo leído. Y no puedo dejar de mencionar, en este sentido, el maravilloso posfacio de Claudio Martyniuk a Ensayo Sobre El Poder, modelo de improvisación recreadora, que culmina con un fragmento de la nota modestamente puesta al pie de página: “De la lectura de… Liliana Lukin, del desgarro de su poética, quedaron estas líneas atropelladas, que en su tránsito van perdiendo la sustancia de lobos y corderos en manos y bocas marchitas, frustradas en su búsqueda del zarpazo definitivo. En ellas, bajo cierto aire de tormento, se advertirá el uso de hachas desafiladas, herramientas kantianas absurdas en un deforestado bosquecillo hegeliano…”

Vale la pena destacar, en estos dos libros, la selecta y abundante cantidad de citas que preceden, alternan y de algún modo complementan el trayecto de los poemas. No se trata de un alarde erudito de la autora: son un homenaje a sus lecturas y la prueba de un sincero reconocimiento al pensamiento de quienes acompañaron su martillar sobre el idioma. Por ejemplo, al comienzo de Ensayo Sobre El Poder, se lee, de George Bataille: “Ya no podemos amar nada, estimar nada, que tenga la marca de la sumisión”. Y a continuación, de Primo Levi: “Nos ha quedado una facultad y debemos defenderla con todo nuestro vigor porque es la última: la facultad de negar nuestro consentimiento”. Sin embargo, en la lectura del libro, tanto la marca de la sumisión como el consentimiento (en muchos sentidos, tan nuestro el consentimiento, nuestra aceptación de lo viable como excusa ante el sacrificio de lo deseable) compondrán ese friso de la fatalidad -que no dudo en llamar criminal- con que Liliana Lukin escenifica el amor del lobo por el cordero: “El amor del lobo por el cordero, / es una herramienta que sangra (…) en lo que queda desgarrado del cordero”. Hay una palabra, “herramienta”, que me parece fundamental. El lobo posee una herramienta, una genética de ataque, en tanto el cordero solo es “pura carne, puro sentimiento / blanco, blando, frágil…” El lobo, además, tiene alternativas: puede dudar “antes de dar la dentellada” y, curiosamente, como patrón condolido ante el espectáculo de las vidas de mierda que su poder de acumulación provoca, se permite amar “la piedad que no conoce,/adivinada en el momento del zarpazo definitivo”.

Nada detiene ni el poder DE poder, ni el poder DEL poder, eso mismo que está ausente en el cordero, eso mismo que lo convierte en rebaño: “ser el objeto de un deseo,/ que solo se sacia en el sacrificio”. El poema no subjetiviza ni reduce a una confrontación individual la relación desigual entre el lobo y el cordero. Es el lobo por un lado, con su herramienta (es decir, su amor criminal e insaciable, su voracidad) frente al rebaño. Son dos naturalezas, pero una de ellas tiene el poder, todo el poder, incluso el poder de amar o sentir piedad antes de embriagarse con los sabores de la víctima, que no es una, ni alguien, es los Nadie devorados para que la musculatura del poder se vuelva más y más gigantesca con sus cuatro ingestas diarias de pasión colectiva: “el lobo es / la metáfora de otra cosa: comienza / con palabras como amor, y termina / con la muerte de alguna pasión colectiva”.

El lobo, dije antes, tiene opciones. Una de ellas es no ser totalmente feliz : “El pelaje del lobo está hecho para la caricia que no conocerá”. Aquí me permito agregar que el lobo, como cualquier ser vivo, procrea, y siendo lobo, procrea con la loba, donde no necesita matar, donde le es dado penetrar en el lugar hospitalario que la especie reserva para su propagación. Y es aquí donde el cinismo que Liliana Lukin adjudica al lobo revela el inexistir de lo político cuando el poder encarna todas las variedades del deseo y también las de la acción: “Inevitablemente, el lobo ama / el amor en el cordero, pero más los brazos que cargan / al cordero, las manos que se deslizan por su lomo, / la paz de ser el perseguido y no el perseguidor”. Envidiar la debilidad del perseguido puede señalar, momentáneamente, cierto cansancio en la voluntad de matar, y el deseo, supongo que para el discurrir justiciero del lobo, más que merecido, de unas vacaciones para templar el ánimo y luego proseguir con la masacre.

Hay otra palabra clave en esta construcción lírico-conceptual -que no se niega la posibilidad lúdica de presentar una escena con secuencias que recuerdan el juego terrorífico entre lo verosímil y lo inverosímil del dibujo animado-, una palabra, sí, más que frecuente en la retórica comercial y también institucional, puesta como ariete imprescindible de eso que algunos llaman progreso y otros, más exigentes, resumen civilizatorio. Me refiero a la palabra “pacto”, que Liliana utiliza en el poema final de Ensayo Sobre El Poder, y que tiene como protagonista antagónico la ferocidad del saber que, aún en la constatación de la desesperanza, no renuncia a mantener su resistencia de conciencia desgraciada: “Toda marca al final del pacto, una firma / hecha con los dientes, aleja al mordedor / de la letra. Ni el símil entre piel y papel / permitirá engañarse: de lo humano imaginado / en el amor de esa marca, no hay más que terror”. Somos rehenes de un pacto de terror: saberlo no nos alivia porque también sabemos que en ese pacto somos mordidos, día a día, instante tras instante, por la astucia del poder, el lobo civilizado que acecha en la letra chica de ese pacto de desactivación de nuestras hilachas subversivas, que el orden nos ofrece como única alternativa, antes, por supuesto, de ser desgarrados como el débil, el bello cordero de la fábula infantil.

“Allí donde no podemos hacer nada, podemos al menos sentir inagotablemente”. Así preludia Vladimir Yankélévich El Libro Del Buen Amor, título irónico ya que nada tiene que ver este buen amor con la contienda entre el amor a Dios y el amor carnal propuesta por el Arcipreste de Hita como escarnio para la salvación de las almas.

Liliana Lukin va más al fondo de esta confrontación. Su texto se instala en el escalofrío que produce la derrota -“en el centro del remolino”, escribe- de cualquier contendiente, de cualquier actividad. No hay acción de disfrute que no contenga, en su continuidad de cosa, hecho encriptado, el virus de la aflicción. “He disfrutado del poder de poder: asqueada me escucho gritar y me padezco ante el oído ciego de lo hermanado que se desgarra”. Hay una larva, una “larva inacabable”, desconocida, donde esta derrota señaló el comienzo de la desventura de lo viviente. ¿Tendrá que ver esto con el grito de Zaratustra: ¡Dios ha muerto!, de modo que la inmundicia del olor a muerto de un ser todopoderoso se cuela en las ruinas solemnes de la historia y en las grietas atormentadas de la conciencia? Hay otra respuesta, la teológica, que no deja de ser seductora: El pecado original es una separación, no solo en el sentido ‘vertical’, con respecto al Creador, sino una fragmentación, en sentido ‘horizontal’, un desgarramiento de la unidad del género humano: “la naturaleza única -dice el teólogo de Lubac- fue rota en mil pedazos por este pecado que es la obra del hombre, y la humanidad, que debía constituir un todo armonioso, en donde lo mío y lo tuyo no se hubieran opuesto, se convirtió en una polvareda de individuos violentamente discordantes”. Pero Liliana no habla ni del mal olor ni del pecado original, habla, desde su materialismo contrahecho -es decir, no cooptado por ninguna figuración filosófica ni política- de un sentimiento, habla de “un odio que crece para alguien”: “en el cuajo de la leche y en la cepa / del vino y en el hilo de coser / puede haber odio”. En esta poesía no hay saturación de invisibles, ni sensaciones linfáticas de desgano, ni silencios adoquinando el camino sublime que lleva a la sabiduría. El lugar inmediato, cotidiano, familiar, es el que le interesa: “en el reflejo del cristal que el hielo deja / en el tapiz, el musgo en la terraza, / dentro del poso de la taza de café, / hay un odio que crece para alguien”.

Me viene a la memoria, enlazando los dos libros de Liliana, un poema de Louis Aragon -Licantropía contemporánea- donde se entreveran el interior de lobo del amante (y hablo de un interior estricto, el que habita debajo de la piel), el que aúlla después de amar y mata precisamente por la naturaleza extraña, ajena a la suya, que ama en la belleza de la amada. En ese interior estricto Liliana Lukin encuentra la “mala semilla durmiendo / entre nosotros, para siempre burlados / en la idea de un Jardín”, escribe. Podríamos conjeturar que esa “mala semilla” es, de algún modo, la mala conciencia -o conciencia activa del mal- que nos hace saber que sabemos lo que sabemos que estamos haciendo, sin antídoto del bien que pueda combatirla. Parafraseando a Ungaretti, podríamos decir que, en la visión de Liliana, no hay lugar inocente en ese sótano donde la materia de nuestras acciones se cocina con la brasa lenta del odio. O, mejor, en las palabras de su poema: “(…) lo que perfora no es / la insistencia del gotear, / sino una voluntad no reconocida / puesta en la gota: lo líquido de los acontecimientos vuelto veneno / pasivo, quemante, adormecedor”.

Tres palabras, tres cualidades -pasivo, quemante, adormecedor- son determinantes para subrayar el desmayo político inoculado en el sistema: el veneno no es un veneno que mata, le basta con lastimar quemando y adormecer, con eso tiene suficiente para mantener el orden social y proveer de algún entretenimiento a la rabia subjetiva en un mundo donde el odio es la expresión impotente de nuestro no-consentimiento. “Prefiero la injusticia al desorden”, decía Goethe, desde la exacta perfección de su aura de vate iluminado por el poder de los que todo lo pueden.

Y bien, aquí estamos, diría Lukin, escribiendo poesía, “la poesía, que no salva de nada, / vendrá por nosotros. / Yo nazco cada vez que / me tiran a un pozo sin edad”. ¿Qué significa ese nacer cada vez -es decir, ese renacer que suponemos perpetuo- en ese pozo sin edad -es decir, sin historia, sin añitos cumplidos a la zaga del idioma dominante?- “No lo que la lengua habla / sino la lengua en su rosada carne, / vulva de otra cavidad… / No el pacto de entender / sino la comprensión mordida / hasta hacer sangre / y ver cómo la letra entra entera”.

A partir de aquí el poema se debate en antinomias no solo reveladoras de la poética asumida por la autora; también es la constatación de que esta poética es el determinante elegido desde el pozo donde la han dejado tirada, un lugar desde donde deberá demostrar si es capaz de ejercer alguna soberanía sobre su absoluta soledad. “No la miseria que el lenguaje / disgrega, ( …) / no el misterio del lenguaje, lo ominoso amable / del destierro de la voz / (…) no el escándalo del sobreentendido, / sino la muesca que deja en mí / el trabajo de la duda / y de la queja”.

Como queda claro, Liliana Lukin se desliga del bazar anémico de artes poéticas inflamadas de espiritualidad que sufragan en el siglo: “no la virtud en la melodía / sino en la carne tierna / del ser ahí carne tendida, / nueva, no detenida en sí ni en ella”. Nada entonces de melodías sublimadas sobre las excrecencias del cuerpo, sino melodías de la carne, melodías del vivir, una melodía nueva que, lejos de necesitar transportarse a los páramos ambiguos de la trascendencia, se tienda aquí, se pronuncie aquí, “pulpa masticada que destila / no lo que el silencio deja en el aire / sino el silencio crudo…/ de hierro candente / en el acto mudo de nombrar”. Es bien rigurosa la escisión que plantea entre el pozo donde fue tirada (tirada, palabra que nada tiene que ver con el ser arrojado de Heidegger) y las cimas esenciales pretendidas por las metafísicas de uso corriente. Y así lo escribe en un poema que es modelo de concentración lírica y conceptual. Está en la página 43 y dice así: “no una estación del alma, / sino la excavación / del pozo y el pozo / mismo sin final, para mirar cómo / lo concéntrico devuelve / en todo el lodo del fondo”.

El pozo, el lodo, el lodo del fondo del pozo: esta es la escena que Liliana Lukin propone para su poesía, un lugar donde “ardo de lo mismo que me hiela”, un lugar habitado por los fantasmas del polvo de la historia y el dubitar arrasador del inconsciente. La poesía, allí, consume la sensación de lo que falta, y eso que falta es el total constituido en los peldaños de la dominación. No es aire de libertad el que se eleva en la voz feroz de sus versos, sino la carne herida, jadeante, dependiente, tantas veces masacrada y tantas veces detenida en los mausoleos que la civilización exhibe como trofeos de su gesta supuestamente superadora de la barbarie. “La civilización no elimina la barbarie, la perfecciona”, decía Voltaire. Liliana Lukin sabe que también ella, sus libros, serán envueltos en la trama opaca de la duración. Por eso apela, en los dos últimos versos de El Libro Del Buen Amor, a la única posibilidad de mantenerla alerta, continuamente saliendo de sí: “el arco tenso de la carne a la carne tiene / la última palabra”.


Horacio González

Luis ha dado un magnífico ejemplo de lectura de las poesías de Liliana y… me gustaría, no sin cierta desesperación, tomarme como de la manija del subterráneo cuando pega la vuelta a la estación Facultad de Medicina para no trastabillar demasiado en la idea de lo “Lírico-Conceptual”.

Porque sin que me parezca fácil decir cómo es y qué es una poesía, evidentemente puede ser calificada, puede ser juzgada; como bien lo ha demostrado Luis. Puede ser motivo de que haya un escrito sobre ella, no poético exactamente, pero en el escrito de Luis hay una fuerte vocación de hacer, con lo que puede ser un ensayo, un escrito que tiene un halo que lo rodea ya no tan difícil de imaginar como poesía también. Es un ensayo del tipo poético.

Liliana escribe poesías que podrían denominarse lírico conceptual, pero, ¿Qué sería esto? Evidentemente es un estilo poético que tiene una suerte de remisión a algunos conocidos de la gran Filosofía. Ya Liliana lo ha predicado, y ha sorprendido con sus poemas sobre Spinoza, pero, ¿Qué toma de Spinoza? Toma algo que ya en sí mismo es poético en Spinoza, que es un modo de razonar.

Pero si uno dijera que la poesía es apenas un modo de razonar, con toda razón se nos reprocharía que no estaríamos diciendo lo poético en su especificidad, que es más innombrable, que es un trabajo con el nombre que lo deja en el límite del sentido. En cambio razonar está encargado hace mucho tiempo de, a veces, facilitarnos y a veces provocarnos desolación en la búsqueda de un sentido, pero en Spinoza no es tan así. Lo que Spinoza llama “un orden geométrico“ y que Liliana toma de una manera muy fuerte en su poesía, es una suerte de entramado permanente de paradojas que son conclusiones de conclusiones de razonamientos anteriores, cuyo origen termina perdiéndose y cuya conclusión es casi siempre un legado de ese origen perdido lleno de tensiones.

Los poemas de Liliana son cortos, sobre todo los de Ensayo Sobre El Poder. Y ya la propia expresión “ensayo sobre el poder” podría llevar a la conclusión, si no conociéramos a Liliana, de que compramos en una librería un libro que nos explica que pasa en la Argentina con la cuestión tucumana y el fraude electoral. Pero claro, no es así. El lector desprevenido podría pensarlo por el título, pero la edición es tan cuidadosa, la edición tiene una lindísima tapa; la diagramación misma no suele ser la de los libros que verdaderamente tratan sobre ensayos sobre el poder. Pero Liliana que prefiere no advertir demasiado que está hablando con metáforas, en algunos de los poemas que creo citó Luis indica que el lobo y el cordero terminan siendo metáforas. Y efectivamente es un lindo atrevimiento llamar a un libro metafórico -en el fondo creo que son metáforas sobre la sangre, y sobre la posibilidad de que haya una conciencia animal y que podamos referirnos a esa conciencia animal en relación a otra conciencia animal que es antagónica a la primer conciencia también animal- bajo el nombre de ensayos sobre el poder. Ese dislocamiento, esa traslación que hace Liliana permite el ensayo posterior de Martyniuk que habla, como bien citó Luis, de un genio en un bosque descarnado o de un Kant hecho a puro hachazo. Bueno algo de eso hay, porque efectivamente en las fábulas conocidas del lobo y el cordero, y en el modo en que eso puede aparecer en la filosofía de Hegel como la lógica de la relación tensa entre el amo y el esclavo donde cada uno intercambia sus funciones.

En el plano de la poesía, porque Liliana lleva, como llevó a Spinoza con su orden geométrico, a una manera de razonar lírica y por lo tanto la racionalidad no carnal se pierde, con lo cual la razón pasa a cumplir el papel de la carne y la carne pasa a desesperarse por no cumplir el papel de la razón. Creo que Liliana logra eso con sus poesías, que son poesías que, un poco a la inversa de como nos tienen acostumbrado los filósofos del siglo XX de inspirarse en poetas, ella no deja que se pierda ningún rasgo de poesía, inspirándose, con el equívoco que permite la poesía, en tramos del ensayo político, en tramos de la filosofía que se ha diseminado entre nosotros, como es el hecho de Spinoza y es el hecho de esta frase, “ensayo sobre el poder” o el título que evoca al Arcipreste de Hita. Con todo esto Liliana lo que hace es preguntarse.

Son todas interpretaciones, por ello la asistente, autora, la poeta, aquí presente, deberá resignarse a que podamos improvisar, como lo hace Martyniuk, por cierto, como dice Luis de una manera muy sutil, sin abandonar la Filosofía pero remitiéndose a lo que le inspiran los poemas de Liliana. Como lo ha hecho el gran texto que acaba de leer Luis, que me hace pensar cada vez más por qué venimos a estos lugares. A veces a mí me han dicho, como me dijo Luis recién: “No hables antes, porque, qué hago yo después”, es una frase que, disfrazada de cordialidad, es intimidatoria. Porque revela que efectivamente, y con esto no quiero desviar la atención de los poemas de Liliana, porque el lobo y el cordero están presente en cualquier tipo de relación, en esa pequeña frase. Yo le podría decir ahora a Luis: “¿Y por qué hablaste antes vos?¿Qué puedo decir yo ahora?”.

Es decir, cómo puede pensar el cordero al lobo y cómo pueden trastocarse su papel, me parece que es un tema de la fuerza que crean los poemas de Liliana. Y en esa capacidad de pensarse cada uno al otro, evidentemente hay el énfasis que le dió Luis a su interpretación, que es una cuestión Poético-Político ó Lírico-Conceptual, que casi sería decir lo mismo. Yo apenas agregaría: me parece que también está el enigma de si la supuesta víctima-cordero no tiene suficientes poderes que le dan su capacidad de pensar el amor que le tendría a aquel que va a devorarlo y es un amor por la sangre. La sangre es muy protagonista de los poemas, la sangre es una gran metáfora del cuerpo. Entonces como lo que aquí se describe es una escena de profunda crueldad y suponemos que el poder tiene esa profunda crueldad, Liliana comete el desvió transcendental de llamar amor a esa crueldad.

Entonces los poemas, me parece que hay que leerlos bajo el chicotazo de esa alusión, que casi siempre es la conclusión de estos poemas, nos enteramos de que la víctima debe amar a aquel que va a derramar su sangre porque aquel ama la sangre de aquel que quiere devorar; de modo que es un cruce de amores, de profundo desvaríos. Yo podría decir que el libro “Ensayo Sobre El Poder” podría ser llamado “El Libro Del Buen Amor”, si no se me dijera que “El Libro Del Buen Amor”, es el del buen amor, pero tampoco es un libro del buen amor ese libro. El Libro Del Buen Amor son amores presididos por la idea de fracaso, por la idea de sangre. Unos de los poemas que recuerdo usa la frase: “La letra con sangre entra”, y lo que entra es inmediatamente el amor; el amor recorre todo el cuerpo como si fuera un premio a la sangre y lo va recorriendo hasta transformarse finalmente en sangre, así lo interpreto yo.

Porque los poemas de Liliana tienen una enorme virtud oponen una primera, segunda y tercera resistencia al intérprete; ósea pueden oponer una serie de resistencias. Interpretó el gran texto de Luis como la forma de la resistencia que oponen los poemas de Liliana, es decir, Luis escribe un ensayo poético sobre la poesía de Liliana que no me parecen interpretables en el primer gesto. Porque la sangre cuando creemos que es sangre se convierte en sal, cuando creemos que es solo sangre también es letra; cuando creemos que es la mínima fábula del cordero y el lobo, donde el lobo sale triunfando el lobo sale tan desgarrado porque es tan metáfora como el cordero, eso se advierte en el transcurso de la lectura. De modo que los poemas de Liliana hay que leerlos con la fricción de la carne que lee, de la letra que se transforma en sangre. Esos son los juegos que hace Liliana con su orden geométrico, y el orden geométrico hay que leerlo como un orden lírico y el orden lírico hay que leerlo como el misterio de los cuerpos.

Ese conjunto de traducciones, traslaciones es la poesía por la cual Liliana comparece ante nosotros desde hace largos años. Que es la forma con que los poetas se angustian al escribir: quién me leerá, cómo se presentará el libro, quién los podrá comprender. Creo que la comprensión es un misterio porque lo dice aquí mismo con la relación entre el cordero y el lobo.

Finalmente son teoría del conocimiento, empleando teoría en el sentido más profundo, un ver, un sentir. Creo que es hasta la raíz etimológica de la palabra teoría, pero también poesía, o sea, la poiesis es un estricto momento de un contacto de un cuerpo dificil de narrar, en un sentido con el mundo. La poesía a partir de ahí a existido en un lugar donde están los filósofos, los políticos con vital comprensión. Porque la compresión que se le brinda a estos poemas, que son poemas cuya calidad está en la resistencia que le oponen a la comprensión literal; luchan por ser querer ser entendidos, por querer ser comprendidos. Eso el Poeta ó la Poeta debe entenderlo.

Como finalmente la fábula ó el ataque del lobo al cordero es una teoría del conocimiento, ambos deben conocerse. El conocimiento tiene esa cruel asimetría, que puede ser una cuestión de poder por eso ensayo sobre el poder, pero, es más un ensayo del intento de comprensión de aquellos que están destinados a un cruce fatal a un cruce del destino. Por eso la insistencia con la que Liliana llama amor a esta relación mortífera y brutal. Es una relación letal donde cada uno ama la sangre del otro, por lo tanto nadie podría reprocharle al lobo que hizo algo sin amor y sin embargo su conducta es criminal. Y nada le podría reprochar el cordero al lobo con respecto de que las caricias que se le brindan al lobo no serían merecidas, o serían las mismas caricias que merece la víctima, el cordero que es más acariciable que un lobo. Salvo que la búsqueda de alguien de su misma especie lo considere superior al cordero, pero aquí no sabemos quien es superior y todo lance de amor aparece vinculado a la sangre y el cuerpo. Tal como lo entiende Liliana indica que finalmente no sabemos donde está la superioridad de la conducta de quien quiere que sea.

Este tipo de poesía del conocimiento, insisto en su lírica-conceptual es muy original en Argentina tal como la está haciendo Liliana hace largo tiempo. Yo no vine a otra cosa que a saludar este largo empeño de Liliana Lukin por brindarnos estas grandes poesías, que son poesías que acompañan todo lo que pasa en el mundo y son absolutamente mundanas y absolutamente líricas. Festejo acá junto a Luis, que es también uno de los grandes poetas argentinos que hace otra cosa diferente y esto demuestra también que Luis teniendo una lengua tan diferente a la de Liliana, con otras evocaciones, con otros ecos, puede perfectamente, en el plano estrictamente lírico, hacer está puesta de conocimiento que ha hecho. No me daño si esta noche, adhiero, no a lo que estoy diciendo yo, sino al reconocimiento que hizo Luis a la poesía de Liliana, al que yo meramente quisiera sumarme.

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Número 62

La casa que me habita / Melba Guariglia

Revista Malabia número 62
La casa que me habita - Melba Guariglia

La casa que me habita / Melba Guariglia

La segunda edición corregida y aumentada de La casa que me habita (Yaugurú, Montevideo, 2015) entrega a los lectores uno de los títulos más emblemáticos de la poeta Melba Guariglia, con muy cuidado, bello trabajo editorial y un decantado conjunto de textos. Estos se dividen en once secciones, o poemas fragmentados, que desarrollan sustancialmente los diversos matices vinculados al nombre del libro. Antes y después un total de cinco poemas completan, ubican en el tiempo, el aliento de fondo de esta obra.


Recomendamos la lectura e invitamos aquí a visitar “varios rincones de esta casa”.

CASA PERDIDA / II

mi madre ovilla su destino
en manos de la morada

disimula cansancios
tendidos en la azotea
habla sola en sol sostenido
y la luna es un péndulo fijo
en el ángulo de la claraboya


CASA ORILLA / I

en la ribera
los árboles mecen
ramas doradas
tiernas como el pan

encima del tejado
piedras aseguran cobijo
alerta de próximo viento

por el canto del paisaje
crece el coro de cigarras

la arena es manta de conchillas
cuna de cangrejos
el riomar arrodillado
desliza su lengua por la arena
salpica plantas crecidas
en tierra blanca

el rancho solo
elevado en la orilla
única gaviota de madera

resiste tempestades


CASA ORILLA / V

se agita el alero y el manzano
caen hojas marchitas de almanaques
el camino aprieta los bolsillos
y anda

los vientos ondean otra vez

a lo lejos la ciudad es asombro
una casa con flores
la escuela
un largo transitar las esperanzas


CASA VIEJA / IV

asoman charcos
goteras
en cada despertar
de esa casa

son señas de partida
gestos desamparados
agobio de los habitantes
perseguidos sin tregua
por las grietas del siglo


CASA OCULTA / II

una de tus alcobas
recibió mi sollozo una mañana

en el cielo de tu techo
incorporé mis hambres
mirada intrusa
en busca de respuestas

era abril como siempre la lluvia
tú cobijo
a mi primera soledad


CASA HOGAR / IV

la casa habitó en los niños
una vez y otra
recelosos abrieron balcones
unieron paredes con dedos de asfalto

cargaron escombros del tamaño de su espanto
hasta construir una ronda
un patio de juegos
el rincón preferido de su desconcierto


CASA SOLA / II

los demonios atacan
entran por la azotea desnuda
a secuestrar mis fantasmas

me despiertan temprano
se miran en las imágenes
atan nudos en las sábanas
apuestan impunes
a deshabitarme

dan saltos a contrapelo
pretenden clausurar el altillo /
la biblioteca
apagar mi lucha
mis hábitos

son contrarios a mis nombres
pero no me espantan


CASA ISLA / III

habitaste mi historia al encontrarte
casa prometida
vaso muchas veces derramado

una manta me abrigaba
cuando el frío lastimaba amaneceres
y mis manos escondían abandono

compartimos la pausa del fuego
notas rebanadas en la cocina
naturaleza renacida
una y otra vez
inútilmente

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La casa que me habita - Melba Guariglia

MELBA GUARIGLIA / Enlaces

Wikipedia
https://es.wikipedia.org/wiki/Melba_Guariglia

Entrevista sobre el libro en Radio Uruguay. Programa La máquina de pensar
http://www.mec.gub.uy/innovaportal/v/77173/50/mecweb/con-la-poeta-uruguaya-melba-guariglia?parentid=11305

Entrevista en el blog elmontevideano – Laboratorio de Artes
http://elmontevideanolaboratoriodeartes.blogspot.com.es/2015/11/melba-guariglia-la-poesia-que-habitamos.html

Entrevista en el semanario Mate Amargo (Uruguay)
http://www.mateamargo.org.uy/2013/10/25/entrevista-a-melba-guariglia/

Entrevista y lectura de poemas / Vídeo del ciclo Poeta entre luz y sombra (Uruguay)
https://ciclopoetas.wordpress.com/entrevistas-realizadas/melba-guariglia/